Ser un Estado en Oriente Medio es difícil. Pero permanecer siéndolo lo es aún más. Sobrevivir en medio de una geografía implacable, presiones geopolíticas, divisiones sectarias, tensiones étnicas e injerencias globales exige no solo fuerza física, sino también una resistencia mental y una visión estratégica. Türkiye, a pesar de todos estos desafíos, sigue siendo el único Estado que puede mantenerse en pie por sus propios medios, gestionar sus crisis internas, tomar decisiones independientes en política exterior y conservar viva su identidad colectiva. Irán representa el segundo eslabón de esta resistencia; sin embargo, lo hace con ciertas carencias. Por ello, conviene reiterarlo: Oriente Medio es un Estado y medio. Uno es Türkiye. La mitad restante es Irán.
«El Estado es una memoria. Los regímenes cambian, los gobiernos van y vienen, pero lo que llamamos Estado es aquello que permanece en pie incluso después de mil años.»
Oriente Medio es una de las regiones más debatidas, pero al mismo tiempo, menos comprendidas de la era moderna. Sus vastas reservas energéticas, su centralidad religiosa, sus momentos históricos de quiebre y la colisión de intereses de las potencias globales han hecho de esta geografía un escenario marcado, desde hace más de un siglo, por crisis recurrentes. Es una región cuyas fronteras han sido trazadas desde el exterior, cuyos regímenes han sido importados y cuyos pueblos han sido despojados de sus identidades. Oriente Medio, en muchas ocasiones, ha sido reconfigurado una y otra vez por la intervención de fuerzas externas.
Sin embargo, en medio de todo este caos, conflicto y aparente irresolución, hay dos países que destacan de forma excepcional: Türkiye e Irán. Estas dos naciones no son simplemente aparatos administrativos que gobiernan dentro de sus fronteras, sino entidades que poseen una continuidad histórica, han desarrollado reflejos institucionales sólidos y son capaces de generar resistencia frente a las injerencias extranjeras. En una geografía donde los demás actores no son más que «regímenes», Türkiye e Irán encarnan la idea de «Estado». Pero incluso así, no lo hacen en un sentido pleno: en Oriente Medio existe un único Estado propiamente dicho, y ese es Türkiye; el que más se le aproxima es Irán.
Por ello se afirma: Oriente Medio es un Estado y medio.
¿Qué significa ser Estado? Más allá de las Fronteras…
El Oriente Medio actual es una topografía de crisis moldeada por los escombros devastadores de la Primavera Árabe, el laberinto de guerras por delegación con múltiples actores y las intervenciones sistemáticas de potencias externas. Países como Irak, Siria o Líbano no solo han perdido su estabilidad política, sino también la integridad fundacional de sus estructuras estatales. Por su parte, los Estados del Golfo intentan proyectar una imagen de modernidad construida con petrodólares, pero detrás de esa vitrina se esconden arquitecturas sociales e institucionales frágiles, profundamente dependientes del exterior.
En esta región, lo que falta no es solamente seguridad o bienestar. Lo que realmente falta es el significado del Estado.
En la teoría política moderna, el Estado no se define únicamente como una maquinaria que delimita fronteras, promulga leyes o presta servicios públicos. Es también una memoria histórica, un sentido de pertenencia social y un conjunto de reflejos institucionales. La profundidad de un Estado se mide por su capacidad de reacción en momentos de crisis; su fuerza, por el grado en que la sociedad lo interioriza como estructura protectora y portadora. Desde esta perspectiva, muchas entidades en Oriente Medio han concebido al Estado no como un “significado”, sino como un simple “instrumento”; y, en la mayoría de los casos, un instrumento importado.
La ola de esperanza observada en los primeros años de la Primavera Árabe fue rápidamente sustituida por el caos, debido a vacíos institucionales y tensiones sociopolíticas. El contrato entre Estado y ciudadanía fue reemplazado, bien por la opresión de un poder absoluto, bien por la incertidumbre de la inestabilidad. En Siria, el Estado se redujo a un mero aparato de seguridad que terminó enfrentándose a su propio pueblo; en Irak, la fragmentación sectaria transformó las lealtades estatales en fuentes de legitimidad basadas en identidades enfrentadas. Líbano, a su vez, se convirtió en un espacio donde el vacío institucional se reproduce constantemente bajo la influencia de actores extranjeros.
Las monarquías del Golfo, a pesar de sus aparentes fortalezas financieras, enfrentan riesgos serios de fragilidad institucional debido a la ausencia de mecanismos de participación política y la falta de un verdadero contrato social. En estos países, la distinción entre Estado y dinastía gobernante se ha desdibujado, y el gobierno se ha personalizado. Así, el Estado ha dejado de ser una institución autónoma para convertirse en un sistema dependiente de la continuidad de una familia dirigente. Como resultado, estas estructuras no se sostienen por dinámicas internas propias, sino por la precaria estabilidad que les ofrece el sistema económico global.
Este panorama nos lleva a una constatación fundamental: en Oriente Medio hay muchos países que son gobernados, pero pocos que puedan ser considerados verdaderos Estados. Porque ser Estado no implica solamente riqueza o poder; es, sobre todo, la capacidad de afrontar la crisis. Y esa capacidad solo se adquiere mediante una memoria histórica de largo aliento, instituciones consolidadas y vínculos legítimos con la sociedad. Sin embargo, pocas estructuras en la región logran reunir simultáneamente estos tres componentes.
Allí donde no hay Estado, hay regímenes; hay gobiernos, hay símbolos. Pero no hay memoria, no hay estabilidad, no puede imaginarse un futuro. Oriente Medio lleva más de un siglo enfrentándose a esta carencia. Ha intentado llenar ese vacío con nacionalismo, con religiosidad, con apoyo externo. Pero un Estado no se construye en un día; se forja con el pueblo, se madura con la historia, se templa en la crisis.
Por ello, el problema central de Oriente Medio hoy no es ni la energía, ni la seguridad, ni la ideología. El problema esencial es cómo reconstruir el Estado. No se trata de líneas trazadas sobre un mapa, sino de estructuras edificadas con memoria, pertenencia y una inteligencia institucional propia. Porque donde no hay Estado, ese territorio siempre será gobernado por agendas ajenas.
La Historia de Dos Tradiciones Milenarias
Türkiye e Irán son herederos de dos civilizaciones milenarias que se remontan mucho antes de la era de los Estados-nación modernos. Irán ha interiorizado el concepto de Estado desde los tiempos de los aqueménidas; ha construido una identidad religiosa singular a través del chiismo y ha creado un universo literario refinado a través de la elocuencia del idioma persa. Türkiye, por su parte, se ha forjado a través de una continuidad histórica que va desde los selyúcidas hasta los otomanos, culminando en la República, configurándose bajo el ideal del “devlet-i ebed müddet” el Estado eterno, integrando las interpretaciones políticas del sunismo con la razón de Estado y convirtiendo el turco en una lengua de civilización y administración.
La diferencia fundamental entre estas dos tradiciones políticas radica en la naturaleza de la mentalidad que ha fundado sus respectivos Estados. En Irán, el Estado ha sido concebido como una extensión intrínseca y constitutiva de la religión; su forma de gobierno se ha nutrido de una profundidad cerrada y de un absolutismo ideológico. En Türkiye, en cambio, la religión ha sido tratada como un componente más del Estado, delimitado por el principio de laicidad y posteriormente integrado en las capas culturales de un Estado-nación secular. Mientras que la continuidad histórica de Irán ha sido instrumentalizada al servicio de un dogma ideológico, en Türkiye la historia ha funcionado como una memoria reconciliada con la transformación, extrayendo su legitimidad tanto de la tradición como de la modernidad.
El carácter político de Türkiye se ha moldeado no solo por la herencia selyúcida y otomana, sino también por los códigos administrativos, jurídicos y universalistas del Imperio Romano de Oriente. En términos culturales, el Estado selyúcida fue un Estado turco, pero en lo político heredó las tradiciones sasánidas de Irán; el Imperio otomano sintetizó esta herencia con la racionalidad imperial y burocrática de Bizancio. En este sentido, Türkiye constituye una organización política que encarna la síntesis Irán-Roma, y esta síntesis ha sido la base de las más amplias aspiraciones de paz y orden en los últimos dos mil años de historia regional.
La Pax Romana del Imperio Bizantino se transformó en la Pax Ottomana a través del Imperio otomano; un orden imperial multicultural que proporcionó al Oriente Medio una relativa estabilidad durante siglos. Cada vez que ese orden se debilitó, el caos llamó a la puerta: las invasiones mongolas, las cruzadas o las expansiones sectarias centradas en Irán intentaron llenar los vacíos de poder. Las turbulencias actuales de la región no están exentas de esta lógica cíclica.
Históricamente, Irán ha iniciado sus movimientos expansionistas durante períodos marcados por agresiones provenientes del este o del oeste. Esta actitud ha sido tanto una forma de oportunismo como una expresión de continuidad de la antigua política persa. De hecho, el vacío dejado por la invasión estadounidense de Irak y la agresividad regional de Israel han proporcionado a Irán el terreno propicio para expandir su influencia bajo la máscara del «Creciente Chií» o del «Eje de la Resistencia» en países como Siria, Líbano, Yemen e Irak. Sin embargo, esta expansión ha generado no estabilidad, sino guerras por delegación y conflictos sectarios.
Türkiye, por el contrario, ha priorizado históricamente el equilibrio y el orden regional. Tras la Pax Ottomana, ha intentado articular una política de equilibrio que podría definirse como una “Pax Türkiye”. Türkiye no se somete ciegamente a Occidente ni se entrega por completo a Oriente; actúa con una estrategia pragmática capaz de redireccionarse cuando es necesario, al tiempo que se propone representar una razón política inclusiva.
En última instancia, Irán ha optado por conservar su identidad ancestral mediante el repliegue, mientras que Türkiye ha intentado proyectarla hacia una dimensión universal. Esta distinción no solo define las formas estatales, sino también la relación de la sociedad con el Estado, el sentimiento de pertenencia y la imaginación política. La diferencia entre una Türkiye que camina no bajo el peso de la memoria sino con sus posibilidades, y un Irán sellado en un pasado ideológico, constituye la principal línea estratégica que determinará el futuro de la región.
Türkiye: El Estado que Trasciende la Geografía
La singularidad de Türkiye no reside únicamente en la extensión de su territorio, en la fuerza de su ejército o en las cifras de su economía; su verdadero distintivo se halla, ante todo, en su razón de Estado. La tradición estatal que comenzó con los selyúcidas, alcanzó la dimensión imperial con los otomanos y fue reconfigurada con la República, ha convertido a Türkiye no solo en un país, sino también en una mentalidad: la estructura institucional más consolidada del Oriente Medio.
Türkiye es uno de los pocos países musulmanes que ha intentado armonizar la modernidad con la tradición sin quedar atrapado entre ambas. Ha logrado articular un sistema laico con instituciones religiosas, un marco jurídico de corte occidental con reflejos políticos de inspiración oriental, y una convivencia entre la sociedad civil y la burocracia. A pesar de todas las turbulencias, ha sabido preservar esta estructura, evitando su colapso total.
La posición de Türkiye durante la Primavera Árabe, su proyección diplomática desde los Balcanes hasta el Cáucaso, sus avances en la industria de defensa y sus reflejos institucionales la han convertido no solo en un actor indispensable de la región, sino incluso, en determinados momentos, en una pieza clave del sistema internacional. Por supuesto, este panorama no está exento de deficiencias. La política interna de Türkiye ha puesto a prueba en ocasiones esta tradición estatal. Sin embargo, la memoria institucional, el sentido de pertenencia del pueblo y los reflejos políticos heredados de la historia han impedido que este sistema se derrumbe por completo.
Irán: Un Estado con Tradición, pero Encerrado en Sí Mismo
En la ecuación de ese «uno y medio», Irán representa no la “mitad”, sino el “medio”. Porque en Irán también existe una antigua tradición estatal. Desde el Imperio Persa hasta los safávidas, desde los kayar hasta la actual República Islámica, una continuidad histórica ha dotado al país de una columna vertebral política sólida. Un estadista o un clérigo iraní puede, al igual que un sultán otomano, remontarse siglos atrás en sus referencias; no se trata solo de un orgullo cultural, sino de una base histórica del reflejo de gobernar.
Sin embargo, es precisamente ahí donde radica la razón por la cual Irán permanece como «medio»: su razón de Estado ha quedado atrapada en un régimen cerrado y desconectado del pueblo. Ideología y Estado se han entremezclado en exceso. La doctrina del Velayat-e Faqih / Tutela del Jurista Islámico ha levantado un muro espeso entre la voluntad popular y la institución estatal; en Irán, el sistema se ha transformado en un constante estado de tensión entre el pueblo y el régimen. Por ello, a pesar de sus múltiples logros como la proyección regional, la geopolítica chií o las técnicas de guerra asimétrica, Irán no ha logrado generar estabilidad interna.
Aunque desde el exterior Irán puede parecer un Estado fuerte, en su interior padece una profunda fragilidad: presiones sociales, aislamiento económico, cerrazón política y actos masivos de desobediencia civil. Esta paradoja convierte a Irán en el actor más organizado pero también más vulnerable de la región.
Lengua, Religión y Cultura: Caminos Diferentes, Una Misma Profundidad
Si se observa desde la perspectiva lingüística, se advierte que tanto el persa como el turco no son meros instrumentos de comunicación. A lo largo de los siglos, ambas lenguas se han desarrollado a través de la poesía, la narrativa y los documentos oficiales del Estado; han sido vehículos para la formación del individuo y la configuración de la sociedad. Hoy, a pesar de que el mundo árabe comparte una lengua común, no ha logrado consolidar una unidad cultural; en cambio, Türkiye e Irán han edificado civilizaciones profundas y distintas a través de sus propias lenguas.
Desde el punto de vista religioso, el chiismo iraní no constituye solo un sistema de creencias, sino también una identidad política. En cambio, la estructura sunita de Türkiye alberga diversas escuelas teológicas dentro de una concepción del islam frecuentemente centralizada. Esto confiere a Türkiye una flexibilidad relativa, mientras que a Irán le otorga una estabilidad de carácter doctrinario.
Estas estructuras lingüísticas y religiosas no son simplemente capas culturales: han operado también como dinámicas fundacionales del Estado. El peso metafísico y estético del persa ha priorizado, en el pensamiento político iraní, la abstracción y la autoridad; mientras que el carácter funcional y administrativo del turco ha favorecido en Türkiye la razón práctica y la institucionalidad. De manera análoga, el chiismo ha fortalecido la lealtad interna y el compromiso doctrinario, en tanto que el sunnismo ha permitido, a lo largo de la historia, una flexibilidad en las formas jurídicas y administrativas centradas en el Estado. Así, la lengua se ha constituido en la voz de una nación, mientras que la confesión religiosa ha moldeado el vacío político en el que esa voz resuena.
Lo que emerge de este proceso no son únicamente dos identidades religiosas o lingüísticas distintas, sino dos visiones del mundo divergentes y dos imaginarios estatales profundamente diferenciados.
Conclusión: Ser Estado, Permanecer como Estado
Ser un Estado en Oriente Medio es difícil. Pero permanecer siéndolo lo es aún más. Mantenerse en pie en medio de una geografía hostil, bajo presiones geopolíticas constantes, con divisiones sectarias, tensiones étnicas e injerencias globales, requiere no solo fortaleza física, sino también una resistencia mental y una profunda madurez política.
Türkiye, a pesar de todas estas presiones, sigue siendo el único Estado que puede sostenerse sobre sus propios pies, gestionar sus crisis internas, tomar decisiones independientes en política exterior y mantener viva una fuerte identidad colectiva. Irán representa el segundo eslabón de esta resistencia; sin embargo, con limitaciones y fisuras.
Por ello, conviene reiterarlo una vez más:
Oriente Medio es un Estado y medio. Uno es Türkiye. El “medio” es Irán.