El Reino de la Sangre y el Miedo: La Historia de la Dictadura de Assad

febrero 17, 2025
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El régimen de Assad no era ni el último régimen laico en Medio Oriente, ni democrático, ni socialista. Al contrario, fue uno de los regímenes más sanguinarios del siglo XX en la región. Esta dictadura, que convirtió al país en una inmensa prisión, al derrumbarse, permitió que todos los grupos étnicos, religiosos e ideológicos rompieran el muro del miedo y despertaran de un largo letargo. Hoy, con la caída del opresivo régimen de Assad, los sirios han cerrado la página del sufrimiento y han abierto una nueva puerta de esperanza para construir una Siria basada en la justicia y la dignidad, con la que siempre soñaron.

La obra El Siglo de los Dictadores, traducida por el maestro Ergun Göze en 2009, narraba la historia de cientos de dictadores que representaron un azote para la humanidad. Este libro exponía con crudeza el drama político del siglo XX, sacando a la luz las caras más oscuras de múltiples regímenes marcados por la opresión: sus crímenes, su corrupción, sus decisiones absurdas e irracionales, y sus máscaras, que a veces lograban proyectar una falsa simpatía. Entre estos regímenes, uno de los pocos que logró sobrevivir al cambio de siglo fue la dictadura de Assad. Con el colapso de este régimen brutal, Medio Oriente se despide de una de sus últimas grandes dictaduras.

El régimen de Assad comenzó con el golpe de Estado de Hafez al-Assad en 1970, transformándose rápidamente en un sistema de opresión absoluta. En 1982, Hafez al-Assad ordenó la masacre de Hama, en la que perecieron 40.000 personas, y en 1976 fue responsable de la matanza de miles de palestinos en el campo de refugiados de Tel al-Zaatar. Su hijo, Bashar al-Assad, continuó el legado sangriento de su padre, asesinando a cientos de miles de personas, incluyendo mujeres y niños, mediante el uso de barriles explosivos y armas químicas. Esta estructura de terror no solo se limitó a la violencia física, sino que convirtió a todo el país en una gigantesca prisión. La estrategia de “Assad o quemamos el país” se implementó mediante tácticas de represión, asedio y desplazamiento forzado, convirtiendo a Siria en un matadero humano.

Al inicio de la Revolución Siria, Bashar al-Assad declaró a sus invitados procedentes de Irán, Irak y Líbano: “Mi padre les dio una lección que recordaron durante treinta años; yo les daré una lección que no olvidarán en cien años”. La realidad es que este tirano siempre percibió la revuelta como una lucha sectaria y nunca estuvo dispuesto a dialogar con su pueblo ni a buscar un punto intermedio.

Uno de los símbolos más aterradores de la represión en Siria es la prisión de Sednaya. Amnistía Internacional la ha calificado como un matadero humano, y se ha convertido en un emblema de la tortura y la brutalidad, dejando una herida profunda en la memoria del pueblo sirio. Cuando los revolucionarios lograron abrir sus puertas, el mundo pudo ver con horror la magnitud de la barbarie cometida en su interior. Según informes de Naciones Unidas, el régimen de Assad aplicó torturas sistemáticas en más de 100 centros de detención en todo el país, dejando innumerables fosas comunes. Los terrenos alrededor de Sednaya albergan cementerios clandestinos, representando una de las manchas más oscuras en la historia de la humanidad. Se estima que el régimen ha arrestado a más de 500.000 personas y ha declarado oficialmente la “muerte” de cientos de ellas sin que se haya podido localizar sus cuerpos. Ante estos hechos, las organizaciones internacionales de derechos humanos deben investigar estos crímenes y llevar a los responsables ante la justicia en tribunales internacionales.

Tanto en la era de Hafez como en la de Bashar al-Assad, las cárceles sirias fueron instrumentos de represión que sometieron a más de la mitad de la población a un régimen de terror. En un Estado que se convirtió en un régimen de inteligencia (mukhabarat), el miedo generado en las cárceles paralizó a la sociedad, destruyendo por completo la cultura de la crítica. La idea de que “las paredes tienen oídos” obligó a la gente a autocensurarse, incluso en la intimidad de sus hogares. Esta maquinaria de opresión no distinguió entre ideologías o creencias: izquierdistas, liberales, religiosos, demócratas, comunistas, ciudadanos comunes, cristianos, drusos, alauitas, sunitas, kurdos y turcomanos; todos fueron víctimas de este sistema de terror. En Siria solo existía una regla: obedecer o callar.

El escritor cristiano sirio Michel Kilo narró una historia estremecedora sobre un niño y su madre en prisión. Este relato no solo refleja la tragedia de Siria, sino que también simboliza el sufrimiento de todos los pueblos árabes desde el Magreb hasta el Mashreq. Al conocer esta historia, uno comprende que la destrucción y la muerte que asolan Siria hoy no son más que la consecuencia natural de décadas de opresión.

Desde el día en que escuché esta historia, he sentido una tristeza y un miedo indescriptibles. No puedo dejar de preguntarme: ¿Y si esa madre o ese niño hubiera sido yo? Para quienes desconocen el relato, lo resumo brevemente: cuando Michel Kilo estuvo encarcelado en una de las prisiones del régimen, un guardia le pidió una noche que le contara un cuento a un niño en una celda contigua. En la diminuta celda, junto a un niño de unos cuatro años, se encontraba una mujer de 25 años. Ella había sido encarcelada durante seis años como rehén para forzar la rendición de su padre. En prisión, fue violada y allí dio a luz a su hijo. Kilo intentó contarle un cuento, pero no pudo, porque el niño no conocía el mundo exterior. Cuando comenzó con “Había una vez un pájaro…”, el niño preguntó: “¿Qué es un pájaro?”. Kilo, abrumado por la tristeza, no pudo continuar. Momentos después, el guardia regresó y le preguntó si había contado el cuento. Al ver las lágrimas en su rostro, el guardia cerró la puerta sin decir una palabra.

Este testimonio no solo describe el sufrimiento de una madre y su hijo, sino que también encapsula el dolor de todo un pueblo. Las preguntas inocentes de este niño, que resonaban en los oscuros calabozos de Siria, han dejado una cicatriz imborrable en la memoria de la humanidad.

El régimen de Assad es un caso único de gobierno sectario en el mundo. Controló el país a través de una estructura militar y de inteligencia dominada por una minoría, mientras incorporaba algunas figuras decorativas de otras comunidades para dar una falsa impresión de inclusión. En realidad, se trataba de un sistema que podía modificar la Constitución en cuestión de minutos para asegurar la sucesión del poder de padre a hijo, como si Siria fuera su propiedad privada. Al no representar a la mayoría de la población y depender de una minoría que en parte también se le oponía, el régimen no tuvo más opción que militarizar el Estado y gobernar mediante el terror. Durante el mandato de Bashar al-Assad, el gobierno degeneró en una camarilla mafiosa que saqueó el país con una avidez sin precedentes.

Para documentar la brutalidad de este régimen se necesitarían decenas de volúmenes. Sin embargo, numerosas novelas y obras han tratado de exponer su naturaleza opresiva y corrupta. La novela La Concha, del escritor cristiano sirio Mustafa Khalifa, revela solo una pequeña parte de los horrores de las cárceles sirias.

En conclusión, el régimen de Assad no fue ni laico, ni democrático, ni socialista. Fue, en realidad, uno de los regímenes más sanguinarios que ha conocido Medio Oriente. Con su caída, los sirios han roto las cadenas del miedo y han abierto una puerta hacia un futuro basado en la libertad, la justicia y los derechos humanos. La tiranía puede terminar, pero la esperanza de la humanidad nunca se extinguirá.

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