La relación inversa establecida entre la verdad y la totalidad transforma también el criterio de la “única verdad objetiva”, utilizada como palanca para el tránsito del denominado “hombre moderno” expuesto a la mentira masiva en una medida sin precedentes en la historia hasta la era contemporánea y, por ello, calificado como genus totalitarian hacia el “régimen totalitario”. De este modo, incluso las publicaciones científicas de los intelectuales de los regímenes totalitarios dejan de ser verdad y se convierten en “propaganda”. Precisamente aquí emerge el concepto central de Koyré sobre las funciones políticas de la mentira, concepto que, en la modernidad, él sostiene que podría considerarse, desde una perspectiva fenomenológica, no solo como un ardid, sino también como una diversión, es decir, como una prolongación natural del hecho mismo de ser un ser que habla.
Los ensayos de Hannah Arendt, especialmente “La mentira en política” y “Verdad y política”, se apoyan y, al mismo tiempo, se apartan de una tradición occidental de larga data, no solo en cuanto contienen consideraciones filosóficas sobre la naturaleza misma de la política, sino también en lo que respecta a la comprensión de aquello a lo que remite la mentira en sentido amplio. Se apoyan en dicha tradición porque Arendt, como pensadora que a lo largo de casi toda su obra intentó desentrañar la naturaleza de la acción política y la relación de esta con conceptos como moral, libertad, verdad, autoridad, voluntad y cultura, procuró trazar el recorrido histórico de tal naturaleza y de esas relaciones en el conjunto de la tradición occidental.
Sin embargo, se aparta de ella porque Arendt no aborda la política del mismo modo que, por ejemplo, Carl Schmitt quien, identificando nuestra época en torno a ciertos invariantes, la denomina era de despolitización, o Eric Voegelin para quien la política moderna se precipita constantemente en un remolino de representación y verdad que deriva hacia el gnosticismo, o, como veremos más adelante, Alexandre Koyré quien reserva el fenómeno de la mentira en política al análisis de los regímenes totalitarios. Arendt, por el contrario, la considera desde un lugar que atiende a la cualidad no política de cada acto político, como si buscara aprehender su carácter germinal, ese instante inicial en que aún se encuentra en estado de semilla.
Ello le permite, incluso cuando habla de la tradición, no permanecer sujeta a ella, sino situarse en una perspectiva que evalúa la política desde fuera del propio ámbito político. En palabras de Roberto Esposito, en Arendt se encuentra un análisis de lo político que no puede calificarse de “despolitizado”, sino que se origina en un vacío impolítico (impolitical) capaz de poner en marcha lo propiamente político. Según esta perspectiva, la verdad y la política se presentan siempre en una relación determinada, y la mentira, dependiendo de la naturaleza cambiante de dicha relación, puede no encontrar espacio alguno o, por el contrario, llegar a convertirse en un rasgo casi definitorio.
Antes de pasar a examinar cómo evalúa Arendt esta relación, en tanto rara avis de los intelectuales públicos poco afines a un orden mundial de cuño estadounidense, conviene detenerse en algunos puntos clave sobre cómo se ha configurado históricamente el vínculo entre política, verdad y mentira. Teniendo presente que se trata de una clasificación a grandes rasgos, en la tradición filosófica clásica la mentira no constituye una acción especialmente relevante.
Por ejemplo, para Platón los adversarios no son los mentirosos, sino los sofistas: aquellos que actúan como si poseyeran ideas propias y como si estas fueran de gran valor. Los sofistas no son, estrictamente, mentirosos, sino impostores que presentan sus opiniones, creencias o juicios como si fueran verdad; quizá puedan considerarse falsificadores de la verdad. En Aristóteles quien, al vulgarizar en gran medida el sistema platónico, imprimió así su sello no solo en la filosofía occidental sino también en la oriental la atención no se centra en la mentira, sino en la veracidad o falsedad del discurso. Una afirmación como “Todos los hombres son mentirosos” no se evalúa como mentira, sino conforme a criterios de verdad o falsedad.
En la Edad Media occidental persiste la concepción clásica de la mentira. Sin embargo, más que en la mentira, el acento recae en una idea de secreto que considera innecesario ofrecer la verdad a todos, y en una concepción de la política organizada según este principio. Aunque no pueda generalizarse a toda la historia del cristianismo, no es tanto mentir lo que se considera digno de sanción, sino siguiendo una lógica heredada del pacto o alianza el “falso testimonio”, es decir, atestiguar en falso, lo cual merece castigo.
A comienzos de la época moderna se observan ciertas variaciones en torno a la cuestión de la mentira. Por un lado, la rígida postura del puritanismo y, por otro, el hecho de que el protestantismo también denominado Edad Moderna, a través de sus portavoces filosóficos, inaugurara una nueva tradición de pensamiento, dieron lugar a evaluaciones diversas. Así, en Hobbes, la verdad queda subsumida en el pacto establecido bajo un Soberano, presentado como la razón misma de ser de la sociedad; mientras que en Kant se alcanza una posición tan extrema que la veracidad es considerada un mandato sagrado de la razón, hasta el punto de sostener que no debe mentirse bajo ninguna circunstancia, ni siquiera ante la pregunta de un asesino dispuesto a matar a un amigo cercano sobre el paradero de su víctima.
Hobbes, por su parte, llega a sostener que incluso las verdades matemáticas podrían llevar a la quema de todos los libros de geometría si fueran contrarias al derecho o al interés del soberano. Kant, en cambio, aborda la cuestión desde una perspectiva de incondicionalidad, argumentando que mentir deliberadamente significa violar el deber que corresponde al ser humano como ente moral.
Sin embargo, nada de esto ofrece todavía criterios que permitan establecer una relación integral entre la mentira y la política. Se mantiene la idea de que la mentira puede ser dicha en determinadas circunstancias, principalmente para evitar un daño o para engañar a un enemigo; y que, en general, el mero hecho de poseer la facultad de hablar puede conducir a mentir, ya sea con una intención inocente o con fines determinados. Por ello, desde un punto de vista conductual, Hobbes considera que en algunos casos es preferible mentir que no hacerlo, mientras que Kant, a diferencia de Hobbes, sostiene que la mentira deliberada es moralmente incorrecta por el daño que puede causar a otro. En suma, la mentira aún no ha sido sometida a una evaluación integral en su relación con la política.
A inicios de la Edad Moderna se advierten ciertas variaciones en torno a la cuestión de la mentira. Por un lado, la estricta actitud del puritanismo y, por otro, el hecho de que el protestantismo también llamado la Edad Moderna inaugurara, a través de sus portavoces filosóficos, una nueva tradición de pensamiento, condujeron a valoraciones diversas. Así, en Hobbes, la verdad queda absorbida en el pacto establecido bajo un Soberano presentado como la razón misma de ser de la sociedad; mientras que en Kant se alcanza una posición tan radical que la veracidad es concebida como un mandato sagrado de la razón, hasta el punto de sostener que no debe mentirse bajo ninguna circunstancia, ni siquiera ante la pregunta de un asesino dispuesto a dar muerte a un amigo cercano sobre el paradero de su víctima.
Hobbes llega a afirmar que incluso las verdades matemáticas podrían llevar a la quema de todos los libros de geometría si contravinieran el derecho o el interés del soberano. Kant, en cambio, aborda la cuestión desde una perspectiva de incondicionalidad, argumentando que mentir deliberadamente supone una violación del deber propio del ser humano en cuanto ser moral.
Sin embargo, todo esto aún no proporciona criterios que permitan establecer una relación integral entre la mentira y la política. Persiste la idea de que la mentira puede ser pronunciada en determinadas circunstancias, principalmente para evitar un daño o engañar a un enemigo; y que, en general, el simple hecho de poseer la facultad de hablar puede conducir a mentir, ya sea con intención inocente o con fines concretos. Así, desde un punto de vista conductual, Hobbes considera que en ciertos casos es preferible mentir que callar la mentira, mientras que Kant, a diferencia de Hobbes, sostiene que la mentira deliberada es moralmente errónea por el daño que ocasiona a otro. En suma, la mentira no ha sido todavía sometida a una evaluación integral en su relación con la política.
Uno de los primeros intentos serios de vincular la mentira con la política es el ensayo de Alexandre Koyré titulado “La función política de la mentira moderna”, publicado por primera vez en 1945, que llama la atención tanto por emplear la expresión “mentira moderna” como por centrar su análisis en la función política de la mentira. Aunque, como veremos más adelante, también en Arendt se encuentra una distinción entre la mentira en la época clásica y la mentira en la época moderna, Koyré filósofo de la ciencia interesado en la historia de la filosofía, que en sus primeros años trabajó en Alemania junto a figuras como el fenomenólogo Edmund Husserl y el matemático David Hilbert, pero que, tras el rechazo de Husserl a su tesis, completó sus estudios en Francia es autor de una de sus obras más célebres, Del mundo cerrado al universo infinito, dedicada a la formación de la concepción moderna del cosmos.
En Koyré, la noción de “mentira moderna” no alude, según sus propias palabras, a la mentira fenomenológica. Esta última se refiere a la posibilidad de mentir derivada del mero hecho de que el ser humano posea la facultad de hablar.
Desde luego, las mentiras políticas existen desde la fundación de la primera ciudad (polis); sin embargo, Koyré atribuye a la fenomenología de la mentira un ámbito que parte del lenguaje y de la sociabilidad, y que abarca desde su uso como arma para derrotar a un enemigo o a un adversario hasta su empleo, en ocasiones, como entretenimiento inocente. “Nunca antes se había mentido tanto como en nuestros días. Y la mentira nunca había sido tan descarada, tan sistemática, tan incesante”, afirma Koyré, dirigiendo su atención, a diferencia de la mentira fenomenológica, hacia un tipo de mentira que él denomina “mentira política contemporánea”, propia de la modernidad o de lo que llama “contemporáneo”, y que, según observa, no se había presentado con tal frecuencia en ninguna otra época.
Además, este tipo de mentira que remite, de algún modo, a las reflexiones de Popper sobre “la sociedad abierta y sus enemigos”, y que se inscribe en un universo filosófico que reivindica el paso de una concepción cerrada del mundo a una concepción de universo infinito constituye, para Koyré, una forma de falsedad que no tiene precedentes en la historia mundial. “Las palabras escritas y habladas, la radio, todos los avances técnicos, han sido puestos al servicio de la mentira. El hombre moderno como género totalitario (genus totalitarian) se baña en la mentira, respira mentira, y en cada instante de su existencia es esclavo de ella.”
Según Koyré, el hecho de estar expuesto a una mentira tan total se debe a la naturaleza masiva de la misma. La mentira se ha convertido ahora en una “producción masiva para el consumo masivo”. Ni siquiera el trabajo intelectual está exento de ello. “Toda producción dirigida a las masas, y en particular toda producción intelectual, está condenada a someterse a estándares bajos. Por lo tanto, a pesar de todas sus sutilezas técnicas, el contenido de la propaganda moderna es profundamente repugnante: manifiesta un desprecio absoluto y total por la verdad, e incluso por la mera proximidad a la verdad; un desprecio que, sin embargo, es equivalente al que siente por las capacidades intelectuales de aquellos a quienes se dirige dicha propaganda”.
Por supuesto, se trata de descripciones que, aunque no masifican al ser humano moderno en un plano fenomenal, sí lo hacen de manera considerable en el plano político, reduciendo además su capacidad intelectual.
Sin embargo, el “hombre moderno” de Koyré adquiere de pronto una fisonomía distinta; y con él, desde luego, también los intelectuales. Koyré emplea la noción de la mentira política contemporánea no como una categoría aplicable a todas las sociedades actuales, sino como un instrumento incluso como un arma para la crítica de los regímenes totalitarios: “Las filosofías oficiales de los regímenes totalitarios tachan unánimemente de absurda la idea de que existe una única verdad objetiva válida para todos”.
Se trata de una afirmación extraña; y no únicamente si se la compara, por ejemplo, con las tentativas actuales como la de Badiou de postular la verdad en términos ontológicos, liberándola del dominio de lo Uno (es decir, de la totalidad), no exigiendo del individuo adhesión a una verdad única, sino, con la necesaria discusión sobre su naturaleza, una fidelidad a la verdad en cuanto tal; una fidelidad que, al apoyarse en el “conteo-como-uno” tomado de la teoría de conjuntos, pueda fracturar la pertenencia a cualquier conjunto determinado.
La distancia entre ambas posturas se torna aún más significativa si consideramos que estos dos autores que escriben en francés están separados por casi medio siglo. Pero lo verdaderamente sorprendente es la relación que Koyré establece entre los regímenes totalitarios y la totalidad objetiva de la verdad. Para él, la verdad es total y única; sin embargo, los regímenes totalitarios y sus filosofías oficiales no la aceptan, sino que la descalifican como absurda. En su lugar, afirman que “el criterio de la ‘verdad’ no reside en la realidad, sino en su conformidad con el espíritu de una raza, de una nación o de una clase; es decir, que es racial, nacional o utilitaria”. La “verdad” es total, objetiva y para todos; pero los regímenes totalitarios no lo reconocen así.
La relación inversa que se establece entre la verdad y la totalidad transforma también el criterio de la “única verdad objetiva”, que sirve de palanca para el paso del “hombre moderno” expuesto a la mentira masiva en una medida desconocida en la historia hasta la época contemporánea y por ello calificado como genus totalitarian al “régimen totalitario”. Así, incluso las publicaciones científicas de los intelectuales de los regímenes totalitarios dejan de ser verdad para convertirse en “propaganda”.
En este punto aparece el concepto central de Koyré sobre las funciones políticas de la mentira en la modernidad: una mentira que, en el plano fenomenológico, podría considerarse un ardid o un divertimento, una prolongación natural de la condición de ser hablante. Y aquí radica, en realidad, la misma lógica que permite a un presentador de televisión británico afirmar que las fotografías de bebés gazatíes muertos de hambre “no son reales”, que en realidad esas criaturas estaban así porque sus madres las dejaron morir de inanición, y que la causa de esa inanición era la “propaganda” misma. Un discurso que, en su tono y en su despreocupación, no hace sino reproducir el eco de las declaraciones del genocida Netanyahu, cuando proclama, frente a Occidente y frente al resto del mundo, que los israelíes son los incansables defensores de los valores occidentales, separando a unos y otros como blanco y negro.
La “propaganda” es la mentira política moderna, y en lugar de una verdad única, objetiva y válida para todos, opera “fuera del ámbito de lo verdadero y lo falso”. Según Koyré, la propaganda no se limita a situarse fuera de un terreno en el que la verdad conforme a los hechos pueda, una vez establecida, ser verificada o refutada; además, explota precisamente ese criterio de verificabilidad y falsabilidad: “La distinción entre lo verdadero y lo falso, entre lo imaginario y lo real, desempeña un papel importante en los regímenes totalitarios. Solo que sus posiciones se han invertido: el régimen totalitario se funda en la primacía de la mentira”.
Si consideramos que el artículo fue escrito en 1945, es evidente que nos hallamos en un momento en que las rígidas divisiones de la Guerra Fría aún no se habían institucionalizado; y que Koyré, al establecer una relación entre la mentira y la política a partir del ya extinto régimen nazi y del régimen soviético todavía percibido como una amenaza, buscaba presentarla como algo ajeno al “mundo libre”. Aunque los medios de comunicación masiva operasen con mayor vigor en el llamado “mundo libre”, los regímenes totalitarios, fundados en la primacía de la mentira, rechazaban una única verdad para centrarse en su “propaganda” y, con ella, arrastrar a las masas hacia la falsedad.