El Encanto de las Mentiras Tranquilizadoras: Zohran Mamdani

noviembre 8, 2025
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Existe una anécdota probablemente inventada sobre un estudiante que, al postularse para la presidencia de su clase, promete repartir helado gratis si resulta elegido. Gana las elecciones por abrumadora mayoría. Nunca explica de dónde saldrá el helado; simplemente asegura que todos podrán disfrutarlo sin pagar nada, como por arte de magia.

Nuestra reacción inmediata suele ser: “Después de todo, son solo niños. Los adultos no serían tan ingenuos como para creer algo así.”
¿De veras? Entonces, explíquenme a Zohran Mamdani.

Este tipo de pensamiento ilusorio no es nuevo: lleva siglos seduciendo a las sociedades humanas. Las personas, con frecuencia, prefieren las ilusiones reconfortantes a las verdades perturbadoras. No se trata solo de ignorancia, sino de una aceptación deliberada del utilitarismo en lugar de la virtud.

Los filósofos advirtieron sobre este peligro hace milenios. Sócrates cuestionó sin descanso la complacencia del alma. Platón, en la Apología, define así la misión de su maestro: “Una vida sin examen no merece ser vivida.” Interrogar las cómodas certezas de su tiempo le costó la vida: las masas prefirieron los mitos cálidos de sus prejuicios antes que el incómodo ejercicio de la autocrítica. Sócrates observó que los seres humanos se aferran con fervor a las “nobles mentiras”: ficciones elogiadas que sacrifican la verdad para preservar la cohesión social. ¿Por qué? Porque la verdad exige rendición de cuentas y obliga al individuo a confrontar tanto sus defectos como las incertidumbres del mundo. Esta tendencia evasiva se amplifica en los grupos: las ilusiones compartidas crean lazos tribales y convierten la fragilidad en una sensación de fuerza colectiva. La ejecución de Sócrates fue, en última instancia, la sentencia de una democracia contra la incomodidad: una mentira armoniosa resultaba preferible a una verdad perturbadora.

Platón profundizó en esta cuestión en la Alegoría de la Cueva. Prisioneros encadenados en una caverna, rodeados de sombras, confunden las siluetas de los objetos con la realidad misma. Uno de ellos logra escapar hacia la luz del sol y, al regresar para liberar a sus compañeros, es ridiculizado y asesinado. Las sombras son cómodas, previsibles, inofensivas; ofrecen un mundo donde el esfuerzo no duele. El sol, en cambio, deslumbra y exige ascender mediante la razón y la virtud. Los prisioneros eligen no esforzarse.

Platón advirtió que cuando el pueblo se deja seducir por las ilusiones y ensalza a los sofistas vendedores de relatos agradables, las democracias terminan degenerando en gobiernos de turbas. “El pueblo”, escribió, “siempre elige un campeón para que los gobierne… y lo eleva a la grandeza… hasta que ese campeón se convierte en tirano.” En ello reside la esencia de la crítica conservadora: una libertad divorciada de la verdad, sea estatal o individual, engendra inevitablemente la tiranía.

Y aquí estamos, en la América de 2025. Las encuestas muestran que casi la mitad de las generaciones Z y Y apoyan el socialismo, sin conocer su sangrienta historia. La Venezuela petrolera, antaño próspera, se derrumbó bajo Chávez y Maduro entre la hiperinflación y el hambre. La “utopía obrera” de la Unión Soviética confinó a millones en los gulags; la China de Mao devoró a cuarenta y cinco millones de personas durante el Gran Salto Adelante. Todo ello era inevitable: el control centralizado erosiona los incentivos, alimenta la corrupción y aplasta el espíritu humano. Como dice el viejo chiste: “Nosotros fingimos trabajar, y ellos fingen pagarnos.”

Aun así, los jóvenes votantes acuden en masa hacia figuras que prometen una “justicia” basada en la redistribución, la universidad gratuita, la sanidad universal, los mercados estatales sin ánimo de lucro y una renta básica universal: engaños envueltos en compasión.

Quienes han sido mimados desean, ante todo, comodidad. El canto de sirena del socialismo elimina la responsabilidad personal. Si el Estado puede garantizar resultados iguales, ¿para qué esforzarse en una meritocracia? Es como las sombras dentro de la cueva: imágenes utópicas que prometen justicia sin el sudor del libre mercado, cuando, en realidad, han sido los mercados libres, la innovación y el comercio los que han sacado a miles de millones de personas de la pobreza.

Nosotros, los conservadores, vemos en ello un infantilismo intelectual y moral impulsado por los ecos de izquierda en los medios de comunicación, las universidades y las multitudes ávidas de exhibir virtud. Nuestra juventud ha sido condicionada desde el jardín de infancia hasta el último año de secundaria por narrativas que presentan al capitalismo como “codicia” y a Estados Unidos como “racismo sistémico”. Ignoran una verdad incómoda: la libertad ordenada de nuestra república, fundada en la ética judeocristiana y en la razón del Iluminismo, ha superado con creces a todos los experimentos colectivistas de la historia.

Platón advirtió que las masas adoctrinadas anhelan a los demagogos “que dicen a los hombres lo que quieren oír”. Y San Pablo escribió: “Llegará el tiempo en que no soportarán la sana doctrina; más bien, se rodearán de maestros que les digan lo que sus oídos ansían escuchar.” Los ecos de la izquierda desde TikTok hasta los patios universitarios marcan las ideas disidentes como “discurso de odio” y refuerzan la mentira de que el socialismo solo ha fracasado porque “nunca se ha aplicado correctamente”. Nosotros respondemos con un realismo estoico: salid a la luz y abrazad las verdades eternas del judaísmo y del cristianismo, los derechos individuales y el gobierno limitado. La verdad quizá no sea cómoda, pero es liberadora. Exige que construyamos carácter mediante la elección, no mediante la imposición.

Sócrates y Platón nos enseñan que las sociedades prosperan cuando individuos virtuosos y cultos guían a las masas hacia la luz sin someterse al denominador común más bajo. Nuestros hijos merecen algo mejor que las sombras: el renacimiento del diálogo socrático en las escuelas, la alfabetización histórica en lugar del revisionismo, y políticas que honren el trabajo antes que el bienestar. Solo entonces podremos votar por verdades perdurables. De lo contrario, nos encadenaremos a la cueva de una decadencia confortable.

Fuente:https://www.americanthinker.com/blog/2025/11/the_allure_of_comfortable_lies.html