Juegos Peligrosos: De Nixon a Trump, la Teoría del «Hombre Loco»

Según numerosos autores, Donald Trump posee características de liderazgo similares a las que Maquiavelo expone en El Príncipe. Para algunos, sin embargo, equiparar a Trump con Maquiavelo no solo es engañoso, sino que también contribuye activamente a la construcción de un mito sobre el que se sustenta su carrera política. Otros críticos consideran que Trump no es más que una caricatura de Maquiavelo.
marzo 1, 2025
Republican presidential candidate Donald Trump gestures and declares "You're fired!" at a rally in Manchester, New Hampshire, June 17, 2015. REUTERS/Dominick Reuter TPX IMAGES OF THE DAY
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Según numerosos autores, Donald Trump posee características de liderazgo similares a las que Maquiavelo expone en El Príncipe. Para algunos, sin embargo, equiparar a Trump con Maquiavelo no solo es engañoso, sino que también contribuye activamente a la construcción de un mito sobre el que se sustenta su carrera política. Otros críticos consideran que Trump no es más que una caricatura de Maquiavelo.

Cabe recordar que uno de los capítulos de Discursos sobre la primera década de Tito Livio, una de las obras más importantes de Maquiavelo, se titula: “Es prudente, en el momento adecuado, aparentar estar loco”. ¿Es, entonces, Trump un presidente estadounidense que finge estar loco? El mundo conocerá la respuesta a través de la experiencia.

Niccolò Machiavelli (1469-1527) vivió en la “República de Florencia”, una de las muchas ciudades-estado de la Italia de su época. Es ampliamente conocido por su obra El Príncipe, un tratado que ofrece consejos sobre cómo debe actuar un gobernante para conservar el poder. Sus enseñanzas pueden resumirse, en términos simplificados, con la célebre y controvertida máxima: “El fin justifica los medios”. No obstante, Maquiavelo escribió otra obra que muchos consideran incluso más relevante: Discursos sobre la primera década de Tito Livio, un análisis de los primeros diez libros del historiador romano Tito Livio. Aunque en esta obra Maquiavelo desarrolla con mayor profundidad sus verdaderas ideas políticas, El Príncipe ha sido la que ha alcanzado mayor notoriedad, eclipsando a los Discursos.

La influencia del pensamiento de la Antigua Grecia y Roma es evidente en la cultura política estadounidense. Los “Padres Fundadores” de Estados Unidos hicieron múltiples referencias a los filósofos de la Antigüedad y, en la actualidad, la arquitectura de las instituciones gubernamentales en Washington D.C. refleja de manera evidente la estética del mundo romano.

En los últimos tiempos, Donald Trump ha estado en el centro de la controversia debido a sus declaraciones amenazantes contra diversos países. Su tendencia a la imprevisibilidad ha generado incertidumbre sobre si cumplirá sus amenazas o si simplemente las utiliza como estrategia de presión. Frecuentemente, Trump emplea expresiones como: “Que se atrevan a hacerlo y verán”, “Les haré vivir un infierno”, “Todos verán lo que haré”. Sin embargo, nunca revela con claridad cuáles serán sus acciones concretas, manteniendo una ambigüedad calculada con el propósito de intimidar.

Estados Unidos posee aproximadamente 800 bases militares alrededor del mundo y es, con diferencia, el país que más gasta en defensa, superando incluso la suma de los diez países que le siguen en la lista. Además, alberga la economía más grande del planeta y dispone de un vasto arsenal nuclear. Esta combinación de factores hace que cualquier declaración de su presidente sea analizada con detenimiento y genere preocupación a nivel internacional. Pero, ¿Trump simplemente juega una estrategia de engaño, está elevando la apuesta, o realmente es un líder impredecible capaz de ejecutar sus amenazas sin titubeos? La historia mundial está repleta de ejemplos de líderes considerados “locos” que han provocado guerras, catástrofes y crisis de dimensiones colosales. Por ello, las advertencias y amenazas de Trump generan inquietud en muchos sectores.

Desde su primer mandato presidencial, Trump ha sido comparado con Maquiavelo. Según algunos analistas, representa una versión estadounidense del pensador florentino. Para Maquiavelo, el liderazgo consistía en ejercer el poder con firmeza, sin que la moralidad fuese una preocupación central. La función del Príncipe no era crear un estado “bueno”, sino uno fuerte. En su visión, un gobernante debía aspirar a ser temido antes que amado, pues el temor proporcionaba mayor seguridad. También debía adoptar la astucia del zorro para detectar trampas y la fuerza del león para infundir respeto.

Como se mencionó anteriormente, algunos autores consideran que Trump encarna los rasgos que Maquiavelo describió en El Príncipe. Otros argumentan que asociarlo con Maquiavelo no solo es erróneo, sino que fortalece artificialmente la narrativa sobre la que se sustenta su figura política. Otros críticos, en cambio, lo ven como una mera caricatura de Maquiavelo.

No obstante, en sus Discursos, Maquiavelo sostenía que “en el momento adecuado, aparentar estar loco puede ser una estrategia inteligente”. La pregunta que queda en el aire es: ¿Trump es un presidente que finge estar loco, o realmente lo está? El tiempo y la historia ofrecerán la respuesta.

LOS USOS POLÍTICOS DE LA LOCURA

En realidad, tanto Henry Kissinger como Richard Nixon aprendieron la teoría del hombre loco de uno de los principales estrategas del Pentágono, Daniel Ellsberg. A finales de la década de 1950, Ellsberg impartió conferencias sobre coerción y el uso de la locura en los seminarios organizados en la Universidad de Harvard por el profesor Kissinger. Durante esos años, Ellsberg también ofreció conferencias bajo títulos como El arte de la coerción, Teoría y práctica del chantaje, La amenaza de la violencia, Incentivos para un ataque preventivo y Los usos políticos de la locura. En aquel entonces, Ellsberg era un destacado halcón de la Guerra Fría y defendía la idea de que cualquier amenaza extrema resultaba más creíble si el adversario percibía que quien la formulaba no era completamente racional.

Ellsberg creía que el comportamiento irracional podía ser una herramienta útil en las negociaciones. Kissinger, de hecho, reconocería que había aprendido más sobre tácticas de negociación de Ellsberg que de cualquier otra persona. En su libro Armas nucleares y política exterior, Kissinger vincularía la estrategia de la incertidumbre con la teoría del hombre loco, particularmente en el contexto del uso de armas nucleares tácticas. De hecho, en 1973, durante la guerra árabe-israelí, Kissinger presidió una reunión del Consejo de Seguridad Nacional en la que se ordenó elevar el nivel de alerta de las fuerzas nucleares estadounidenses para disuadir a la Unión Soviética de intervenir en favor de Egipto. Kissinger había aprendido mucho del manual estratégico de Ellsberg.

Además de Ellsberg, otro académico influyente en la formulación de la teoría del hombre loco fue Thomas Crombie Schelling, economista y experto en política exterior, seguridad nacional, estrategia nuclear y control de armas. En su influyente libro La estrategia del conflicto (1960), Schelling argumentaba que las amenazas de represalias inciertas eran más creíbles y eficaces que las amenazas de represalias definitivas. Sus estudios sobre la racionalidad de la irracionalidad y el valor estratégico de la percepción de locura influirían profundamente en la política de la Guerra Fría y en la estrategia de disuasión nuclear. Schelling analizaba cómo los actores políticos podían obtener ventajas si eran percibidos como impredecibles o dispuestos a asumir riesgos extremos. Según él, si un actor lograba proyectar la imagen de haber perdido el control, podría disuadir a su adversario de tomar ciertas acciones.

En el ámbito de la amenaza nuclear, el razonamiento de Schelling sugería que, si un líder daba la impresión de que no dudaría en presionar el botón nuclear, el adversario podría verse obligado a ceder por miedo a las consecuencias. La clave de la teoría del hombre loco radicaba en la incertidumbre: si el enemigo no podía discernir si la amenaza era real o una mera actuación, la estrategia se volvía más efectiva. Así, como Maquiavelo también sugería, en determinadas circunstancias, aparentar locura podía ser una estrategia inteligente.

Schelling también argumentó que, en ciertas situaciones, actuar de manera impulsiva, poco confiable o descontrolada podía reforzar la credibilidad de la disuasión. Esto demuestra que su interpretación de la famosa afirmación de Maquiavelo —«Es prudente aparentar locura en el momento adecuado»— fue acertada. Cabe destacar que, en 2005, Schelling recibió el Premio Nobel de Economía por su trabajo en teoría de juegos, que le permitió desarrollar una comprensión más profunda del conflicto y la cooperación.

Tanto los estudios de Ellsberg como los de Schelling contribuyeron a la consolidación de la teoría del hombre loco, que Nixon y Kissinger intentaron aplicar en la práctica. Sin embargo, conviene recordar que los intentos desesperados de Nixon en el otoño de 1969 fracasaron.

Las debilidades de la teoría del hombre loco

Uno de los puntos débiles de los escenarios del hombre loco es que un líder puede amenazar con una acción aparentemente irracional sin ser percibido como realmente loco. Si no se le considera verdaderamente insensato, la amenaza se interpretará como un simple farol y perderá efectividad. La teoría del hombre loco solo funciona si el líder logra convencer a sus adversarios de que está, en efecto, desequilibrado y de que sus intenciones son claras. Es posible que los líderes soviéticos y norvietnamitas nunca hayan etiquetado a Nixon como un loco. Por otro lado, si una estrategia carece de un objetivo racional claro, la teoría del hombre loco puede convertirse en una provocación innecesaria y generar consecuencias indeseadas.

El historiador estadounidense Jeffrey Kimball, conocido por sus estudios sobre Nixon y la guerra de Vietnam, señala que los estrategas políticos posteriores a Nixon incorporaron los principios de incertidumbre y uso extremo del poder de la teoría del hombre loco a los conceptos de disuasión nuclear y coerción. Según Kimball, esta estrategia ha funcionado para ciertos líderes, estadistas, tiranos y conquistadores a lo largo de la historia, pero no siempre. De hecho, en la guerra de Vietnam, la teoría del hombre loco no resultó efectiva para Nixon y Kissinger. Kimball subraya que la diplomacia y la guerra en el mundo real son mucho más complejas que cualquier teoría o juego estratégico. Según él, la historia puede ser una mejor guía si se extraen las lecciones adecuadas.

Por su parte, la profesora Roseanne W. McManus, de la Universidad de Pensilvania, publicó en 2019 un estudio sobre la teoría del hombre loco, en el que argumentaba que la percepción de locura puede ser perjudicial para la disuasión general y, en algunos casos, también para la negociación en situaciones de crisis. Sin embargo, McManus reconocía que, bajo ciertas condiciones, la estrategia del hombre loco podría ser útil en negociaciones de crisis. Su investigación parecía particularmente relevante en el contexto de la presidencia de Donald Trump, quien, al igual que Nixon, parecía asumir el papel del hombre loco en el escenario internacional.

Numerosos estudios han demostrado que la teoría del hombre loco enfrenta múltiples obstáculos para producir los resultados deseados. Entre ellos destacan la dificultad de enviar señales claras, la credibilidad simultánea de amenazas y garantías, y las limitaciones impuestas por la política interna y los aliados. Estos estudios concluyen que la teoría solo puede desempeñar un papel limitado en circunstancias muy específicas.

La aparente irracionalidad de la teoría del hombre loco es, en realidad, una simulación de locura con el propósito de hacer que las amenazas parezcan más creíbles y así alcanzar un objetivo estratégico racional. Sin embargo, la existencia de un objetivo racional implica que la aparente irracionalidad debe tener ciertos límites, lo que, a su vez, puede debilitar su credibilidad ante los adversarios.

En última instancia, la efectividad de la teoría del hombre loco depende de su implementación cuidadosa, la percepción que logre generar y las circunstancias específicas en las que se aplique. Su éxito no está garantizado, y la historia demuestra que, cuando se usa de manera inapropiada o en contextos desfavorables, puede resultar ineficaz o incluso contraproducente.

A TRUMP LE GUSTA SER IMPREDECIBLE

Durante su campaña electoral de 2016, Donald Trump afirmó que «como nación, deberíamos ser más impredecibles». Según él, la previsibilidad perjudicaba a Estados Unidos. En su libro Great Again: How to Fix Our Crippled America (Volver a ser grandes: Cómo levantar a Estados Unidos, que ha perdido su poder), publicado ese mismo año, Trump explicaba:

«No le digo a la gente lo que voy a hacer, no les advierto ni permito que me encasillen en un patrón de comportamiento predecible. No quiero que la gente sepa lo que hago o lo que pienso. Me gusta la incertidumbre. Eso los desorienta».

Su primer mandato presidencial fue, efectivamente, una especie de juego de la imprevisibilidad. En un momento, Trump llamó «Pequeño Hombre Cohete» al líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, y lo amenazó con desatar «un fuego y una furia que el mundo jamás ha visto». También advirtió:

«Estados Unidos tiene una gran fortaleza y paciencia, pero si se ve obligado a defenderse a sí mismo o a sus aliados, no tendrá otra opción que destruir completamente a Corea del Norte».

Sin embargo, poco después, se convirtió en el primer presidente estadounidense en reunirse con un líder norcoreano. Trump celebró cumbres con Kim Jong-un en Singapur, Vietnam y en la Zona Desmilitarizada de Corea. No obstante, estas reuniones no lograron avances en la cuestión nuclear de Corea del Norte.

Trump también utilizó su papel de impredecible en sus relaciones con sus aliados. Durante las negociaciones comerciales con Corea del Sur, instruyó a su equipo para que dijeran de él:

«Este tipo está tan loco que puede retirarse en cualquier momento».

El objetivo era presionar a Seúl sobre un acuerdo comercial con Washington. Según un informe publicado en 2017 por el sitio de noticias Axios, el periodista Jonathan Swan reveló que Trump le dio instrucciones específicas al Representante de Comercio de Estados Unidos, Robert Lighthizer, sobre cómo negociar. Cuando Lighthizer sugirió dar a los surcoreanos un plazo de 30 días para ceder a las exigencias estadounidenses, Trump respondió:

«No, no, no. Así no se negocia. No les digas que tienen 30 días. Diles: ‘Este tipo está tan loco que puede retirarse en cualquier momento’».

Luego añadió:

«Y, por cierto, lo haría. Todos ustedes deberían saberlo. No les den un plazo de 30 días. Si lo hacen, lo pospondrán. Díganles que, si no hacen concesiones de inmediato, este ‘loco’ se retirará del acuerdo».

Sus declaraciones sobre la OTAN también sembraban incertidumbre entre sus aliados. Trump amenazó con retirar las tropas estadounidenses de Europa si los países miembros no aumentaban su gasto militar. Incluso sugirió que, en caso de un conflicto con Rusia, Estados Unidos podría dejar a sus aliados europeos a merced de Putin. Estas amenazas lograron parcialmente su objetivo: los aliados de la OTAN aumentaron su presupuesto militar. Sin embargo, Trump continuó exigiendo más gasto, lo que en la práctica significaba la compra de más armas estadounidenses.

Quedaba claro que Trump planeaba seguir utilizando su estrategia de imprevisibilidad en su segundo mandato. Durante su campaña de 2024, cuando se le preguntó cómo respondería a un posible bloqueo de Taiwán por parte de China, respondió:

«No hará falta, porque Xi Jinping me respeta y sabe que estoy loco».

Por su parte, J.D. Vance, su candidato a la vicepresidencia, afirmó en junio de 2024:

«Como dicen tanto sus detractores como sus seguidores, Trump es impredecible. Y estoy 100 % convencido de que esa imprevisibilidad beneficia a Estados Unidos».

Para los partidarios de Trump, la razón por la cual Putin no invadió Ucrania durante su primer mandato fue porque no estaba seguro de cómo reaccionaría Trump.

El profesor Daniel W. Drezner, de la Escuela de Derecho y Diplomacia Fletcher de la Universidad de Tufts, abordó esta cuestión en un artículo titulado «¿Realmente funciona la teoría del hombre loco?», publicado en Foreign Policy el 7 de enero. Drezner afirmaba que a Trump le gustaba creer que su imprevisibilidad le daba ventajas estratégicas. En referencia a su primer mandato, el profesor escribió:

«Trump tiene un tono diferente al de los presidentes posteriores a la Guerra Fría, pero en su retórica, tanto en forma como en contenido, recuerda a Richard Nixon, a quien le gustaba jugar con la locura en ambos sentidos de la palabra».

Trump inició su segundo mandato con anuncios aún más extravagantes. Exigió que Estados Unidos comprara Groenlandia, territorio del Reino de Dinamarca, y se negó a descartar la opción militar para lograrlo. Este enfoque encajaba en la teoría del hombre loco, basada en la incertidumbre y la imprevisibilidad. Además, Trump propuso que Canadá, siendo un vecino y aliado de la OTAN, se convirtiera en el 51.º estado de Estados Unidos. También sugirió que, debido a los privilegios otorgados a China, Washington podría tomar el control del Canal de Panamá.

Aún más polémico fue su anuncio sobre la Franja de Gaza. Según Trump, Israel estaba llevando a cabo un «genocidio» en la región, y como resultado, la soberanía de Gaza debería transferirse a Estados Unidos. Trump declaró que convertiría una Gaza libre de palestinos en la «Riviera del Medio Oriente».

Trump también instó a Jordania y Egipto a aceptar a los palestinos de Gaza en sus territorios. Cuando los periodistas le recordaron que ambos países ya habían declarado que no lo harían, respondió:

«Lo harán, lo harán. Hemos hecho mucho por ellos; ahora es su turno».

El significado de sus palabras era claro.

Cabe destacar que las amenazas de Trump solían dirigirse a países y fuerzas militares con capacidades significativamente inferiores a las de Estados Unidos. En contraste, cuando se trataba de potencias comparables, como China, su comportamiento era mucho más cauteloso.

En este sentido, aunque Trump se presentaba como un líder impredecible, sus acciones mostraban que su estrategia de hombre loco estaba limitada a objetivos estratégicos cuidadosamente calculados.

EL BOSQUE PUEDE VOLVERSE MORTAL PARA TODOS

Los estudios académicos han demostrado que aplicar con éxito la teoría del hombre loco es sumamente difícil. Según estas investigaciones, es raro que la reputación de locura tenga un impacto positivo en el ámbito internacional. Los líderes que fingen estar locos generalmente fracasan en convencer a sus adversarios. Además, asumir el papel de hombre loco conlleva el riesgo de alienar a los aliados, ya que genera desconfianza e incertidumbre sobre su fiabilidad. En el caso de Estados Unidos, esto podría empujar a sus aliados o a países neutrales a acercarse a otras potencias, como China.

Los críticos estadounidenses de la teoría del hombre loco advierten que, si Washington pierde la confianza de sus aliados, no podrá mantener su liderazgo global. Según estos analistas, la política de un líder impredecible socava la credibilidad de cualquier acuerdo firmado bajo su administración. Si no se realiza una evaluación cuidadosa, la estrategia del hombre loco podría generar beneficios a corto plazo, pero a costa de pérdidas estratégicas a largo plazo.

El politólogo estadounidense Ian Bremmer, conocido por sus análisis sobre riesgos políticos globales, abordó esta cuestión en su artículo titulado «¿Qué quiere Trump de Groenlandia, Canadá, Panamá… y más allá?», publicado en GZERO Media. Bremmer, autor del libro G Cero: El fin de la era de los líderes y las alianzas globales, señalaba que los partidarios de Trump consideraban su imprevisibilidad y su capacidad para mantener a amigos y enemigos en la incertidumbre como una estrategia eficaz para alcanzar sus objetivos. Sin embargo, Bremmer advertía que esta incertidumbre creaba riesgos monumentales para gobiernos y empresas que intentaban sobrevivir en la selva del sistema internacional. También destacaba que el regreso de Trump al poder aceleraría las tendencias hacia un sistema global más peligroso y propenso a crisis. En sus palabras:

«El depredador en la cima puede hacer grandes capturas, pero el bosque se volverá más salvaje y más mortal para todos, incluidos los propios Estados Unidos».

Los politólogos estadounidenses Samuel Seitz y Caitlin Talmadge publicaron en 2020 un artículo en The Washington Quarterly titulado «Los peligros predecibles de la imprevisibilidad: ¿Por qué no funcionan las conductas irracionales?». En su análisis, los autores examinaron el historial de Trump y de presidentes anteriores y concluyeron que las tácticas locas generalmente fracasaban tanto en reforzar la disuasión como en mejorar la posición negociadora de un país. Identificaron tres razones principales para este fracaso:

  1. Los estados objetivo no siempre interpretan el mensaje que el hombre loco intenta enviar.
  2. Los estados objetivo no encuentran creíble la conducta del hombre loco.
  3. Incluso si creen en su locura, no ceden a sus demandas, ya que lo perciben como incapaz de ofrecer garantías confiables sobre su comportamiento futuro.

Los estrategas que defienden la aplicabilidad de la teoría del hombre loco señalan como ejemplo al líder ruso Vladimir Putin. En noviembre de 2024, Putin aprobó una doctrina militar que permitiría una respuesta nuclear si Rusia fuera atacada con misiles balísticos de largo alcance suministrados por países de la OTAN. Según los defensores de esta teoría, la declaración de Putin tuvo un efecto disuasorio sobre los estados europeos.

Sin embargo, la teoría del hombre loco y la imprevisibilidad conllevan costos potenciales. A medida que aumenta la incertidumbre en la política internacional, también crece el riesgo de errores de cálculo que podrían desembocar en nuevas guerras. Además, el hombre loco podría exponer a su propio país a desafíos imprevistos.

Por otro lado, hay casos en los que los líderes que interpretan el papel de hombre loco terminan asumiendo demasiado su personaje, hasta el punto de llevar a cabo acciones verdaderamente irracionales. Los escenarios del hombre loco pueden desviarse en la etapa de ejecución, lo que representa un peligro constante. Si los adversarios no caen en la trampa, el líder que juega este papel podría volverse aún más agresivo, llevando la situación a un punto de no retorno. En ocasiones, el exceso de confianza y la arrogancia pueden hacer que la actuación se convierta en realidad. Este es el riesgo que deben manejar con extrema cautela aquellos que ostentan el poder.

No es descabellado imaginar una situación en la que un adversario responda con un «Si tú estás loco, yo lo estoy aún más. ¡Veamos quién cede primero!», provocando así un desenlace fuera de control en el juego del hombre loco.

Incluso los faroles más inocentes en la vida cotidiana pueden tener consecuencias no deseadas. Cuando una persona se encuentra en una situación en la que retroceder haría que perdiera credibilidad, la presión por seguir adelante puede arrastrarla hacia decisiones irreversibles. Este riesgo es aún mayor en individuos con tendencias narcisistas, donde la necesidad de demostrar dominio y control puede empujarlos a acciones extremas.

En conclusión, los debates sobre la teoría del hombre loco han resurgido con fuerza desde la primera presidencia de Trump y continúan siendo relevantes. En este sentido, un segundo mandato de Trump representaría una nueva prueba para esta estrategia, cuyos resultados podrían redefinir el panorama de la política global.

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