Los detalles de la crisis pueden ser específicos de Gran Bretaña, pero su naturaleza es universal. En todo el mundo occidental, la desigualdad, el colapso ecológico, las brechas económicas y la descomposición democrática se profundizan a un ritmo acelerado. A pesar de ello, las fuerzas conservadoras y reaccionarias permanecen en el poder: cómodas, obstinadamente aferradas al statu quo. Se aferran a sistemas fracasados y a ideologías agotadas, y rechazan deliberadamente actuar.
Gran Bretaña se encuentra en un estado de fragmentación política, económica, social y de identidad nacional. Las raíces de esta crisis existencial se remontan a la era de Margaret Thatcher, quien fue primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990.
Durante su destructivo mandato, imperaron el fundamentalismo de mercado y la privatización; mientras la sociedad se disolvía, también se erosionaban los pilares del Estado del bienestar.
Este enfoque ideológico devastador continuó a lo largo de los catorce años de gobierno conservador entre 2010 y 2024 un período oscuro marcado por la austeridad, la negligencia, la fragmentación social, el desmantelamiento planificado de los servicios públicos y el vaciamiento de la sociedad civil.
Si se pretende reparar esta devastación y construir una nueva nación, es imprescindible un ejercicio creativo de reimaginación, un enfoque basado en principios a largo plazo y una humildad política virtudes que, sin embargo, están ausentes en el actual gobierno del Partido Laborista bajo el liderazgo de Keir Starmer.
Signos de Decadencia
El sistema de gobierno necesita, en sí mismo, una profunda reforma: se ha vuelto cada vez más centralizado, la representación se debilita y está perdiendo sus características democráticas. El sistema mayoritario no proporcional produce resultados sistemáticamente desproporcionados: los partidos pequeños quedan excluidos y, cuando un partido como ahora el Partido Laborista, que disfruta de una mayoría parlamentaria de 156 escaños sobre todos los partidos de la oposición logra una mayoría tan abrumadora, se vuelve prácticamente inmune a la rendición de cuentas.
Se trata de una estructura dirigida por tecnócratas rígidos, incapaces de imaginar la magnitud del cambio sistémico necesario. Los signos de decadencia son visibles en todas partes:
La desigualdad de ingresos y riqueza alcanza niveles máximos en Europa: el 10 % más rico posee más del 45 % de la riqueza nacional, mientras que los salarios reales llevan dieciséis años estancados. Más de 4,2 millones de niños aproximadamente el 30 % del total viven por debajo del umbral de pobreza. La tasa de personas sin hogar es la más alta entre los países desarrollados. El Servicio Nacional de Salud (NHS) se encuentra en crisis. Las cárceles están peligrosamente superpobladas el Reino Unido encarcela a más personas por habitante que cualquier otro país europeo y sufren de una grave escasez de recursos. Los gobiernos locales, privados de presupuestos durante más de una década, están sometidos a una presión extrema: los servicios juveniles, la asistencia social, las bibliotecas y las infraestructuras básicas han sido prácticamente desmantelados.
Si añadimos a este panorama el Brexit, la devastación medioambiental, la extinción de especies, el colapso de infraestructuras y las redes de transporte disfuncionales, emerge la imagen de un país despojado de su corazón.
Predomina una desconfianza generalizada hacia los políticos y las instituciones incluidos los medios de comunicación. La desesperanza, la fragmentación y la ira atraviesan profundamente a la sociedad; especialmente entre los jóvenes, muchos de los cuales viven en una desesperanza absoluta.
El Peaje Humano
El efecto acumulado de catorce años de gobiernos insensibles, sumado a las consecuencias divisorias del Brexit, ha dejado heridas profundas en el tejido emocional y psicológico del país.
Lo que ha emergido es una forma de trauma social que ha fragmentado la identidad nacional y erosionado los últimos vestigios de dignidad, alimentando una ira generalizada en comunidades de clase trabajadora especialmente abandonadas.
Los trastornos mentales están en rápido aumento; uno de cada cinco ciudadanos declara sufrir algún tipo de problema, con un impacto desproporcionado en los jóvenes y las mujeres. Las tasas de obesidad se encuentran entre las más altas de Europa Occidental: el 64,5 % de los adultos se clasifican como con sobrepeso u obesidad, lo que contribuye a una creciente crisis de salud pública.
Una cultura hedonista y a menudo machista, promovida por misóginos en línea como los hermanos Tate, se ha afianzado aún más. Casi dos tercios de los docentes informan que las redes sociales están deteriorando el comportamiento de los alumnos, quienes adoptan actitudes cada vez más tóxicas —incluyendo el rechazo a comunicarse con profesoras mujeres.
Uno de los fenómenos más alarmantes es el aumento de la violencia contra las mujeres, tanto en línea como física. Las conductas antisociales han crecido un 14 % entre 2021 y 2023, y también se ha registrado un incremento notable en los ataques a docentes reflejando un rechazo más amplio a la autoridad y el arraigo de una cultura de individualismo egoísta.
Comunidades a menudo divididas por líneas raciales se han convertido en terreno fértil para la extrema derecha, que vuelve a ganar terreno. Los discursos extremistas, la desinformación propagada en redes sociales y el oportunismo político descarado provocaron los disturbios raciales de 2024, alimentando una escalada de intolerancia y racismo.
Los políticos de derechas y sus seguidores airados y desorientados buscan chivos expiatorios en los inmigrantes y lamentan la pérdida de unos vagos “valores británicos”, añorando un pasado mítico. Pero cuando se les pregunta cuáles son esos valores, pocos logran ir más allá de eslóganes vacíos.
Los valores que más suelen mencionarse libertad, justicia, tolerancia y el Estado de derecho son ideales compartidos ampliamente en todas las democracias liberales. Sin embargo, en la Gran Bretaña actual, estos ideales están cada vez más erosionados y suelen reducirse a una mera retórica hueca.
El abismo entre el lugar que Gran Bretaña imagina ocupar y en lo que realmente se ha convertido constituye el núcleo de su crisis de identidad y desorientación.
La justicia social prácticamente ha desaparecido; el racismo y la intolerancia hacia inmigrantes y refugiados se intensifican y son constantemente azuzados por políticos oportunistas y medios de comunicación de derechas. Las libertades que antes se consideraban naturales como la libertad de expresión, de protesta y de prensa están siendo sistemáticamente debilitadas mediante leyes represivas, una vigilancia cada vez mayor y una hostilidad abierta hacia la disidencia.
La designación del Grupo Acción Palestina como organización terrorista es el último ejemplo de una serie de medidas represivas que buscan criminalizar la protesta pacífica y silenciar la oposición. La misma hipocresía quedó en evidencia en la indignación política y la histeria mediática desatadas por el grito “Death to the IDF” (“Muerte a las FDI”) pronunciado por Bob Vylan en Glastonbury.
Quienes condenan las palabras de un artista punk permanecen en silencio ante el genocidio que Israel perpetra en Gaza en particular cuando las FDI atacan deliberadamente a civiles en supuestos puntos de distribución de ayuda humanitaria que han convertido en zonas de muerte.
Mientras las protestas simbólicas son castigadas, las masacres en masa son ignoradas o incluso facilitadas abiertamente.
Estas dobles varas de medir exponen el vacío moral que reside en el corazón de la estructura política y del sistema mediático británico: contradicciones y cobardías que distorsionan el debate público, promueven la impunidad y manipulan la opinión de la sociedad.
Qué debe Cambiar
Los problemas de Gran Bretaña no son simplemente el resultado de una mala gestión; y, contrariamente a lo que creen el primer ministro Keir Starmer y su equipo, no pueden resolverse simplemente haciendo funcionar de manera más eficiente los sistemas existentes. La crisis es profunda: está arraigada en un colapso estructural persistente en las esferas económica, política, social y moral, así como en deficiencias sistémicas. Aunque pequeñas mejoras, como la reducción de los tiempos de espera en el NHS, son posibles, ninguna intervención superficial puede propiciar la transformación necesaria.
Es imprescindible un reinicio fundamental: se requiere una transformación radical de mentalidad que se base en la justicia social, la rendición de cuentas democrática y el respeto por el derecho internacional, y que se articule en torno al bien común, la paz y la restauración ecológica.
Debe abolirse el sistema mayoritario no proporcional y reemplazarse por un sistema de representación proporcional. La edad para votar debería reducirse a 16 años y el voto debería ser obligatorio. La Cámara de los Lores debe ser abolida o transformada en una segunda cámara verdaderamente democrática. El poder debe descentralizarse de manera significativa hacia las regiones y las comunidades locales.
Para revitalizar la participación democrática, debe crearse una red de asambleas ciudadanas estas asambleas deberían supervisar la legislación, contribuir al parlamento y, con el tiempo, convertirse en una segunda (o incluso tercera) cámara legislativa. Es ya imprescindible una constitución escrita un documento claro que defina los derechos, establezca las responsabilidades y limite el poder del Estado. Los medios de comunicación deben ser reestructurados; la concentración mediática en manos de multimillonarios debe ser cuestionada de forma directa y, si es necesario, desmantelada.
Asimismo, debe articularse un argumento claro y decidido para reincorporarse a la Unión Europea o al menos a la unión aduanera. El Brexit ha sido un proceso traumático no solo en términos económicos, sino también sociales y diplomáticos. Ha alimentado fantasías nacionalistas y ha deteriorado la reputación de Gran Bretaña, no solo en Europa sino también en el mundo entero.
Opciones
Un sentimiento de desaliento y tensión se extiende por todo el país: la pérdida de identidad tras el Brexit, el colapso de la confianza en sí misma y un deseo silencioso pero profundo de cambio están estrechamente entrelazados.
En este clima encendido, Gran Bretaña se enfrenta a una elección decisiva: ¿una renovación progresista y esperanzadora o una reacción regresiva, alimentada por el miedo y promotora de la intolerancia?
El creciente apoyo a partidos progresistas como los Verdes y los Liberal Demócratas, así como la posible fundación de un nuevo partido socialista encabezado por Jeremy Corbyn y la diputada Zarah Sultana, reflejan el anhelo popular de verdaderas alternativas alternativas que se basan en la justicia social, la acción climática y una política exterior fundada en principios, en particular la solidaridad con el pueblo palestino.
Al mismo tiempo, movimientos de extrema derecha tóxicos como Reform UK continúan capitalizando este caos, fomentando el miedo, la ira y la división social.
Para evitar una fragmentación social aún más profunda y revivir el sentido de esperanza, es esencial que principios morales defendidos con valentía vuelvan al centro del gobierno no como meros eslóganes vacíos, sino transformados en políticas concretas basadas en la justicia social y la inclusión.
Esto exige adoptar medidas ambientales decididas para alcanzar los objetivos de “emisiones netas cero” y crear empleos verdes; respetar el derecho internacional y garantizar la rendición de cuentas de cualquier actor que lo viole; y poner fin a la hipocresía de la política exterior británica en particular, retirando el apoyo brindado a regímenes que ejercen violencia estatal con impunidad, como es el caso de Israel.
No cabe duda de que existe un deseo de transformación en la sociedad. La llegada del Partido Laborista al poder había suscitado la esperanza de que este cambio se materializaría; sin embargo, hasta ahora el partido se ha mostrado totalmente incapaz de responder a la gravedad y el alcance de este desafío: ha permanecido pasivo ante los horrores que sacuden el escenario internacional y, en este momento, se ha convertido en cómplice del genocidio sistemático que Israel perpetra contra el pueblo palestino.
Los detalles de la crisis pueden ser propios de Gran Bretaña, pero su naturaleza es universal. En todo el mundo occidental, la desigualdad, el colapso ecológico, las brechas económicas y la descomposición democrática se están intensificando rápidamente. No obstante, las fuerzas conservadoras y reaccionarias siguen en el poder: cómodas, aferradas con obstinación al statu quo. Se aferran a sistemas fracasados y a ideologías agotadas, y rechazan actuar de manera deliberada.
El futuro justo que tantas personas anhelan no será entregado espontáneamente por estos poderes establecidos. Si ha de producirse renovación y cambio si una democracia genuina, con la justicia social y la libertad en su núcleo, ha de florecer en Gran Bretaña o en cualquier lugar del mundo solo será posible mediante la lucha: debe ser exigida con voz alta y determinación inquebrantable.