Se observa que Trump abordará Gaza e Irán dentro de una estrategia integral. Su estrategia de doble vía, que busca aplicar presión sobre Irán mientras apoya a Israel, puede entenderse desde la perspectiva de la política de alianzas y el equilibrio estratégico. En este contexto, la disposición de Trump para colaborar estrechamente con Israel en el asunto iraní deja en claro su intención de establecer un equilibrio estratégico entre Washington y Tel Aviv, permitiendo la gestión conjunta de ambos temas.
Es innegable que El Presidente de EE. UU., Donald Trump, ha desempeñado un papel clave en el proceso de alto el fuego en Gaza. Sin embargo, para lograr una paz duradera en Oriente Medio, aún debe superar una serie de obstáculos importantes. En este sentido, los temas de Gaza e Irán emergen como prioritarios. En Gaza, existen diferentes enfoques sobre la transición a la segunda fase de las negociaciones entre Israel y Hamás, cuyo objetivo es la liberación de los rehenes restantes y el establecimiento de un alto el fuego permanente. En este punto, las desavenencias estratégicas entre las partes tendrán un impacto crítico en la sostenibilidad del cese al fuego. Por otro lado, el rápido avance del programa nuclear de Irán representa otro problema importante para EE. UU. Según Rafael Grossi, director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), el gobierno iraní mantiene una actitud agresiva respecto a la expansión de su capacidad nuclear. La estrategia de Trump, que abarca Gaza e Irán de manera integral, se entiende como una maniobra que refuerza la presión sobre Irán al tiempo que fortalece el respaldo a Israel. De este modo, al demostrar de manera inequívoca su disposición para cooperar estrechamente con Israel en el tema iraní, Trump busca consolidar el equilibrio estratégico entre Washington y Tel Aviv, lo que facilitaría la gestión conjunta de ambas cuestiones.
El Plan de Gaza de Trump: Un Dilema Estratégico
Los procesos de paz en Oriente Medio han girado en torno a problemas fundamentales desde los Acuerdos de Oslo en la década de 1990. Cuestiones como las fronteras, la seguridad, los refugiados, el estatus de Jerusalén y el reconocimiento mutuo han llevado al fracaso de iniciativas como Camp David (2000), el Proceso de Annapolis (2007-08) y las negociaciones de Kerry (2013-14). El denominador común de estos procesos ha sido la suspensión de las negociaciones sobre el estatus final y la falta de confianza entre las partes. El plan de Gaza anunciado por Trump el martes 4 de enero se basa en tres ejes principales: colocar Gaza bajo el control de EE. UU., el desplazamiento de la población palestina y la transformación de la región en un modelo centrado en el turismo y el comercio. Sin embargo, estas propuestas presentan serios problemas desde el punto de vista del derecho internacional. El desplazamiento forzado es calificado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como limpieza étnica, mientras que la intención de EE. UU. de “tomar” Gaza lo expone al riesgo de ser considerado una potencia ocupante. Además, este plan contradice el discurso de Trump en 2016 contra la “construcción de naciones” y ha sido calificado como una incoherencia estratégica. Desde el Plan Marshall, EE. UU. no ha logrado implementar con éxito un proyecto de tal envergadura. De hecho, la mayoría de sus iniciativas han fracasado, como lo demuestran los ejemplos de Afganistán, Irak y Libia. Además, sigue sin estar claro cómo se financiaría un proyecto de tal magnitud. Considerando tanto el enorme costo como las sensibilidades políticas de la región, no se ha definido si EE. UU. asumirá toda la carga o si habrá socios internacionales involucrados en el proceso.
Trump, además de promover el desplazamiento permanente de más de dos millones de palestinos en Gaza, ha declarado su intención de tomar control de la región mediante el poder militar estadounidense si fuese necesario. Esta propuesta ha sido calificada como temeraria y una manifestación de su estilo arriesgado y provocador. Hamás ha descrito el plan como un «despojo territorial», mientras que el representante palestino ante la ONU ha enfatizado que el derecho de los habitantes de Gaza a permanecer en su territorio debe ser universalmente reconocido. Arabia Saudita, por su parte, ha rechazado indirectamente el plan al afirmar que no normalizará relaciones con Israel sin la creación de un Estado palestino.
En el ámbito internacional, expertos han criticado el plan de Trump calificándolo de «irrealista» y «contradictorio con el contexto histórico». Un proyecto de tal naturaleza podría erosionar aún más la credibilidad de EE. UU. en la región. Aunque Trump pretende redefinir el papel de su país en Oriente Medio, su propuesta enfrenta problemas de legitimidad jurídica, heridas históricas y la fragilización de las alianzas regionales. Tanto el desplazamiento forzoso como la ocupación violan la Carta de la ONU y harían inaceptable para los palestinos cualquier plan de reubicación. En este sentido, la propuesta de Trump se percibe no como una estrategia realista de paz, sino como una especulación política que prioriza las preocupaciones de seguridad de Israel sin considerar los derechos humanos y las normas internacionales.
Si el objetivo de Trump es presionar a Hamás, es poco probable que su estrategia tenga éxito. Las declaraciones que hizo junto a Netanyahu sorprendieron a muchos, pero algunos analistas las interpretan como parte de su enfoque habitual de negociación agresiva. Trump podría haber adoptado una posición maximalista al inicio del proceso para negociar de manera escalonada y obtener ventajas en las conversaciones entre Israel y Gaza. No obstante, la cuestión clave es a quién pretende influenciar con estas declaraciones que desafían la política estadounidense tradicional en la región, el derecho internacional y las normas diplomáticas. Incluso los colonos israelíes, que aspiran a asentarse en Gaza por razones religiosas y nacionalistas, podrían no respaldar este plan, ya que preferirían convertir el territorio en áreas de asentamiento en lugar de permitir que empresas constructoras estadounidenses desarrollen hoteles de lujo en la región. Además, es evidente que ni Jordania ni Egipto estarían en condiciones de acoger a más de dos millones de desplazados de Gaza, ya sea voluntaria o forzosamente. Incluso si estos países cedieran ante la presión de Trump, la ayuda financiera de EE. UU. sería insuficiente para mitigar las consecuencias geopolíticas, económicas, de seguridad y sociales que generaría un movimiento poblacional de tal magnitud. Por otra parte, también queda claro que Trump no busca ejercer presión sobre Israel ni sobre el liderazgo de Netanyahu. Desde esta perspectiva, podría interpretarse que el verdadero objetivo de las declaraciones inusuales de Trump es presionar a los palestinos, especialmente a Hamás.
La Estrategia de Irán de Trump: Encrucijada Política
El martes 4 de febrero de 2025, Donald Trump firmó un memorando presidencial que reinstauraba las estrictas políticas previamente implementadas para evitar que Irán adquiera armas nucleares y limitar sus exportaciones de petróleo. En su declaración, Trump afirmó que Irán nunca debería poseer un arma nuclear y que EE. UU. se reservaba el derecho de impedir que Irán vendiera petróleo a otros países. No obstante, en una declaración emitida el miércoles 5 de febrero, Trump expresó su deseo de que Irán se convirtiera en un país grande y próspero, pero sin capacidad nuclear. En una publicación en Truth Social, calificó de «exageradas» las afirmaciones sobre una supuesta cooperación entre EE. UU. e Israel para «desmantelar» Irán y sugirió que un «Acuerdo de Paz Nuclear Verificada» sería más apropiado. Asimismo, expresó su intención de trabajar en dicho acuerdo y celebrar un «Gran Evento de Paz en Oriente Medio» una vez concretado.
El año 2025 marca una década desde la firma del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), el acuerdo nuclear con Irán, cuyo objetivo era limitar las actividades nucleares de Teherán, supervisar sus procesos de investigación y desarrollo y restringir la expansión de su infraestructura nuclear. Aunque su eficacia fue objeto de debate, el JCPOA había sentado las bases para futuras negociaciones más amplias. Sin embargo, la realidad de 2025 es distinta. La decisión de la administración Trump de retirarse del JCPOA en mayo de 2018 llevó a Irán a expandir su programa nuclear. Como resultado, Teherán reanudó sus programas de investigación y desarrollo de centrifugadoras, incrementando su capacidad nuclear. La administración de Biden intentó restaurar el cumplimiento mutuo del acuerdo, pero Irán permaneció indiferente a estos esfuerzos. Como consecuencia, el programa nuclear iraní continúa avanzando y el tiempo necesario para la producción de material fisionable para un arma nuclear se ha reducido significativamente. Actualmente, se estima que Irán está a solo unas pocas semanas de producir el material necesario para un arma nuclear.
Otro aspecto preocupante es la red de aliados regionales de Irán, que ha sufrido importantes debilitamientos en los últimos tiempos. Las operaciones militares israelíes han golpeado gravemente la capacidad de Hizbulá, uno de los principales aliados de Teherán en la región. Además, la caída del régimen de Bashar al- Assad en Siria ha alterado el equilibrio de poder en Oriente Medio en detrimento de Irán. Aunque Teherán busca recuperar su profundidad estratégica y consolidar su programa nuclear, este proceso será largo y complicado. La administración Trump enfrenta un tiempo limitado para tomar decisiones clave en su relación con Irán, y la problemática nuclear iraní está a punto de retomar un papel central en la agenda internacional.
Dado que Irán se encuentra en una posición regional debilitada pero con su capacidad nuclear en su punto más alto, la administración Trump debe reconocer esta nueva realidad. Por otro lado, las acciones recientes de Israel han demostrado que asumir riesgos más altos contra Irán es una posibilidad tangible. En este contexto, Trump podría adoptar una postura más audaz y firme, utilizando todos los recursos diplomáticos, económicos y militares para impedir que Irán adquiera armas nucleares y evitar el rearme de sus grupos aliados, como Hizbulá. En contraste, la administración Biden optó por estrategias menos confrontativas, priorizando la reducción de tensiones y el compromiso indirecto. La nueva administración estadounidense podría fortalecer su posición centándose en tres áreas clave: i) impedir la proliferación nuclear de Irán, ii) contener los esfuerzos de Teherán por reconstruir su red de aliados en la región, y iii) frenar la expansión de su tecnología de misiles y drones.
Si Trump busca llegar a un acuerdo significativo con Irán, podría tomar medidas concretas para disipar las preocupaciones sobre la capacidad nuclear iraní. Estas incluirían ampliar el acceso del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) a las instalaciones nucleares de Irán, reducir las reservas de uranio enriquecido y limitar los niveles de enriquecimiento. Asimismo, un pacto que impida el desarrollo de la vía del plutonio podría generar confianza sobre la intención de Irán de renunciar a su programa de armas nucleares.
Las sanciones y las opciones militares también desempeñarán un papel clave en este proceso. De manera simultánea, podrían iniciarse negociaciones serias entre EE. UU. y China sobre las importaciones de petróleo iraní. Si China se muestra reticente a cooperar, podrían aplicarse presiones económicas adicionales. Alertar a Pekín sobre los riesgos que una amenaza militar contra el programa nuclear iraní podría representar para el suministro energético regional podría incentivar su cooperación.
En este contexto, EE. UU. tiene la oportunidad de restringir la influencia de Irán en Oriente Medio y reducir la amenaza que los aliados de Teherán representan para las fuerzas estadounidenses en la región. Con la posibilidad cada vez más real de un ataque contra el programa nuclear iraní, Irán podría adoptar una postura más conciliadora.
En los últimos tiempos, los mensajes emitidos por funcionarios iraníes han sido más positivos. No obstante, el aumento de discursos por parte de algunos funcionarios y expertos iraníes que abogan por una adquisición acelerada de armas nucleares debe interpretarse como un lenguaje de «amenaza» y «negociación». Si bien la capacidad nuclear podría considerarse un elemento disuasivo para fortalecer la posición estratégica y militar de Irán, el desarrollo de armas nucleares conlleva riesgos significativos. Además de la fabricación de estas armas, sería necesario garantizar su almacenamiento seguro, desarrollar sistemas de distribución eficaces y asegurar su operatividad.
En este sentido, la nuclearización de Irán podría aumentar el riesgo de un enfrentamiento directo con EE. UU. e Israel, agravar su aislamiento internacional y endurecer las sanciones económicas. Asimismo, la capacidad de Irán de utilizar su programa nuclear como herramienta de negociación se vería seriamente comprometida. La administración de Pezeškian inició en septiembre pasado un proceso de diálogo diplomático con las potencias occidentales, un esfuerzo que podría verse truncado si Irán decide avanzar hacia la producción de armas nucleares.