A pesar de la visión global que los líderes chinos han proclamado, la diplomacia del régimen está ante todo obligada a servir a los intereses de la economía política interna del país. Llenar el vacío repentino de liderazgo global que ha dejado la retirada de Estados Unidos no necesariamente coincide con este objetivo primordial de la diplomacia china.
Muchos comentaristas, al tiempo que elogian el orden internacional liberal que ha sustentado la hegemonía estadounidense, se preguntan si el presidente Donald Trump no ha ofrecido, en efecto, un regalo a su homólogo chino, Xi Jinping. Mientras que Trump valora la imprevisibilidad, Xi se propone situar a China como una fuerza garante de la estabilidad global. Por ello, existe una extendida suposición de que China ocupará con rapidez el espacio dejado por un Estados Unidos cada vez más nacionalista y ensimismado.
Sin embargo, el liderazgo chino no tiene la intención de reemplazar a Estados Unidos. Tal empresa podría resultar demasiado costosa en un momento en que China atraviesa un proceso de reestructuración económica de gran calado. El mundo puede estar cansado del intervencionismo estadounidense y ahora también de la agresividad de Trump; pero ello no significa que esté dispuesto a recibir complacientemente a una superpotencia austera. China ha evitado cuidadosamente implicarse en grandes crisis fuera de su entorno inmediato. Aunque ha propuesto iniciativas globales centradas en el “desarrollo”, la “seguridad” y la “civilización” y ha esbozado una visión de un mundo multipolar en el que todos los países reciban un trato equitativo, sus esfuerzos para realizar estos objetivos se han limitado a la gestión económica estatal.
Mientras los comentaristas extranjeros debaten sobre el contenido y los fines de la visión china algunos retratando a China como un hegemon potencialmente benévolo, otros como uno de intenciones maliciosas, los funcionarios e intelectuales chinos parecen más preocupados por capear la tormenta desatada por Trump.
LOS INTERESES FUNDAMENTALES DE CHINA
Durante mucho tiempo, tanto observadores independientes como los propios líderes chinos han reflexionado sobre una misma cuestión: ¿cuáles son los intereses nacionales fundamentales de China? Desde fuera, la respuesta puede parecer evidente: reemplazar a Estados Unidos. Sin embargo, perseguir ese papel podría entrar en conflicto con otros intereses esenciales, como preservar la legitimidad y la seguridad del régimen, garantizar el aumento sostenido del nivel de vida y lograr la reunificación de Taiwán con el continente. Estos objetivos pueden protegerse mejor manteniendo una paz fría en lugar de un enfrentamiento directo con Estados Unidos.
China, atenta a la experiencia estadounidense, comprende bien que convertirse en superpotencia global podría arrastrarla a conflictos regionales de los que preferiría mantenerse al margen. A la vez, es consciente de que se ha beneficiado considerablemente de la relativa estabilidad de la economía mundial, moldeada en buena medida por Estados Unidos y sus aliados.
Para afrontar sus mayores desafíos, China debe disponer de ingentes recursos y mano de obra dentro de sus fronteras. Los líderes chinos deben ahora gestionar una economía que ya no puede basarse prioritariamente en el desarrollo inmobiliario y las exportaciones, y, al mismo tiempo, prepararse para la posibilidad de que uno de sus principales socios comerciales se aisle por completo. Las tarifas tipo “Día de la Independencia” de Trump y las contramedidas arancelarias chinas fueron una advertencia. Suceda lo que suceda en la guerra comercial, China necesita urgentemente reequilibrar su economía para estimular la demanda interna.
Aunque desde hace tiempo los líderes chinos reconocen la necesidad de este reequilibrio, han actuado con lentitud en la implementación de las políticas necesarias. A pesar de sus mensajes públicos, han seguido priorizando la producción industrial sobre los niveles de vida, y la inversión de capital sobre el consumo de los hogares. Sin embargo, la posibilidad de perder uno de sus principales mercados de exportación debería alterar estos cálculos: ya no queda excusa para más demora.
De manera similar, China otorga gran importancia a establecer cadenas de suministro sólidas que le permitan eludir los puntos de control que Estados Unidos mantiene sobre tecnologías clave. Una proporción significativa de los recursos nacionales ya se dirige a fomentar la innovación doméstica. A medida que la competencia sino-estadounidense se ha intensificado en la última década, los líderes chinos han empezado a considerar la innovación local como una necesidad estratégica. Xi ha advertido repetidamente que China depende de las economías avanzadas en áreas cruciales como los semiconductores de última generación y los motores aeronáuticos. En junio pasado declaró: «Aunque China ha logrado avances notables en iniciativas científicas y tecnológicas, su capacidad de innovación original sigue siendo relativamente débil y ciertas tecnologías básicas y críticas aún están bajo el control de otros».
Más allá de promover la innovación interna, China también se muestra decidida a aprovechar las oportunidades para influir en la agenda global de gobernanza en tecnologías emergentes. Sus recientes logros en el campo de la inteligencia artificial, en particular los modelos de bajo coste desarrollados por DeepSeek que ya pueden competir con los productos de los principales desarrolladores estadounidenses, han proporcionado un nuevo impulso para amplificar su voz. El mensaje de China es claro: un puñado de países ricos no debería monopolizar las tecnologías que definirán el futuro económico de todos. Este mensaje, sin duda, resuena en amplios sectores de la población mundial.
CONTROL DEL ENTORNO PRÓXIMO
Desde hace tiempo, los estrategas chinos subrayan que el objetivo de la política exterior es crear un entorno externo favorable al desarrollo económico interno. Este principio conservador se remonta a Deng Xiaoping y, en la turbulenta coyuntura internacional actual, se ha convertido en el lema de la dirigencia contemporánea. Una vez más conviene insistir: llenar el vacío surgido repentinamente en el liderazgo global puede no ser compatible con este objetivo.
Por ejemplo, durante las tensiones surgidas tras el “Día de la Independencia”, el Buró Político del Partido Comunista de China el órgano más poderoso del país convocó de urgencia a los embajadores chinos en el extranjero. El propósito de esta reunión era evaluar las relaciones de China con sus vecinos, y el alto perfil de los participantes revelaba la sensación de crisis en la cúpula dirigente. Además, este encuentro confirmó que la orientación estratégica de China sigue centrada en su propia región más que en el contexto global.
Uno de los principales socios regionales de China es Rusia. Pekín está decidido a mantener estrechos vínculos con el Kremlin y considera la cooperación ruso-china como una necesidad geográfica y estratégica. Los 4.209 kilómetros de frontera terrestre que separan a ambos países constituyen una razón más que suficiente para esta colaboración. El foco último de China no es Rusia, sino la competencia de largo plazo con Estados Unidos. Una alianza con el régimen del presidente Vladimir Putin podría ofrecer una respuesta, aunque imperfecta a la estrategia de contención que Washington aplica frente a China.
De manera similar, China busca reducir las tensiones con otro gran vecino dotado de armas nucleares: India. Ambas partes son conscientes de que las tensiones estructurales e históricas en sus relaciones, caracterizadas por un evidente desequilibrio de poder y una profunda desconfianza mutua, no desaparecerán fácilmente. Sin embargo, los dos países comprenden que unas relaciones predecibles y estables pueden brindar beneficios considerables con el tiempo, especialmente en el marco del nuevo orden multipolar.
“MULTIPOLARIDAD ORDENADA”
Más allá de gestionar sus relaciones con los países vecinos, China está intentando movilizar al Sur Global para apoyar reformas en las instituciones multilaterales. Cuando los líderes y diplomáticos chinos llaman a una “multipolaridad ordenada”, imaginan un orden internacional donde el mundo no occidental tenga mucho mayor influencia. En consecuencia, China es una firme defensora de la reciente expansión del BRICS y de las propuestas para redistribuir los derechos de voto en las instituciones financieras internacionales dominadas por Occidente.
China también ha buscado influir en la agenda de instituciones vinculadas a las Naciones Unidas donde históricamente la influencia estadounidense ha sido más limitada, como la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y el South Centre. En estos foros, puede asumir un papel de liderazgo limitado sin enfrentarse directamente a Estados Unidos y los países del G7. Nuevamente, el objetivo de China no es desmantelar por completo el orden internacional liberal liderado por Estados Unidos, sino avanzar de manera pragmática sus propios intereses nacionales dentro de ese marco.
En este contexto, la política exterior china se centra en contrarrestar astutamente la influencia estadounidense en los países en desarrollo: construye infraestructuras a gran escala y atiende necesidades de desarrollo largamente desatendidas sin exigir democracia, derechos humanos ni rendición de cuentas. En lugar de ofrecer garantías de seguridad, ofrece carreteras y puentes. A cambio, en una época en la que Estados Unidos y Europa están cerrando sus puertas, China puede garantizar el acceso a materias primas críticas y abrir nuevos mercados para sus empresas estatales y privadas.
Sin embargo, aunque China está dispuesta a mantener una amplia gestión económica estatal en los países en desarrollo, sigue siendo reticente a involucrarse en los complejos asuntos de seguridad en otras regiones del mundo. En muchos escenarios de política exterior, para bien o para mal, el protagonista sigue siendo casi de forma predeterminada Estados Unidos.
Por supuesto, China actuó como mediadora para facilitar un modesto acercamiento entre Irán y Arabia Saudí, y mediante su Iniciativa de Seguridad Global busca promover la cooperación internacional en ámbitos como la lucha contra el terrorismo, la ciberseguridad, la bioseguridad y las nuevas tecnologías. Pero cuando se trata de las guerras entre Rusia y Ucrania o entre Israel y Hamas, China ha evitado asumir cualquier responsabilidad directa, y mucho menos ofrecer garantías de seguridad. Cabe señalar que la supuesta neutralidad de China respecto a la guerra en Ucrania no ha sido aceptada sin reservas: según autoridades ucranianas y de la Unión Europea, China ha ayudado a Rusia a eludir las sanciones y le ha suministrado tecnologías de doble uso, aptas tanto para fines civiles como militares. En cuanto a Gaza, China ha criticado a Estados Unidos por apoyar la agenda del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu de continuar la guerra. No obstante, a diferencia de su relación de dependencia con Irán en materia petrolera, China ha mantenido distancia respecto de otros focos de conflicto.
La renuencia de China a desempeñar un papel activo en la resolución de conflictos en el extranjero podría decepcionar a algunos de los países con los que busca estrechar relaciones. Sin embargo, Pekín confía en poder avanzar dando los mensajes adecuados y defendiendo sus intereses en Medio Oriente, África o Ucrania sin verse arrastrado a complejas negociaciones. Su zona de confort sigue siendo la de un actor comercial más que la de un estratega global o un poder dispuesto a desafiar la arquitectura de seguridad centrada en Estados Unidos.
NO HABRÁ PAX SINICA
De cara al futuro, resulta evidente que China enfrentará tres grandes desafíos si aspira a ejercer un liderazgo global, aunque sea parcial o limitado. En primer lugar, en un momento en que Estados Unidos se retira rápidamente de las relaciones internacionales, China podría encontrar dificultades para mantener sus lazos comerciales con muchas regiones. Después de todo, Washington pretende imponer altos costos a quienes comercian con China, y podría tener éxito en este empeño.
En segundo lugar, China no podrá permanecer indefinidamente al margen de situaciones de seguridad peligrosas. Tarde o temprano, se verá obligada a desarrollar una política exterior verdaderamente global. De hecho, incluso la mera implementación de su propia Iniciativa de Seguridad Global exigirá más que definir agendas: requerirá desplegar personal y recursos de seguridad sobre el terreno. La manera en que China afronte este desafío dependerá tanto de cómo la perciban los demás como de las reacciones ante sus tentativas de asumir un liderazgo global limitado. Estados Unidos podrá estar en retirada, pero eso no significa que observe pasivamente los esfuerzos de China por aumentar su influencia.
En tercer lugar, China aún debe organizar un reequilibrio económico interno, un proceso que tendrá vastas repercusiones a escala global. La transición de un modelo de crecimiento basado en las exportaciones hacia uno orientado al consumo interno tomará años y podría entrar en conflicto con el objetivo de mantener su posición como potencia manufacturera mundial. Este segundo objetivo ya está generando tensiones con algunos países en desarrollo, donde tanto Europa como los productores locales tienen dificultades para competir con los campeones nacionales chinos como el fabricante de vehículos eléctricos BYD. Los países pueden no simpatizar con las presiones arancelarias estadounidenses, pero también se muestran cautelosos ante la competencia china. Los líderes chinos deberán “leer el ambiente” y actuar en consecuencia.
Por lo tanto, aunque su economía siga creciendo, China continuará siendo en gran medida una superpotencia introspectiva y reticente. A diferencia de Estados Unidos, la economía política interna de China exige una política exterior más prudente, centrada especialmente en sus vecinos y en las oportunidades comerciales en el Sur Global.
Mientras el mundo trata de adaptarse al debilitamiento del poder estadounidense y a la transición hacia un orden multipolar, China se convertirá progresivamente en el nuevo centro de gravedad de la economía global. La rivalidad entre estos dos grandes contendientes uno, potencia política y militar; el otro, potencia económica entrañará peligros para todos. Ambas partes deberán actuar con cautela y asegurarse de que la guerra económica no derive en un conflicto que todos acabarían lamentando.
*Yu Jie es investigadora principal sobre China en el Programa Asia-Pacífico de Chatham House.