En los últimos días, las manifestaciones juveniles organizadas en las plazas de las ciudades marroquíes han puesto de relieve tanto las dinámicas sociales del país como las diferencias entre generaciones. Frente al edificio del Parlamento, en la plaza del Mariscal de Casablanca y en el litoral de Tánger, los jóvenes se han congregado para expresar sus demandas en torno a los problemas del sistema sanitario, la insuficiente calidad de la educación, el aumento del costo de vida, el desempleo y la incertidumbre respecto al futuro.
Estas protestas se presentan como una forma de expresión de las expectativas económicas y sociales de la nueva generación, autodenominada “Generación Z”. A diferencia de los movimientos políticos de etapas anteriores, esta generación adopta un discurso más directo, se organiza mediante herramientas digitales y actúa de manera coordinada, configurando así una modalidad inédita de participación y de movilización social.
En los últimos días, las manifestaciones juveniles organizadas en las plazas de diversas ciudades de Marruecos han puesto de relieve tanto las dinámicas sociales del país como las diferencias entre generaciones. Frente al edificio del Parlamento, en la plaza del Mariscal de Casablanca y en el litoral de Tánger, los jóvenes se han congregado para expresar sus demandas en torno a los problemas del sistema sanitario, la insuficiente calidad de la educación, el aumento del costo de vida, el desempleo y la incertidumbre respecto al futuro. Estas protestas se presentan como una forma de expresión de las expectativas económicas y sociales de la nueva generación, autodenominada “Generación Z”. A diferencia de los movimientos políticos de etapas anteriores, esta generación adopta un discurso más directo, se organiza mediante herramientas digitales y actúa de manera coordinada, configurando así una modalidad inédita de participación y movilización social. La participación observada en las plazas se interpreta no como una reacción circunstancial, sino como la expresión de un descontento social acumulado durante largo tiempo.
Desde Tánger hasta Agadir, esta ola que recorre el país de norte a sur está reconfigurando también la geografía social de Marruecos. En los últimos años, las grandes manifestaciones solían concentrarse en la capital, Rabat, o en Casablanca, considerada la capital económica. Hoy, sin embargo, incluso en ciudades pequeñas, grandes grupos de jóvenes logran reunirse simultáneamente y, a través de las redes sociales, marcar la agenda nacional. “La vida se ha vuelto difícil, la esperanza se ha reducido, el futuro no se vislumbra, el pueblo exige el fin de la corrupción…” son palabras que resuenan en las calles como una declaración identitaria de toda una generación. Esta juventud no se limita a quejarse; también busca definirse en el plano social. Es como si dijera: “Esto somos, así pensamos y no queremos este futuro”. Pues, a diferencia de sus padres, esta generación no considera la “paciencia” una virtud. Para ellos, la paciencia significa, en realidad, aceptar un sistema con todos sus problemas y resignarse a la situación. En este sentido, las protestas no se reducen a simples demandas sociales y económicas; encierran también un reclamo más profundo: el derecho a la palabra, la libertad de expresión, el deseo de decirle a una clase política que no escucha: “Estamos aquí”.
La mayoría de los manifestantes no está vinculada a ningún partido político. Pero esto no significa apatía política; al contrario, refleja el esfuerzo por construir un nuevo espacio público más allá de la política existente. Conceptos como “justicia”, “transparencia” y “rendición de cuentas”, presentes en las consignas, ya no son demandas abstractas, sino realidades que los jóvenes sitúan en el centro de su vida cotidiana. El “equilibrio de estabilidad” sobre el que se ha sostenido durante tanto tiempo la política marroquí se alimentaba del silencio. A corto plazo, las reformas económicas y la asistencia social eran consideradas suficientes para garantizar la satisfacción de las mayorías. Sin embargo, la nueva generación no se conforma con la satisfacción: exige “participación”, exige que el Estado recuerde sus responsabilidades frente a la ciudadanía. En este sentido, las acciones de la “Generación Z” representan más que una simple protesta: constituyen también una revisión crítica de la idea misma de representación política.
Tras las protestas, el movimiento conocido como “GenZ212” difundió en las redes sociales una lista razonada de demandas que incluía servicios de salud, igualdad en la educación, representación política y justicia en la administración pública. En dicha lista, se subrayaba como prioridad la mejora de los servicios en los ámbitos sanitario y educativo. Entre los problemas señalados por la juventud se encuentran la insuficiencia de la infraestructura hospitalaria en varias regiones del país, la carencia de equipamiento en los centros educativos y la falta de docentes. Según los jóvenes, la prioridad fundamental del Estado no debería ser la visibilidad internacional, sino la mejora de las condiciones de vida cotidianas de la población. Estas exigencias confluyen con críticas directas a los preparativos para la Copa Africana de Naciones (CAN), que Marruecos acogerá a finales de 2025, así como para el Mundial de Fútbol de 2030, que organizará junto con España y Portugal. En este contexto, los elevados gastos considerados “innecesarios” generan un creciente malestar; gran parte de la juventud sostiene que los miles de millones de dirhams destinados a la construcción y renovación de estadios, inversiones en infraestructuras, proyectos hoteleros y procesos de licitación internacional deberían emplearse en cubrir las necesidades diarias de la ciudadanía. La frase de un joven difundida en las redes sociales “El trofeo viene, pero nosotros seguimos en la cola del hospital” resume de manera clara el sentir colectivo. A juicio de esta generación, existe una diferencia evidente de prioridades entre las inversiones de prestigio del Estado y las necesidades esenciales de la sociedad. En un país donde el fútbol despierta un interés transversal en casi todos los sectores sociales, la aparición de estas protestas revela con nitidez la profundidad y la seriedad del malestar.
Otro aspecto destacado en la lista de demandas y en los discursos en las plazas es la crítica a la corrupción y al soborno. Los jóvenes señalan que, en muchas ocasiones, los trámites en las instituciones públicas dependen de “intermediarios conocidos” o de “pagos indebidos”, lo que genera una injusticia tanto en el acceso al empleo como en la prestación de servicios. Esta situación apunta a una grave erosión en la relación de confianza entre el Estado y la ciudadanía. Las “zonas grises” en las que “un pequeño favor se confunde con un soborno” son denunciadas con firmeza por la nueva generación, que reclama también una rendición de cuentas moral. La expectativa dominante es que, para fortalecer las instituciones, no basta con reformas técnicas: se requiere una auténtica renovación ética. En este sentido, se observa que esta generación no exige una revolución ni una demolición, sino una reparación. Su indignación no se dirige contra la existencia del Estado, sino contra el modo en que este funciona. Por ello, este movimiento debería considerarse no como una amenaza para el futuro del país, sino como una oportunidad: las demandas de esta generación no representan una simple revuelta juvenil pasajera, sino un llamado a un nuevo contrato social, susceptible de convertirse en garantía del bienestar colectivo en Marruecos.
Estos jóvenes recurren menos al discurso político tradicional que a mensajes sociales, menos a explicaciones largas que a expresiones breves y contundentes. En las pancartas destacan frases irónicas pero claras, como: “Tenemos fosfatos, pero no tenemos esperanza” o “Mi país es costero, pero todo me resulta caro”. Este lenguaje refleja una forma de conciencia social en la que la rabia y el humor, la crítica y la esperanza se entrelazan. Las redes sociales se han convertido en el principal espacio de organización del movimiento. Manteniéndose a distancia de los partidos políticos tradicionales, los jóvenes elaboran su propia agenda directamente a través de las redes de comunicación social. Este nuevo estilo constituye, para el sistema político, tanto una advertencia como una oportunidad. Una advertencia, porque los jóvenes ya no guardan silencio. Una oportunidad, porque sus voces mantienen aún abierta la posibilidad del diálogo.
Como señalé en un texto anterior, los fundamentos religiosos (الثوابت الدينية) que históricamente han constituido el sustrato de unidad de la sociedad marroquí continúan siendo una de las referencias más sólidas para mantener al país cohesionado en períodos de crisis. Gracias a dichos fundamentos, amplios sectores sociales se han mantenido alejados de una polarización política aguda. Sin embargo, los acontecimientos recientes muestran que, a pesar de este suelo de unidad, la generación joven no permanece en silencio frente a los problemas económicos. Hablan desde dentro de la cohesión protegida por los fundamentos religiosos, pero se niegan a callar. Esto no implica un debilitamiento de la conciencia de solidaridad social, sino más bien una transformación de la misma. Los jóvenes buscan un nuevo equilibrio entre la fe y la paciencia. La gran mayoría mantiene su fidelidad a la religión, a la monarquía y a la patria; sin embargo, rechaza permanecer en silencio ante la injusticia económica y la desigualdad de oportunidades sociales. Conceptos como salud, educación, transparencia y mérito ya no tienen en su lenguaje un sentido ideológico, sino vital.
En consecuencia, estas protestas no representan una impugnación de la legitimidad del sistema, sino más bien una convocatoria a revisar su funcionamiento. Los jóvenes no se oponen a las instituciones históricas ni rechazan los valores sociales. Su demanda es que este marco moral, tejido de valores, se vea respaldado por la justicia económica y que el sistema se renueve y se repare a sí mismo. Desean sentirse orgullosos del prestigio internacional de su país, pero esperan que ese orgullo sea coherente con la realidad de sus vidas cotidianas. Reducir la distancia entre los grandes proyectos estatales y las pequeñas esperanzas del pueblo constituye hoy su exigencia fundamental. En este sentido, puede afirmarse que las movilizaciones de la “Generación Z” en Marruecos poseen un contenido y un significado distintos a los de la Primavera Árabe.