El célebre pintor holandés Vincent Van Gogh, quien se esforzó en vano por ganarse la vida a través del arte y el comercio de la pintura, confiesa en una de sus conmovedoras cartas dirigidas a su hermano Theo que perseguía algo con su nuevo estilo pictórico, pero no sabía con certeza qué era ese “algo”. Su vida, marcada por la pobreza y la melancolía, se extinguió repentinamente en 1890, cuando apenas tenía 37 años, sin que llegara nunca a descubrirlo.
Van Gogh, en efecto, perseguía algo. Y ese “algo” transformó profundamente el curso del arte moderno occidental. ¿Cuántos artistas, científicos, filósofos, visionarios, poetas, políticos y líderes espirituales sintieron que estaban tras la “próxima gran cosa” sin llegar a ver sus frutos ni presenciar su realización? ¿Sabía acaso Sócrates, cuando en el año 399 a. C. rechazó pedir clemencia ante el tribunal de Atenas y aceptó la injusta condena de muerte que se le impuso, que estaba a punto de cambiar el destino de la civilización occidental? ¿Era consciente Ibn Sina, en medio de las dificultades y pruebas que enfrentaba a inicios del siglo XI, de que alteraría para siempre la historia de la filosofía y la ciencia en el mundo islámico y más allá? Martin Luther, firme en sus objeciones contra la Iglesia Católica, probablemente no dimensionaba por completo en 1517 el efecto que tendrían sus famosas 95 tesis según la tradición, clavadas en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg ni las repercusiones históricas que desencadenarían.
Sin duda, la historia también ha conocido a personas plenamente conscientes de que estaban iniciando “la próxima gran cosa”. El sultán Mehmed II sabía que la conquista de Constantinopla en 1453 cambiaría para siempre el curso de la historia otomana y europea. También es probable que Einstein perteneciera a esta categoría, al comprender las consecuencias revolucionarias de su teoría de la relatividad. Con intuición filosófica y encanto intelectual, disfrutaba de la imagen del universo que su teoría ofrecía a los mortales modernos.
No obstante, no todas las “próximas grandes cosas” han sido felices o esperanzadoras. La teoría de la evolución de Darwin dejó un legado de debates y conflictos tanto en la ciencia como en la filosofía, y, de manera consciente o no, proporcionó munición ideológica al racismo y al colonialismo del fin del siglo XIX y comienzos del XX. Las bombas atómicas y otras armas de destrucción masiva provocaron la muerte de millones de personas y siguen siendo una amenaza grave para la humanidad al fomentar la carrera armamentista y los conflictos globales.
En el siglo XXI, las “próximas grandes cosas” encierran potenciales tanto para lo mejor como para lo peor. La eugenesia, la inteligencia artificial, el transhumanismo, los cambiantes medios de comunicación, el desarrollo de armas químicas y biológicas, las drogas, el terrorismo en todas sus escalas: todos estos fenómenos se han vuelto posibles gracias a los avances tecnológicos. Podríamos presenciar una fusión aún más intensa entre nuestras vidas y la tecnología. Robots que piensan y sienten podrían convertirse en parte cotidiana de nuestra existencia. Podríamos adquirir nuevas capacidades biológicas, curar todas las enfermedades o viajar a rincones remotos del universo con la misma facilidad con la que hoy cruzamos fronteras entre países. Pero también podríamos convertirnos en prisioneros de mega sistemas, perder por completo nuestra privacidad y acabar en matrices donde se diluyen las fronteras entre la realidad y la ficción, entre la vida y la muerte, entre el control y la destrucción.
Todo esto podría hacer del mundo un lugar más habitable para nosotros… o convertirlo en un infierno que todo lo devora. Ante las incertidumbres del mundo hipermoderno, nadie sabe con certeza qué traerá la próxima gran cosa en la ciencia, la tecnología, la filosofía, la literatura, el arte o la política. Lo único seguro es que debemos rechazar la idea de que el progreso material y la innovación tecnológica son las únicas fuentes posibles de lo verdaderamente revolucionario.
¿Por qué no damos una oportunidad al espíritu y la compasión humanos, capaces de aliviar los males del mundo, socorrer a los pobres, proteger el medio ambiente, poner fin a las guerras, fomentar la educación, la cultura y el arte, derrotar la avaricia y la soberbia, y nutrir las dimensiones más nobles del alma humana? ¿Cuándo sentiremos el mismo deseo por realizar un acto de bondad grande o pequeño que por adquirir el nuevo modelo de teléfono inteligente? ¿Por qué no podemos disfrutar simplemente del aroma de una rosa, en lugar de modificarla genéticamente para obtener beneficios económicos? ¿Es eso más difícil que explorar el espacio?
La próxima gran cosa podría surgir de los más avanzados y costosos centros de investigación o de estaciones espaciales. Pero también podría nacer de un acto simple y noble de bondad humana. Esta bondad tal vez no nos ofrezca una pantalla con mayor resolución, pero podría acercarnos más a nuestra verdadera humanidad.
Fuente; https://www.dailysabah.com/columns/ibrahim-kalin/2018/04/28/the-next-big-thing