«La situación de los Acuerdos de Abraham tras Gaza»

julio 15, 2025
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Los acuerdos árabe-israelíes lograron preservar en gran medida su existencia durante la guerra en Gaza; sin embargo, su futuro dependerá de las dinámicas más amplias que se desarrollen en Oriente Medio y más allá. Mientras no exista un compromiso creíble con el reconocimiento de un Estado palestino, cualquier proceso de normalización que se intente a nivel popular será como los esfuerzos de Sísifo: una tarea perpetuamente repetida y jamás concluida.

Cambio de contexto

Los Acuerdos de Abraham, firmados en la Casa Blanca el 15 de septiembre de 2020 durante el primer mandato del presidente Donald Trump, representaron un hito significativo en la diplomacia estadounidense en Oriente Medio. Estos acuerdos condujeron a tratados de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y, posteriormente, Marruecos. Israel también inició un proceso de normalización con Sudán, aunque las turbulencias internas en este país impidieron que dicho proceso derivara en una normalización plena de las relaciones.

El objetivo general de los acuerdos era reducir las tensiones en Oriente Medio mediante la normalización de las relaciones entre Israel y varios países árabes considerados moderados. A cambio, estos Estados accederían a tecnologías avanzadas y nuevas oportunidades comerciales, fortaleciendo su posición frente a la amenaza estratégica común que percibían en Irán. El plan constituía la continuación del taller regional titulado “De la paz a la prosperidad”, celebrado en Bahréin en junio de 2019 bajo la dirección de Jared Kushner, yerno y entonces asesor de Trump. La inspiración de los acuerdos descansaba en la idea de que la geoeconomía podía superar conflictos aparentemente irresolubles y reducir las tensiones geopolíticas a través de incentivos financieros y económicos.

Desde la perspectiva de Washington, los Acuerdos de Abraham cumplían un doble propósito: consolidar el papel de Estados Unidos como garante de la seguridad regional y marginar el conflicto israelí-palestino de la agenda diplomática. Además, al asumir el rol de patrocinador y garante de estos acuerdos, Estados Unidos buscaba contrarrestar la creciente influencia regional de China, en particular en el ámbito de las tecnologías avanzadas. La administración de Joe Biden respaldó los acuerdos e intentó mantener su impulso, con Arabia Saudí emergiendo como un actor clave en los esfuerzos por ampliar el proceso de normalización. Sin embargo, esta dinámica se vio interrumpida tras los ataques perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023, que provocaron la invasión de Gaza por parte de Israel. La respuesta israelí, que causó la muerte de decenas de miles de civiles y la devastación de gran parte de la infraestructura de la Franja, generó condenas a nivel regional y global. A pesar de que los Acuerdos de Abraham lograron en gran medida mantenerse durante la guerra, su futuro dependerá de las dinámicas más amplias que continúen desarrollándose tanto en la región como en el ámbito internacional.

La Resiliencia de los Acuerdos de Abraham

Durante el conflicto de Gaza, mientras las tensiones regionales aumentaban, los contactos árabe-israelíes derivados de los Acuerdos de Abraham se mantuvieron en gran medida restringidos a las relaciones interestatales y a vínculos entre empresas aisladas; en cambio, los intercambios a nivel social disminuyeron notablemente e incluso llegaron a invertirse. Esta dinámica coincidió con un aumento en la oposición popular de los pueblos árabes a la normalización con Israel. Sin embargo, el marco fundamental de los acuerdos permaneció mayoritariamente intacto, debido a las ventajas estratégicas que ofrecían. Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos gestionaron las consecuencias de la guerra de Gaza en función de lo que percibieron como sus propios intereses.

En el caso de los Emiratos Árabes Unidos, los ataques del 7 de octubre ralentizaron una relación dinámica y orientada a los negocios con Israel. Tras la firma de los acuerdos, Emiratos e Israel establecieron rápidamente relaciones diplomáticas, eliminaron los requisitos de visado mutuos e iniciaron vuelos directos, impulsando así los negocios y el turismo, especialmente desde Israel hacia los Emiratos. Ambos países firmaron en 2022 un acuerdo de libre comercio y una asociación económica integral que manifestaban su deseo de cooperar en diversos sectores, desde la tecnología hasta la infraestructura. Su objetivo era aumentar el comercio bilateral anual de 2.500 millones de dólares en 2022 a 10.000 millones para 2027.

Asimismo, en septiembre de 2023, India, Israel, Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos lanzaron la iniciativa conjunta conocida como I2U2, centrada en las tecnologías avanzadas y la seguridad alimentaria. Aunque Emiratos condenó públicamente las acciones de Israel durante la guerra en Gaza, no rompió relaciones diplomáticas. Las instituciones respaldadas por el gobierno emiratí mantuvieron sus contactos con homólogos israelíes; sin embargo, se suspendieron proyectos de alto nivel como el de la compañía emiratí ADNOC, que junto a BP y la israelí NewMed preveía explotar de forma conjunta el mayor yacimiento de gas natural marino de Israel. También se vieron afectados el turismo y el transporte aéreo: el número de visitantes israelíes que llegaban a Dubái en avión cayó bruscamente, aunque luego volvió a recuperarse. Por otro lado, el conflicto impulsó la creación de una nueva ruta terrestre entre Emiratos e Israel a través de Arabia Saudí y Jordania, permitiendo que las empresas israelíes evitaran los ataques de Ansarolá a los buques que navegan por el mar Rojo hacia Israel desde Yemen.

Por su parte, Bahréin, que alberga la Quinta Flota de Estados Unidos, firmó en 2022 el primer acuerdo formal de seguridad entre Israel y un miembro del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Sin embargo, el comercio bilateral entre Bahréin e Israel representaba solo una fracción del comercio entre Emiratos e Israel; entre 2021 y 2022, el volumen total no superó los 20 millones de dólares. Tras el estallido de las hostilidades en Gaza, el embajador israelí abandonó el país, aunque el gobierno de Manama no expresó ninguna intención de retirarse de los Acuerdos de Abraham. Bahréin continuó subrayando la importancia de los vínculos en materia de seguridad y defensa con Israel, incluidas actividades de formación en inteligencia y ventas de drones israelíes a Bahréin.

La normalización de Marruecos con Israel, por su parte, estuvo estrechamente vinculada a las reivindicaciones de soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. A finales de 2020, la administración Trump reconoció las pretensiones de Marruecos sobre la región, lo que allanó el camino para que Rabat estableciera relaciones diplomáticas con Israel. En 2021, ambos países firmaron un memorando de entendimiento en materia de defensa, que condujo a una serie de acuerdos armamentísticos que incluían drones de última generación, sistemas de defensa aérea y satélites de inteligencia. Más allá de los intereses de seguridad compartidos, Marruecos e Israel también mantienen vínculos culturales e históricos: las autoridades marroquíes reconocen el patrimonio judío del reino, y una parte significativa de la población israelí tiene ascendencia marroquí. Aunque la guerra en Gaza redujo el flujo turístico de Israel hacia Marruecos, otras facetas de la relación se mantuvieron intactas. Por ejemplo, en el sector automotriz, Israel comenzó a importar vehículos desde Marruecos en lugar de Turquía. Además, instituciones académicas marroquíes de prestigio, como la Universidad Politécnica Mohammed VI, continuaron sus acuerdos de cooperación con homólogos israelíes.

Fuera de los signatarios de los Acuerdos de Abraham, resulta imposible ignorar el caso de Arabia Saudí, que antes del conflicto de Gaza había iniciado un proceso de acercamiento con Israel. El reino ya había dado señales de apertura con la Iniciativa de Paz Árabe lanzada en 2002 por el entonces príncipe heredero Abdullah, que proponía relaciones plenas a cambio de la retirada de Israel de los territorios árabes ocupados. Desde que se convirtió en líder de facto de Arabia Saudí en 2016, el príncipe heredero Mohammed bin Salman también realizó gestos de buena voluntad, como la apertura del espacio aéreo saudí a vuelos comerciales israelíes. Paralelamente, buscó atraer inversiones extranjeras en el marco de la ambiciosa agenda Visión 2030, que incluía mega proyectos como NEOM, donde resultaban especialmente atractivas las capacidades tecnológicas avanzadas de Israel en inteligencia artificial, biotecnología y tecnologías agrícolas. Aunque antes de octubre de 2023 el príncipe heredero había insinuado avances en las conversaciones bilaterales, los ataques de Hamás y la respuesta israelí interrumpieron el proceso y obligaron a Riad a adoptar un enfoque más crítico, exigiendo como condición para la normalización un compromiso israelí de reconocer a Palestina como Estado.

Todas estas experiencias ponen de relieve hasta qué punto el conflicto de Gaza puso a prueba a los países árabes que habían normalizado sus relaciones con Israel. Ninguno de los signatarios se retiró formalmente de los acuerdos, lo que indica que los objetivos estratégicos a largo plazo primaron sobre las repercusiones políticas inmediatas. Sin embargo, el coste político de la normalización con Israel aumentó tras el estallido de la guerra, debido a que la opinión pública árabe mantiene una profunda simpatía por la causa palestina y la percibe como una cuestión que atañe no solo a los palestinos, sino a todo el mundo árabe.

Un Entorno Cambiante para los Acuerdos de Abraham

Durante el período más intenso de la guerra de Gaza, la participación de algunos países árabes en la defensa frente a los ataques de Irán contra Israel llevó al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, a abogar por una “Alianza de Abraham” de carácter securitario, concebida como un respaldo a los Acuerdos de Abraham. Sin embargo, esta visión defensiva que presentaba a Irán como el enemigo regional común de Israel y los Estados árabes se ha debilitado a raíz de las transformaciones geopolíticas tanto regionales como globales. Además, la sostenibilidad a largo plazo de los acuerdos podría depender de su capacidad para atender las preocupaciones de seguridad de todas las potencias regionales, incluida Irán.

Nuevas Realidades en Oriente Medio

El histórico acuerdo entre Arabia Saudí e Irán alcanzado en 2023 gracias a la mediación de China, y el posterior proceso de distensión, han propiciado la normalización de las relaciones entre los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) e Irán, debilitando así tanto la lógica de los Acuerdos de Abraham como la necesidad de adoptar medidas geopolíticas frente a Teherán. Irónicamente, los devastadores ataques israelíes contra Hamás en Gaza desde octubre de 2023, la disminución de la influencia de Hezbolá en Líbano y el colapso del régimen de Bashar al-Assad en Siria han puesto de manifiesto las debilidades de Irán, empujando a Teherán a adoptar una postura más cooperativa con sus vecinos árabes.

Los iraníes, enfrentados a múltiples desafíos, han presentado su propio marco para la cooperación regional: lo han denominado Mwada (Unión de Diálogo de Asia Occidental Musulmana), una suerte de contrapropuesta a los Acuerdos de Abraham. Según las palabras del exministro de Asuntos Exteriores iraní, Mohammad Javad Zarif, Mwada promueve la cooperación con fines de seguridad y prosperidad regional entre todos los países musulmanes chiíes y suníes. Este plan incluye de manera destacada a Turquía, tradicional rival histórico de Irán, pero excluye a Israel por razones religiosas, lo que representa una clara diferenciación respecto al modelo “abrahámico”.

El único camino posible para reconciliar estos enfoques aparentemente opuestos podría ser un acuerdo entre Estados Unidos e Irán. Tras regresar al poder en enero de 2025, Donald Trump declaró que priorizaría un acuerdo de este tipo “en lugar de bombardear Irán”. En este contexto, las sanciones vigentes y la renovada campaña de “máxima presión” de Washington podrían interpretarse como un intento de devolver a Teherán a la mesa de negociaciones. Un resultado diplomático exitoso podría debilitar uno de los principales impulsos que sustentan los Acuerdos de Abraham y volver a situar la cuestión palestina como una preocupación regional central a ser abordada antes de cualquier expansión de los acuerdos hacia otros países. Por el contrario, si las negociaciones fracasan, los Estados árabes podrían optar por avanzar en la desescalada y la integración económica con Irán; y, especialmente si Estados Unidos no estuviera dispuesto a ofrecer garantías de seguridad firmes, también podrían verse inclinados a fortalecer sus propios programas militares. En cualquier caso, el impulso geopolítico que surgió tras los acuerdos de 2020 parece haberse desvanecido por el momento.

Por último, cualquier discusión sobre el futuro de la seguridad regional debe necesariamente incluir a Turquía. Miembro de la OTAN y con décadas de relaciones con Israel, Ankara suspendió sus relaciones comerciales con Israel en mayo de 2024 debido al agravamiento de la guerra en Gaza. En el ámbito interno, la postura del presidente Recep Tayyip Erdogan como defensor de la causa palestina ha contribuido a potenciar el poder blando del país y a avanzar sus intereses regionales. Erdogan también ha iniciado un proceso de reconciliación con los países del Consejo de Cooperación del Golfo, en particular con Arabia Saudí, tras una década de desconfianza y tensiones que siguió a las revueltas árabes de 2010-2011.

En un momento en que las relaciones entre Israel y Türkiye parecen más tensas que nunca, Ankara ha propuesto su propio marco geoeconómico regional: el Proyecto de la Ruta de Desarrollo de Irak, que busca establecer un corredor comercial desde el puerto de Faw hasta la frontera turca, conectando Asia con Europa. Türkiye presenta este proyecto como una alternativa atractiva frente al Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC). La caída del régimen de Asad en Siria en la que han jugado un papel clave las fuerzas opositoras respaldadas por Türkiye ha otorgado a Ankara una influencia creciente en la configuración del futuro geopolítico y geoeconómico de Oriente Medio.

Oriente Medio en un Mundo Multipolar

Más allá de los cambios en el paisaje regional, Oriente Medio se ha convertido también en parte del proceso de transición hacia un orden mundial caracterizado por un creciente multipolarismo, acelerado por la competencia entre Estados Unidos y China y la formación de bloques geopolíticos y geoeconómicos rivales, e incluso a veces superpuestos. Entre estos bloques destacan el bloque occidental articulado en torno al G7; estructuras alternativas como BRICS+, que incluye a países de Oriente Medio como Irán, Egipto y Emiratos Árabes Unidos; y OPEP+, que agrupa a todos los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) junto a Rusia, Irán, Irak y numerosos productores de petróleo de África y América Latina. Estos desarrollos han contribuido al debilitamiento del impulso para adherirse a marcos patrocinados por Estados Unidos, como los Acuerdos de Abraham.

Los países BRICS+, liderados por China y Rusia, buscan alternativas al sistema financiero global dominado por Occidente. Ambas potencias han criticado el uso del dólar estadounidense como arma, especialmente en el contexto de la guerra en Ucrania. Aunque la idea de una moneda de reserva de BRICS+ parece por ahora lejana, estos proyectos se alinean con los esfuerzos pragmáticos de China por promover el yuan como moneda de referencia para la fijación de precios, facturación y pagos en la compraventa de petróleo. El establecimiento de la Bolsa de Futuros de Shanghái y la cotización del primer contrato de futuros de crudo en yuanes en 2018 han materializado en gran medida este objetivo. Para grandes productores de Oriente Medio como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, esto podría traducirse en una progresiva desdolarización de sus reservas de divisas, con la consiguiente necesidad de convertir activos denominados en petro-yuanes en inversiones y comercio alineados con China, la Iniciativa de la Franja y la Ruta y BRICS+.

El desarrollo de monedas digitales ha facilitado esta reducción de la dolarización; estas monedas pueden ser emitidas por bancos centrales para uso nacional y transfronterizo o presentarse como activos privados conocidos como “criptomonedas estables”. Emiratos Árabes Unidos ha elaborado uno de los marcos regulatorios más avanzados para respaldar ambos tipos de monedas digitales, impulsando proyectos piloto como mBridge y AED coin.

La transición energética global y la descarbonización constituyen también una dimensión clave de este panorama cambiante, con potenciales implicaciones geoeconómicas profundas para Oriente Medio. China ha alcanzado una posición dominante en las cadenas de suministro industriales críticas vinculadas a la “economía verde”. Las empresas chinas, respaldadas por el Estado, están cada vez más presentes en Oriente Medio, dispuestas y capacitadas para construir megaproyectos centrados en la reducción de carbono, participar en su financiación conjunta y transferir las tecnologías asociadas a sus socios regionales. Este compromiso contrasta con la política climática estadounidense, caracterizada por fluctuaciones e incoherencias, especialmente a raíz de la retirada de la administración Trump de los compromisos de descarbonización asumidos por la administración Biden.

China también se ha consolidado como un actor clave en la transformación digital global. Gigantes tecnológicos chinos como Huawei, Tencent, ByteDance y Alibaba están expandiendo su influencia en el exterior. Desde semiconductores hasta computación en la nube, robótica avanzada e inteligencia artificial, China ha alcanzado la capacidad de ofrecer alternativas a las tecnologías más sofisticadas de Occidente. Oriente Medio y el Norte de África, en pleno proceso de transformación económica y avances tecnológicos impulsados por el Estado, se han convertido en terreno fértil para la aplicación de estas tecnologías. En el marco de la Iniciativa de la Ruta de la Seda Digital, Pekín alienta a sus empresas tecnológicas a colaborar con los países de la región especialmente los del CCG adaptándose a sus realidades locales y facilitando transferencias tecnológicas. Por el contrario, la cooperación en materia tecnológica entre Israel y China, que en su momento fue floreciente, se ha debilitado, como resultado combinado de las críticas severas de China a la actuación israelí durante la guerra de Gaza y de las crecientes presiones de Estados Unidos sobre el ecosistema tecnológico israelí altamente integrado con Silicon Valley y el gobierno israelí para reducir su cooperación con Pekín.

En consecuencia, los marcos geoeconómicos que subyacen implícitamente en los Acuerdos de Abraham están perdiendo atractivo en múltiples sectores: desde las industrias tradicionales hasta las tecnologías financieras, medioambientales y digitales emergentes y sus redes de producción y comercio. Desde una perspectiva política, la deriva hacia un orden económico y geopolítico multipolar se ha hecho aún más evidente bajo el enfoque aislacionista de Trump, que favorece un mundo organizado en esferas de influencia.

En este contexto, parece racional que potencias regionales como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos adopten alianzas múltiples como mecanismo de protección a largo plazo frente a un “momento unipolar” cada vez más debilitado, al tiempo que mantienen estrechos vínculos con Occidente y, en particular, con Estados Unidos. Para Emiratos Árabes Unidos, la aproximación a Asia especialmente a China no constituye un juego de suma cero: los Emiratos siguen firmemente comprometidos con su asociación en materia de seguridad con Washington y, a través de instrumentos clave de inversión como ADQ y MGX, han aumentado el volumen total de inversiones en Estados Unidos hasta alcanzar un billón de dólares, con un énfasis particular en la tecnología avanzada.

En cuanto a Arabia Saudí, su descontento con la reticencia de la administración Biden a ofrecerle garantías de seguridad exhaustivas ha impulsado la búsqueda de asociaciones alternativas, incluyendo el fortalecimiento de sus lazos con China y Rusia. Cabe recordar que desde su fundación en noviembre de 2016, Arabia Saudí ha ejercido un liderazgo compartido y eficaz junto a Rusia en el seno de OPEP+, desempeñando un papel crítico en la coordinación entre productores de petróleo de dentro y fuera de la OPEP. Más recientemente, Arabia Saudí ha sido reconocida como “socio de diálogo” por la Organización de Cooperación de Shanghái. Aunque en la cumbre de Johannesburgo de agosto de 2023 los países nucleares de BRICS invitaron formalmente al reino a unirse a BRICS+, Riad ha evitado tanto formalizar su adhesión como ofrecer una declaración definitiva al respecto. No obstante, ha mantenido su asociación de larga data con Estados Unidos, aprovechando la inclinación de Trump por una diplomacia mercantilista: Arabia Saudí ha acogido varias rondas de conversaciones de paz entre Moscú y Kiev, capitalizando sus buenas relaciones con ambas partes.

Conclusión: El Indicador Gaza

Donald Trump ha reavivado la idea de ampliar los Acuerdos de Abraham. En el centro de esta nueva iniciativa se encuentra la expansión de los acuerdos a Arabia Saudí. Sin embargo, la justificación de los acuerdos y los beneficios esperados podrían definirse, en la actualidad, más por su dimensión económica que por las ganancias geopolíticas que en un principio se consideraban vitales. La prosperidad económica compartida asociada a los Acuerdos de Abraham deberá demostrarse a mayor escala frente a la enorme tarea de reconstruir Gaza y apoyar el desarrollo en países árabes en crisis como Siria, Líbano, Libia y Yemen.

La manera en que Gaza sea reconstruida y gobernada podría convertirse en un indicador clave de la prosperidad económica compartida que se asocia a los Acuerdos de Abraham. A partir del plan egipcio anunciado por la Liga Árabe a comienzos de marzo de 2025, un proyecto de rehabilitación coordinado que incluya a los Estados árabes y otros actores internacionales podría abrir el camino hacia un marco más amplio de solución pacífica regional y reconstrucción. A su vez, vincular la revitalización de Gaza con la reconstrucción de Siria y Líbano, con el Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC), con iniciativas conjuntas en materia energética y con la exploración y exportación de gas natural en alta mar, podría fortalecer los intereses compartidos y aumentar la confianza entre los participantes. En particular, las asociaciones económicas en los ámbitos de la tecnología, el comercio y las energías renovables podrían respaldar los esfuerzos de normalización impulsados por el sector privado y la sociedad civil.

Sin embargo, como ha demostrado la historia reciente, mientras no exista un compromiso creíble con el reconocimiento del Estado palestino el tema controvertido que los Acuerdos de Abraham precisamente intentaron evitar, cualquier normalización que se lleve a cabo a nivel popular se asemejará a los esfuerzos de Sísifo: un trabajo perpetuo, repetitivo y nunca culminado.