Alguien como Elon Musk, seguido por el mundo entero con una mezcla de admiración, asombro, inquietud, temor y perplejidad, se ha convertido, consciente o inconscientemente, en uno de los principales portavoces de la visión neo-orientalista y la xenofobia. Aunque Musk y sus seguidores lo consideran un superhéroe que salvará a la humanidad de las crisis que enfrenta, sus discursos no difieren mucho de las narrativas coloniales que siguen frescas en la memoria colectiva de la humanidad.
El mundo observa con atención el respaldo abierto de Musk a movimientos políticos calificados como «extremistas» tanto en EE.UU. como en diversos países, especialmente en Europa. Recientemente, Musk participó por videoconferencia en un mitin del partido Alternativa para Alemania (AfD), catalogado como de extrema derecha. A través de su red social, X, reiteró su apoyo a este partido y a su líder. Además, en las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de 2024, Musk apoyó a Donald Trump, también considerado «extremista», poniendo a su disposición no solo la plataforma X, sino también su influencia económica como el hombre más rico del mundo. No se limitó a esto, sino que organizó mitines a medida que se acercaban las elecciones. Tras la victoria de Trump, Musk fue designado copresidente de la nueva Agencia de Eficiencia Gubernamental.
Musk, quien estuvo en el centro de los debates durante el proceso electoral y sus secuelas en EE.UU., también libró una feroz disputa con el gobierno británico. Las medidas adoptadas por el Reino Unido para restringir publicaciones en redes sociales que inciten al odio y la discriminación contra inmigrantes, así como las investigaciones y detenciones de quienes incurran en tales delitos, situaron a la plataforma X y, por ende, a Musk, en el epicentro de la polémica.
Musk se presenta como un defensor inquebrantable de la libertad de expresión absoluta. Argumenta que los medios tradicionales limitan esta libertad según los intereses de los centros de poder y que esto impide a las personas acceder a información veraz. Afirma que X es una plataforma de información genuina y sin restricciones. En este sentido, hay que reconocerle ciertos méritos. Tras la compra de X, restauró muchas cuentas cerradas o suspendidas por la administración anterior bajo las directrices del gobierno de EE.UU. Entre ellas, la de Donald Trump. Además, X jugó un papel clave en la difusión de los crímenes de guerra y las violaciones de derechos humanos en Gaza, resistiendo en un primer momento la propaganda israelí y luego, a pesar de las restricciones, continuó dando voz a Gaza.
Hijo de una familia de origen británico nacido en Sudáfrica y luego residente en EE.UU., Musk se define como un cristiano cultural. Sin embargo, tras recibir presiones por sus críticas iniciales a los ataques de Israel sobre Gaza, mencionó que había asistido a una escuela judía en su infancia. Aunque sus publicaciones, posturas políticas y discursos sugieren una cercanía con los conservadores, resulta difícil encasillarlo por completo. Apoya y defiende los valores y el estilo de vida de la civilización occidental, hasta el punto de querer llevarlos a Marte cuanto antes para hacer de la humanidad una especie multiplanetaria.
Desafiante ante el orden establecido en temas como la natalidad, el género, el cambio climático y las políticas ambientales, Musk, por otro lado, respalda los antiguos discursos reaccionarios de Europa y Occidente en general con el pretexto de defender la libertad de expresión.
Musk no solo destaca por su apoyo a Trump y a líderes de extrema derecha en Europa ni por su control sobre X. Sus empresas SpaceX, Neuralink, Tesla Motors y The Boring Company, que innovan en tecnologías espaciales, médicas, vehículos eléctricos y autónomos, internet satelital y sistemas de transporte subterráneo, refuerzan su fama y poder financiero. Se erige como el nuevo símbolo de la revolución digital, internet y tecnologías computacionales que EE.UU. inició en los años 90 con Bill Gates y Steve Jobs. Además, con sus masivas inversiones en inteligencia artificial en 2024, se espera que supere pronto a sus competidores.
Añadiendo a su ya vasto poder el respaldo a Trump y su posible papel en el mercado de criptomonedas, Musk demuestra una actitud cada vez más intervencionista en los procesos políticos de diferentes países. Su capacidad para influir en los mercados financieros globales lo convierte en una figura tanto irresistible para sus seguidores como formidable para sus oponentes. Esto puede interpretarse como una señal de que el mundo está en un proceso de transición hacia un nuevo orden económico.
Paradójicamente, mientras acumula este poder, Musk critica la globalización y se enfrenta a figuras como George Soros y Bill Gates, representantes de la hegemonía tecnológica y financiera de EE.UU. Su postura contra los proyectos globalistas de sus fundaciones choca con sus propias intervenciones en la regulación tecnológica y políticas migratorias de otros países, evidenciando una de sus mayores contradicciones.
La retórica neo-orientalista y el Islamofobia
Occidente está perdiendo población y el acceso a recursos naturales es cada vez más difícil. Han surgido nuevos rivales que desafían su hegemonía militar y económica. A esto se suma la creciente presencia de «otros» en las grandes ciudades occidentales. En este contexto, los discursos de Musk y las antiguas narrativas coloniales emergen como un salvavidas.
Este discurso redefine desde una perspectiva occidental todo lo positivo y civilizado, mientras clasifica al resto como bárbaros irremediables. Asociar inmigrantes con criminalidad y escándalos de abuso sexual justifica la exclusión y el discurso de odio. Dentro de este grupo, los más fácilmente atacados son los musulmanes, cuyo imaginario colectivo sigue ligado al 11-S, Al Qaeda y el Estado Islámico.
Musk parece articular su oposición al statu quo europeo mediante su rechazo a la inmigración, especialmente musulmana, amplificando publicaciones que relacionan inmigración con criminalidad. Con Trump en el poder, veremos si su discurso y actitud cambian. Sin embargo, es evidente que respaldar a corto plazo discursos occidentales retrógrados y enfermizos no beneficiará a nadie.