La historia ha demostrado que una potencia sin acceso a los mares abiertos no puede convertirse en una potencia global de nivel medio. Los acontecimientos en Gaza (Palestina) y Siria no están relacionados únicamente con el concepto geopolítico de «Oriente Medio», creado por los británicos, sino que, al igual que en el caso de Chipre y Libia, se inscriben en una cuestión del Mediterráneo Oriental. Desde 2011, los sucesos en Libia, Siria y Ucrania han sido frentes distintos de la misma lucha por la geopolítica marítima. El objetivo principal de estos conflictos es impedir que potencias no occidentales, como Türkiye, Rusia y China, con una fuerte presencia en la geopolítica terrestre, accedan al mar, convirtiéndolas en países bloqueados por tierra (landlocked). Para lograr esto, se ha buscado la fragmentación del Oriente Medio en múltiples Estados menores que se enfrenten entre sí por diferencias sectarias y étnicas, facilitando así el control de un «Oriente Medio Americano», en otras palabras, la «libanización» de toda la región.
Libia, Siria y Gaza: El Corazón Geográfico de la Historia
La guerra en Gaza, iniciada con la operación Tormenta de Al-Aqsa de Hamás el 7 de octubre, y que se convirtió en uno de los genocidios más notorios de la historia reciente, ha llegado temporalmente a su fin con un acuerdo de alto el fuego impuesto por la presión de Trump sobre Israel. Se considera casi un hecho que este episodio será seguido por un acuerdo de alto el fuego en la guerra de Ucrania, iniciada con la invasión rusa, permitiendo a Trump consolidarse como «el presidente que puso fin a las guerras interminables». Si añadimos a este panorama el colapso del régimen de la dinastía Asad y del Partido Baaz en Siria, podemos decir que se ha abierto una nueva página en la historia moderna del Oriente Medio, cuya reconfiguración se remonta a la expedición de Napoleón a Egipto en 1798.
El mejor maestro y guía para comprender, evaluar y prever los asuntos internacionales es la historia y la geopolítica; el mejor método es analizar los acontecimientos de manera holística, basándose en fundamentos teóricos sólidos. Desde esta perspectiva, el eje de las tensiones en el cinturón de contención (Rimland), desarrollado por EE.UU. en la ruta de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, revela el propósito fundamental de Washington: restringir y controlar a las potencias emergentes del Este y del Sur Global, con China a la cabeza. La estrategia de EE.UU. para mantener su supremacía en Eurasia tras el 11 de septiembre se ha basado en los proyectos del «Gran Oriente Medio» o «Oriente Medio y Norte de África Ampliados». El objetivo principal de estas iniciativas ha sido desmantelar el orden imperial otomano, que había resistido con firmeza durante la Primera Guerra Mundial gracias a los Jóvenes Turcos, e instaurar un orden bajo el dominio estadounidense en lugar del sistema británico-francés que se intentó establecer tras la disolución del Imperio Otomano.
Un claro ejemplo de esta lucha es la guerra de Ucrania, originada por la ambición de Putin de crear un miniimperio soviético con Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Kazajistán. Sin embargo, el bloque anglosajón, al descubrir con anticipación la intención rusa de invadir Ucrania, ha convertido este conflicto en una guerra de desgaste prolongada con el fin de desmantelar la alianza económica entre China, Rusia y Alemania. A través de esta estrategia, EE.UU. ha debilitado el modelo económico alemán basado en el gas ruso barato y el acceso al mercado chino, al tiempo que ha frustrado los intentos rusos de expandirse hacia el Mediterráneo a través de Siria, Libia y Mersin-Akkuyu, del mismo modo que lo hizo en la Guerra de Crimea (1853-1856). A su vez, el esfuerzo de EE.UU. por crear su propia versión del Oriente Medio, fusionando los sistemas otomano e impuesto por británicos y franceses tras la Primera Guerra Mundial, se ha reflejado en eventos como el referéndum de independencia de Barzani en Kirkuk, la caída de Gadafi y la intervención de Türkiye en Libia. Tanto la guerra de Gaza como la guerra civil siria encajan en este marco de conflictos.
La base intelectual de la política levantina moderna de Occidente, que comenzó con la independencia de EE.UU. del Imperio Británico y la conversión de la India en la «joya de la corona», se remonta a los postulados de Henri Pirenne. En su obra Mahoma y Carlomagno, Pirenne argumenta que la causa del feudalismo y la Edad Media en Europa fue la interrupción del comercio mediterráneo por la expansión islámica, lo que llevó al colapso económico del continente. La respuesta de Europa a esta marginación geopolítica fue la cristianización de normandos y húngaros, así como la conquista de Sicilia, Al-Ándalus y Jerusalén mediante las Cruzadas. La primera proto-Renacimiento en el siglo X y el surgimiento de las universidades europeas fueron consecuencia de este proceso.
En esa época, la emergencia de los turcos selyúcidas y mamelucos detuvo el avance europeo. La consolidación del poder selyúcida en Irán y su victoria sobre los gaznávidas bajo el liderazgo militar de Çağrı Bey resultaron en la sunnificación de una región dominada por el califato chií fatimí de Egipto. Esto estableció el orden suní en el Levante, que persistió hasta la era moderna y que fue expandido por los otomanos en el siglo XVI con su dominio mediterráneo.
Sin embargo, la decadencia otomana a partir del siglo XVII estuvo marcada por su progresiva marginación del Mediterráneo, en una estrategia que incluyó la ocupación británica de Egipto y Chipre, la creación de Grecia como un nuevo Bizancio y el establecimiento del Estado de Israel como una versión moderna del Reino Cruzado de Jerusalén. La independencia griega en 1827, tras la destrucción de la flota otomana en Navarino, marcó un punto de inflexión. Mientras que los masones europeos, inspirados en el Egipto antiguo, encontraron en Grecia la nueva cuna de la civilización occidental, la fundación de Israel tras la Segunda Guerra Mundial fue un hito estratégico que permitió a Occidente mantener su influencia en la región.