Desde la perspectiva católica, ser fiel hoy significa algo muy distinto de lo que un judío ortodoxo entiende por “ser un judío fiel”. Nuestro judaísmo ha sido transfigurado al convertirse en fe católica a la luz del Mesías. Sin embargo, me niego a ceder a la ortodoxia judía la definición de lo que significa ser judío. En efecto, lo más propiamente judío que puede hacer un judío es abrazar, en la Iglesia católica, la plenitud de su judaísmo.
A diferencia de la conversión de las naciones paganas y no judías a la fe católica, la conversión de los judíos se realizará a través de su propio judaísmo, en cuanto plenitud y consumación de este.
Philip Primeau, en un artículo publicado recientemente, sostuvo que Jesús no debería ser considerado como “un judío fiel”. Su preocupación a saber, que tal expresión pudiera alimentar la indiferencia religiosa y, por ende, no promover el evangelismo es completamente legítima. Primeau es un buen amigo mío y estoy convencido de que, en su escrito, actuó con la mejor de las intenciones. De hecho, a partir de nuestras conversaciones sobre este tema, creo que coincidimos ampliamente en el núcleo de la cuestión. Sin embargo, disiento radicalmente de la manera en que plantea el problema. Jesús no fue simplemente un judío fiel; fue el judío más fiel que jamás haya existido. Y es fundamental afirmar esto con claridad en el contexto del evangelismo dirigido al pueblo judío.
Primeau reconoce, con razón, que Jesús fue étnicamente judío y que observó la ley mosaica. Sin embargo, distingue esta forma de judaísmo del judaísmo rabínico, y concluye que Jesús no fue fiel a este último. Ciertamente, existe un fundamento en la necesidad de distinguir entre el judaísmo bíblico y el judaísmo rabínico; pero Primeau exagera tal distinción.
Dado que muchos miran con recelo las fuentes modernas sobre esta cuestión, conviene remitirnos a la enseñanza del Doctor Angélico, santo Tomás de Aquino. Según santo Tomás, Dios eligió gratuitamente a un pueblo concreto los judíos (populus Iudaeorum) como destinatario de la Antigua Ley (ST I-II, q. 98, a. 4). El propósito de esa ley era conformarlos como un pueblo capaz de manifestar dignamente al Mesías y, al mismo tiempo, anunciar su venida. Por eso Cristo, en cuanto Mesías, conformó toda su vida a dicha ley de manera perfecta (ST III, q. 40, a. 4). Esto es de suma importancia: significa que la religión que Jesús practicó durante su vida terrena puede y debe ser llamada con propiedad “judaísmo”.
Llegados a este punto, podría objetarse que esto no implica que Jesús practicara el judaísmo rabínico. Pero aquí conviene responder de dos modos. Primero: ¿qué significa ser “un judío fiel”? A mi juicio, la esencia del judaísmo consiste en la religión establecida por Dios con el populus Iudaeorum. En consecuencia, ser un judío fiel es seguir con lealtad ese judaísmo en la forma en que Dios lo instituyó.
En segundo lugar, no sostengo que debamos considerar vinculantes las creencias rabínicas posteriores; sin embargo, resulta significativo que santo Tomás no perciba una ruptura radical entre el judaísmo bíblico y el judaísmo rabínico. Consideremos, por ejemplo, lo que afirma acerca de la tolerancia hacia los ritos religiosos judíos:
“El hecho de que los judíos practiquen los ritos que en otro tiempo prefiguraban la verdad de nuestra fe tiene esta consecuencia: que incluso nuestros enemigos dan testimonio de nuestra fe, la cual, en cierto modo, queda representada por un símbolo. Por esta razón, se les tolera la práctica de sus ritos.”
(ST II-II, q. 10, a. 11)
Si el judaísmo rabínico fuera únicamente una religión distinta, ligada al judaísmo bíblico solo por un vínculo genealógico, santo Tomás no habría afirmado que los ritos cumplidos por los judíos prefiguraban la fe católica del mismo modo que los ritos de la Antigua Ley. Según su enseñanza, los ritos que los judíos practican son realmente los ritos de la Antigua Ley. Ciertamente, Tomás critica la interpretación que ellos hacen de la Ley (ST II-II, q. 10, a. 6), pero lo que denuncia es una interpretación errónea; pues, al provenir los ritos judíos verdaderamente de Dios, deben necesariamente poseer una interpretación correcta.
Tampoco puede sostenerse que esta posición corresponda a una época en la que la Iglesia aún desconocía el Talmud. En primer lugar, el propio Tomás debía conocer, incluso solo a partir del Nuevo Testamento, la evolución de la tradición oral judía. En segundo lugar, llegó a París en 1245, apenas unos años después de las Disputationes Parisienses, que habían dado gran notoriedad al Talmud; por lo tanto, es indudable que estaba al tanto de ello. Finalmente, una expresión muy similar, que muestra cómo la Iglesia ha asumido la enseñanza de santo Tomás sobre este punto, se encuentra en el Catecismo actual:
“Un mejor conocimiento de la fe y de la vida religiosa del pueblo judío, tal como ellos mismos la confiesan y viven aún hoy, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la liturgia cristiana.” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1096; énfasis añadido)
Por supuesto, existen desarrollos con los que podemos no estar de acuerdo. Sin embargo, tales diferencias no son, a los ojos de la Iglesia, tan fundamentales como para anular la continuidad de la existencia del judaísmo.
Al examinar las objeciones relativas a si Jesús cumplió o no la Ley de manera correcta, Tomás aborda dos cuestiones principales: la kashrut (ST III, q. 40, a. 4, obj. 2) y el sábado (obj. 1, 3). En lo que respecta a la kashrut, Tomás sostiene que Jesús en realidad observó la Ley, y que la discrepancia se limitaba a considerar si la impureza era de carácter ontológico o meramente simbólico —distinción que, por lo demás, sigue siendo objeto de debate entre teólogos judíos posteriores. Así pues, se trata de una divergencia doctrinal, no práctica.
Conviene añadir, a la luz de lo que afirma santo Tomás, que los fariseos criticaron únicamente a “algunos de sus discípulos” por no lavarse las manos (Mc 7,2). Esto implica que Jesús mismo practicaba tal tradición. Jesús no reprocha a los fariseos por tener estas tradiciones, sino por situarlas por encima de la ley divina. Resulta significativo que los judíos de hoy también reconozcan que el rito del lavado de manos constituye únicamente un mandato rabínico, y no una prescripción de la Torá.
Un punto semejante aparece también en Mateo 23,23:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario practicar, sin descuidar aquello otro.”
En la Escritura no se encuentra un mandato directo acerca de dar el diezmo de la menta, el eneldo y el comino; sin embargo, Jesús afirma que tales cosas debían hacerse y que la ley divina debía ser observada (cf. el comentario de santo Tomás a este pasaje, Comentario al Evangelio de Mateo, cap. 23, lec. 2, nn. 1869–71). Al criticar las tradiciones, Jesús se concentra a menudo en este punto decisivo. Con frecuencia, los católicos piensan que la objeción de Jesús contra los judíos consistía en que no seguían el principio de sola scriptura. Permítaseme insistir una vez más: no afirmo estar de acuerdo con todo lo que se halla en el Talmud (hay muchas cosas con las que disiento), pero incluso al tratar de las tradiciones rabínicas posteriores deben reconocerse ciertos matices importantes.
En cuanto al sábado, Tomás ofrece diversas respuestas; la más destacada es que los discípulos arrancaban espigas para comer (ST III, q. 40, a. 4, ad 3). Se trata del principio de pikuach nefesh: cuando está en juego la preservación de la vida, la letra de la ley incluida la observancia sabática puede ser dejada de lado. Aunque algunos fariseos criticaron a Jesús por ello en su tiempo, el Talmud registra una discusión muy semejante y concluye, en última instancia, con el mismo veredicto (Yoma 85b). De hecho, según la ley judía, incluso hoy un judío está obligado a violar el sábado si ello implica salvar una vida.
Dado que el sábado constituye el único ámbito en que Jesús parece haber divergido de la ley, puede decirse que toda su vida al menos en lo que respecta a sus actos estuvo en plena conformidad con el judaísmo ortodoxo. Si bien en lo doctrinal sostuvo opiniones diferentes en algunos puntos, no debemos olvidar que el judaísmo pone el acento en las obras más que en los credos. Por supuesto, Jesús fundó la Iglesia católica y la mayoría de los judíos no se incorporaron a ella; por consiguiente, es evidente que Él no enseñó lo que los judíos ortodoxos contemporáneos creen. Pero su vida no fue tan distinta: vivió como el judío más fiel que jamás haya existido.
¿Por qué es importante que Jesús haya sido un judío fiel? Santo Tomás ofrece cuatro razones:
“El Mesías quiso, en efecto, conformar su conducta a la Ley: primero, para mostrar que aprobaba la Antigua Ley. Segundo, para obedecerla y, al hacerlo, perfeccionarla y llevarla a su cumplimiento en sí mismo, manifestando así que ella se ordenaba hacia Él. Tercero, para que los judíos no tuvieran pretexto alguno para calumniarlo. Cuarto, para liberar a los hombres de la sujeción a la Ley.”
(ST III, q. 40, a. 4, c.)
Estas cuatro razones son de suma importancia cuando se trata del evangelismo dirigido al pueblo judío. Quien intenta evangelizar a los judíos sabe que se trata de una tarea radicalmente distinta de dialogar con adherentes de cualquier otra religión. El pueblo judío se concibe a sí mismo como portador de una revelación antigua proveniente de Dios, destinada a inaugurar el proceso de salvación del mundo y a consumarse en el Mesías que nacería de entre ellos. Otras religiones también formulan afirmaciones respecto de sus seguidores; pero, en general, no compartimos esas pretensiones. En el caso de los judíos, en cambio, reconocemos en gran medida la verdad de lo que sostienen sobre sí mismos.
Cuando dialogamos con ellos, les anunciamos que el Mesías que aguardaban ya ha venido. Por ello, acudirán a sus propias Escrituras para discernir si este Mesías corresponde realmente a lo que en la revelación divina se había dicho acerca del Ungido. De ahí que resulte imprescindible que Jesús haya observado la Ley de manera perfecta. A partir de este punto, mostramos mediante figuras y prefiguraciones cómo Cristo está presente en cada página de sus Escrituras, y así evidenciamos que “esa Ley estaba ordenada hacia Él”.
Si presentamos a Jesús a los judíos como una figura meramente genérica o común, difícilmente sentirán interés en seguirlo. En mi caso, siendo joven judío, aunque ateo, una visita a Tierra Santa fue lo que por primera vez imprimió profundamente en mi mente la vida de Jesús. Él es el Rey de los judíos. Es la consumación de todo cuanto fue prometido a Israel. Y aunque su propio pueblo lo haya rechazado, Cristo jamás olvidó a los suyos; por eso, todos los Padres de la Iglesia testimonian que un día los judíos lo reconocerán como su Mesías. El gran amor que Jesús sentía por sus parientes según la carne se percibe incluso en los discursos donde denuncia con mayor severidad sus errores:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no quisiste! He aquí que vuestra casa quedará desierta. Porque os digo que no me volveréis a ver hasta que digáis: ‘Bendito el que viene en nombre del Señor’.”
(Mt 23,37–39)
Es cierto que debemos preocuparnos por la indiferencia religiosa que puede surgir de la falta de un esfuerzo evangelizador dirigido a los judíos; pero no es menos cierto que tal esfuerzo debe fundarse en un conocimiento sólido. Conozco a muchas personas que han pasado del judaísmo a la fe católica, y puedo afirmar que la causa de su conversión fue, en no pocos casos, descubrir el judaísmo interno de los Evangelios. Recordemos el relato de José: vendido como esclavo por sus hermanos, se reencuentra con ellos en Egipto; pero no lo reconocieron, pues José vestía como un extranjero. Solo cuando reveló que él mismo era hijo de Israel, sus hermanos se arrepintieron de la crueldad con que lo habían tratado.
Del mismo modo, hoy la mayoría de los judíos, al contemplar a la Iglesia católica, solo perciben en ella la idolatría de los gentiles. Por ello, corresponde a nosotros poner de manifiesto la esencia judía de la Iglesia como lo han hecho en tiempos recientes grandes eruditos como Brant Pitre, y como puede observarse en los escritos de los Doctores de la Iglesia, particularmente santo Tomás de Aquino.
Primeau aborda además la cuestión de si los apóstoles fueron judíos fieles y, en consecuencia, si Jesús llama hoy a los judíos étnicos a ser judíos fieles. Coincido plenamente con él en que Cristo llama a todos judíos incluidos a ser católicos. No obstante, debemos recordar que en los Hechos de los Apóstoles, cuando san Pablo es interrogado acerca de su identidad ante los judíos, responde diciendo tanto “Yo soy judío” como “Yo soy fariseo”, en ambos casos en tiempo presente (Hch 22,3; 23,6).
De modo semejante, cuando santa Edith Stein fue enviada por los nazis a la cámara de gas, dijo a su hermana: “Ven, vayamos por nuestro pueblo”. Fue martirizada tanto por alzar su voz contra la política eugenésica nazi en nombre de la Iglesia como por ser parte del pueblo judío. Los santos de origen judío tienden a no considerar la conversión como algo contrario a su identidad judía, sino como la plena realización de la misma.
Desde la perspectiva católica, ser fiel hoy significa algo muy distinto de lo que un judío ortodoxo entiende por “ser un judío fiel”. Nuestro judaísmo ha sido transfigurado al convertirse en fe católica a la luz del Mesías. Sin embargo, me niego a ceder a la ortodoxia judía la definición de lo que significa ser judío. En efecto, lo más propiamente judío que puede hacer un judío es abrazar, en la Iglesia católica, la consumación de su judaísmo.
Espero con impaciencia el día en que el velo sea levantado de los ojos de mis parientes, de modo que podamos proclamar juntos: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Y ruego a mis hermanos no judíos en Cristo que contribuyan a la llegada de ese día mediante la oración y el evangelismo.
- Gideon Lazar obtuvo su licenciatura en Estudios Clásicos y Medievales/Bizantinos en la Universidad Católica de América. Criado en una familia judía, fue bautizado en 2018 y recibido en la Iglesia católica en 2019. Actualmente cursa una maestría en Teología y se desempeña como coordinador del Instituto San Basilio para los Estudios de Teología de la Creación. Escribe sobre teología en la plataforma Substack y publica videos en su canal de YouTube The Byzantine Scotist. Vive cerca de Seattle con su esposa y sus hijos.
Fuente:https://crisismagazine.com/opinion/jesus-is-the-faithful-jew