Europa Entre las Tierras Raras y su Propio Laberinto

octubre 21, 2025
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Si Europa desea preservar la estructura de su infraestructura industrial, deberá emprender y probablemente sostener a un alto costo arduas negociaciones que le permitan ganar tiempo para un cambio político fundamental.

Esto implica regresar a los principios del libre mercado, abandonar el culto climático y reconstruir la confianza transatlántica.

Los elementos de tierras raras se han convertido en un verdadero detonante geopolítico. Según un nuevo análisis de la consultora McKinsey & Company, si China el mayor proveedor mundial impusiera una prohibición permanente a las exportaciones, hasta cuatro millones de empleos podrían verse amenazados en Alemania.

Estos minerales críticos son indispensables para la economía alemana de alta tecnología: se utilizan en sensores de precisión, imanes especiales y sistemas de control fundamentales para la ingeniería, la defensa, las comunicaciones y la aeronáutica. Sin ellos, una parte significativa de la producción industrial con alto valor añadido se paralizaría.

De acuerdo con el análisis citado por Handelsblatt, el colapso de las líneas de suministro podría poner en peligro directo un millón de empleos en los sectores tecnológicos esenciales, que generan alrededor de 150.000 millones de euros anuales en valor añadido el corazón palpitante de la innovación y la manufactura alemana.

El Efecto Dominó de la Cadena Descendente

Las repercusiones no se detendrían ahí. Una amplia red de industrias proveedoras y consumidoras, que dependen de cadenas de suministro estables y de la calma geopolítica, sufriría igualmente el impacto. McKinsey estima que, si un conflicto comercial con China provocara una interrupción prolongada del suministro, otros tres millones de empleos en sectores intermedios y en el comercio minorista correrían peligro.

En el peor de los escenarios, Alemania podría enfrentarse a la pérdida total de cuatro millones de empleos y a una merma anual de 370.000 millones de euros en valor añadido equivalente a cerca del 9 % de su PIB. Aunque se trate de una simulación, el escenario revela el despiadado poder de palanca de la política global de recursos.

La fragilidad industrial alemana ya es visible. Desde 2018, la producción en sectores clave como la ingeniería mecánica ha caído más de un 30 %, y la producción industrial total ha disminuido aproximadamente una cuarta parte. Cerca de 250.000 empleos industriales bien remunerados han desaparecido, sin indicios de recuperación. Una interrupción repentina de las importaciones de tierras raras podría colapsar las líneas de producción en cuestión de semanas.

El Cuello de Botella: China

Alemania depende de manera alarmante de China, que controla cerca del 70 % de la producción mundial de tierras raras y alrededor del 90 % de su capacidad de procesamiento. En 2024, el 65 % de las importaciones alemanas de estos elementos 5.200 toneladas por un valor superior a 64 millones de euros procedió directamente de China. Si Pekín cerrara la válvula, la cadena de suministro tecnológica europea se detendría como un motor sin combustible.

Con semejante dominio del mercado, Pekín dispone de un enorme poder de fijación de precios y de coerción. Por ello, encontrar fuentes alternativas se ha convertido en una prioridad absoluta tanto para Bruselas como para Washington.

Groenlandia: ¿La Puerta de Escape de Occidente?

En este tablero de ajedrez global, ha emergido un actor inesperado: Groenlandia. Los yacimientos de Kringlerne y Kvanefjeld albergan algunas de las mayores reservas conocidas de tierras raras del planeta, capaces de satisfacer la demanda mundial durante décadas.

El valor estratégico de Groenlandia es evidente: podría romper el monopolio chino sobre minerales críticos vitales para las industrias de alta tecnología y la transición energética. Sin embargo, entre la ambición y la realidad se abre un abismo. El desarrollo se ha visto frenado por los elevados costes de infraestructura, las estrictas regulaciones medioambientales, los complejos procesos de autorización y la resistencia local una auténtica lección de cómo Occidente puede obstaculizarse a sí mismo.

La dependencia mortal de Europa respecto a la buena voluntad de Pekín ha generado un peligroso desequilibrio global. Bruselas se encuentra ampliamente expuesta ante la maquinaria exportadora estatal china, mientras Pekín inunda los mercados europeos con productos baratos, manteniendo en su mano el as de las tierras raras.

Desde la perspectiva europea, la pregunta es clara: ¿sería más prudente una alineación estratégica más estrecha con Washington que una confrontación perpetua?

La Divergencia Estratégica con Washington

Un giro de tal magnitud requeriría una transformación radical en Bruselas. Bajo la administración de Donald Trump, Estados Unidos ha retornado a una concepción de Estado mínimo y a los principios del libre mercado. Para que Europa pueda establecer una asociación efectiva, deberá abandonar su obsesión climática y adoptar una auténtica economía de mercado.

El abismo transatlántico es notorio. Europa importa aproximadamente el 60 % de su energía; carece de recursos naturales significativos y, al romper sus vínculos con Rusia, se ha aislado geopolíticamente. En cambio, Estados Unidos goza de independencia energética y puede emplear su poder económico y militar para garantizar el acceso a los recursos ya sea mediante Groenlandia, la minería interna o las importaciones temporales desde China.

La estrategia arancelaria de Trump demostró hasta qué punto este poder de presión puede resultar eficaz: los aranceles impuestos a los productos chinos no provocaron inflación en Estados Unidos, pues los propios fabricantes y comerciantes chinos absorbieron los costes dentro de sus márgenes de beneficio. Washington posee, así, un martillo geopolítico colosal y lo utilizará para asegurar su dominio sobre las tierras raras.

La Unión Europea Cava su Propia Fosa

Mientras Estados Unidos recurre al poder duro para obligar a Pekín a negociar, Europa pierde el acceso a sus antiguas zonas de influencia ricas en recursos. El caso de Francia en Níger y la pérdida de su acceso al uranio se ha convertido en un fenómeno que ahora se repite a escala continental.

La respuesta de Bruselas ha sido impulsar iniciativas de reciclaje y promover acuerdos comerciales con países de América del Sur para cubrir parcialmente la demanda de tierras raras. Estas medidas pueden aliviar la presión, pero no resuelven el problema estructural: la dependencia persiste.

Si Europa desea preservar su infraestructura industrial, deberá entablar negociaciones probablemente prolongadas y de alto costo que le otorguen tiempo para acometer un cambio político fundamental. Ello implica regresar a los principios del libre mercado, abandonar el culto climático y reconstruir la confianza transatlántica.

Sin embargo, la realidad política dibuja otro panorama. Ni Bruselas ni Berlín muestran señales de apartarse de la senda ecosocialista. Al final, quienes pagarán el precio serán los trabajadores europeos.