Para el siglo XVII, tras la conquista de ciertas regiones del continente americano por parte de holandeses e ingleses, los judíos pudieron finalmente establecerse en estas tierras. En su mayoría, eran descendientes de familias expulsadas de la península ibérica. No obstante, en las primeras colonias españolas y portuguesas, los judíos no gozaban de libertad para practicar abiertamente su fe.
Los judíos fueron excluidos de las colonias del Nuevo Mundo pertenecientes a España sin embargo, ello no impidió que autores judíos y conversos escribieran sobre el continente americano.
Cada cierto tiempo, resurge una historia sobre Cristóbal Colón: ¿acaso el navegante genovés que descubrió América para España era en realidad un judío en secreto? ¿Podría haber sido miembro de una familia española que huía de la Inquisición?
Este relato cobró popularidad a fines del siglo XIX, cuando numerosos judíos de Rusia y Europa del Este emigraban hacia los Estados Unidos. Para estos migrantes, el año 1492 tenía un doble significado: la expulsión de los judíos de España y el inicio del viaje de exploración de Colón. En una época en que muchos estadounidenses consideraban al almirante como un héroe, la posibilidad de que él también fuese uno de los suyos ofrecía a los judíos inmigrantes una forma de vincularse tanto con el nacimiento de su nuevo país como con la redención frente a las persecuciones del Viejo Mundo.
No obstante, el problema con la teoría de que Colón era judío no radica solo en su endeble fundamento documental. También oscurece la historia mucho más compleja y auténtica de los judíos sefardíes en América.
Durante el siglo XV, los judíos del reino enfrentaron una difícil disyuntiva: convertirse al cristianismo o abandonar las tierras que durante generaciones habían considerado su hogar. Los judíos portugueses sufrieron presiones y persecuciones similares. Algunos buscaron nuevos asentamientos; otros permanecieron, con la esperanza de ser aceptados en la sociedad cristiana. Pero ambos grupos compartían una búsqueda: la de un lugar al cual pertenecer.
Como investigadores de la historia judía, trabajamos en las primeras traducciones al inglés de dos textos del siglo XVI. El Libro de la Nueva India de Joseph Ha-Kohen y los escritos espirituales de Luis de Carvajal figuran entre los más antiguos textos judíos sobre el continente americano.
La historia del Nuevo Mundo no puede considerarse completa sin las voces de las comunidades judías que formaron parte de este proceso desde sus inicios.
Conciencia Doble
Los primeros judíos que llegaron al continente americano no eran, en realidad, judíos practicantes, sino conversos, es decir, personas que se habían convertido al cristianismo, así como sus descendientes.
Durante casi mil años, los judíos vivieron en la península ibérica una existencia relativamente pacífica y próspera, hasta que, en el verano de 1391, fueron blanco de una serie de episodios violentos. Como resultado, miles de ellos se vieron forzados a convertirse al cristianismo.
Aunque los conversos eran oficialmente miembros de la Iglesia católica, siempre fueron objeto de sospecha por parte de su entorno. Algunos continuaban practicando en secreto la fe de sus antepasados: eran los llamados criptojudíos. Para detectar y castigar a quienes fueran considerados herejes en especial los conversos del judaísmo o del Islam, las autoridades españolas establecieron la Inquisición.
En 1492, tras la caída del último bastión musulmán en la península, los monarcas Fernando e Isabel ordenaron a los judíos restantes que se convirtieran al cristianismo o abandonaran el país. Con el tiempo, también los conversos del Islam serían expulsados.
Algunos judíos convertidos al cristianismo buscaron forjar una nueva vida en el creciente Imperio español. Como señala el historiador Jonathan Israel, los judíos y conversos fueron tanto “agentes del imperio como sus víctimas”. Su familiaridad con la lengua y la cultura ibérica, así como la dispersión de sus comunidades, los hacían aptos para participar en actividades económicas globales como el comercio de azúcar, textiles, especias y seres humanos es decir, la esclavitud atlántica.
A pesar de ello, los conversos eran mucho más vulnerables que otros ciudadanos: podían perderlo todo por motivos de fe e incluso ser quemados en la hoguera. Esta conciencia doble pertenecer a una cultura y, al mismo tiempo, ser excluido de ella convierte a los conversos en actores imprescindibles para comprender la complejidad del periodo colonial en América Latina.
Para el siglo XVII, cuando los holandeses e ingleses se apoderaron de algunas regiones del continente americano, los judíos pudieron finalmente establecerse en esas tierras. La mayoría descendía de familias expulsadas de la península ibérica. Sin embargo, en las primeras colonias españolas y portuguesas, los judíos no gozaban de libertad para profesar abiertamente su religión.
Uno de esos conversos fue Luis de Carvajal. Su tío, Luis de Carvajal y de la Cueva, homónimo suyo, era un comerciante, tratante de esclavos y colonizador. En recompensa por sus servicios, fue nombrado gobernador del Reino de Nuevo León una vasta región montañosa de pantanos, desiertos y minas de plata, ubicada en lo que hoy es el noreste de México. En 1579, llevó consigo a numerosos familiares para poblar y administrar este territorio.
El tío era un católico devoto, decidido a dejar atrás su origen converso y a integrarse en la nobleza terrateniente del Nuevo Mundo. Pero su joven heredero, también llamado Luis, era un apasionado criptojudío que pasaba sus horas escribiendo oraciones al Dios de Israel y cumpliendo en secreto los mandamientos de la Torá.
En 1595, cuando Luis y su familia fueron arrestados por la Inquisición, su libro de escritos espirituales fue confiscado y utilizado como prueba de su identidad judía oculta. Luis, su madre y su hermana fueron quemados en la hoguera; sin embargo, su pequeño diario, encuadernado en cuero, ha llegado hasta nuestros días.
La espiritualidad de Luis se nutría de una amplia gama de influencias de la cultura hispánica de la Edad Moderna. Utilizaba una Biblia en latín y se inspiraba en pensadores católicos que promovían una espiritualidad introspectiva, como el dominico Fray Luis de Granada. Había conocido al ermitaño y místico Gregorio López. Durante su labor como vicerrector en el célebre convento de Santiago de Tlatelolco en Ciudad de México, leyó obras de teólogos católicos que citaban a Maimónides y a otros rabinos.
Sus escritos espirituales tienen una profunda impronta americana: los vastos desiertos de México y sus poderosos huracanes fueron escenario de sus despertares religiosos; los contactos con los pueblos y culturas emergentes del mundo atlántico moldearon su visión espiritual. Este pequeño libro constituye un ejemplo único de la cultura brillante y creativa que emergió del tránsito entre el Viejo y el Nuevo Mundo, fruto de la interacción y el conflicto entre diversas lenguas, creencias y tradiciones.
Más Allá de la Traducción
En 1492, los judíos españoles que se negaron a convertirse al cristianismo fueron expulsados y se les prohibió el ingreso a las colonias del reino.
El itinerario de la familia de Joseph Ha-Kohen ilustra claramente estas dificultades. Tras el exilio, la familia se instaló en Aviñón, ciudad papal del sur de Francia, donde nació Joseph en 1496. Desde allí se trasladaron a la ciudad mercantil italiana de Génova, con la esperanza de iniciar una nueva vida. Sin embargo, esa esperanza también se desvaneció. La familia fue expulsada repetidas veces, readmitida temporalmente y luego deportada de nuevo.
A pesar de esta inestabilidad, Ha-Kohen se convirtió en médico y comerciante; fue una figura destacada dentro de la comunidad judía y ganó el respeto de la sociedad cristiana. En sus últimos años, se retiró a un pequeño pueblo de montaña fuera de la ciudad y se dedicó a la escritura.
Después de redactar una obra sobre las guerras entre cristianos y musulmanes y otra sobre la historia del pueblo judío, emprendió un nuevo proyecto: adaptó para lectores judíos la Historia general de las Indias, del historiador español Francisco López de Gómara, que relata la colonización del continente americano.
Este trabajo de Ha-Kohen se convirtió en el primer texto escrito en hebreo sobre América. El manuscrito constaba de cientos de páginas y Ha-Kohen lo copió íntegramente a mano en nueve ocasiones. Nunca llegó a conocer América, pero los numerosos exilios que sufrió a lo largo de su vida quizás lo llevaron a preguntarse si, algún día, los judíos buscarían refugio en esas tierras.
Ha-Kohen deseaba que sus lectores adquirieran conocimientos geográficos, botánicos y antropológicos a través del texto, pero no quería reproducir la retórica triunfalista de España. Por ello, reconfiguró la obra, creando una traducción híbrida. Las diferencias entre estas versiones revelan también la complejidad de ser judío europeo en la era de los descubrimientos.
Eliminó las referencias a América como territorio español y criticó los abusos de los conquistadores contra los pueblos originarios. En ocasiones, estableció una analogía entre los antiguos israelitas de las Escrituras y los indígenas americanos, considerándolos víctimas de opresión y sintiendo hacia ellos una afinidad. No obstante, en otros pasajes expresó una marcada alienación e incluso repulsión frente a las tradiciones indígenas, calificando sus prácticas religiosas de “oscuras”.
Traducir los escritos de estas personas no implica únicamente trasladar un texto de una lengua a otra. Es también un ejercicio de reflexión profunda sobre la compleja situación social y cultural que vivieron los judíos y conversos en esa época. Sus perspectivas únicas iluminan la historia entrelazada de Europa y América, y arrojan luz sobre esa experiencia de “estar en el medio” que caracterizó la vivencia judía en la temprana modernidad.
- Flora Cassen, Profesora Asociada de Historia y Estudios Judíos en la Universidad de Washington en San Luis, e investigadora principal del Instituto Hartman.
- Ronnie Perelis, Profesor Asociado de Estudios Sefardíes en la Universidad Yeshiva.