Wolfgang Streeck y la Cuestión Alemana y el Futuro de Europa

agosto 28, 2025
image_print

Wolfgang Streeck, director emérito del Instituto Max Planck de Estudios de la Sociedad en Colonia, es uno de los pensadores sociales más destacados de Europa, cuyas reflexiones han iluminado en las últimas tres décadas las crisis de la economía neoliberal y los callejones sin salida de la sociedad neoliberal. Familiarizado con la polémica intelectual, Streeck ha criticado a las élites tecnocráticas de Europa y de Estados Unidos por fundamentar su derecho al poder no en procesos democráticos, sino en supuestos “valores universales”. Ha defendido, asimismo, la necesidad de poner fin a la dependencia europea respecto a Estados Unidos, ha interpretado la llamada “amenaza rusa” como una construcción ficticia promovida por los países bálticos y ha propuesto transformar a Europa y al orden global en sistemas compuestos por pequeños Estados.

Walden Bello: Entrevista con Wolfgang Streeck

Wolfgang Streeck, director emérito del Instituto Max Planck de Estudios de la Sociedad en Colonia, es uno de los más destacados pensadores sociales europeos, cuyas reflexiones han ofrecido en las últimas tres décadas los análisis más profundos sobre las crisis de la economía neoliberal y los callejones sin salida de la sociedad neoliberal. Acostumbrado a la controversia intelectual, Streeck ha criticado a las élites tecnocráticas de Europa y de Estados Unidos por fundamentar su derecho al poder no en procesos democráticos, sino en supuestos “valores universales”. Ha defendido la necesidad de poner fin a la dependencia europea respecto a Estados Unidos, ha interpretado la llamada “amenaza rusa” como una construcción ficticia promovida por los países bálticos y ha propuesto transformar tanto a Europa como al orden global en sistemas compuestos por pequeños Estados.

¿Llegará la AfD al poder?

WB: El partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) se convirtió, en las elecciones de febrero de 2025, en la segunda fuerza del Bundestag, superando al Partido Socialdemócrata. Para un partido fundado apenas hace doce años, esto resulta bastante impresionante. ¿Considera usted inevitable que la AfD termine alcanzando el poder?

WS: No. No estamos en la década de 1930. El mundo es completamente distinto. Los nazis contaban con el apoyo de la antigua nobleza oriental prusiana, que dominaba gran parte del ejército y del aparato estatal. Asimismo, gozaban del respaldo de los grandes círculos industriales alemanes que entonces mantenían una postura francófoba y, por supuesto, de los sectores resentidos con los aliados occidentales tras la derrota en la Primera Guerra Mundial. En aquella época, la industria era nacional y no se encontraba internacionalizada como hoy. El fascismo era una ideología estatista y contraria al mercado. En cambio, quienes votan por la AfD sienten una profunda desconfianza hacia el Estado y hacia cualquier forma de ejercicio de la autoridad estatal como la vacunación obligatoria, por ejemplo. La mayoría de estos votantes son pequeños burgueses poujadistas con ideas neoliberales y antiestatales. En suma, estamos hablando de un electorado y una estructura completamente distintos.

Los nazis hallaron un fuerte respaldo en el aparato estatal, en el ejército y en la policía. En el caso de la AfD, ese tipo de apoyo es extremadamente limitado. Además, la AfD no constituye un movimiento de base estructural, sino cultural. Dentro de la macroestructura de la sociedad, no existe un amplio sostén para una formación de esta índole. Existen fenómenos mucho más peligrosos que la AfD.

WB: ¿Podría profundizar sobre la relación de la clase trabajadora con la AfD?

WS: En los últimos veinte años, numerosos votantes se han alejado del Partido Socialdemócrata (SPD). La derecha, en ese proceso, logró atraer a buena parte de la clase trabajadora tradicional. Sin embargo, la AfD nunca tuvo un programa coherente para este sector. En materia económica, es un partido neoliberal, aunque en su retórica populista pretenda aparecer como defensor de los trabajadores. Finge protegerlos de los inmigrantes, pero en realidad aboga por recortar el Estado social.

Además, este distanciamiento cultural respecto de la izquierda también guarda relación con la propia configuración de la izquierda, percibida cada vez más como elitista, compuesta por individuos de clase media, integrados al mercado global y con un sesgo desdeñoso hacia la periferia fuera de las grandes ciudades.

A esto se suma la situación particular de Alemania Oriental. Las huellas del tránsito del comunismo al capitalismo liberal siguen presentes tal vez no de forma material, pero sí en la conciencia colectiva. En el capitalismo del siglo XXI, se repite constantemente la retórica: “prepárense para la próxima transformación tecnológica y social”. Sin embargo, en el Este la gente ya experimentó una transformación drástica tras la reunificación de los años noventa. La sensación predominante es: “Ya basta. Esa transformación ya la vivimos, no queremos otra más”. Por eso, a diferencia de los alemanes occidentales acostumbrados a los cambios constantes del capitalismo moderno y, por lo general, beneficiados por ellos, los orientales adoptaron una actitud mucho más conservadora. Aún recuerdan aquel traumático período de transformación en que el desempleo alcanzó el 40% en algunas regiones.

A todo ello debe añadirse la mirada condescendiente, aún persistente, de los alemanes del Oeste, que transmiten la impresión de que los orientales nunca serán lo suficientemente valorados. Los occidentales mantienen la confianza de que siempre saldrán vencedores. Formar parte del reverso de ese universo emocional aunque no se exprese abiertamente ni sea visible en la vida cotidiana puede resultar enormemente provocador y políticamente eficaz.

Migración: Un Problema Candente

WB: Dentro de todo lo que usted ha explicado, ¿dónde se sitúa la cuestión migratoria?

WS: Ah, este tema es absolutamente central y no solo en Alemania, sino también en todas las sociedades que conozco. A las personas les lleva tiempo encontrarse con extranjeros y acostumbrarse a ellos. No existe una sociedad completamente abierta en la que alguien pueda llegar y decir: “Ya soy miembro de esta comunidad”. La sociedad, en esencia, es el resultado de inversiones en lazos sociales basados en la confianza a lo largo de generaciones. Por supuesto, se puede acoger a personas, concederles la ciudadanía e integrarlas, pero este proceso requiere tiempo. Si se desarrolla demasiado rápido, provoca inquietud.

En la mente de los Verdes alemanes existe esta idea ingenua: alguien llega digamos, desde Siria y enseguida puede instalarse entre los nativos y vivir como una familia alemana cualquiera. La realidad es distinta: los migrantes suelen asentarse cerca de otros compatriotas, junto a quienes comparten idioma, confianza y apoyo mutuo. Al mismo tiempo que intentan mantener aspectos de la vida cultural de su país de origen, se enfrentan a la desconfianza de la población local.

Además, la mayoría de los migrantes no comienzan desde arriba, sino desde abajo en cualquier sociedad. En las clases altas no hay problema: si uno es un físico indio galardonado con el Nobel, puede vivir donde sea. Pero si se trata de un hombre pakistaní común y corriente, empieza desde el estrato más bajo y allí no siempre se encuentra con lo mejor de la sociedad. Estas personas pueden no estar plenamente adaptadas a las normas sociales de la comunidad de acogida, lo cual genera lo que los sociólogos llaman una “situación anómica”, frecuentemente asociada a altas tasas de criminalidad.

Asimismo, si se introducen grandes contingentes de varones jóvenes y solteros sea cual sea su origen, estos pueden llegar a organizarse en bandas para defenderse de las actitudes arrogantes de los locales. Y este no es un fenómeno exclusivo de Alemania.

WB: Entonces, ¿fue un error la decisión de Angela Merkel de acoger a los refugiados sirios en 2015?

WS: Pero ¿qué significa exactamente un “error político”? Lo que he observado en política es que los líderes rara vez actúan por una sola razón. Deben construir una coalición de apoyo a sus decisiones y, aunque los motivos difieran, cuantos más sectores logren sumar, mejor. No todos los alemanes recibieron con entusiasmo a los sirios, pero una parte del empresariado sí lo hizo, al percibir como favorable, por razones demográficas, la llegada de mano de obra en un mercado laboral en proceso de contracción.

A esto se añadió el “factor Obama”. ¿Por qué Obama? Porque su intervención en Siria provocó una gran crisis de refugiados sirios que se extendió por Oriente Medio. Ese éxodo, consecuencia de las políticas estadounidenses de nation-building, generó inestabilidad en países como Türkiye. Obama había solicitado a Merkel que enviara tropas a Siria, algo imposible de cumplir por las restricciones de la Constitución alemana, de su partido y de la opinión pública. Posteriormente, según he escuchado de distintas fuentes, Obama habría dicho a Merkel: “Angela, nos dejaste solos mientras rescatábamos al pueblo sirio; ahora me debes un favor. Además, siempre me hablas de tus problemas demográficos: muéstrame entonces tu comprensión y abre la frontera”.

La política exterior alemana solo puede comprenderse en el marco de su profunda dependencia de Estados Unidos.

Al mismo tiempo, estaba la estrategia de Merkel respecto a los Verdes. Su objetivo era desplazar gradualmente a los conservadores de centro-derecha dentro de la CDU, acercándolos a los Verdes en lugar de a los socialdemócratas. Veía en los Verdes a la próxima generación de la burguesía alemana los hijos de su propio electorado tradicional, y buscaba unificar en su coalición a toda la “familia política” de la burguesía alemana. Sus dieciséis años de gobierno estuvieron marcados por un esfuerzo constante de alejarse de liberales y socialdemócratas y aproximarse a los Verdes.

La apertura de fronteras en 2015 fue el gesto más visible de su intento de convencer a los Verdes de que eran el socio de coalición más adecuado. Sin embargo, la jugada le salió mal: la llegada de un millón de sirios en el lapso de un año reanimó a la AfD, que estaba prácticamente al borde de la extinción.

La crisis de la izquierda

WB: Volvamos entonces a la izquierda alemana tradicional. ¿No ha quedado el SPD actualmente relegado al tercer lugar en las elecciones? ¿Dónde se equivocó? ¿Se debe a que no tiene otra estrategia política más allá de la Gran Coalición? ¿O a una falta de imaginación política?

WS: Esto debe analizarse en el marco de la socialdemocracia europea en su conjunto; no es un fenómeno exclusivo de Alemania. (El único país donde parece no darse este problema es Dinamarca. Pero los socialdemócratas daneses constituyen un caso excepcional: son antiinmigración, a la vez atlantistas y abiertamente contrarios a Rusia).

En Alemania, como en Europa en general, la socialdemocracia venía de una tradición de détente en los años setenta y ochenta. Sin embargo, había factores más determinantes: la transformación estructural del mercado laboral, la fragmentación sindical, los límites fiscales y económicos del Estado de bienestar. Muchos problemas sociales de la década de 1960 se resolvieron, pero esas soluciones se volvieron tan costosas para el Estado y para el capital que, cuando los socialdemócratas gobernaban, se vieron obligados a aplicar recortes en el gasto social. Y en el momento en que participaron en políticas de austeridad, defraudaron a su electorado, que buscó refugio en otros partidos.

Esto ocurrió no solo en Alemania, sino también en Francia, Italia y el Reino Unido. En los Países Bajos, el partido socialdemócrata en otro tiempo motivo de orgullo prácticamente desapareció. En Italia, el antiguo Partido Comunista quedó completamente marginado en las elecciones. En suma, hablamos de una tendencia más general, de alcance europeo.

Existe además una dimensión cultural. La política socialdemócrata tradicional se basaba en la convicción de que la acción colectiva requería disciplina colectiva. Los movimientos sociales se organizaban bajo la dirección de un partido, que celebraba congresos y elaboraba programas. Como votante o militante, aunque no aprobaras cada punto, apoyabas ese programa. Este modelo descansaba en la idea de que el progreso social se alcanzaba a través de la organización.

Hoy, en cambio, el capitalismo ya no permite prometer ese tipo de progreso. Lo máximo que los socialdemócratas pueden ofrecer es la conservación del statu quo. Si son honestos, deben decir a sus electores: “Para permanecer donde están, deberán correr cada vez más rápido”. O bien: “El futuro está lleno de riesgos; nosotros los gestionaremos por ustedes, pero sin garantías”.

Recuerdo aún el entusiasmo socialdemócrata de los años setenta: era la época de sindicatos fuertes, de crecimiento económico y de Estados con recursos para construir generosos sistemas de seguridad social. Esa época terminó.

WB: En el caso del Partido Socialdemócrata alemán, una explicación recurrente de su declive es la siguiente: bajo el liderazgo de Gerhard Schröder, el SPD llevó a cabo reformas neoliberales que los democristianos jamás habrían podido realizar.

WS: Esa es una explicación demasiado simplista. En Alemania existía una institución sin equivalente en el mundo: el “dinero por desempleo” (Arbeitslosenhilfe), distinto de la prestación por desempleo (Arbeitslosengeld). Si superabas cierta edad y perdías tu trabajo, una vez agotado el subsidio de desempleo recibías este “dinero por desempleo” hasta la jubilación. En la práctica, muchos desempleados dejaban de buscar empleo, pues sabían que primero percibirían el subsidio, luego el “dinero por desempleo” y, finalmente, la pensión.

El sistema era más complejo, pero en esencia funcionaba así.

Con la reunificación, se otorgó ese mismo derecho a los alemanes orientales. A partir de 1992, el desempleo en la RDA se generalizó. Según la edad, una persona recibía algunos años de ayuda y luego pasaba a la jubilación. En ese contexto intervinieron los empresarios: al despedir a un trabajador, le decían: “Voy a rescindir tu contrato, pero tu ingreso neto se completará con ese dinero por desempleo que cobrarás de manera indefinida”. En otras palabras, no trabajaban, pero mantenían el mismo ingreso, hasta el punto de no sentir realmente que estuvieran desempleados.

Con el tiempo, los sindicatos se acomodaron a este sistema en parte porque muchos de sus afiliados estaban satisfechos, y en parte porque creían en la llamada “teoría del volumen fijo de trabajo” (lump of labor): cuando un trabajador mayor abandonaba su puesto, un joven sería contratado en su lugar. En la práctica, esto casi nunca sucedía.

El resultado fue que Schröder, en 2002, logró reelegirse por un margen estrecho. Ese año, las negociaciones de coalición con los Verdes fracasaron estrepitosamente. Fue entonces cuando Schröder decidió, por decirlo así, “coger al toro por los cuernos” y puso fin a ese sistema de subsidios interminables. De allí surgió el paquete de reformas conocido como Agenda 2010, aprobado en la primavera de 2003. La sociedad lo percibió como un conjunto de medidas antisindicales, antiobreras y de austeridad y en parte, así fue.

WB: ¿Podría decirse entonces que, en materia de inmigración, la izquierda ha perdido terreno por su falta de imaginación política?

WS: Se trata de una cuestión muy compleja y multidimensional, sobre la que podríamos hablar durante horas. En la década de 1960, Alemania atravesaba un auge económico. La idea general era la siguiente: personas provenientes del sur de Europa llegarían, trabajarían unos meses y luego regresarían a sus países. Era la época de los Gastarbeiter (trabajadores invitados).

La imagen típica de los años sesenta era esta: trenes que llegaban desde Italia, de los que descendían hombres trabajadores las mujeres se quedaban en sus países, y a finales de año esos hombres regresaban a casa con dinero en los bolsillos.

Con el tiempo se comprobó que aquello era una ilusión. La gente quería quedarse. Trajeron a sus familias. En ese período los sindicatos desempeñaron un papel muy activo en la organización de los trabajadores inmigrantes. El Sindicato de Metalúrgicos, en particular, emprendió campañas de organización específicas. La cultura de solidaridad era fuerte en la izquierda: en una fábrica trabajabas junto a alguien que no era alemán, trababas amistad con él y, si el patrón lo trataba mal, levantabas la voz en su nombre.

En las estructuras intermedias de los sindicatos empezaron a aparecer personas de origen italiano, español o turco. En los años setenta, siendo yo un joven investigador en Opel, escuché una consigna: “En nuestras fábricas no habrá dos clases de animales”. Es decir: los derechos de los trabajadores extranjeros y los de los alemanes serían iguales.

Hoy la situación es completamente distinta. Las fábricas se han reducido. Los inmigrantes ya no trabajan codo a codo con los alemanes, sino con otros inmigrantes, en el sector servicios, en empleos mal remunerados y precarios. No tienen contacto directo con la sociedad alemana. Esto hace que la organización sindical sea mucho más difícil.

En épocas de crisis económica, vuelve a plantearse la pregunta: “¿Por qué estas personas no regresan a sus países?”. El racismo aumenta. En algunos lugares, los sindicatos llegan a aceptar de facto regulaciones que conceden más derechos a los trabajadores alemanes que a los inmigrantes. Donde la tradición socialista es más fuerte, esto ocurre con menor frecuencia, pero aun así sucede.

Existen, sin embargo, historias de éxito. La segunda generación de inmigrantes italianos o españoles ha prosperado en el sector público, en la ingeniería y en los oficios técnicos. Pero en Alemania, la educación es una condición sine qua non para el éxito. Algunos grupos han obtenido mejores resultados que otros en este proceso.

Hoy, en ciertas escuelas primarias, en primero y segundo grado, entre un 70% y un 80% de los niños no habla alemán. Esto genera inquietud entre los padres alemanes, que se preguntan si sus hijos podrán aprender lo suficiente en un entorno así.

WB: ¿Y en cuanto a la clase media-alta y la élite dirigente? ¿Existen personas de origen inmigrante que hayan logrado desprenderse de esa etiqueta y tener éxito?

WS: No ocurre como en el Reino Unido, donde la existencia de una élite se define con facilidad. En Alemania no hay nobleza, ni colegios privados de élite. Además, tras la guerra, la sociedad quedó profundamente trastornada. En 1949, apenas cuatro años después del final del conflicto, Alemania Occidental tenía unos 45 millones de habitantes, a los que se sumaban 15 millones de refugiados llegados del Este. Pueden imaginar el grado de sacudida que ello provocó en la estructura social tradicional.

Por supuesto, si tus padres fueron a la universidad, tus posibilidades de hacerlo también aumentan. Pero Alemania es un país que, ideológicamente, cree que el éxito individual no proviene del linaje, sino del esfuerzo personal.

WB: En comparación con las personas de origen del sur o del este de Europa, ¿existe una diferencia en la aceptación de los inmigrantes musulmanes, sirios o africanos?

WS: Sin duda. Los africanos enfrentan muchas más dificultades. Si eres africano, tu color de piel te delata de inmediato.

En cuanto a Siria, mi observación es la siguiente: una parte importante de los refugiados sirios pertenecía a la clase media. Siria parecía contar con una clase media educada bastante amplia. Hoy en Alemania, al menos donde yo vivo, si vas a un hospital, existe una alta probabilidad de que el cirujano sea sirio.

Los turcos, en cambio, están relativamente bien integrados en la actualidad. En ello influyen de manera decisiva las redes familiares extensas y los vínculos comunitarios. Si eres turco y te mudas a Alemania, allí ya hay muchos turcos que pueden ayudarte. Con ese apoyo, cada cual encuentra su camino y progresa.

El inmigrante turco típico de esta generación quizá no sea un cirujano, pero puede ser propietario de una frutería, por ejemplo. Y la gente sabe que las mejores verduras están en la tienda del turco, porque él se levanta una hora antes que su competidor alemán, va al mercado y elige lo mejor. Con el respaldo de una comunidad nacional y de una familia extensa tradicional, las personas pueden prosperar incluso en un país extranjero.

WB: ¿Y qué hay del islam?

WS: Mi impresión es que la situación en otros países especialmente en Francia es mucho peor. Francia, al ser un país donde la separación entre religión y Estado es extremadamente estricta, mantiene una actitud de distancia hacia toda confesión religiosa. En Alemania, en cambio, no es así. Existen iglesias católicas y protestantes, instituciones establecidas que, al igual que en Inglaterra, son reconocidas por el Estado.

En lo que respecta al islam, los musulmanes no tienen una iglesia propia. Carecen de jerarquías y de una ortodoxia teológica oficial. El Estado alemán ha intentado en ocasiones crear una institución islámica semejante a la Iglesia católica, pero estas estructuras suelen disolverse rápidamente. Entre los musulmanes hay incluso más divergencias que entre los cristianos respecto a cómo vivir su fe, y no existen instituciones capaces de reconciliar esas diferencias.

En Alemania se plantea, además, la cuestión de la distinción entre islam e islamismo. El “islamismo” se percibe como peligroso, pues se le atribuye ser antidemocrático y antisemita. El “islam”, en cambio, se considera aceptable, siempre y cuando no se diga nada sobre el genocidio en Gaza. Si se aborda este asunto, inmediatamente se pasa a ser considerado “islamista”.

Como bien sabe, el Estado alemán actúa con gran severidad en lo que concierne a que sus ciudadanos respalden a Israel, su ocupación de los territorios palestinos y su operación en Gaza.

  • Walden Bello es copresidente del consejo directivo de Focus on the Global South, una organización vinculada al Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Chulalongkorn en Bangkok. Ha sido profesor emérito en la Universidad de Filipinas y en la Universidad Estatal de Nueva York en Binghamton, y ha colaborado con el Transnational Institute (Instituto Transnacional) de Ámsterdam. Autor de numerosos libros, su obra más reciente es Global Battlefields: Memoir of a Legendary Public Intellectual from the Global South (2025).