Para los palestinos que lo han perdido todo y lloran la muerte de innumerables seres queridos, esta situación es de una tragedia insondable. Lo mismo puede decirse de los cristianos, alauitas, drusos, kurdos y chiíes de Oriente Medio, comunidades étnicas y religiosas que, en muchas regiones, han pasado a ocupar posiciones minoritarias y vulnerables.
Hace años antes de 2011 aún existía un cierto sentido de unidad, de diversidad y de humanidad compartida. Sin embargo, todo ello fue destruido por las intervenciones de Estados Unidos y de sus Estados vasallos, en colaboración con los ricos países supuestamente musulmanes suníes que financiaron y siguen financiando el terrorismo.
Lo que hoy contemplamos no es solo un conflicto armado, sino también el resultado de una política sistemática de desintegración regional, que ha reducido a pueblos enteros a la desesperación y ha vaciado de contenido los antiguos lazos de convivencia que, alguna vez, dieron al Oriente Medio su profunda riqueza humana y cultural.
El Corredor Económico India–Medio Oriente (India–Middle East Economic Corridor, IMEC) es ampliamente percibido como una alternativa propuesta por Estados Unidos frente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI), la estrategia global de infraestructura impulsada por China.
Según una reciente declaración del ministro de Asuntos Exteriores de Egipto, Badr Abdelatty, la “cuestión palestina” reviste una importancia clave para el desarrollo del corredor de transporte entre la India y Europa. Con ello, Abdelatty puso de relieve el doble papel que Egipto desempeña en la escena política regional, en ocasiones comparable al de Türkiye.
¿Podría ser esta la razón del cierre del paso fronterizo de Rafah? ¿O explica acaso por qué Egipto acepta tan pocos refugiados palestinos? No debemos olvidar que el tratado de paz entre Egipto e Israel fue firmado en 1979.
Ese tratado fue la consecuencia directa de los Acuerdos de Camp David (septiembre de 1978) y se firmó el 26 de marzo de 1979 en Washington, con la mediación del presidente estadounidense Jimmy Carter. El pacto puso fin a años de hostilidades, estableciendo dos cláusulas fundamentales: el reconocimiento oficial de Israel por parte de Egipto y la devolución de la península del Sinaí a soberanía egipcia. Los signatarios fueron el presidente egipcio Anwar el-Sadat posteriormente asesinado por un miembro de los Hermanos Musulmanes, precursores ideológicos de Al Qaeda y del Estado Islámico y el primer ministro israelí Menachem Begin.
Sin embargo, el ministro egipcio hizo una observación particularmente reveladora:
“La resolución de la cuestión palestina es esencial para el desarrollo de la iniciativa de conectividad que vinculará a la India con Europa a través de Asia Occidental, bajo el patrocinio de Estados Unidos.”
En otras palabras, para que el nuevo proyecto avance, sería necesario que la Franja de Gaza quede esencialmente “despoblada”.
El IMEC fue presentado oficialmente durante la cumbre del G20 de septiembre de 2023 y ha sido interpretado, desde entonces, como un intento de contrarrestar la influencia estratégica de la BRI china en el ámbito euroasiático.
Durante su visita a Nueva Delhi, Abdelatty declaró a los periodistas:
“No debemos olvidar que la conectividad es fundamental para alcanzar una solución definitiva a la cuestión palestina.”
Asimismo, señaló que había discutido el tema del IMEC con su homólogo indio y que Egipto está dispuesto a participar en el proyecto, reafirmando así la aspiración de su país a conservar un papel geoestratégico central entre Asia, África y Europa.

(Los nuevos planes del Corredor India–Medio Oriente–Europa, IMEC)
Estas declaraciones son, cuando menos, notables. El ministro egipcio señaló que el nuevo proyecto ha sido pospuesto debido a la guerra en Gaza. Según explicó, “la ruta se está utilizando actualmente para sortear el bloqueo impuesto por los hutíes, y se evalúa como una alternativa al uso del Canal de Suez, con el fin de preparar una cadena de suministro entre la India, Europa y Estados Unidos para el futuro.”
De acuerdo con sus palabras, los hutíes en Yemen y los palestinos en Gaza estarían obstaculizando la construcción de este nuevo corredor. Esta afirmación explicaría por qué casi ningún país árabe ha prestado ayuda significativa a Gaza, por qué no han aceptado refugiados y por qué apenas se han producido protestas en el mundo árabe, a pesar de que sus “hermanos” están siendo masacrados por los bombardeos, misiles y drones israelíes.
La mayoría de las manifestaciones contra la guerra en Gaza proceden de ciudadanos europeos y de otros países occidentales, mientras que el mundo árabe permanece, en gran medida si no por completo silencioso. La única oposición relevante ha provenido de Líbano, especialmente de Hezbolá. Desde enero de 2025, el nuevo presidente libanés, Joseph Aoun, ha sido encargado de desarmar y desmantelar dicho grupo. Aoun, antiguo comandante de las Fuerzas Armadas del Líbano, fue elegido tras intensas presiones de Estados Unidos y Arabia Saudí.
El otro país que aún se mantiene como último miembro del “Eje de la Resistencia” es Irán, rival principal de las potencias suníes como los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Todos recordamos aquella guerra de doce días, sin un vencedor claro, que derivó en una feroz batalla propagandística entre todas las partes. Pero cabe preguntarse: ¿podrá Irán mantener esa posición? ¿Podrá resistir a semejante oposición contando solo con Rusia como aliado?
La presión proveniente de Occidente especialmente de Estados Unidos es tan intensa que, si bien la situación no es del todo imposible, sí parece sumamente difícil. Washington, junto con sus vasallos europeos, trabaja activamente para provocar divisiones internas en Irán. Basta recordar la gran cantidad de espías arrestados y ejecutados durante aquella guerra de doce días.
Aun así, no debemos ceder al pesimismo: debemos seguir esperando un mínimo de sensatez de los líderes mundiales. Por desgracia, muchos de ellos incluidos los del mundo árabe parecen guiados únicamente por la búsqueda de riquezas personales, considerando a sus ciudadanos como simples espectadores secundarios.
En cuanto al IMEC, el proyecto incluye a Arabia Saudí, India, los Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania y la Unión Europea (UE). No ha contado con el consentimiento ni la participación de los ciudadanos que habitan en regiones como Gaza o, posiblemente, Cisjordania, donde podrían producirse procesos de despoblación o desplazamiento forzoso.
Precisamente en este contexto, Israel intenta ampliarse para convertirse o quizá ya lo es en un socio clave del proyecto, en consonancia con su objetivo de un “Gran Israel”.
Tristemente, así es como funcionan las cosas: los intereses económicos pesan más que el bienestar de los pueblos, y en Oriente Medio ejercen una influencia más poderosa incluso que los discursos religiosos y culturales que los políticos exhiben ante la opinión pública.

Según sus defensores, el IMEC tiene como objetivo conectar las tres regiones económicas de más rápido crecimiento del planeta la India, el Medio Oriente y Europa mediante una infraestructura avanzada y mecanismos comerciales de alto nivel. En otras palabras, su propósito último es el establecimiento de una hegemonía global.
Se trata, sin duda, de un acuerdo o más precisamente, de un instrumento geoestratégico concebido para contrarrestar a China, el principal adversario de Estados Unidos, y consolidar una posición de dominio mundial.
El IMEC constituye, por tanto, una respuesta directa a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI), la estrategia central de cooperación internacional y desarrollo económico impulsada por China.
A su vez, esta iniciativa china mantiene estrechos vínculos con los países del bloque BRICS, y continúa representando una fuente de incomodidad y desafío para Estados Unidos, Europa y los Estados vasallos de Occidente.

(Los países participantes en la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) de China)
Lo que hoy presenciamos no son únicamente las guerras en Gaza, Siria, Líbano y otras regiones del mundo. Más bien, se trata de un conflicto entre distintos bloques económicos, en el que los ciudadanos comunes se han convertido en las víctimas de ambiciones financieras desmedidas y, por supuesto, de los avances tecnológicos representados por la inteligencia artificial (Artificial Intelligence, AI).
Guerras como la de Gaza fueron planificadas con mucha antelación. Las personas que ahora, o en el futuro, sufrirán las consecuencias de estos conflictos son vistas como obstáculos para los intereses económicos de una minoría pequeña pero inmensamente rica. Estas mismas élites consideran que la población sobrante es un impedimento para el despliegue de proyectos basados en inteligencia artificial, proyectos que provocarán la pérdida de millones de empleos, y no están dispuestas a invertir sus fortunas para sostener redes de apoyo social durante esa transición. En otras palabras, el mundo y con él la humanidad se ha transformado en una selva económica donde solo sobreviven los más poderosos.
La rendición de Hamás decepcionará a muchos; sin embargo, es crucial comprender que Hamás fue un proyecto político y estratégico, financiado y manipulado por Israel, los Emiratos Árabes Unidos, Catar y Arabia Saudí, con el propósito de impulsar nuevas iniciativas económicas y asegurar los beneficios que estas conllevan. Estas operaciones no solo fortalecieron a dichos regímenes, sino que aumentaron exponencialmente la riqueza personal de los líderes de Oriente Medio.
Durante años, los diversos gobiernos israelíes dirigidos por Benjamin Netanyahu mantuvieron un tipo de acuerdo de reparto de poder entre la Franja de Gaza y Cisjordania, debilitando deliberadamente al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, e implementando políticas que favorecían indirectamente a Hamás. El objetivo principal era impedir que Abbas o cualquier otra figura dentro de la Autoridad Palestina pudiera avanzar hacia la creación de un Estado palestino. Durante más de una década, Israel facilitó la transferencia de cientos de millones de dólares desde Catar a Hamás.
Este sistema de control se extendía incluso a las prisiones israelíes, donde numerosos palestinos se veían forzados a colaborar o espiar para Israel como única vía de supervivencia. El caso más conocido es el del traidor Mosab Hassan Yousef, apodado “El Príncipe Verde de Hamás”.
Para los palestinos que lo han perdido todo y lloran a sus muertos la tragedia es inconmensurable. Lo mismo ocurre con las minorías étnicas y religiosas del Oriente Medio cristianos, alauitas, drusos, kurdos y chiíes, hoy reducidas a posiciones marginales y vulnerables. Antes de 2011 aún existía un sentido de unidad, de diversidad y de humanidad compartida, pero ello desapareció con las intervenciones de Estados Unidos y sus Estados vasallos, en colaboración con los ricos países supuestamente suníes que financiaron y aún financian el terrorismo.
Actualmente estamos transitando de un mundo unipolar a uno multipolar, pero esa transición resulta particularmente dolorosa para los pueblos de distintos continentes. En el caso del Oriente Medio, esta experiencia es todavía más traumática: tras siglos de dominación bajo el Imperio otomano, y luego bajo las potencias europeas Inglaterra y Francia, la región continúa sufriendo bajo la presión del imperio estadounidense moderno, que encuentra aliados entre los jeques y dirigentes corruptos del mundo árabe suní. La larga historia de ocupación británica y francesa obstaculizó el desarrollo árabe, y las guerras posteriores, junto con la opresión ejercida por Israel el último gran proyecto colonial del mundo moderno sobre el pueblo palestino, agravaron aún más esa herida histórica.
En el fondo, se trata también de un conflicto entre bloques económicos, en el cual Occidente, bajo el liderazgo de Estados Unidos, adopta una postura cada vez más agresiva en el ámbito financiero y geopolítico. La Unión Europea, al haber perdido su antigua supremacía y su influencia política global, se ha vuelto cada vez más beligerante en su retórica sobre la guerra. Sus líderes proclaman desearla al menos en apariencia, sin comprender que se han convertido en peones dentro de un juego mayor, disputado entre Estados Unidos y Rusia, y también entre China e India.
Las víctimas finales de este juego son los pueblos de Europa, América y, sobre todo, del Medio Oriente. En estas regiones, los poderosos y acaudalados consideran las vidas humanas como simples piezas de un tablero, movidas al servicio de sus intereses económicos y políticos una dinámica que, con frecuencia, tiene consecuencias mortales.
