El Futuro Sombrío De Europa

noviembre 24, 2025
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La devastación provocada por la guerra en Ucrania y los cambios de largo alcance en los intereses estadounidenses están debilitando la posibilidad de una Europa más estable y más próspera.

La devastación causada por la guerra en Ucrania y la transformación de largo alcance en los intereses estratégicos de Estados Unidos están debilitando la posibilidad de una Europa más estable y más próspera.

Este discurso fue pronunciado el 11 de noviembre de 2025 en el Parlamento Europeo en Bruselas.

Europa atraviesa hoy una profunda crisis; la causa principal es la guerra en Ucrania, un conflicto que ha desestabilizado una región que hasta hace poco había sido en gran medida pacífica. Lamentablemente, no parece probable que la situación mejore en los próximos años. De hecho, es muy posible que Europa sea menos estable en el futuro de lo que lo es ahora.

La situación actual en el continente contrasta de manera marcada con la estabilidad sin precedentes de la que Europa disfrutó tras el colapso de la Unión Soviética, durante el período de unipolaridad que comenzó hacia 1992 y se extendió hasta 2017. Cuando China y Rusia reaparecieron como grandes potencias en 2017, el mundo unipolar dio paso a una configuración multipolar. Todos recordamos el célebre artículo de Francis Fukuyama publicado en 1989 ¿El fin de la historia?, en el que sostenía que la democracia liberal estaba destinada a extenderse por todo el mundo, trayendo consigo paz y prosperidad. Ese argumento resultó claramente erróneo, aunque durante más de dos décadas muchos en Occidente lo consideraron creíble. En el apogeo del orden unipolar, muy pocos europeos imaginaban que el continente podría encontrarse hoy en semejante estado de inquietud.

¿Qué salió mal?

El factor fundamental que explica la inseguridad que Europa experimenta hoy es la guerra en Ucrania, que sostendré fue provocada por Occidente, especialmente por Estados Unidos. Pero existe un segundo factor: la transición del mundo unipolar a uno multipolar a partir de 2017 supuso un cambio en el equilibrio global de poder que, inevitablemente, amenazaba la arquitectura de seguridad europea. Sin embargo, había razones para pensar que este cambio era administrable. La combinación de dicha transición con la guerra en Ucrania garantiza, en cambio, problemas graves que no desaparecerán en un futuro previsible.

Permítanme explicar primero por qué el fin de la unipolaridad amenaza los cimientos de la estabilidad europea. En segundo lugar, analizaré los efectos de la guerra en Ucrania sobre Europa y cómo estos interactúan con la llegada de la multipolaridad, transformando profundamente el panorama estratégico europeo.

De La Unipolaridad A La Multipolaridad

Durante la Guerra Fría en Europa Occidental y durante la unipolaridad en toda Europa, la clave para mantener la estabilidad fue la presencia militar de Estados Unidos, integrada en el marco de la OTAN. Desde su fundación, Washington ha dominado la alianza, y esta hegemonía estadounidense hizo prácticamente imposible que los Estados miembros, cobijados bajo el paraguas de seguridad estadounidense, se enfrentaran entre sí. En la práctica, Estados Unidos actuó como un poderoso factor de contención interna. Las élites europeas actuales aceptan esta realidad elemental y, por ello, defienden tan firmemente la permanencia de tropas estadounidenses en Europa y la continuidad de una OTAN dirigida por Washington.

Conviene recordar que cuando la Guerra Fría llegó a su fin y la Unión Soviética se disponía a retirar sus fuerzas de Europa del Este y a disolver el Pacto de Varsovia, Moscú no se opuso a que la OTAN dominada por Estados Unidos continuara existiendo. Al igual que los europeos occidentales, los dirigentes soviéticos comprendían el valor del poder de contención estadounidense. Lo que sí rechazaban de manera categórica era la expansión de la OTAN, punto al que volveré más adelante.

Algunos sostienen que la verdadera razón de la estabilidad europea durante la unipolaridad no fue la OTAN, sino la Unión Europea; de ahí que en 2012 el Premio Nobel de la Paz se otorgara a la UE y no a la OTAN. Este argumento no se sostiene. Aunque la UE es una institución extraordinariamente exitosa, su éxito político y económico se apoyó siempre sobre el fundamento de la paz garantizada por la OTAN. Parafraseando a Marx en sentido inverso, la institución político-militar constituye la base; la institución económica, la superestructura. Sin el poder disuasorio estadounidense, no solo desaparecería la OTAN, sino que la integración europea quedaría gravemente debilitada.

Durante el período unipolar, de 1992 a 2017, Estados Unidos era con diferencia el actor más poderoso del sistema internacional y podía mantener sin dificultad una presencia militar sustancial en Europa. De hecho, las élites de política exterior en Washington no solo querían preservar la OTAN, sino expandirla hacia Europa del Este.

No obstante, el advenimiento de la multipolaridad puso fin a este orden. Estados Unidos dejó de ser la única gran potencia; China y Rusia habían emergido también como grandes potencias. A partir de ese momento, los responsables políticos estadounidenses tenían que ver el mundo de otra manera.

Para comprender lo que la multipolaridad implica para Europa, es necesario observar la distribución de poder entre las tres grandes potencias. Estados Unidos sigue siendo el país más poderoso, pero China lo alcanza rápidamente y es considerada ya un rival equiparable. Su enorme población y su extraordinario crecimiento económico desde principios de los años noventa la han convertido en un aspirante a hegemón en Asia Oriental. Para Estados Unidos ya hegemón regional en el Hemisferio Occidental la posibilidad de que otra gran potencia establezca hegemonía regional en Asia o en Europa es motivo de enorme inquietud. No olvidemos que Estados Unidos intervino en las dos guerras mundiales para impedir que Alemania y Japón se convirtieran en hegemones regionales. La lógica estratégica sigue siendo válida hoy.

Rusia es la más débil de las tres y, pese a la percepción de muchos europeos, no constituye una amenaza capaz de conquistar toda Ucrania ni, mucho menos, de invadir Europa del Este. Ha pasado los últimos tres años y medio tratando de obtener el control de apenas un quinto del territorio ucraniano. El ejército ruso dista mucho de ser la Wehrmacht, y Rusia a diferencia de la Unión Soviética en la Guerra Fría o de China actualmente en Asia no es ni puede ser un hegemón regional.

Dada esta configuración, es una necesidad estratégica para Estados Unidos concentrarse en contener a China y evitar que domine Asia Oriental. Y como Rusia no puede convertirse en hegemón en Europa, ya no existe una justificación estratégica convincente para que Washington mantenga una presencia militar pesada en el continente. Asignar recursos a Europa significa detraerlos de Asia Oriental. Esta lógica explica la política estadounidense del “giro hacia Asia” (pivot to Asia). Pero concentrar recursos en una región implica retirarlos de otra; esa otra región es Europa.

Existe además otra dimensión, independiente del equilibrio global de poder, que contribuye a debilitar aún más el compromiso estadounidense con la seguridad europea: la relación excepcional entre Estados Unidos e Israel. Esta relación fruto de la enorme influencia del lobby israelí en Washington— implica un apoyo estadounidense casi incondicional hacia Israel, así como una elevada probabilidad de que Estados Unidos participe directa o indirectamente en sus guerras. De este modo, Washington seguirá dedicando recursos militares significativos a Israel y desplegando fuerzas en Oriente Medio. Tales compromisos ejercen presión adicional para reducir el contingente estadounidense en Europa, impulsando a los europeos a asumir por sí mismos una mayor parte de su defensa.

En conjunto, los poderosos factores estructurales asociados a la transición a la multipolaridad, combinados con la relación excepcional con Israel, podrían conducir a un retiro estadounidense de Europa y a la parálisis de la OTAN, con consecuencias nefastas para la seguridad europea. Sin embargo, este desenlace no es inevitable. Evitarlo es, sin duda, el objetivo de casi todos los dirigentes europeos. Pero lograrlo exige estrategias inteligentes y diplomacia hábil en ambas orillas del Atlántico. Hasta ahora, no hemos visto nada parecido. Por el contrario, Europa y Estados Unidos emprendieron la temeraria vía de intentar incorporar a Ucrania a la OTAN, provocando así una guerra imposible de ganar contra Rusia y elevando notablemente la probabilidad de un repliegue estadounidense y de la inutilidad estratégica de la OTAN. Permítanme explicarlo.

¿Quién Inició La Guerra En Ucrania? La Sabiduría Convencional

Para comprender plenamente las consecuencias de la guerra en Ucrania, resulta esencial considerar sus causas; de hecho, la razón por la cual Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022 revela mucho tanto sobre los objetivos rusos como sobre los efectos a largo plazo del conflicto.

La opinión predominante en Occidente sostiene que el responsable de la guerra en Ucrania es Vladímir Putin. Según esta interpretación, el objetivo de Putin sería conquistar toda Ucrania e incorporarla a una Gran Rusia. Una vez alcanzada esta meta, Rusia se dispondría a construir un imperio en Europa del Este, tal como hizo la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial. En este relato, Putin representa una amenaza mortal para Occidente y debe ser detenido con firmeza. En síntesis, sería un imperialista dotado de un gran plan maestro, plenamente coherente con una larga tradición rusa. Sin embargo, existen numerosos problemas con esta narrativa. A continuación, expondré cinco de ellos.

En primer lugar, antes del 24 de febrero de 2022 no existía ninguna prueba de que Putin pretendiera conquistar toda Ucrania e integrarla en Rusia. Quienes defienden la visión ortodoxa no pueden señalar declaración alguna ni un solo texto donde el presidente ruso afirme que la anexión total de Ucrania fuera un objetivo deseable, factible o que él estuviera decidido a llevarlo a cabo.

Interpelados sobre este punto, los defensores del relato tradicional suelen remitirse a la supuesta afirmación de Putin según la cual Ucrania sería un “Estado artificial” y, especialmente, a su tesis de que rusos y ucranianos constituyen “un solo pueblo”, idea que constituye el eje principal de su célebre artículo del 12 de julio de 2021. No obstante, tales observaciones no ofrecen explicación alguna respecto del motivo para iniciar la guerra. De hecho, ese mismo artículo contiene pruebas notables de que Putin reconocía a Ucrania como un país independiente. Por ejemplo, dirigiéndose al pueblo ucraniano, escribe: “Si desean construir su propio Estado, adelante”. Y, en relación con la postura que Rusia debería adoptar hacia Ucrania, afirma: “Solo hay una respuesta: con respeto”. El extenso ensayo concluye con estas palabras: “El futuro de Ucrania es una cuestión que corresponde decidir a sus ciudadanos”.

En ese mismo escrito, y también en el importante discurso que pronunció el 21 de febrero de 2022, Putin recalcó que Rusia aceptaba la “nueva realidad geopolítica surgida tras la disolución de la URSS”. Reiteró esta idea una tercera vez cuando anunció, el 24 de febrero de 2022, el inicio de la operación militar. Todas estas afirmaciones contradicen directamente la tesis de que Putin pretendía conquistar Ucrania e incorporarla a una Gran Rusia.

En segundo lugar, Putin no disponía del número de tropas necesario para conquistar Ucrania. Según mis estimaciones, Rusia inició la invasión con un máximo de 190.000 soldados. El actual comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, el general Oleksandr Syrskyi, sostiene incluso que la fuerza invasora apenas alcanzaba los 100.000 efectivos. Un ejército de 100.000 o 190.000 soldados no puede conquistar, ocupar e integrar en Rusia un país del tamaño de Ucrania. Cabe recordar que cuando Alemania invadió la mitad occidental de Polonia el 1 de septiembre de 1939, la Wehrmacht desplegó alrededor de 1,5 millones de militares. Ucrania es tres veces más grande que esa mitad de Polonia y, en 2022, su población duplicaba casi la del territorio ocupado por Alemania en 1939. Si la cifra de Syrskyi 100.000 soldados rusos es correcta, ello significa que Rusia intervino con una fuerza quince veces menor que la utilizada por Alemania contra un territorio mucho más extenso y poblado.

Algunos podrían alegar que los dirigentes rusos creían que el ejército ucraniano era tan pequeño y estaba tan mal equipado que sería fácilmente derrotado. Sin embargo, este argumento no se sostiene. Putin y su círculo íntimo sabían perfectamente que, desde el estallido de la crisis el 22 de febrero de 2014, Estados Unidos y sus aliados europeos habían estado entrenando y armando a las fuerzas ucranianas. El mayor temor de Moscú, de hecho, era que Ucrania se convirtiera de facto en un miembro de la OTAN. Además, los líderes rusos eran conscientes de que el ejército ucraniano superior en número a las fuerzas invasoras llevaba combatiendo eficazmente en el Donbass desde 2014. Contando con un apoyo sustancial de Occidente, no cabía considerarlo un “tigre de papel” destinado a un colapso inmediato. El objetivo de Putin era obtener ganancias territoriales limitadas en un corto plazo y llevar a Ucrania a la mesa de negociación, algo que efectivamente ocurrió. Esto nos conduce al tercer punto.

Justo después del inicio de la guerra, Rusia contactó a Ucrania para comenzar negociaciones orientadas a poner fin al conflicto y alcanzar un modus vivendi entre ambos países. Este gesto contradice directamente la tesis de que Putin pretendía conquistar toda Ucrania e integrarla en Rusia. Las conversaciones entre Kiev y Moscú comenzaron en Bielorrusia solo cuatro días después de la entrada de las tropas rusas. Más tarde, el canal bielorruso fue reemplazado por los de Israel y Estambul. Los datos disponibles indican que Rusia abordó las negociaciones con seriedad y que, salvo Crimea anexada en 2014 y posiblemente la región del Donbass, no tenía interés en incorporar territorio ucraniano. Las conversaciones terminaron cuando, alentado por Reino Unido y Estados Unidos, el Gobierno ucraniano se retiró de la mesa, a pesar de los progresos sustanciales alcanzados.

Además, durante las negociaciones y en un clima de avances, Putin declaró que, como gesto de buena voluntad, se había propuesto la retirada de las tropas rusas alrededor de Kiev, lo cual se llevó a cabo el 29 de marzo de 2022. Ningún gobierno occidental ni ningún exresponsable ha formulado una objeción seria a esta afirmación que contradice de manera frontal la idea de que Putin estaba decidido a conquistar toda Ucrania.

En cuarto lugar, en los meses previos al estallido de la guerra, Putin intentó hallar una solución diplomática a la crisis inminente. El 17 de diciembre de 2021 envió una carta tanto al presidente Joe Biden como al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en la que proponía un acuerdo basado en tres garantías escritas: 1) que Ucrania no se incorporaría a la OTAN; 2) que no se desplegarían armas ofensivas cerca de las fronteras rusas; y 3) que las tropas y el armamento de la OTAN estacionados en Europa del Este desde 1997 serían retirados hacia Europa Occidental. La viabilidad de un arreglo sobre estas bases puede ser debatida, pero está claro que Putin intentaba evitar la guerra. Estados Unidos, por el contrario, se negó a negociar, lo cual sugiere que no tenía mayor interés en prevenir el conflicto.

En quinto lugar, dejando de lado a Ucrania, no existe la menor evidencia de que Putin pretendiera conquistar otros países de Europa del Este. Y no debería sorprendernos: el ejército ruso no tiene la capacidad siquiera para ocupar toda Ucrania, mucho menos para emprender la conquista de los Estados bálticos, Polonia o Rumania. Además, todos estos países son miembros de la OTAN, lo cual implicaría casi con certeza una guerra directa contra Estados Unidos y sus aliados.

En resumen, en Europa y sin duda también en el Parlamento Europeo prevalece la convicción de que Putin ha sido, desde hace tiempo, un imperialista decidido a conquistar toda Ucrania y, posteriormente, otros países del oeste. Sin embargo, todas las pruebas disponibles contradicen esta perspectiva.

La Verdadera Causa De La Guerra En Ucrania

En realidad, fueron Estados Unidos y sus aliados europeos quienes provocaron la guerra. Desde luego, esta afirmación no niega el hecho de que Rusia fue la parte que inició el conflicto al invadir Ucrania. Sin embargo, la causa fundamental del enfrentamiento radica en la decisión de la OTAN de incorporar a Ucrania a la Alianza una decisión que la casi totalidad de los dirigentes rusos ha considerado una amenaza existencial que debía ser neutralizada.

No obstante, la ampliación de la OTAN no constituye el problema en su totalidad; forma parte de una estrategia más amplia orientada a convertir a Ucrania en un puesto avanzado prooccidental en la frontera rusa. Integrar Kiev en la Unión Europea (UE) e impulsar una “revolución de colores” destinada a transformar el país en una democracia liberal alineada con Occidente son los otros dos pilares de dicha política. Los dirigentes rusos se han mostrado inquietos ante estas tres iniciativas, pero la que más temían era sin duda la expansión de la OTAN. En palabras de Putin: «Rusia no puede sentirse segura, ni desarrollarse, ni existir ante una amenaza permanente procedente del territorio de la actual Ucrania». En esencia, el objetivo de Putin no era convertir a Ucrania en parte de Rusia, sino impedir que se transformara en una “plataforma de lanzamiento” para la agresión occidental contra Rusia. Para hacer frente a esa amenaza, Putin desencadenó una guerra preventiva el 24 de febrero de 2022.

¿En Qué Se Fundamenta La Afirmación De Que La Ampliación De La OTAN Es La Causa Principal De La Guerra?

En primer lugar, antes del estallido del conflicto, los dirigentes rusos habían expresado repetida y públicamente que consideraban la ampliación de la OTAN hacia Ucrania una amenaza existencial que debía ser eliminada. Putin articuló este argumento en numerosas declaraciones públicas anteriores al 24 de febrero de 2022. Altos funcionarios rusos el ministro de Defensa, el ministro de Asuntos Exteriores, el viceministro de Exteriores y el embajador en Washington subrayaron igualmente que la expansión de la OTAN constituía la raíz de la crisis ucraniana. El ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, lo expresó con total claridad en una rueda de prensa el 14 de enero de 2022: «El quid de la cuestión es la garantía de que la OTAN no se expandirá hacia el Este».

En segundo lugar, los acontecimientos posteriores al inicio de la guerra demostraron la centralidad del temor ruso ante la posibilidad de que Ucrania ingresara en la OTAN. Por ejemplo, en las negociaciones de Estambul inmediatamente después de la invasión, los dirigentes rusos dejaron claro que Ucrania debía aceptar una “neutralidad permanente” y comprometerse a no unirse jamás a la OTAN. Los ucranianos accedieron a ello sin gran resistencia, conscientes de que sin esa concesión no habría posibilidad de poner fin a la guerra. Más recientemente, el 14 de junio de 2024, Putin anunció las condiciones rusas para poner fin al conflicto. Una de las principales exigencias consistía en que Kiev “renunciara oficialmente” a sus planes de adhesión a la OTAN. Nada de esto resulta sorprendente: para Rusia, el ingreso de Ucrania en la OTAN siempre ha constituido una amenaza existencial que debía impedirse a toda costa.

En tercer lugar, numerosas figuras influyentes y respetadas en Occidente advirtieron, antes del estallido del conflicto, que la ampliación de la OTAN especialmente en relación con Ucrania sería percibida por los dirigentes rusos como una amenaza mortal y desembocaría inevitablemente en un desastre.

William Burns, director de la CIA hasta hace poco y embajador de Estados Unidos en Moscú durante la Cumbre de la OTAN en Bucarest de abril de 2008, explicó claramente en un memorando dirigido a la secretaria de Estado Condoleezza Rice cómo interpretarían los rusos la incorporación de Ucrania a la Alianza. Burns escribió: «La adhesión de Ucrania a la OTAN es la más clara de todas las líneas rojas para las élites rusas (no solo para Putin). Desde los “tipos primitivos” que rondan los pasillos del Kremlin hasta los opositores liberales más acérrimos del presidente, no he encontrado a nadie en dos años y medio de conversaciones con funcionarios rusos que considere la adhesión de Ucrania a la OTAN como algo distinto de una amenaza directa para los intereses rusos». Burns advirtió además que esta medida sería vista como un “desafío estratégico”, que Rusia respondería, que las relaciones ruso-ucranianas entrarían en un “congelamiento profundo” y que ello crearía condiciones favorables para una intervención rusa en Crimea y el este de Ucrania.

Burns no fue el único estadista occidental que percibió los peligros de avanzar hacia la adhesión de Ucrania en 2008. Durante la propia Cumbre de Bucarest, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy se opusieron a la apertura del proceso de membresía para Ucrania, conscientes de que ello alarmaría y enfurecería a Moscú. Merkel explicó recientemente su postura afirmando: «Estaba absolutamente segura de que Putin no se quedaría de brazos cruzados… Para él, esto equivalía a una declaración de guerra».

Asimismo, conviene recordar que Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN hasta hace poco, afirmó en dos ocasiones antes de dejar el cargo: «El presidente Putin inició esta guerra para cerrar la puerta de la OTAN y arrebatar a Ucrania su derecho a elegir su propio camino». Casi nadie en Occidente cuestionó estas palabras, que Stoltenberg nunca retiró.

Si retrocedemos aún más, cuando el presidente Bill Clinton planteó en los años noventa la ampliación de la OTAN, numerosos responsables políticos y estrategas estadounidenses expresaron su oposición. Desde el principio comprendieron que los dirigentes rusos interpretarían la expansión como una amenaza a sus intereses vitales y que la política conduciría finalmente a una catástrofe. Entre estos críticos figuraban personalidades tan influyentes como George Kennan; el secretario de Defensa William Perry y el jefe del Estado Mayor Conjunto John Shalikashvili; Paul Nitze, Robert Gates, Robert McNamara, Richard Pipes y Jack Matlock.

La lógica que subyace a la postura de Putin debería resultar perfectamente comprensible a los estadounidenses, cuya política exterior está desde hace dos siglos marcada por la Doctrina Monroe. Dicha doctrina establece que ninguna gran potencia rival debe ser autorizada a forjar alianzas militares en el Hemisferio Occidental ni a desplegar fuerzas en la región. Estados Unidos considera tal movimiento como una amenaza existencial y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para neutralizarlo. Ese fue precisamente el escenario de la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962, cuando el presidente John F. Kennedy dejó claro a los dirigentes soviéticos que debían retirar los misiles nucleares de la isla. Putin está profundamente influido por esa misma lógica. En última instancia, las grandes potencias se oponen sistemáticamente al despliegue de fuerzas militares rivales cerca de su territorio.

Los defensores de la entrada de Ucrania en la OTAN a veces alegan: «La OTAN es una alianza defensiva y no supone ninguna amenaza para Rusia». Pero esto no es así para los dirigentes rusos; y lo que importa en política internacional es cómo perciben ellos la situación. En suma, es evidente que Putin veía la adhesión ucraniana a la OTAN como una amenaza existencial inaceptable y estaba dispuesto a ir a la guerra como efectivamente hizo el 24 de febrero de 2022 para impedirla.

El Curso De La Guerra Hasta Ahora

Pasemos ahora a la evolución del conflicto. Tras el fracaso de las negociaciones de Estambul en abril de 2022, la guerra en Ucrania se transformó en una guerra de desgaste que recuerda claramente al Frente Occidental de la Primera Guerra Mundial. Se trata de un enfrentamiento brutal y devastador que dura ya más de tres años y medio. Durante este periodo, Rusia ha anexado oficialmente, además de Crimea (anexada en 2014), otras cuatro regiones ucranianas. De facto, Rusia ha integrado aproximadamente el 22 % del territorio ucraniano previo a 2014 todas ubicadas en la parte oriental del país.

Occidente ha proporcionado a Ucrania un apoyo vastísimo desde el estallido del conflicto en 2022, haciendo prácticamente todo salvo entrar directamente en combate. No es casualidad que los dirigentes rusos consideren que su país está en guerra contra Occidente. Sin embargo, el presidente Trump está decididamente empeñado en limitar el papel de Estados Unidos en el conflicto y trasladar la carga de apoyo a Ucrania hacia los europeos.

Rusia tiene ahora una clara ventaja y es probable que gane la guerra. La razón es sencilla: en una guerra de desgaste, las partes intentan agotarse mutuamente, lo que significa que la parte con más soldados y mayor potencia de fuego tiene mayores probabilidades de imponerse. Rusia posee una ventaja significativa en ambos aspectos. Por ejemplo, el general Syrskyi ha señalado que Rusia está empleando actualmente en el conflicto un número de soldados tres veces superior al de Ucrania y que, en algunos sectores del frente, los rusos superan en una proporción de 6:1 a los ucranianos. Según múltiples informes, Ucrania carece de suficientes tropas para sostener todas sus líneas defensivas, lo que permite que las fuerzas rusas rompan periódicamente las defensas ucranianas sin gran dificultad.

En cuanto a la potencia de fuego, a lo largo de la guerra se ha informado reiteradamente de que la artillería rusa arma decisiva en las guerras de desgaste supera la ucraniana en proporciones de 3:1, 7:1 e incluso 10:1. Rusia dispone también de un enorme arsenal de bombas guiadas de alta precisión, utilizadas con eficacia letal contra las defensas ucranianas; mientras que Kiev prácticamente carece de capacidad comparable. Ucrania dispone, sin duda, de una flota de drones altamente efectiva que inicialmente era superior a la rusa, pero en el último año Rusia ha invertido esta situación y ahora domina en drones, sistemas de artillería y bombas guiadas.

No parece posible que Kiev resuelva su problema de mano de obra: la población ucraniana es mucho menor que la rusa, y el país afronta problemas de deserción y evasión del servicio militar. Tampoco puede resolver el desequilibrio en materia de armamento: Rusia posee una base industrial robusta capaz de producir armamento en grandes cantidades; Ucrania, en cambio, carece de capacidad industrial significativa. Para compensar esta desventaja, Ucrania depende casi por completo del suministro de armas occidentales; pero los países occidentales no tienen una capacidad manufacturera capaz de igualar la producción rusa. Además, Trump ya ha comenzado a ralentizar el flujo de armas estadounidense hacia Ucrania.

En suma, Ucrania sufre una grave insuficiencia tanto de soldados como de armamento, una combinación fatal en una guerra de desgaste. A ello se añade que Rusia posee un vasto arsenal de misiles y drones que pueden penetrar profundamente en Ucrania y destruir infraestructuras críticas y depósitos de armas. Por supuesto, Kiev también tiene capacidad para atacar objetivos dentro de Rusia, pero esta capacidad es incomparablemente menor que la rusa. Además, esos ataques dentro de Rusia tienen escaso impacto sobre el curso de la guerra en los frentes decisivos.

Posibilidad De Una Solución Pacífica

¿Cuál es, entonces, la probabilidad de una solución pacífica? A lo largo de 2025 se ha discutido ampliamente la posibilidad de alcanzar una solución diplomática que ponga fin a la guerra. Una razón importante de este debate ha sido la promesa de Trump de terminar el conflicto antes de llegar a la Casa Blanca o inmediatamente después. Sin embargo, Trump ha fracasado claramente en este propósito ni siquiera ha logrado acercarse al éxito. La dura realidad es que no hay ningún motivo para albergar esperanza alguna de negociar un acuerdo de paz significativo. Esta guerra se decidirá en el campo de batalla y, con toda probabilidad, concluirá en forma de un conflicto congelado en el que Rusia obtendrá una victoria poco gloriosa, mientras que al otro lado permanecerán Ucrania, Europa y Estados Unidos. Me explico.

No es posible poner fin a la guerra por la vía diplomática porque las exigencias de las partes son irreconciliables. Moscú insiste en que Ucrania debe convertirse en un país neutral es decir, que no puede formar parte de la OTAN ni recibir garantías de seguridad sustantivas por parte de Occidente. Los dirigentes rusos exigen además que Ucrania y Occidente reconozcan que Crimea anexada en 2014 y las cuatro regiones del este de Ucrania son territorio ruso. Su tercera exigencia fundamental es que Kiev reduzca el tamaño de sus fuerzas armadas hasta un nivel que deje de representar una amenaza militar para Rusia. Como cabía esperar, Europa y en particular Ucrania rechaza categóricamente estas condiciones. Kiev se niega a ceder territorio alguno a Rusia; por su parte, los dirigentes europeos y ucranianos insisten en integrar a Ucrania en la OTAN o, como mínimo, en proporcionarle garantías de seguridad serias por parte de Occidente. Asimismo, una desmilitarización de Ucrania en los términos que exige Moscú resulta totalmente inaceptable. Estas posiciones enfrentadas no pueden conciliarse en un acuerdo de paz.

Por tanto, la guerra solo podrá resolverse sobre el terreno. Aunque considero que Rusia saldrá victoriosa, no se tratará de una victoria total que culmine con la conquista de toda Ucrania. Más bien, es probable que Moscú obtenga una victoria “fea”, consistente en la ocupación del 20 al 40 por ciento del territorio ucraniano anterior a 2014, mientras que el resto del país se convertirá en un “Estado residual” ineficaz, fuera del control ruso. Es poco probable que Moscú se proponga ocupar toda Ucrania, ya que aproximadamente un 60 por ciento del país, situado en la parte occidental, está poblado por ucranianos étnicos que ofrecerían una resistencia feroz a una ocupación prolongada, lo que transformaría el territorio en una pesadilla para las fuerzas de ocupación rusas. Todo esto sugiere que el resultado más probable de la guerra en Ucrania será un conflicto congelado entre una “Rusia ampliada” y una “Ucrania residual”, apoyada por Europa.

Consecuencias

Pasemos ahora a las consecuencias probables de la guerra de Ucrania; primero para el propio país, luego para las relaciones entre Europa y Rusia, y finalmente para la dinámica interna europea y las relaciones transatlánticas.

Ante todo, Ucrania ha quedado prácticamente devastada. El país ya ha perdido una parte importante de su territorio y es probable que pierda todavía más antes de que cesen las hostilidades. Su economía está arruinada y no existe ninguna perspectiva realista de recuperación en un futuro previsible. Según mis cálculos, ha sufrido alrededor de un millón de bajas, una cifra estremecedora para cualquier Estado, pero particularmente para un país del que se afirma que se encuentra en una “espiral de muerte demográfica”. Rusia también ha pagado un precio considerable; pero ese coste es mucho más limitado si se compara con el grado de destrucción experimentado por Ucrania.

Es muy probable que Europa continúe aliada con la “Ucrania residual” en los años venideros, en gran medida por el efecto de los “costes hundidos” y debido a la profunda rusofobia que domina en Occidente. Sin embargo, no debe esperarse que esta relación continuada redunde en beneficio de Kiev; por el contrario, ello tendrá dos consecuencias negativas. En primer lugar, incentivará a Moscú a intervenir en los asuntos internos de Ucrania con el fin de desestabilizarla económica y políticamente, de modo que no constituya una amenaza para Rusia ni pueda entrar en la OTAN o en la UE. En segundo lugar, la determinación europea de apoyar a Kiev “cueste lo que cueste” empuja a los rusos a conquistar la mayor cantidad posible de territorio ucraniano mientras la guerra continúe; así, cuando el conflicto se congele, la “Ucrania residual” será lo más débil posible.

¿Qué ocurrirá con las relaciones entre Europa y Rusia a partir de ahora? Es casi seguro que serán profundamente envenenadas en el futuro previsible. Tanto los europeos como, por supuesto, los ucranianos seguirán tratando de sabotear los esfuerzos rusos por integrar los territorios anexados en una “Rusia ampliada” y buscarán oportunidades para infligir daños económicos y políticos a Rusia. A su vez, Moscú tratará de desestabilizar el interior europeo y de erosionar las relaciones entre Europa y Estados Unidos. Dado que la política occidental apunta casi exclusivamente contra Rusia, los dirigentes rusos tendrán un fuerte incentivo para fomentar la fragmentación del bloque occidental. No debe olvidarse tampoco que, mientras Rusia intente mantener a Ucrania como un Estado disfuncional, Europa tratará de hacerla funcional.

Las relaciones entre Europa y Rusia no solo serán venenosas, sino también peligrosas. La posibilidad de guerra estará siempre presente. Además de la posibilidad de que el conflicto entre Ucrania y Rusia se reavive pues Ucrania querrá recuperar los territorios perdidos, existen al menos otros seis puntos calientes en los que podría estallar una guerra entre Rusia y uno o varios Estados europeos.

El primer punto caliente es el Ártico, donde el deshielo abre nuevas rutas y genera competencia por el acceso a recursos. De los ocho países de la región ártica, siete son miembros de la OTAN; el octavo es Rusia. Esto significa que Moscú se enfrenta a una correlación de fuerzas de 7 a 1 en una zona de enorme importancia estratégica.

El segundo punto caliente es el mar Báltico, a menudo descrito como un “lago de la OTAN”, ya que la mayor parte de su litoral pertenece a países de la Alianza. Sin embargo, esta vía marítima es de vital importancia para Rusia, entre otras cosas por la presencia del enclave de Kaliningrado territorio ruso rodeado de países de la OTAN. El cuarto punto caliente es Bielorrusia, que por su tamaño y ubicación posee una importancia estratégica comparable a la de Ucrania. Es probable que Europa y Estados Unidos, una vez que el presidente Aleksandr Lukashenko deje el poder, intenten instalar en Minsk un gobierno prooccidental y transformar el país en una especie de baluarte occidental en la frontera rusa.

Occidente ya está profundamente involucrado en la política de Moldavia, país que comparte frontera con Ucrania y alberga en la región separatista de Transnistria un contingente de tropas rusas. El último punto caliente es el mar Negro, región de enorme importancia estratégica tanto para Rusia como para Ucrania, así como para varios miembros de la OTAN, entre ellos Bulgaria, Grecia, Rumanía y Turquía. Al igual que en el mar Báltico, existe en el mar Negro un elevado potencial de crisis grave.

Todo esto indica que, una vez que la guerra de Ucrania se congele, las relaciones entre Europa y Rusia seguirán siendo hostiles, enmarcadas en un entorno geopolítico plagado de puntos críticos. En otras palabras, aunque cesen los combates en Ucrania, la posibilidad de una gran guerra europea no desaparecerá.

Pasemos ahora a las consecuencias internas de la guerra para Europa y a sus efectos sobre las relaciones transatlánticas. En primer lugar, una victoria rusa en Ucrania aunque se trate de una victoria “fea” constituirá una derrota sorprendente y devastadora para Europa. En otras palabras, implicará una derrota contundente para la OTAN, que se ha visto profundamente implicada en el conflicto ucraniano desde febrero de 2014. De hecho, la Alianza se ha comprometido desde el estallido de la guerra a gran escala, en febrero de 2022, a asegurar la derrota de Rusia.

La derrota de la OTAN dará lugar a una búsqueda de culpables, tanto entre los Estados miembros como en el seno de cada país. La cuestión de quién es responsable de esta catástrofe tendrá un peso enorme para las élites dirigentes europeas, inclinadas a acusar a otros antes que asumir responsabilidades. El debate sobre “quién perdió Ucrania” resonará en unos sistemas políticos europeos ya profundamente divididos, tanto dentro de los Estados como entre ellos. Además de estos conflictos políticos, el hecho de que la OTAN no haya logrado detener a Rusia país que la mayoría de los líderes europeos describe como una amenaza existencial alimentará en algunos sectores un cuestionamiento del futuro de la Alianza. Es casi seguro que, cuando termine la guerra, la OTAN será mucho más débil que antes del conflicto.

El debilitamiento de la OTAN tendrá también consecuencias negativas para la Unión Europea, pues la prosperidad del proyecto europeo depende de un entorno de seguridad estable, y la clave de la estabilidad en Europa es precisamente la Alianza Atlántica. Más allá de la amenaza a la UE, la reducción drástica del suministro de gas y petróleo a Europa desde el inicio de la guerra ha golpeado con fuerza a las principales economías europeas y ha ralentizado el crecimiento en toda la zona euro. Existen razones de peso para pensar que, tras el fiasco ucraniano, la recuperación completa del crecimiento económico en el continente será un proceso largo y difícil.

La derrota de la OTAN en Ucrania también generará acusaciones cruzadas a ambos lados del Atlántico. El gobierno de Trump, en particular, ha prestado a Kiev un apoyo mucho más limitado que la administración Biden y, en cambio, ha exigido que sean los europeos quienes asuman la carga principal de sostener a Ucrania. Cuando la guerra termine finalmente con una victoria rusa, Trump culpará a los europeos de no haber hecho lo suficiente; por su parte, los dirigentes europeos lo acusarán de haber abandonado a Ucrania precisamente cuando más apoyo necesitaba. Las relaciones de Trump con Europa ya eran tensas desde mucho antes, por lo que este intercambio de reproches no hará sino agravar una situación de por sí deteriorada.

En este punto, adquiere relevancia la cuestión de si Estados Unidos reducirá de manera significativa su presencia militar en Europa o incluso retirará totalmente sus fuerzas de combate del continente. Como señalé al inicio de esta conferencia, al margen de lo que ocurra en Ucrania, la transición histórica del mundo unipolar a uno multipolar ha generado fuertes incentivos para que Washington reoriente su atención hacia Asia, lo que implica, por definición, un alejamiento de Europa. Incluso por sí sola, esta reorientación podría suponer el fin de la OTAN y, con ello, del papel de Estados Unidos como “poder apaciguador” en Europa.

Los acontecimientos en Ucrania desde 2022 no han hecho sino reforzar esta posibilidad. Para reiterarlo: Trump siente una profunda animadversión hacia los dirigentes europeos y los responsabilizará de la pérdida de Ucrania. No siente particular aprecio por la OTAN y ha descrito a la Unión Europea como un enemigo creado para “aprovecharse” de Estados Unidos. Además, el hecho de que Ucrania haya perdido la guerra a pesar del apoyo masivo de la OTAN lo llevará a descalificar a la Alianza como “ineficaz e inútil”. Este argumento le proporcionará una base sólida para sostener que Europa debe hacerse cargo de su propia seguridad y dejar de depender de Estados Unidos. En suma, las consecuencias de la guerra de Ucrania, sumadas al ascenso extraordinario de China, parecen destinadas a erosionar el tejido de las relaciones transatlánticas en los próximos años, lo que supondrá una pérdida considerable para Europa.

Conclusión

Quisiera cerrar esta intervención con algunas reflexiones generales. En primer lugar, la guerra de Ucrania constituye, en toda la extensión del término, una catástrofe. Y, lamentablemente, es casi seguro que seguirá siéndolo en los años venideros. El conflicto ha producido consecuencias devastadoras para Ucrania; ha envenenado las relaciones entre Europa y Rusia en el futuro previsible y ha convertido a Europa en un lugar más peligroso. Al mismo tiempo, ha generado graves perjuicios económicos y políticos dentro del propio continente y ha asestado un golpe profundo a las relaciones transatlánticas. Esta calamidad plantea una pregunta inevitable: ¿quién es responsable de esta guerra? Se trata de un interrogante que no desaparecerá pronto; por el contrario, a medida que más personas perciban la magnitud del daño con el paso del tiempo, se volverá aún más visible.

La respuesta, sin embargo, es clara: la responsabilidad principal recae en Estados Unidos y en sus aliados europeos. La decisión de abril de 2008 de integrar a Ucrania en la OTAN una meta que Occidente ha perseguido con tenacidad desde entonces y cuya determinación ha reafirmado en repetidas ocasiones es el motor fundamental que condujo a la guerra de Ucrania.

Aun así, la mayoría de los dirigentes europeos atribuirá la responsabilidad del conflicto y de sus terribles consecuencias a Putin. Pero este juicio es erróneo. Si Occidente no hubiera adoptado la decisión de incorporar a Ucrania a la OTAN, o si hubiera dado marcha atrás cuando se hizo evidente la firme oposición rusa, es muy probable que la guerra se hubiera evitado. En tal escenario, Ucrania conservaría hoy su integridad dentro de las fronteras anteriores a 2014 y Europa sería un lugar más estable y más próspero. No obstante, esa oportunidad se ha perdido, y Europa se ve ahora obligada a afrontar las consecuencias desastrosas de una serie de errores que, en gran medida, pudieron haberse evitado.