“El Ser Humano de la Ciudad”

agosto 9, 2025
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El ser humano libra una constante lucha por la vida y aspira a alcanzar el éxito. Ganar dinero y convertirse en un medio para que otras personas encuentren sustento gracias a su trabajo constituye, sin duda, una de las formas de logro. Sin embargo, no debemos, bajo ningún concepto, entregarnos por completo a la economía del dinero; hemos de perseverar en la elevación de nuestra sensibilidad espiritual como finalidad última de nuestra existencia.

La economía monetaria tiene como prolongación natural las estampas humanas de las grandes ciudades del mundo… Georg Simmel, a comienzos del siglo XX, intentó describir al habitante de la metrópoli; y sus observaciones, hoy en día, conservan plena vigencia. Es más, como intentamos relatar muchos de nosotros incluyéndome a mí mismo, no carecen de matices adicionales: el estrecho vínculo entre el afán de lucro, la cultura del consumo y la sociedad del espectáculo en la que vivimos ha llevado al mundo “tecnomediático” al borde del colapso. Sigamos, no obstante, la senda trazada por el maestro Simmel hace más de un siglo. Él señala lo siguiente:

El habitante de la metrópoli moderna es nervioso e irritable. Sometido a un bombardeo constante de estímulos en la vida urbana, procura establecer una distancia con su entorno social y físico, adoptando una personalidad neurasténica. El hombre que vive en un pueblo conoce prácticamente a todos y mantiene con ellos una relación cordial. Un panorama semejante es imposible de reproducir en la ciudad, donde uno se cruza diariamente con centenares de personas; intentarlo equivaldría a destrozar por completo la vida interior. Ante el intercambio fugaz y superficial que impone la vida metropolitana, las personas, con razón, se vuelven desconfiadas y se ven obligadas a erigir barreras frente a los demás. En las grandes urbes, muchas veces ni siquiera sabemos quiénes son en realidad aquellos que llevan años siendo nuestros vecinos. Por ello, los habitantes de los pueblos consideran al hombre de la metrópoli como un ser frío y carente de alma.

Según Simmel, “la cultura del dinero implica que la vida misma se convierta en prisionera de su propio medio”. Vivir en un estado de constante estimulación, pasar una y otra vez por el tamiz de la economía monetaria, acaba por arrastrar al habitante de la ciudad hacia la indiferencia, el cinismo, la falta de seriedad, el hastío y el desaliento. Se hastía; “los nervios estimulados han sido forzados, durante tanto tiempo, a reaccionar con todas sus fuerzas, que finalmente ya no responden a nada… A sus ojos, todo tiene la misma opacidad, el mismo gris. Nada merece la pena suscitar entusiasmo.” Este estado de ánimo solo puede ser alterado, de vez en cuando, por emociones extremas y deseos intensos. La satisfacción de esos deseos brinda un alivio momentáneo, pero pronto se retorna al estado anterior.

Si al menos todo se limitara a la distancia y al hastío… En la selva de la vida urbana, frente a las multitudes, el individuo intenta protegerse devaluando el mundo y a los demás, ignorando incluso a sus propios parientes o vecinos. Termina siendo alguien que ve con los ojos pero no oye con los oídos. En tales circunstancias, “sea cual fuere la causa, surge una leve insatisfacción que, en situaciones de contacto cercano, puede transformarse en cualquier momento en odio o en disputa; aparece un sentimiento mutuo de extrañeza y de repulsión”. Y, haga lo que haga, el individuo acaba por asemejarse a los demás; en la metrópoli todos terminan pareciéndose, la vida se uniformiza.

La única vía de escape frente a la uniformidad es replegarse en uno mismo, comenzar a creer únicamente en sí mismo y, al mismo tiempo, intentar mostrar su diferencia del modo más rápido, llamativo y exagerado posible, ya sea mediante la vestimenta o la actitud. ¡Qué importa si se ha vuelto excéntrico, si sus maneras son afectadas o sus rasgos se han agudizado!… Lo esencial es lograr destacar por su singularidad. En la metrópoli, donde los cuerpos se acercan a medida que los espacios se reducen, las almas, para poder respirar, se distancian unas de otras y se sumen en la soledad, cada una viviendo en su propio laberinto.

Aun así, si las personas permanecen juntas dentro de un mismo sistema, sin decir “aquí no queda nada que nos defina” y dispersarse, es siempre gracias al “dinero”. La araña que teje la tupida red social de la metrópoli es, precisamente, el dinero.

Ahora bien, ¿puede acaso el habitante de la ciudad descrito por Simmel hace un siglo ese ser cuyos sufrimientos se han multiplicado con creces en el mundo tecnomediático contemporáneo, ese hombre que vive bajo la economía monetaria alcanzar la felicidad?

Dinero y Felicidad

Según Simmel, la economía monetaria también posee aspectos positivos. Ante todo, el dinero constituye la prueba más evidente de que el ser humano es un ente capaz de fabricar instrumentos para alcanzar sus fines. El instrumento simboliza el ingenio humano, encarna o contiene tanto la grandeza de su voluntad como sus límites. Gracias al dinero, podemos establecer relaciones con un gran número de personas; podemos restringir nuestras obligaciones mutuas a servicios y bienes específicos, y experimentar satisfacciones inexistentes en otros sistemas económicos.

Asimismo, cabe mencionar entre sus beneficios la posibilidad de realizar las individualidades en un entorno libre, preservar y mantener los intereses y las inclinaciones personales; liberar al trabajador de los medios de producción, así como de las presiones del absolutismo y de las limitaciones impuestas por los grupos sociales a los que pertenece.

Nuestro pensador, Georg Simmel, enumera estos aspectos positivos de la economía monetaria, pero no le concede una aprobación plena debido a la tragedia cultural que engendra. En la economía del dinero, no se puede vivir sin él; pero con él, tampoco se alcanza la felicidad.

Según algunos liberales ¡Dios les guarde!, y en particular según mi muy estimado profesor Atilla Yayla, todo lo bueno que nos ha sucedido, en gran medida, ha sido gracias al dinero. Leamos, en versión abreviada, su artículo titulado “Las expectativas de las personas en la vida”:

“Se dice que los seres humanos están colmados del deseo de ser ricos y de poder comprar con facilidad todo aquello que anhelan. Quien puede adquirir lo que le agrada y tiene los medios para gastar sin preocupación es, se afirma, una persona feliz… Un estudio realizado en los Estados Unidos reveló que lo que más contribuye a la felicidad no es el dinero en sí, sino el estatus dentro de la sociedad. La investigación demostró que las personas ‘apreciadas’ y ‘respetadas’ son más felices que aquellas que simplemente poseen altos ingresos… Asimismo, el estudio señala que la felicidad que proporciona la riqueza o el dinero disminuye con el tiempo, mientras que la estima y el respeto social se mantienen de manera duradera.

En otras investigaciones previas también se constató la existencia de varias tendencias en la relación entre felicidad y dinero. Así, para quienes parten de un nivel de ingresos nulo o muy bajo y, gracias a su trabajo y a la obtención de beneficios, logran ascender en la escala de ingresos, esta mejora produce una gran felicidad. Sin embargo, este mismo estado de felicidad no se observa en quienes adquieren dinero de forma repentina a través de herencias o grandes donaciones, especialmente en el caso de los jóvenes. En no pocas ocasiones, sucede incluso lo contrario…

Estos mismos principios ya fueron subrayados mucho antes por profetas y filósofos. Por ejemplo, en las obras de David Hume y Adam Smith se destaca que las personas poseen un fuerte deseo de aprobación y que este resulta sumamente influyente en la orientación y el control de la conducta humana. Sin embargo, para percibir esta verdad no es necesario ser profeta ni filósofo… Estoy convencido de que el dinero, el afán y el esfuerzo por obtenerlo, y la aspiración a ser rico y próspero, son sumamente beneficiosos tanto para el individuo como para la sociedad. Y la historia así lo atestigua.”

Con todo, el dinero no es en sí mismo un fin. En última instancia, se convierte en un medio para obtener respeto y reconocimiento, del mismo modo que lo es el éxito en el deporte, la ciencia o el arte. Sin embargo, lo que sí es indudable es que la contribución del dinero y de los esfuerzos por ganarlo a la humanidad es mucho mayor incluso incomparablemente mayor que la del deporte, la ciencia o el arte.

Sobre estas observaciones del profesor Yayla cabría hacer muchos comentarios. Aprovechemos la ocasión para remitir a nuestros lectores a un artículo anterior en el que abordamos la figura de Adam Smith (https://kritikbakis.com/sermaye-devlet-ve-adam-smith/) y, sin alargar más la introducción, continuemos.

El dinero es, sin duda, uno de los frutos más brillantes del ingenio humano… En la estructura del Estado moderno y en el funcionamiento de las relaciones interestatales, se puede criticar al dinero y a su economía, pero es imposible rechazarlos por completo. Salvo que uno sea un anarquista en estado puro, estos son asuntos indiscutibles… Siguiendo la conceptualización de Simmel, avanzamos también bajo los epígrafes de “economía monetaria” y “filosofía y psicología del dinero”. Lo que aquí deseamos subrayar de forma especial es que, en las discusiones y evaluaciones que realizamos sobre las relaciones entre capitalismo, liberalismo y modernidad, resulta imprescindible añadir el tema del “papel moneda”. Todo ello está íntimamente interconectado: uno no existe sin el otro.

Ahora bien, ¿qué debemos hacer mientras giramos sin cesar en el interior de esta paradoja?

Simmel sostiene que la tragedia y la alienación propias de la vida urbana regida por la economía monetaria solo pueden ser superadas mediante el arte. Como intelectual que vivió en las penurias de la primera modernidad, busca en el arte la solución. Piensa como Nietzsche, quien afirmaba: “Si hay algo que pueda impedirnos morir a manos de la realidad, es el arte, y solo el arte.” Para Simmel, asimismo, solo el arte es algo más que la vida misma; vida y forma solo pueden unirse en el arte.

“No ha existido jamás dice Simmel una época en la que los individuos carecieran de afán por el dinero; sin embargo, puede afirmarse que los tiempos en los que este deseo ha sido más intenso y desmedido coinciden con aquellos en los que la satisfacción individual ha sido más modesta; por ejemplo, cuando los sentimientos religiosos han perdido la fuerza de ser exaltados como el fin último de la existencia.”

Detengámonos aquí por un momento y retrocedamos desde Simmel hasta los tiempos en que vivió Kierkegaard.

Prof. Dr. Erol Göka

Prof. Dr. Erol Göka
Nació en 1959 en Denizli, Türkiye. Está casado y es padre de cinco hijos. En 1992 obtuvo el título de profesor asociado en psiquiatría y en 1998 fue nombrado jefe de la Clínica de Psiquiatría del Hospital de Formación e Investigación de Ankara Numune. Actualmente, es el responsable de formación y administración de la Clínica de Psiquiatría del Hospital de la Ciudad de Ankara, adscrito a la Facultad de Medicina de la Universidad de Ciencias de la Salud.

Es miembro del consejo editorial de la revista Türkiye Günlüğü y forma parte de los consejos consultivos de diversas revistas en los campos de la medicina y las ciencias humanas. Por su libro "Comportamiento de Grupo en los Turcos", recibió en 2006 el premio "Intelectual del Año" otorgado por la Unión de Escritores de Türkiye. En 2008, se le concedió el Premio de Ciencia y Estímulo Ziya Gökalp por parte de los Türk Ocakları (Hogares Turcos).
Web: erolgoka.net
Correo electrónico: [email protected]

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