La Guerra Contra Venezuela Es Una Mentira

diciembre 1, 2025
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Si todas esas mentiras no constituyen la verdadera razón de la guerra, ¿cuál es entonces la razón auténtica? Por lo general, las causas son múltiples, y entre ellas figuran factores tan dispares como la ubicación de los yacimientos petrolíferos, la infancia de Marco Rubio, las armas que Lockheed Martin desea exhibir, aquello que Trump cree que atraerá más atención mediática durante las vacaciones, el afán de poder, el sadismo, etcétera. Rara vez existe un único motivo. Y, en la mayoría de los casos, tampoco hay forma de dotar a tales motivos de una coherencia estrictamente “racional”.

El índice del libro La guerra es una mentira ofrece una pista acerca de lo que no son las verdaderas causas: aquello que normalmente se invoca para justificar la violencia no guarda relación alguna con la compleja red de impulsos políticos, económicos, psicológicos y estratégicos que suelen conducir a la guerra.

En 2010 escribí un libro titulado La guerra es una mentira; en 2016 se publicó una edición revisada. Si la suerte me acompaña y logro encontrar el tiempo y si las guerras disminuyen, aunque sea por un instante, publicaré una nueva versión en 2026. Sin embargo, ya puedo aplicar la idea central del libro a la guerra amenazada contra Venezuela.

El argumento de la obra no es, por supuesto, que las guerras no sean reales, sino que nada de lo que se dice habitualmente para justificarlas es verdadero. El libro comienza así:

“Ninguna de las creencias que mantienen viva la guerra es cierta. Las guerras no pueden ser buenas ni gloriosas. No pueden justificarse como un medio para alcanzar la paz o cualquier otro bien valioso. Las razones que se alegan para las guerras antes, durante y después (a menudo tres conjuntos distintos de razones para la misma guerra) son todas falsas. Partimos de la suposición de que, como no iríamos a la guerra sin un buen motivo, cuando vamos a la guerra debemos tener uno. Esta idea debe invertirse. Dado que no puede existir un buen motivo para la guerra, cada vez que entramos en una guerra, participamos en una mentira”.

Si Estados Unidos inicia una guerra de nueva escalada contra Venezuela y si algún día esa guerra termina, podría revelarse tal como se nos dirá que se trató de un esfuerzo absurdo por llevar la democracia a un pueblo ingrato e incapaz, que “no la deseaba realmente”. O quizá puesto que vivimos en el país de lo insólito, donde estallan brotes ocasionales de sinceridad se nos diga que la guerra no fue más que un robo de petróleo. Y si, en última instancia, Rusia llegara a involucrarse (lo peor siempre es posible), entonces, por supuesto, se afirmará que fue Rusia quien inició la guerra, siempre y cuando quede alguien vivo para decirlo y para preocuparse por ello. Pero todo esto pertenece a un futuro imprevisible.

Antes de que la guerra concluya, si Venezuela como cabría esperar, haciendo lo mismo que todos los pueblos ocupados en la historia ofrece resistencia y se establece una ocupación indefinida, las razones invocadas para continuarla incluirán noblezas espurias como la necesidad solemne de que mueran más soldados estadounidenses para “honrar” a los ya caídos; diversas narrativas sobre drogas y democracia; o, si un demócrata ha ascendido al trono en el Salón de Baile de Trump, el cacareado orden basado en reglas; o tal vez si nadie ha ascendido la vieja-nueva-siempre-presente xenofobia racial. Pero todo esto será válido únicamente después de que una nueva guerra haya comenzado.

¿Y qué ocurre con lo que se nos dice ahora para iniciarla (y que, con toda probabilidad, será olvidado más adelante)? Ante todo, lo que se nos dice no funciona. Las encuestas muestran que la población estadounidense se opone de forma contundente a una guerra contra Venezuela. Ese hecho desaparecerá de las narrativas futuras, haya o no guerra. Pero pensemos en esto: ¿qué significa llevar “democracia” a Venezuela en contra de la voluntad de un pueblo que se opone a la guerra lanzada por su propio gobierno? Para comprender el término “democracia” en la política exterior estadounidense, basta con aceptar que es simplemente un eufemismo de “poder estadounidense”.

Se han realizado encuestas engañosas que muestran un supuesto apoyo mayoritario a volar por los aires botes repletos de drogas que llegarían a Estados Unidos. En realidad, estas encuestas se han usado como fachada para justificar la ejecución de personas detectadas en embarcaciones a miles de millas del país. En términos propagandísticos, posiblemente buscaban generar apoyo para una guerra más amplia, aunque sin éxito; pero sí han logrado desviar la atención de cualquier persona honesta hacia preguntas equivocadas.

El asesinato es ilegal. La guerra es ilegal. La amenaza de guerra es ilegal. Estas verdades elementales se ocultan cuando la pregunta pasa a ser: “¿Había armas de destrucción masiva en Irak?” o en este caso cuando se formulan preguntas como:

• “¿Es volar botes una parte de la guerra?”
• “¿Existe realmente el cartel inventado por la CIA?”
• “¿Qué ambiguos argumentos usaron los abogados de Trump para convertir estos asesinatos en actos de guerra y, por ende, legales (aunque la guerra misma no sea legal), y simultáneamente presentarlos como acciones que no constituían guerra ni hostilidad alguna para eludir la Ley de Poderes de Guerra?”

No es necesario atender a semejantes preguntas.

El asesinato es ilegal, forme o no parte de una guerra. Seguiría siéndolo incluso si el Congreso aprobara una resolución en su contra. Aunque el Senado haya rechazado tal resolución y aunque el presidente de la Cámara, Mike Johnson, haya bloqueado ilegalmente su votación, continúa siendo ilegal. El hecho de que atacar Venezuela sea visto como manifiestamente ilegal incluso por personas en general afines al militarismo explica probablemente la dimisión reciente del jefe del Comando Sur. Los crecientes debates en torno a la responsabilidad de desobedecer órdenes ilegales no son ajenos a esta amenaza de guerra. Se informa además de que el Reino Unido ha dejado de compartir información que podría facilitarla. Imagínese cuán lejos debe llegar un gobierno estadounidense para que esto ocurra.

Un columnista del New York Times afirma que Estados Unidos debe derrocar al gobierno venezolano porque está aliado con enemigos de EE. UU. y oprime a su pueblo. Cualquiera de estos argumentos justificaría que casi cualquier país atacara a cualquier otro. La idea de que Rusia, China e Irán por separado o juntos intentan “establecerse” en lo que se describe como el “patio trasero” de Estados Unidos para lanzar un ataque contra Washington es una proyección tan grotesca como ridícula; pero incluso si fuese creíble, no justificaría atacar Venezuela ni empujar al resto de América Latina hacia alianzas más estrechas con esos supuestos enemigos. Las sanciones ilegales de Estados Unidos, que han provocado la muerte de numerosos venezolanos, son de hecho la causa principal de gran parte del sufrimiento que los comentaristas estadounidenses atribuyen al gobierno venezolano.

En años pasados, el Premio Nobel de la Paz se otorgó en varias ocasiones a iraníes críticos de su gobierno, precisamente cuando Irán era objetivo del Pentágono. Pero aquellos galardonados dejaban claro que, aunque criticaran al gobierno, no querían que su país fuera bombardeado, pues ello conduciría a algo mucho peor. Este año, en cambio, el premio se ha otorgado a un venezolano que pide el hambre y la invasión de su propio país. Ello se utiliza para alimentar la mentira de que los venezolanos están dispuestos a ser atacados para librarse de su gobierno. Si alguien quiere creer tal disparate, debería pensar en lo harto que está del gobierno estadounidense y luego preguntarse si desearía que bombardearan su propia casa.

La noción de “derrocar” sugiere, para la mayoría, una operación rápida y limpia que no dañará sus hogares. Sin embargo, lo rápido y limpio suele volverse interminable y desastroso. El debilitamiento del “síndrome de Irak”, es decir, la pérdida de memoria colectiva sobre la relación entre las guerras reales y la retórica que las precede, es una tragedia. Los golpes de Estado no traen paz, sino muerte y devastación sin fin.

Derrocar un gobierno debe entenderse como un crimen, no como la aplicación de la ley; sin embargo, oímos una y otra vez que las víctimas “eran criminales”. Trump declaró recientemente que no importaba que Arabia Saudí hubiera asesinado a un periodista estadounidense porque aquel periodista era “problemático”. Las guerras suelen venderse con argumentos más contundentes que ese: con acusaciones de culpabilidad.

Además, las guerras suelen presentarse como defensas frente a una agresión ajena. El gobierno venezolano no tiene dificultad alguna en presentar la inminente guerra en esos términos. Trump, por su parte, debe presentarla como una defensa contra narcotraficantes o contra personas “del tipo equivocado” que “invaden” el país. Pero incluso para los más sádicos fanáticos del “mano dura”, este argumento no es fácil: hablar español, o incluso traficar drogas, no equivale a perpetrar masacres. Y, en todo caso, la mayoría de los migrantes venezolanos huyen precisamente de las sanciones estadounidenses; una guerra provocaría un éxodo mucho mayor, y las imágenes de niños venezolanos mutilados aparecerían en las redes sociales visiones que casi todos considerarían más intolerables que un acento extranjero. Etiquetar a un cartel imaginario como “organización terrorista” algo que realmente aterroriza a los venezolanos carece de sustancia moral e imaginativa.

Aunque vender esta guerra resulte difícil, la propaganda destinada a los aficionados liberales a las guerras va siempre un paso más allá. Por lo general, se afirma que toda guerra es un “último recurso”, que antes se han agotado todas las alternativas. Esta afirmación es siempre absurda: siempre hay más opciones. Pero en este caso, las prolongadas amenazas de Trump juegan en su contra, pues no ha intentado nada salvo amenazar, y hasta un niño podría señalar que la única manera de evitar la guerra amenazada es no iniciarla.

Si todas las mentiras no explican la verdadera causa de la guerra, ¿cuál es entonces? Por lo general, hay múltiples razones, entre ellas factores tan peculiares como la ubicación del petróleo, la infancia de Marco Rubio, las armas que Lockheed Martin quiere exhibir, aquello que Trump cree que generará más cobertura mediática durante las vacaciones, el ansia de poder, el sadismo, etcétera. Rara vez existe un único motivo. Tampoco suele haber forma de dotar de “coherencia racional” a tales impulsos. El índice de La guerra es una mentira ofrece una pista sobre lo que no son las verdaderas causas:

  1. Las Guerras No Se Libran Contra El Mal
  2. Las Guerras No Se İnician En Defensa Propia
  3. Las Guerras No Se Hacen Por Generosidad
  4. Las Guerras No Son İnevitables
  5. Los Combatientes No Son Héroes
  6. Quienes Provocan Guerras No Tienen İntenciones Nobles
  7. Las Guerras No Se Prolongan Por El Bien De Los Soldados
  8. Las Guerras No Se Libran Únicamente En Los Campos De Batalla
  9. Las Guerras No Se Ganan Ni Se Terminan Ampliándolas
  10. Las Noticias De Guerra No Provienen De Observadores İmparciales
  11. La Guerra No Aporta Seguridad Ni Es Sostenible
  12. Las Guerras No Son Legales
  13. Las Guerras No Pueden Planearse Y, Al Mismo Tiempo, Evitarse
  14. Si Lo Deseas, La Guerra Puede Terminar

Fuente:https://davidswanson.org/war-on-venezuela-is-a-lie/