El colonialismo occidental explotaba en nombre de Dios; el colonialismo israelí, en cambio, borra en nombre de Dios.
En el primero había una voluntad de “transformar”; en el segundo, una voluntad de “limpiar”.
El primero se justificaba con la idea de “llevar la civilización”; el segundo, con la de “eliminar a la población autóctona”.
Esa diferencia ha convertido a Palestina en el laboratorio colonial más desnudo y brutal de la historia contemporánea.
Ya no hay misión ni pretensión civilizatoria: solo una política de aniquilación y desplazamiento.
La Anatomía Teológica e Ideológica del Desplazamiento en Palestina
La Colonia Erigida a la Sombra de lo Sagrado
La cuestión de Palestina y de los palestinos desplazados no constituye únicamente el resultado de una ocupación moderna, sino una derivación contemporánea del pensamiento colonial blanco que ha perdurado durante siglos.
Sin embargo, este caso no representa una mera continuación de los patrones clásicos del colonialismo, sino una versión distorsionada y mutante de ellos.
La estrategia israelí de expulsar a los palestinos, apropiarse de sus tierras y justificarlo mediante el discurso del “mandato divino”, comparte raíces con las prácticas coloniales de británicos, estadounidenses, holandeses, españoles y portugueses.
Pero existe una diferencia esencial:
mientras el colonialismo occidental se fundaba en la misión de expandir su religión, el colonialismo israelí no busca difundir la fe, sino eliminar a quien no pertenece a ella.
En Australia se habló del “deber divino de civilizar”, en América del “Destino Manifiesto”, en África de la “Carga del Hombre Blanco”, y en Israel del “Eretz Yisrael” o “Tierra Prometida”.
Todas son ideologías de conquista amparadas tras textos sagrados, pero la versión israelí se aparta de esa línea:
allí no hay un discurso de redención, sino de purificación.
Imperios Misioneros: Colonialismos Fundados en la Expansión Religiosa
1.1. Australia: La Destrucción Cultural bajo el Disfraz de la Cristianización
El colonialismo británico del siglo XVIII se acercó a Australia como a “la nueva tierra concedida por Dios”.
Los misioneros definieron a los aborígenes como “almas salvajes” y consideraron su cristianización un deber divino.
Ese proceso de “reforma espiritual” fue, en realidad, una estrategia de aniquilación cultural:
las lenguas aborígenes fueron prohibidas, los niños arrancados de sus familias y educados en internados misioneros donde se borraban sus identidades.
El objetivo no era destruir físicamente al aborigen, sino transformarlo.
El colonialismo occidental pretendía difundir su fe junto con su superioridad racial;
convertía para luego dominar.
Hoy, la estrategia israelí ha eliminado incluso esa etapa:
el palestino ya no es alguien que “debe ser salvado”, sino alguien que debe ser borrado.
1.2. América: El “Destino Manifiesto” y la Ideología del Pueblo Elegido
El expansionismo norteamericano del siglo XIX se justificó bajo la noción del “Manifest Destiny”, el Destino Manifiesto, según la cual los estadounidenses eran el “nuevo pueblo elegido de Dios” y el continente entero su “tierra prometida”.
El desplazamiento de los pueblos indígenas, la quema de aldeas y la “Ruta de las Lágrimas”, donde murieron decenas de miles, se interpretaron como parte de un plan divino.
Aun así, existía en esa lógica un componente misionero:
las tribus debían ser bautizadas, asimiladas, integradas en la civilización cristiana.
La violencia colonial se presentaba como una misión de salvación.
En el discurso israelí, en cambio, no hay redención ni conversión posibles.
El judaísmo no es una religión proselitista: “quien no ha nacido judío, no puede serlo.”
Por eso, la teología sionista no se basa en la expansión, sino en la exclusión;
no en la conquista, sino en la purificación.
Esta diferencia convierte al colonialismo israelí en un fenómeno más cerrado, absoluto y nihilista que sus precedentes occidentales.
1.3. África: La “Carga del Hombre Blanco” y los Falsos Dioses Redentores
El poema de Rudyard Kipling, “The White Man’s Burden” (“La carga del hombre blanco”), otorgó a la empresa colonial europea una aureola poética y teológica.
África era concebida como “el continente oscuro” que debía recibir la luz de los redentores blancos.
El propósito seguía siendo transformar:
el negro debía volverse blanco, el indígena civilizado, el pagano cristiano.
Todo se justificaba bajo la promesa de “llevar la civilización”.
En cambio, la estrategia israelí en Palestina no pretende salvar, sino limpiar.
Los palestinos no son una población a redimir, sino una presencia a eliminar.
Su discurso religioso no imita al modelo misionero cristiano, sino que opera bajo una lógica excluyente:
“Dios nos la dio; no hay lugar para nadie más.”
Palestina: Una Colonia Monopolística, no Misionera
2.1. La Doctrina de “Eretz Yisrael” y la Elección Cerrada
El sionismo fusionó la idea bíblica de la “tierra prometida a Abraham” con el paradigma moderno del Estado-nación, creando así un modelo teocrático y excluyente.
A diferencia del cristianismo misionero, esta teología no reivindica universalidad alguna:
la identidad judía se preserva como condición biológica, étnica e histórica, inaccesible para el extranjero.
Esa estructura convierte al colonialismo israelí en una anomalía:
mientras los imperios occidentales buscaban transformar al otro,
Israel busca eliminarlo.
En la teología sionista, el “otro” no es un sujeto a convertir, sino un obstáculo que debe desaparecer.
2.2. Jerusalén y la Sacralización de la Guerra
Jerusalén es presentada como el Centro Sagrado, la manifestación de la voluntad divina.
En esa narrativa, la mera existencia palestina se interpreta como una interferencia con el plan de Dios.
Se ha superado así el discurso colonial de “llevar la civilización”:
ha comenzado la era de la purificación divina.
Incluso la Reconquista española del siglo XV, con su intento de cristianizar a los musulmanes, implicaba cierto gesto de “ganancia espiritual”.
La aproximación israelí hacia los palestinos, en cambio, se basa en la idea de la redención mediante la eliminación.
Por eso, su proyecto es teológicamente más cerrado y éticamente más devastador.
En Palestina, lo sagrado se ha convertido en instrumento de un colonialismo sin misión universal, sin evangelio, sin redención y sin compasión.
No pretende convertir al otro, sino borrar su existencia.
Y en esa diferencia, el mundo contemporáneo contempla la mutación final del colonialismo:
una fe que ya no conquista, sino que aniquila.
El Asentamiento Israelí: De la Colonización a la Purificación
3.1. El Concepto de “Depuración Demográfica”
Los colonizadores occidentales, al explotar a los pueblos sometidos, les permitían subsistir: necesitaban su existencia como fuerza de trabajo.
En el modelo israelí, en cambio, el objetivo no es la subordinación, sino la ausencia total del palestino.
Los mapas de asentamientos revelan la geometría de una ingeniería del exterminio demográfico: confinamiento deliberado, bloqueo de accesos, escasez inducida de agua y colapso de los sistemas sanitarios.
En lugar de coexistencia desigual, se busca el vacío.
El territorio deviene una topografía sin testigos, un espacio calculado para la desaparición.
3.2. No “Redimir”, sino “Desarraigar”
El colonialismo occidental perseguía la asimilación cultural: absorber al otro bajo su lengua, su religión y su moral.
Israel, en cambio, no aspira a despojar de identidad, sino a borrar la existencia misma.
Porque en la teología sionista, la mera presencia del otro contradice la promesa divina.
El otro no es un sujeto a transformar, sino una impureza que debe ser eliminada.
La Evolución del Colonialismo Blanco: De la Fe a la Tecnología
Hoy, los instrumentos han cambiado.
Los dioses han sido sustituidos por algoritmos; los misioneros, por oficiales de inteligencia; las Escrituras, por listas de objetivos.
El muro de seguridad, la vigilancia biométrica y las colonias de drones son los nuevos dispositivos del colonialismo digital contemporáneo.
Pero el propósito esencial sigue siendo el mismo:
preservar el “nosotros” mediante la eliminación del “ellos”.
Conclusión: La Era en que la Misión Cede su Lugar a la Aniquilación
El colonialismo occidental explotaba en nombre de Dios; el colonialismo israelí borra en nombre de Dios.
En el primero había “conversión”; en el segundo, “purificación.”
El primero afirmaba “llevar la civilización”; el segundo proclama “erradicar a la población autóctona.”
Esa diferencia ha transformado a Palestina en el laboratorio colonial más desnudo y brutal de la historia moderna.
Ya no hay misión ni pretensión civilizatoria: solo una política de expulsión y destrucción.
El crimen cometido en nombre de lo divino ya no puede ocultarse bajo la grandeza de ninguna fe ni de ninguna civilización.
Porque el proyecto israelí ha dejado de ser una expresión de la “voluntad de Dios” para convertirse en una declaración de guerra contra la conciencia de la humanidad.
