Los Cuadernos Negros de Heidegger y la Cuestión Judía 2.0

noviembre 4, 2025
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Encontrar antisemitismo en el mayor filósofo del siglo pasado puede parecer, para el complejo académico judío, una peligrosa avería; pero para quienes llevan su antisemitismo con cierta dosis de orgullo, se trata de una característica de diseño. Porque ellos no abordan este pensamiento como un reflejo moral superficial, sino como algo que exige atravesar el mismo estupor instintivo que sintió Adán cuando, en el Paraíso, comprendió lo que había hecho el Demonio; no lo excluyen, sino que lo asumen.

Es un supuesto que no requiere prueba afirmar que las obras de Martin Heidegger no ocuparán nunca un lugar de honor en ninguna biblioteca judía. Desde su breve rectorado en las universidades alemanas, iniciado en 1932, Heidegger fue vinculado al régimen nazi. Su nombramiento fue aprobado personalmente por Hitler, y desde ese momento quedó condenado a ser incluido en la lista negra de los círculos judíos internacionales. Sin embargo, pronto perdió la fe en el nuevo partido en el poder y, en 1934, se desvinculó de él. El silencio y la pasividad que mantuvo tras la guerra no hicieron sino reforzar la atmósfera de sospecha y de complicidad que envolvía tanto a su persona como a su obra. (Como veremos, incluso su ruptura con el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei se utilizaría en su contra, debido a las razones mismas de esa separación).

No obstante, los debates académicos en torno a Heidegger se habían ido extinguiendo lentamente hasta el año 2014, cuando salieron a la luz los llamados Cuadernos Negros (Schwarze Hefte). Estos cuadernos constituían una mezcla de diarios personales y notas de trabajo, redactadas entre 1932 y los primeros años de la década de 1970. Esa forma híbrida, entre el registro íntimo y la anotación profesional, cobraría una relevancia especial cuando Heidegger fue acusado de un delito ya familiar: el antisemitismo.

Los Cuadernos Negros de Heidegger (Heidegger’s Black Notebooks, Columbia University Press, 2017) es una compilación de doce ensayos que abordan este debate desde distintas perspectivas académicas e intelectuales. Sin embargo, todos los textos convergen en torno a los pasajes “antisemitas” presentes en dichos cuadernos. Las acusaciones dirigidas contra Heidegger que recuerdan en cierto modo a un juicio académico-espectáculo se fundamentan en dos tipos distintos de antisemitismo. El primero podría denominarse “antisemitismo normativo”: abarca toda crítica al judaísmo o a las tradiciones judías que el propio lobby judío considera “antisemita”. El segundo tipo de acusación opera en un plano filosófico y se refiere al concepto heideggeriano de “judaísmo como entidad histórico-ontológica” (being-historical Judaism). Si bien este concepto no aparece de manera explícita en los Cuadernos Negros, se asume que está arraigado en el sistema filosófico del autor y que se manifiesta de modo implícito a través de ciertas expresiones allí contenidas. Las críticas dirigidas a los judíos suelen ser reinterpretadas por activistas judíos bajo la etiqueta de antisemitismo, despojándolas así de su contenido analítico y transformándolas en un estigma moral negativo.

Es una táctica conocida. En el plano filosófico, los críticos de Heidegger tienden a recurrir a las estrategias intelectuales más controvertidas, derivadas en gran medida del entorno académico disfuncional que ellos mismos han contribuido a construir.

Conviene, ante todo, hacer una breve observación sobre Heidegger. Para quien no esté familiarizado con la filosofía, sus textos resultan cerrados, oscuros y de difícil comprensión. El lector debe poseer además cierto conocimiento del linaje filosófico en el que Heidegger escribe, a fin de situarlo históricamente y comprender frente a qué o contra quién está escribiendo. Incluso para quienes poseen una sólida formación filosófica, hoy son pocos los interesados en este pensador alemán, considerado uno de los mayores filósofos del siglo XX así se lo denomina también en la mencionada compilación—. Sospecho (y no es más que una conjetura) que, si uno trabaja en una universidad británica de ladrillo rojo dedicada a la filosofía analítica o de la mente, jamás habrá leído una sola página de Heidegger. En cambio, en cualquier departamento vinculado con los “estudios de la victimización”, se le menciona exclusivamente por su relación con la única figura que literalmente fue Hitler en la historia, y por su presunto antisemitismo.

Teniendo esto en cuenta, me abstendré de ensayos explícitamente heideggerianos, dejando de lado los debates de orden ontológico y epistemológico, para concentrarme en aquellas gotas del supuesto veneno antisemita que han provocado semejante reacción en los círculos académicos judíos. También será útil examinar cómo esas expresiones tan vigorosas como ambiguas han sido reutilizadas por sus supuestas víctimas.

Uno de los autores del volumen, Sander L. Gilman típico representante del activismo académico judío, resume así el eje central de la compilación:

“El escándalo actual en torno a Heidegger se refiere al contenido antisemita de los Cuadernos Negros que escribió durante los años de la guerra.”

Mientras los defensores subrayan la rareza de tales expresiones dentro de miles de páginas, los acusadores sostienen que dichas formulaciones impregnan todo el pensamiento heideggeriano.

Ahora bien, ¿qué debe entenderse exactamente por contenido antisemita? El editor de la compilación ofrece una definición del antisemitismo que merece ser citada íntegramente. Dicha definición resulta decisiva tanto para comprender el telos el propósito y la raison d’être de la obra, como para someterla, a la vez, al examen crítico de sus propios criterios.

El antisemitismo es una actitud o una forma de comportamiento dirigida contra los judíos, basada en rumores, prejuicios o en supuestas fuentes “científicas” como la teoría racial o, simplemente, el racismo, que opera en los planos emocional y/o administrativo y conduce a los siguientes resultados:
a) Difamación;
b) Denigración universal;
c) Aislamiento: prohibiciones profesionales, guetos, campos;
d) Exilio: emigración;
e) Exterminio: pogromos, ejecuciones masivas, campos de muerte.

Asimismo, consideramos antisemita todo aquello que defina a los judíos precisamente como “judíos”.

En resumen: el antisemitismo es la expresión del odio y de la hostilidad dirigidos contra los judíos.

Se trata, sin duda, de una definición extensa. Tal vez estemos demasiado acostumbrados a las versiones breves y concisas de los diccionarios. Al mismo tiempo, esta definición posee un carácter marcadamente maníaco. Si se asume que la menor señal de antisemitismo puede desencadenar, por efecto mariposa, amenazas de enorme magnitud, no resulta difícil imaginar que semejante definición podría ser pronunciada, entre ráfagas de pánico ascendente, por un Dalek.

Esta cadena de amenazas que se extiende desde la “difamación” hasta el Holocausto evoca aquel mapa visual contra el racismo producido y difundido por la Anti-Defamation League: la llamada “Pirámide del Odio”. En esa estructura, las “Actitudes Prejuiciosas” ocupan la base, seguidas por las “Conductas Prejuiciosas”, luego la “Discriminación”, más arriba la “Violencia Motivada por el Prejuicio” y, en la cúspide, el “Genocidio”. Así como la marihuana suele ser descrita como una “droga de iniciación” hacia dependencias más severas, aquí las “expresiones insensibles”, el “lenguaje no inclusivo” y las “microagresiones” se presentan como etapas inevitables en el camino hacia los campos de exterminio. El editor de la compilación emplea un esquema igualmente hiperbólico en su definición, elevando el antisemitismo al rango de una narrativa total de amenaza progresiva.

Resulta particularmente interesante la afirmación según la cual “todo aquello que defina a los judíos como judíos” debe considerarse antisemita. ¿Acaso solo los propios judíos pueden llamar “judío” a un judío? Del mismo modo, ¿solo los negros pueden dirigirse entre sí utilizando la palabra “negro”? Incluso cuando se explota la posición de víctima, el discurso académico judío conserva con frecuencia un tono cuasi masónico: solo el judío puede reconocer al judío. Tal vez parte de las reacciones más vehementes ante las críticas de Heidegger a los judíos reflejen, en el fondo, un miedo a ser reconocidos o, peor aún, desenmascarados.

Frente a las acusaciones de antisemitismo contra Heidegger, existen dos líneas fundamentales de defensa. La primera subraya la extrema escasez de tales expresiones problemáticas; la segunda sostiene que los posibles prejuicios personales del filósofo contra el judaísmo no guardan relación alguna con su proyecto filosófico. Esta primera estrategia defensiva es resumida por uno de los autores de la compilación, Richard Polt, en los siguientes términos:

“Los primeros cuatro tomos abarcan un total de 1.753 páginas. Según mis cálculos, solo veintisiete de ellas contienen referencias a los judíos o al judaísmo, y, consideradas en su contexto, estas podrían fácilmente reducirse a unas diez páginas. De esas diez, estimo que apenas una decena presenta un carácter abiertamente antisemita.”

Si adoptáramos una mirada estructuralista a la antigua, podríamos formular el dato del siguiente modo: redondeado a dos decimales, únicamente el 0,6 % de los Cuadernos Negros de Heidegger incluso según el cálculo de un autor que concede validez a las acusaciones puede considerarse antisemita. El efecto es casi mágico: resulta evidente que Heidegger manejaba las palabras con un poder que rozaba lo oculto. Tan escasas expresiones producen, sin embargo, una resonancia desmesurada; incluso la enunciación performativa de un antisemitismo trivial parece interpretarse como parte predestinada del camino hacia un segundo Holocausto.

Volviendo a la introducción, nos encontramos con el ejemplo A una de las “expresiones de peor reputación” contenidas en los Cuadernos Negros, en la que Heidegger reflexiona sobre el judaísmo, la nación y las fronteras militares.

“El judaísmo mundial, incitado por los emigrados de Alemania, es inasible en todas partes. Cuando despliega todo su poder, no necesita emprender acción militar alguna; en cambio, nosotros debemos sacrificar la mejor sangre de nuestro pueblo, lo mejor de lo mejor.”

Si Heidegger sugiere aquí que un pueblo sin Estado no puede mantener un ejército permanente y, por tanto, no puede participar directamente en las guerras, resulta difícil refutar su argumento. Sin embargo, dentro del contexto de la compilación, la cuestión decisiva es el problema del “contexto” planteado posteriormente por el editor:

“¿Es antisemita esta nota la anterior, o acaso lo es toda la lista?”

Las afirmaciones individuales deben situarse en marcos más amplios; aislarlas y calificarlas de antisemitas de manera directa equivale a ignorar las condiciones, los contextos e incluso las modalidades de pensamiento que las hicieron posibles.

Ninguna expresión en un texto posee significado por sí misma; solo lo adquiere en relación con el contexto que la rodea. Pero ¿qué ocurre en los casos en que no aparecen expresiones abiertamente antisemitas? ¿Es posible preparar el terreno para discursos antisemitas, promoverlos o insinuarlos, sin enunciarlos explícitamente? ¿Y hasta qué punto resulta justo acusar de antisemitismo en tales circunstancias?

El editor de la compilación consolida esta discusión con una frase decisiva:

“El antisemitismo puede operar eficazmente incluso cuando no está presente de forma explícita en las expresiones acusatorias.”

Afirma además que los Cuadernos Negros de Heidegger, e incluso todo su legado su Nachlass, son “susceptibles de ser desarrollados en direcciones antisemitas”.

Es precisamente en este punto donde conviene mantenerse especialmente alerta ante las artimañas del posestructuralismo. Por ello, resulta oportuno un breve desvío para situar a Heidegger y a sus críticos aquí tratados dentro de ese movimiento intelectual aparentemente subversivo. En torno al posestructuralismo o, si se prefiere, al posmodernismo circulan en ciertos ámbitos de la derecha disidente innumerables y torpes necedades. Entre los nombres clásicos responsabilizados de haber instaurado en la academia contemporánea un clima de libertad epistemológica excesiva se encuentran Jacques Derrida, Michel Foucault, Jean-François Lyotard, Jacques Lacan (si entre quienes leen estas líneas hay alguien que entienda una sola palabra de lo que decía, ruego me lo haga saber), Julia Kristeva y otros. Aunque el papel de estas figuras en el desarraigo de la razón respecto de sus fundamentos ilustrados suele sostenerse con argumentos plausibles, fuera del mundo universitario casi nadie las lee.

La filosofía opera mediante un efecto de goteo; lo mismo ocurre en el mundo del diseño de moda (y, en realidad, en la academia en general). Las extravagancias que se exhiben en las pasarelas de París o Milán están destinadas únicamente a ser llevadas por estrellas del pop, pero con el tiempo versiones diluidas de esos diseños acaban llegando a los escaparates de las tiendas. El pensamiento posestructuralista como otras corrientes filosóficas que marcaron época funciona de manera similar. Nadie se convirtió de la noche a la mañana en un “sujeto pensante” plenamente consciente de su existencia tras la publicación del Discurso del método de Descartes. Del mismo modo, la Crítica de la razón pura no provocó una “revolución kantiana” inmediata en el ámbito científico; más bien, Kant escribió sobre la razón de tal forma que sus ideas terminaron por confluir con los campos del saber que debían explicar la relación entre el observador y lo observado.

Los efectos del pensamiento filosófico se manifiestan con el tiempo, y las peores derivas del posestructuralismo o del posmodernismo nacido en los años sesenta o, más precisamente, el abuso de estas corrientes comienzan apenas ahora a dar sus frutos más amargos.

Aun así, confieso un interés particular por los primeros escritos de Derrida, especialmente por sus ensayos y libros filosóficos. Sin embargo, buena parte de lo que encuentro en las críticas provenientes de la extrema derecha suena como si proviniera de “alguien que oyó hablar de Derrida por otro que oyó hablar de él”. No hay ni la más mínima familiaridad con los textos ni con sus conceptos. Para leer a Derrida, uno debe comprender que no se trata de “filosofía para el público”, sino de “filosofía para filósofos”. Pero, como un virus filtrado de un laboratorio chino, las peores formas de la “deconstrucción” derridiana se escaparon, se transmitieron de oído en oído y se popularizaron.

El pensamiento posestructuralista ofrece intuiciones valiosas mientras permanece dentro del ámbito académico. Sin embargo, cuando sale del aula y comienza a influir en el mundo exterior cuando las personas en la universidad, y los medios que las siguen de cerca, llegan a creer que Derrida afirmaba realmente que “un texto puede significar cualquier cosa”, aparecen los resultados que hoy contemplamos.

En un artículo que escribí para Counter-Currents, defendí a Derrida, especialmente en relación con su obra Of Grammatology. En síntesis, el pensamiento posmoderno permite una amplia gama de trucos intelectuales. Y lo mismo puede decirse de Heidegger.

En el plano epistemológico, y desde la lógica inductiva, en algunos ensayos de esta compilación es evidente que “algo turbio sucede en el cruce”.

Las acusaciones dirigidas contra Heidegger pueden resumirse en lo siguiente: que los judíos representan la alteridad, que promueven el dominio global a través del desarrollo tecnológico y que son excesivamente racionales. Bettina Bergo subraya “la supuesta carencia de mundo y la habilidad calculadora de los judíos”. Estos rasgos se vinculan, según Heidegger, con la Machenschaft la manipulación técnica y la cooperación con estructuras de gigantismo, a la que considera el factor esencial de la devastación del mundo. El editor agrupa el antisemitismo en el pensamiento heideggeriano bajo tres categorías principales.