La guerra en Gaza ha revelado algo con absoluta claridad: la crisis ya no se limita a Oriente Medio. Lo que está ocurriendo es, en realidad, una prueba de la integridad moral del mundo. Hablar de paz mientras se tolera una ocupación permanente es hipocresía. Pretender liderazgo mientras se ignora el derecho es una forma de autoengaño. El llamado “problema israelí” y el “problema estadounidense” son, en esencia, el mismo: el problema de un poder desvinculado de la conciencia, de la ética y de los valores humanos.
La historia demuestra que los imperios no se derrumban únicamente por su sobreextensión, sino también por su agotamiento moral. Tanto Israel como Estados Unidos y quienes los respaldan están condenados a una decadencia cada vez más profunda mientras no logren reconciliar la brecha entre sus ideales proclamados y sus actos reales.
La guerra en Gaza no solo ha destrozado la vida de millones de palestinos; también ha herido la conciencia moral del mundo. Durante meses, las imágenes no dejaron de llegar: las ruinas de la Ciudad de Gaza, las familias desplazadas, los hospitales, escuelas y lugares de culto bombardeados. Mientras la destrucción material continúa, ha emergido una fractura más profunda: dos crisis entrelazadas que definen la política global contemporánea.
La primera es el problema israelí: décadas de ocupación, masacres, uso desproporcionado de la fuerza militar y la perpetuación de esta impunidad sin sanción alguna. Israel se ha convertido en un factor central de amenaza para la seguridad y la paz internacionales. La segunda es el problema estadounidense: el apoyo automático e incuestionable que diversas instituciones de Estados Unidos el Senado, el Congreso, la política exterior, la defensa y la inteligencia brindan a Israel. Este respaldo, moldeado por la influencia de una élite política y burocrática, constituye para el propio país un dilema tanto moral como estratégico. Estas dos problemáticas revelan el colapso del orden mundial que alguna vez pretendió defender la justicia, el derecho y la dignidad humana.
El Problema Israelí: Impunidad, Ocupación y Masacre
Israel lleva más de medio siglo violando el derecho internacional mediante la ocupación de los territorios palestinos. Las resoluciones de las Naciones Unidas han exigido reiteradamente su retirada, el reconocimiento de los derechos del pueblo palestino y la garantía de su soberanía. Sin embargo, a pesar de estos llamados, la ocupación se ha profundizado y la violencia ha alcanzado un nivel genocida. Juristas, organizaciones de derechos humanos e incluso algunos israelíes describen al régimen actual como un sistema de apartheid. La reciente ofensiva sobre Gaza no constituye un episodio aislado, sino una manifestación más de un problema estructural sostenido en un estado de sitio permanente.
El gobierno israelí justifica cada masacre bajo el pretexto del “derecho a la defensa”. No obstante, el asesinato masivo de civiles, la destrucción de infraestructuras esenciales, el bloqueo de bienes básicos y los ataques deliberados contra hospitales anulan por completo esa justificación. Cada ciclo de violencia ensancha la brecha moral entre el discurso de seguridad de Israel y la catástrofe humanitaria que provoca. Lo que en un principio se presentó como una medida temporal de control, se ha transformado de facto en una política indefinida de dominación.
El traslado de colonos israelíes a propiedades palestinas, la anexión de tierras y las restricciones diarias a la libertad de movimiento no son consecuencias accidentales del conflicto, sino la infraestructura misma de un régimen de asimetría. Es decir, un sistema que perpetúa el desequilibrio de poder entre las partes y normaliza su funcionamiento. En el fondo, el denominado problema israelí está íntimamente ligado a la protección que le brinda Estados Unidos mediante sus vetos en el Consejo de Seguridad y sus abstenciones sistemáticas. Esa complicidad ha hecho posible la ocupación prolongada, la expropiación de bienes palestinos y la normalización de las pérdidas civiles como parte de un orden profundamente injusto.
El Problema Estadounidense: Apoyo Incondicional y Rendición Moral
El papel de Estados Unidos en esta ecuación va mucho más allá del de un simple aliado. Es patrón, protector, financiador y facilitador político. Durante décadas, Washington ha financiado el poder militar de Israel, ha sido el mayor obstáculo para la rendición de cuentas internacionales y ha agotado su propia credibilidad repitiendo los discursos israelíes. Los contribuyentes estadounidenses destinan cada año miles de millones de dólares en ayuda militar a Israel, mientras que los diplomáticos de Estados Unidos vetan sistemáticamente en los foros internacionales las resoluciones que buscan un alto el fuego o la investigación de violaciones de derechos humanos. Dentro de la clase política estadounidense, criticar a Israel es un tabú: cuestionar la relación se interpreta como deslealtad o incluso como antisemitismo.
Este panorama ha generado una parálisis política que impide a Estados Unidos actuar conforme a los principios que proclama. Defiende los derechos humanos en Ucrania, pero bloquea las investigaciones en Gaza. Invoca sin cesar la democracia, pero financia la ocupación. Condena los crímenes de guerra en ciertos contextos, mientras ignora los perpetrados en Gaza. El costo de esta incoherencia no se limita a las vidas humanas: representa también la corrupción moral del poder. La sumisión de la élite estadounidense a las prioridades políticas de Israel ha erosionado gravemente la credibilidad diplomática de Washington en todo el mundo. Desde África hasta América Latina y Asia, numerosos países perciben el discurso estadounidense sobre los derechos humanos como selectivo, instrumental y guiado por intereses.
La relación entre Estados Unidos e Israel, antaño justificada como una alianza estratégica en una región inestable, se ha transformado hoy en una estructura compleja, moldeada por lealtades ideológicas, vínculos religiosos y equilibrios de poder. Las élites políticas estadounidenses, imbuidas de una fe en su propia fuerza y superioridad moral, otorgan a Israel un apoyo incondicional. Por ello, el llamado problema estadounidense con Israel ya no es únicamente una cuestión de política exterior, sino también una cuestión de identidad nacional.
La Geografía Moral Cambiante del Mundo
Los acontecimientos en Gaza han reconfigurado la geografía moral de la política global. Durante décadas, los Estados occidentales liderados por Estados Unidos afirmaron ser los guardianes de los estándares éticos del sistema internacional. Redactaron convenciones sobre derechos humanos, financiaron instituciones humanitarias y se presentaron como defensores del derecho y de la libertad. Sin embargo, Gaza ha revelado una contradicción fundamental: un doble rasero que ha quedado al descubierto ante los ojos del mundo. Cuando el derecho internacional se aplica a Rusia, Occidente exige rendición de cuentas; cuando se intenta aplicar a Israel, el mismo derecho es tildado de “politizado”. Esta incoherencia es percibida con claridad por el resto del planeta. La actitud de ciertos líderes occidentales, que intentan encubrir las masacres israelíes mediante gestos de agitación y retórica vacía, constituye una muestra tangible del grado de corrupción moral y de pérdida de valores alcanzado.
A escala mundial, la crisis ha acelerado una transformación que venía gestándose desde hace tiempo: el monopolio occidental sobre la legitimidad moral ya no es aceptado. Los países que antes guardaban silencio hoy hablan el lenguaje de la descolonización, la solidaridad y la justicia. En Asia, África y América Latina, los movimientos sociales no perciben Palestina como un asunto regional, sino como el símbolo de una lucha más amplia contra la arrogancia de los viejos y nuevos imperios. Incluso dentro de las sociedades occidentales, la opinión pública ha comenzado a cambiar. Cada vez más personas cuestionan las bases morales del apoyo incondicional a Israel, porque entienden que la búsqueda de justicia para los palestinos constituye una obligación ética coherente con los valores universales.
El Precio de la Ceguera Moral
La tragedia radica en que tanto Israel como Estados Unidos han perdido el capital moral que antaño sustentaba su legitimidad. Las políticas israelíes de confiscación y ocupación permanentes de propiedades palestinas profundizan su aislamiento internacional. En el caso de Estados Unidos, la defensa ciega de las acciones israelíes y el uso instrumental de los derechos humanos y del principio de legalidad en función de sus intereses estratégicos han desmentido toda pretensión de autoridad moral.
Esta ceguera ética no es fruto del azar, sino de una elección política deliberada. Los líderes prefieren actuar movidos por el temor a las consecuencias que tendría exponer sus redes de complicidades antes que hacer lo correcto. En Washington, la lealtad bipartidista hacia Israel se ha convertido en una cuestión teológica; en Tel Aviv, la superioridad militar ha sustituido a la imaginación política. El resultado es una alianza cimentada no en los valores de justicia y paz, sino en la inercia, el dogma y el poder desprovisto de conciencia.
Hacia un Nuevo Orden Moral
La guerra en Gaza ha puesto en evidencia el derrumbe del viejo orden. El mundo no puede aceptar una jerarquía en la protección de la humanidad. La vida de un niño palestino no puede valer menos que la de un niño israelí. Los principios del derecho internacional no deben depender de alianzas ni de intereses estratégicos. Para resolver el llamado problema israelí, la comunidad internacional debe exigir una verdadera rendición de cuentas: investigaciones independientes, el fin de la impunidad y la aplicación efectiva de las resoluciones internacionales. Los Estados no pueden, por un lado, proclamarse defensores de los derechos humanos y, por otro, financiar violaciones sistemáticas de esos mismos derechos.
Para que Estados Unidos pueda afrontar su propio problema, sus ciudadanos deben reconocer que las instituciones clave del Estado el Senado, el Congreso, la política exterior, la seguridad interna, la defensa y los servicios de inteligencia están dirigidas por individuos que apoyan incondicionalmente las políticas hacia Israel, sin cuestionarlas. Aun así, es fundamental que el debate iniciado a raíz de la invasión de Gaza se mantenga y se profundice. No debemos olvidar que una democracia que no se somete a escrutinio es incapaz de renovarse. Esta crisis demuestra que el desafío al que se enfrenta la comunidad internacional no es solo político, sino también moral. Por ello, se impone la tarea urgente de construir una nueva ética internacional basada en la igualdad, la justicia y la humanidad, y no en la sumisión al poder.
Recuperar la Conciencia
La guerra en Gaza ha dejado una verdad incontestable: la crisis ya no se limita a Oriente Medio. Lo sucedido constituye una prueba de la integridad moral del mundo. Hablar de paz mientras se tolera una ocupación permanente es hipocresía. Pretender liderazgo ignorando el derecho es una forma de autoengaño. El “problema israelí” y el “problema estadounidense” son, en el fondo, un mismo dilema: el del poder desvinculado de la conciencia, de la ética y de los valores humanos. La historia enseña que los imperios no solo se derrumban por su expansión excesiva, sino también por su agotamiento moral. Mientras Israel, Estados Unidos y quienes los apoyan no logren cerrar la brecha entre sus ideales proclamados y sus actos reales, esa decadencia seguirá profundizándose.
El momento que vivimos exige no solo un reacomodo político, sino un despertar moral. El mundo ya no necesita “protectores” ni “guardianes”, sino verdad, justicia y valentía. Ninguna nación está por encima de la ley, ni ningún pueblo debe situarse por debajo de ella. Recordemos: cuando la conciencia calla, el poder impone sus propias reglas. Después de tantas masacres, el mundo no puede seguir siendo un espectador pasivo. Cada uno de nosotros tiene la obligación de asumir su responsabilidad en nombre de la humanidad. La vida de un niño palestino vale tanto como la de cualquier otro niño en el mundo. Por tanto, el derecho no puede someterse a alianzas ni a equilibrios de poder. La historia ya ha consignado la caída de las sociedades y de los líderes que fueron incapaces de mostrar una conciencia moral.
Ha llegado la hora de actuar en nombre de la justicia, la igualdad y la humanidad.
