¿Qué harán los países de la región tras el bombardeo de Israel sobre Doha?

septiembre 15, 2025
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Lo ocurrido en los cielos de Doha no fue una simple operación táctica, sino una prueba con valor de advertencia temprana para toda la región. Ha dejado en evidencia qué Estados poseen auténticos dientes defensivos y cuáles permanecen vulnerables al confiar en las garantías de Estados Unidos. El mensaje es claro: si no se dispone de una capacidad real de defensa, tarde o temprano se será objetivo de un ataque, y después se esperará, además, una sonrisa de complacencia.

El intento de asesinato perpetrado por Israel contra dirigentes de Hamás en Doha no constituye un episodio ordinario, sino una radiografía de los equilibrios de poder regionales, de las redes de radar y alerta temprana, de las alianzas vigentes y de las disputas en torno al concepto de “disuasión”. La pregunta que emergió de inmediato fue clara: ¿por qué los sistemas de defensa aérea cataríes no respondieron a la ofensiva? Los informes iniciales señalaban que Israel había ejecutado una serie de ataques con aproximadamente diez aviones de combate, dirigidos contra un edificio vinculado a Jalil al-Hayya y contra el lugar donde se encontraba el equipo negociador de Hamás.

El escenario más plausible sugiere que aviones F-35 israelíes atravesaron el espacio aéreo sirio, sobrevolaron Jordania y siguieron la línea fronteriza entre Irak, Jordania y Arabia Saudí, para lanzar posteriormente misiles balísticos aire-tierra en dirección a Doha. Esta hipótesis explicaría por qué la incursión no penetró en el espacio aéreo catarí y por qué los radares interpretaron la agresión como una “caída súbita de misiles”. Israel dispone de misiles de este tipo con alcances de entre 200 y 800 kilómetros, algunos de ellos de velocidad supersónica, lo que reduce de manera drástica el tiempo de reacción de los radares y de las baterías Patriot. Aunque en ocasiones estos sistemas han neutralizado misiles de corto alcance de fabricación iraní, su eficacia frente a proyectiles balísticos avanzados resulta limitada.

La combinación de una plataforma “invisible” como el F-35 con misiles balísticos de largo alcance implica para el país receptor menos tiempo de alerta, rutas alternativas que no requieren cruzar sus fronteras y, además, una mayor seguridad para la plataforma de lanzamiento. La reducida extensión territorial de Catar agudiza esta vulnerabilidad, limitando casi por completo la ventana de interceptación.

No obstante, el problema trasciende la capacidad defensiva de Catar e involucra también a los sistemas regionales de radar y a las bases occidentales. En condiciones normales, los radares jordanos deberían haber detectado una formación de este tipo, aunque sin identificar su objetivo específico. Menos verosímil aún resulta que bases occidentales especialmente estadounidenses y francesas no advirtieran la presencia de un escuadrón de F-35 volando fuera de su espacio aéreo durante dos horas. Sin embargo, no se transmitió ninguna alerta a Doha.

La situación en Siria ayuda a comprender este panorama. Antes de la guerra civil, las redes de radar sirias cumplían una función regional de alerta temprana. Israel las fue atacando de forma intermitente durante años, hasta ejecutar, tras el colapso del régimen, una operación sistemática de destrucción. Por ello, actualmente, sus aeronaves atraviesan el cielo sirio con relativa facilidad. No es casual que, un día antes del ataque a Doha, Israel hubiera golpeado posiciones de radar en Siria, probablemente con el fin de neutralizar sistemas que habían sido reactivados.

Un detalle que acrecienta las sospechas fue la presencia de aviones cisterna y de patrulla estadounidenses y británicos en pleno vuelo sobre Catar durante el ataque, siguiendo sus rutas habituales. En circunstancias normales, tales operaciones deberían haberse interrumpido o redirigido, lo que sugiere o bien un plan deliberado de distracción o bien, como mínimo, una retención de información.

¿Por qué, entonces, fracasó la operación? La clave se halla en los protocolos de seguridad de Hamás. Israel desplegó dos de sus cartas más fuertes: aviación e inteligencia. Pero el entorno catarí no resultó propicio para el reclutamiento de agentes. Pese a la abundancia de mano de obra extranjera, la población está estrictamente registrada y los controles de seguridad son robustos, lo que limitó el margen del espionaje humano (HUMINT). Solo quedaba la inteligencia técnica: rastreo electrónico, seguimiento de teléfonos, intercepción de señales. Sin la cooperación plena de aliados occidentales, estas capacidades se vieron reducidas. Hamás, por su parte, lleva años aplicando una estricta disciplina para minimizar rastros digitales: teléfonos apagados en reuniones críticas y máxima discreción tecnológica. Esta misma práctica fue fundamental en el éxito de la operación del 7 de octubre.

En consecuencia, la principal razón del fracaso en Doha radica en la fidelidad de Hamás a sus protocolos de seguridad, capaces de neutralizar, al menos en este episodio, la combinación de poder aéreo e inteligencia israelí.

Las declaraciones procedentes de Washington tras el ataque complicaron aún más el panorama. El portavoz de la Casa Blanca admitió que el ejército estadounidense había tenido conocimiento previo de la operación israelí y que el asesor presidencial Weitkoff había sido designado para advertir a Catar. No obstante, el Ministerio de Asuntos Exteriores catarí calificó esta afirmación de “infundada”. El propio primer ministro aseguró que la llamada telefónica se produjo diez minutos después del ataque. Al día siguiente, el presidente Trump sostuvo que la ofensiva había perjudicado los intereses de Estados Unidos e Israel, garantizó a Catar que no se repetiría y atribuyó la responsabilidad a Netanyahu; sin embargo, añadió que el hecho de que Hamás fuese el objetivo era legítimo. Esta ambivalencia situó a Washington en un terreno oscilante entre la disculpa y la justificación.

En una perspectiva más amplia, la política regional de la administración Trump parecía estar diseñada casi exclusivamente según las demandas de Netanyahu. Los pasos deseados por Israel se materializaron: ataques contra Irán, operaciones aéreas sobre Catar o detenciones de jóvenes simpatizantes de Hamás en Jordania respondían a la hoja de ruta trazada desde Tel Aviv. Durante años, Egipto, Jordania y los países del Golfo creyeron que podían resguardarse de la amenaza israelí bajo la protección de Washington. Sin embargo, la ofensiva sobre Doha mostró que esa seguridad era ilusoria. El mensaje de Estados Unidos fue inequívoco: si Israel decide atacar, lo hará, y lo único que se espera de sus vecinos es una gestión pragmática de sus vínculos con Tel Aviv.

La secuencia temporal también resulta reveladora. Días antes del ataque, el comandante del CENTCOM, general Brad Cooper, había visitado Israel y se había reunido con el jefe del Estado Mayor. En ocasiones anteriores, visitas similares del general Kurilla habían anticipado ofensivas contra Irán. Asimismo, Trump había declarado poco antes una “última advertencia a Hamás”, presentándose como garante de las negociaciones. Tras el fracaso de la operación, el tono del discurso se suavizó, pero no cambió la línea fundamental.

Los países de la región enfrentan ahora dos opciones. La primera consiste en conceder más concesiones a Washington y Tel Aviv con la esperanza de asegurar su propia protección. La experiencia previa de Catar durante el bloqueo en el primer mandato de Trump y el bombardeo sufrido en el segundo periodo ilustran este camino. La segunda opción es desarrollar una autonomía estratégica en el ámbito de la defensa y buscar nuevos equilibrios. La dependencia excesiva de Estados Unidos entraña dos riesgos principales: la exposición total de los movimientos militares debido a la densidad de bases extranjeras y la superioridad aérea garantizada a Israel. Un eventual derribo de un F-35 israelí por parte de Catar habría transformado de raíz el equilibrio disuasorio, de forma semejante a lo ocurrido cuando Pakistán abatió aeronaves indias. Este escenario podría acelerar proyectos conjuntos entre Arabia Saudí, Catar y Egipto, o impulsar plataformas como el caza turco KAAN, aunque las divisiones políticas internas continúan siendo el mayor obstáculo.

No debe olvidarse que la estructura política interna es igualmente determinante. Los Estados cuya legitimidad emana de la ciudadanía son capaces de trazar estrategias independientes; en cambio, los regímenes dependientes de apoyos externos buscan su seguridad bajo el paraguas de Washington y consideran a sus propios pueblos una amenaza. Esto los vuelve más vulnerables a las injerencias. Los acontecimientos posteriores al 7 de octubre evidencian esta diferencia: llamados al desarme de Hizbulá en Líbano, exigencias de retirar armas pesadas en el sur de Siria o imposiciones de desarme y desplazamientos forzados en Gaza forman parte de una misma cadena. El proyecto israelí de un “Nuevo Oriente Medio” se está implementando paso a paso. Pero la historia recuerda desde las invasiones mongolas hasta las Cruzadas que cada demostración excesiva de fuerza genera nuevos focos de resistencia.

Hoy, en el centro de la ira israelí se encuentra Gaza, porque Gaza no se rinde. La utilización de minas improvisadas contra tanques, los ataques en Jerusalén que causaron la muerte de seis israelíes y la persistencia de la resistencia impiden a Tel Aviv alcanzar la victoria psicológica que ansía. Israel busca resultados mediante políticas de destrucción y desplazamiento, pero no logra su objetivo; ello lo empuja a abrir nuevos frentes y a exhibir fuerza en distintas capitales. El ataque contra Doha fue parte de esta estrategia, aunque terminó en fracaso.

En definitiva, lo sucedido en los cielos de Doha no fue una mera operación táctica, sino una prueba con valor de advertencia temprana para toda la región. Se ha revelado qué países cuentan con defensas reales y cuáles permanecen expuestos al confiar en las garantías de Estados Unidos. El mensaje es nítido: sin una capacidad auténtica de defensa, tarde o temprano se será un objetivo, y después se esperará, además, una sonrisa de complacencia.

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