Trump es un Fascista, Eso es Claro. Pero ¿de Qué Tipo Exactamente?

octubre 3, 2025
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La administración de Donald Trump adquiere cada día un cariz más autoritario, desplazando al país de una democracia defectuosa hacia una forma de fascismo. ¿Cuál es el objetivo último del presidente Trump? ¿Se trata de un autoritario de corte clásico, de una nueva variante de fascista o de un neofascista? ¿Cuál es el deber de los ciudadanos comprometidos con los valores democráticos bajo un régimen en vías de convertirse en dictadura?

El politólogo y economista político, escritor y periodista C. J. Polychroniou, en la entrevista que sigue, aborda estas y otras cuestiones junto con la periodista y escritora franco-griega independiente Alexandra Boutri, examinando el clima político contemporáneo en Estados Unidos.

Trump se Vuelve Cada Día Más Autoritario: ¿De Qué Tipo de Fascista se Trata?

La administración de Donald Trump adopta cada día un cariz más autoritario, desplazando al país de una democracia defectuosa hacia una forma de fascismo. ¿Cuál es el objetivo último del presidente Trump? ¿Es un autoritario de corte clásico, un nuevo tipo de fascista o un neofascista? ¿Cuál es el deber de los ciudadanos comprometidos con ideales democráticos bajo un régimen que se perfila como dictatorial? El politólogo y economista político, escritor y periodista C. J. Polychroniou, aborda estas y otras preguntas en la siguiente entrevista con Alexandra Boutri, periodista y escritora independiente franco-griega, en relación con el actual clima político en Estados Unidos.

Alexandra Boutri: Para comenzar, quisiera preguntarle cuán preocupado está por el colapso de la “democracia” en Estados Unidos y si realmente considera que merece la pena defender un sistema de gobierno que ha funcionado casi exclusivamente para los súper ricos y las clases privilegiadas.

C. J. Polychroniou: ¡Es una pregunta provocadora, pero también extremadamente certera! Mi opinión personal es que cualquiera que valore las libertades individuales fundamentales como la libertad de expresión y los derechos humanos básicos como la salud, la educación, un nivel de vida digno y un medio ambiente limpio debe sentirse profundamente preocupado por lo que está ocurriendo hoy en Estados Unidos bajo la actual administración. El presidente Donald Trump y sus seguidores representan una amenaza real contra todo lo que define a una sociedad decente en el mundo contemporáneo.

Ante todo, desean regresar a una época en la que predominaba la supremacía blanca y existía una jerarquía racial claramente establecida. Desprecian la igualdad racial y sienten un profundo menosprecio por los pobres y la clase trabajadora. No toleran la idea de una sociedad abierta y consideran insoportables las limitaciones a su conducta. La prioridad de Trump es concentrar riqueza y poder para sí mismo y su familia. Se trata de una presidencia orientada al interés privado y al beneficio personal, un fenómeno inédito en la política estadounidense contemporánea. La corrupta presidencia de George W. Bush, marcada por sus prolongados vínculos con la industria petrolera, palidece frente a la manera en que Trump ha instrumentalizado la Casa Blanca para incrementar su fortuna personal y la de su familia.

Donald Trump es, en esencia, un charlatán comparable a un vendedor de coches usados que dice y hace cualquier cosa por ganar unos cuantos dólares más. Para él, la democracia y el Estado de derecho son conceptos sin sentido, como puede observarse en su ataque sistemático a las universidades, los tribunales, los medios de comunicación y sus adversarios políticos. Es extraordinariamente corrupto, de una crueldad escalofriante, y todas sus maniobras políticas provienen del manual de los regímenes autoritarios.

Debo añadir, además, que posee una profunda ignorancia en historia, geografía y en muchos otros campos, lo que lo convierte probablemente en uno de los presidentes más incultos de la historia de Estados Unidos. Numerosas fuentes señalan incluso que padece un “odio mortal hacia la lectura”.

Por supuesto, usted señala acertadamente que el sistema de gobierno en Estados Unidos ha favorecido en gran medida a los ricos y poderosos. La democracia estadounidense es, en muchos aspectos, un engaño. En rigor, Estados Unidos puede definirse más correctamente como una oligarquía. Sin embargo, hasta hace poco había sido un país libre, lo que significaba que los ciudadanos podían perseguir alternativas políticas aunque hacerlo siempre ha sido muy difícil y lo sigue siendo.

Lamentablemente, hoy nos encontramos en una coyuntura en la que los ciudadanos preocupados deben luchar simplemente por proteger las libertades individuales. Si existe la más mínima esperanza de un futuro mejor, es imprescindible resistir al autoritarismo de Trump. Debemos derrotar a los neofascistas. Esa es la primera prioridad. Pero al mismo tiempo, debemos abogar por una alternativa real que garantice un futuro sostenible.

Alexandra Boutri: ¿Por qué Trump muestra tanto empeño en utilizar al ejército dentro de su propio país? En Portland incluso autorizó a las tropas a emplear “toda la fuerza”. ¿Se ha vuelto completamente loco?

C. J. Polychroniou: Veo varias razones detrás del deseo de este supuesto dictador de emplear a las fuerzas armadas para aplicar sus políticas internas e imponer su visión distópica de Estados Unidos.

En primer lugar, lo hace como un método de intimidación, lo cual constituye, desde luego, una vieja táctica fascista. En realidad, es su manera de anunciar que ha llegado un nuevo sheriff a la ciudad, uno que no tolera la oposición y que no acepta que se cuestionen sus propias concepciones sobre cómo debe gobernarse el país. Después de todo, el “querido líder” se presenta como alguien que, tras haber estudiado en profundidad a pensadores como Platón, Aristóteles, Cicerón, Hobbes, Locke o Montesquieu, sabe mejor que nadie cómo debe administrarse una nación.

En segundo lugar, lo hace porque los republicanos respaldan abiertamente su visión de utilizar al ejército como instrumento al servicio de los objetivos de la política interna. Además, le preocupa el resultado de las elecciones de medio término de 2026. Sus acciones se dirigen a ciudades de tendencia demócrata; en consecuencia, todo esto forma parte más de una campaña de relaciones públicas que de una estrategia genuina de lucha contra el crimen. En Washington D. C., por ejemplo, la Guardia Nacional fue desplegada no en los barrios con mayor índice de criminalidad, sino en las zonas turísticas donde el crimen es mínimo. De cualquier modo, su base MAGA (Make America Great Again) celebra con entusiasmo este tipo de tácticas autoritarias bajo el pretexto de combatir el delito en los estados “azules”.

En tercer lugar, lo hace porque alimenta su ego y le permite sentirse un “hombre fuerte”. Ese fue también el objetivo del ridículo desfile militar celebrado el pasado mes de junio en Washington D. C. con el pretexto de conmemorar el 250º aniversario del ejército, el cual coincidió casualmente con el 79º cumpleaños del “querido líder”. No deberíamos subestimar la importancia que tiene la psicología en el comportamiento de Trump.

Por último, la intervención militar en la vida civil puede tener también el propósito de normalizar un escenario en el que, llegado el momento, un golpe de Estado resulte necesario para mantener en el poder a Trump y a los republicanos.

Alexandra Boutri: ¿Autoritario de la vieja escuela, fascista, neofascista o protofascista? ¿Cuál es la mejor manera de definir a Trump y sus acciones?

C. J. Polychroniou: Existen diferencias sutiles entre los regímenes autoritarios, las dictaduras militares, el fascismo y el nazismo. Lo que presenciamos hoy es el colapso de las democracias liberales bajo el peso opresivo de 45 años de políticas neoliberales, acompañado por el ascenso de una nueva ola de autoritarismo derechista que puede calificarse de neofascista o protofascista. En términos prácticos, no importa demasiado cómo denominemos la visión distópica de Trump sobre Estados Unidos y las acciones de su gobierno, siempre y cuando seamos plenamente conscientes de que constituyen una amenaza real contra los derechos y valores humanos más fundamentales que hemos discutido.

Trump es un tirano autoritario que gobierna con tácticas semejantes al fascismo y, sin lugar a dudas, aspira a instaurar un orden social de tipo protofascista, basado en la supremacía blanca y la plutocracia. En esencia es un racista, y ello por sí solo lo convierte intrínsecamente en una figura de carácter fascista. Además, si todo dependiera de él, permanecería en el poder de por vida y gobernaría con puño de hierro. No tengo la menor duda de ello.

Alexandra Boutri: Lo pregunto solo por curiosidad intelectual: ¿cuál es la diferencia entre fascismo y nazismo?

C. J. Polychroniou: Tanto el fascismo como el nazismo son ideologías similares, fundadas en la irracionalidad de las masas, el culto a la personalidad, la supremacía del Estado, el misticismo, el rechazo de los valores ilustrados y la glorificación de la violencia. En cuanto a políticas criminales, ambos regímenes recurrieron a la pena de muerte (Italia la había abolido en 1889; en la Alemania anterior al nazismo se intentó abolirla en varias ocasiones, pero todos los esfuerzos fracasaron). Ambas ideologías eran profundamente racistas y antisemitas.

No obstante, existían diferencias en la cuestión racial entre el fascismo italiano y el nazismo. En la ideología nazi, el determinismo biológico y la noción de la “sangre” ocupaban un papel mucho más central. De hecho, lo que modeló las políticas raciales nazis fueron las leyes raciales estadounidenses, como demuestra de manera convincente James Whitman en su libro Hitler’s American Model: The United States and the Making of Nazi Race Law. Los nazis fueron quienes implementaron políticas de exterminio masivo y genocidio contra aquellos grupos considerados como “razas inferiores”.

Alexandra Boutri: ¿Cómo pueden los ciudadanos con convicciones democráticas resistir a un régimen dictatorial emergente y proteger, aunque sea imperfecta, la democracia?

C. J. Polychroniou: En Estados Unidos está emergiendo un régimen de dictadura blanda y, si se permite que Trump lleve hasta el final su agenda reaccionaria, fácilmente podría transformarse en una dictadura dura. Cuando un país avanza hacia la dictadura, rebelarse se convierte en un deber. Ante todo, necesitamos solidaridad. Debemos proteger a los más vulnerables y, al mismo tiempo, emprender acciones políticas por todas las vías legales disponibles contra el abuso de poder presidencial.

Las protestas, las huelgas, el boicot a las empresas que respaldan a Trump, expresar claramente nuestra postura a las autoridades y participar en grupos que defienden el cambio social son instrumentos y mecanismos eficaces de resistencia. El trabajo educativo es igualmente crítico para explicar lo que está ocurriendo y elevar la conciencia social.

En Estados Unidos es sumamente difícil organizar huelgas generales, y la ocasión en que el país estuvo más cerca de una huelga nacional de ese tipo fue en 1886. Sin embargo, las huelgas generales pueden constituir una forma de acción extremadamente eficaz, precisamente porque apuntan de manera directa tanto al régimen político como a la economía del sistema. De hecho, figuras como Jim McGovern, miembro demócrata de la Cámara de Representantes, y Sara Nelson, presidenta de la Asociación de Auxiliares de Vuelo, ya han hecho un llamado a acciones directas capaces de paralizar el país. Es probable que este tipo de llamamientos se multipliquen y se expresen con mayor fuerza en la medida en que las acciones del supuesto dictador se vuelvan más amenazantes y crecientemente más despiadadas.

Quiero creer que en Estados Unidos no presenciaremos algo semejante a lo ocurrido en Grecia en 1967 o en Chile en 1973, pero el país avanza precisamente en esa dirección. El 22 de septiembre, Trump firmó una orden ejecutiva que designaba a Antifa como “organización terrorista interna”. Tres días después publicó el Memorando Presidencial de Seguridad Nacional sobre la Lucha contra el Terrorismo Interno y la Violencia Política Organizada (NSPM-7), acompañado de una nota informativa. Este memorando, mucho más peligroso que la decisión sobre Antifa, constituye un auténtico plan fascista que orienta al gobierno federal a perseguir a los movimientos “antifascistas” y “anticapitalistas” en Estados Unidos. En esencia, apunta contra todos aquellos que se oponen a Trump y a su ideología MAGA.

Algunos podrían argumentar que estas son meras órdenes presidenciales de “tigre de papel” y que Trump carece de autoridad legal para crear nuevos delitos. Sin embargo, tales razonamientos pierden de vista lo esencial. Trump tiene a su disposición todo el aparato represivo del Estado estadounidense y ha demostrado en múltiples ocasiones que la Constitución y el Estado de derecho carecen de significado alguno para él. Incluso la Corte Suprema ha respaldado medidas como su ayuda a migrantes indocumentados, sus persecuciones políticas o la suspensión de ayudas exteriores.

Estamos ante una persona que no duda en utilizar al ejército para lanzar ataques letales contra embarcaciones en el Caribe o en ordenar a las tropas que empleen “toda la fuerza” contra ciudadanos estadounidenses que protestan contra sus políticas fascistas. Los días en los que tanques patrullen las calles de Estados Unidos y se impongan toques de queda quizá no estén tan lejanos como solemos pensar.

Fuente:https://www.commondreams.org/opinion/trump-is-a-fascist-that-s-clear-but-what-kind-exactly