La riqueza, la influencia diplomática y las sólidas relaciones de Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Catar con la administración Trump sitúan a estos tres países en una posición singular para contribuir al avance de múltiples cuestiones: desde garantizar el “plan del día después” en Gaza, hasta estabilizar Siria y promover una solución diplomática respecto a los objetivos nucleares de Irán y sus intervenciones regionales.
Teniendo en cuenta la volatilidad de la región, la coordinación de estas potencias medianas se vuelve una necesidad imperiosa para alcanzar un futuro más pacífico y estable en Oriente Medio.
Para comprender la magnitud del inédito ataque de Israel, ocurrido en septiembre contra los negociadores de Hamás en Doha, basta con observar la decisión del presidente Trump de firmar una orden ejecutiva que garantizaba la seguridad de Catar un paso sorprendente tratándose de un aliado que no pertenece a la OTAN.
Un día antes, Trump había presionado al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, para que ofreciera una disculpa poco habitual; y, durante una llamada telefónica con su homólogo catarí desde el Despacho Oval, aseguró que Netanyahu había prometido, bajo su supervisión, no volver a llevar a cabo este tipo de ataques.
Para los países del Golfo Árabe, la agresión israelí contra Catar marcó un punto de no retorno. Muchos funcionarios y ciudadanos del Golfo interpretaron el bombardeo al centro de Doha como una amenaza directa no solo a la estabilidad regional, sino también a su propia seguridad. Washington reaccionó con rapidez para calmar a sus socios árabes; sin embargo, el ataque israelí dejó tras de sí el riesgo de un daño duradero.
La incapacidad o falta de voluntad de Trump para detener la ofensiva israelí intensificó las dudas que muchos líderes del Golfo venían albergando sobre la fiabilidad del paraguas de seguridad estadounidense. En consecuencia, las monarquías del Golfo comenzaron a reevaluar sus alianzas defensivas, no para sustituir a Estados Unidos, sino para llenar los vacíos existentes y actualizar sus mecanismos de cooperación.
El ataque de Israel también desencadenó una sorprendente solidaridad discursiva dentro del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), liderado por potencias como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Catar, acelerando una transformación profunda en la percepción colectiva hacia el Estado judío.
Apenas cinco años atrás, los Emiratos Árabes Unidos y Baréin habían normalizado relaciones con Israel; y, dos años antes, Arabia Saudí negociaba discretamente con Washington para seguir el mismo camino. Sin embargo, el ataque de Hamás del 7 de octubre y la devastadora guerra en Gaza detuvieron ese impulso. La magnitud de las pérdidas humanas en Gaza tensó gravemente los vínculos del Golfo con Israel.
Las crecientes inquietudes del Golfo respecto a las acciones israelíes coincidieron con una disminución relativa de la amenaza proveniente de Irán. Las operaciones militares que Israel había emprendido en los últimos dos años contra Irán, Hezbolá, Hamás y otros componentes de la red regional de Teherán beneficiaron en muchos aspectos a los Estados del Golfo, preocupados por el expansionismo iraní. El tan celebrado “eje de resistencia” de Irán se vio desarticulado, y su programa nuclear, seriamente debilitado por los bombardeos israelíes y estadounidenses.
Aun así, Irán continúa representando una preocupación fundamental en materia de seguridad. Solo unos meses antes del ataque a Doha, Teherán había violado la soberanía catarí al lanzar un ataque coordinado contra la base militar estadounidense de al-Udeid, en respuesta a las ofensivas de Washington y Tel Aviv contra instalaciones nucleares iraníes.
No obstante, los líderes del Golfo, si bien perciben que la amenaza iraní se ha reducido, temen que Israel se esté convirtiendo en una fuerza cada vez más desestabilizadora. La retórica del “Gran Israel”, promovida por Netanyahu y su gobierno ultraderechista, avivó aún más estas preocupaciones. El ataque contra Catar confirmó sus peores temores: Israel aparecía ahora como una amenaza directa a la seguridad y a las ambiciones de transformación económica de los Estados del Golfo.
Crece el temor entre los dirigentes del Golfo de que, si Israel se atrevió a atacar Doha, podría hacerlo en otros lugares. Este escenario contradice por completo la visión del Golfo como un espacio de seguridad y estabilidad. El asesor emiratí Anwar Gargash calificó la ofensiva israelí de “traicionera” y reafirmó que “la seguridad de los Estados árabes del Golfo es indivisible”.
El impacto de este episodio sobre la arquitectura de seguridad regional aún no está del todo claro. Los líderes árabes e islámicos reunidos en Doha condenaron el ataque, aunque sin adoptar medidas vinculantes. En la cumbre del Consejo de Cooperación del Golfo, el asalto a Catar fue considerado un ataque contra todos los miembros, lo que condujo a la convocatoria del Consejo de Defensa Conjunta. Este decidió intensificar el intercambio de inteligencia, acelerar los trabajos sobre un sistema de alerta temprana contra misiles balísticos y actualizar los planes de defensa colectiva.
Más allá de la solidaridad institucional del CCG, lo más significativo ha sido la alineación estratégica emergente entre Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Catar conocida de manera informal como el “Trío del Golfo”. Antes del ataque israelí a Doha, la coordinación entre estos tres Estados poderosos y ambiciosos ya se estaba profundizando. Los Emiratos y Arabia Saudí habían emitido declaraciones conjuntas calificando de “línea roja” la posible anexión israelí de Cisjordania, y el Trío del Golfo desempeñó un papel crucial en la definición de los detalles del plan de alto el fuego propuesto por Trump para Gaza.
Hoy, estos países buscan reforzar la seguridad colectiva en cooperación con Estados Unidos frente a las amenazas procedentes tanto de Irán como de Israel. No se sabe aún si estos esfuerzos darán lugar a una especie de “OTAN árabe” o a una red más diversificada de arreglos de seguridad complementarios a la alianza estadounidense.
El aspecto positivo del ataque a Doha radica quizá en la nueva sintonía revelada por el Trío del Golfo. La rivalidad entre estos países había exacerbado, en ocasiones, las tensiones regionales en lugar de mitigarlas.
Sin embargo, la riqueza, el peso diplomático y las estrechas relaciones de Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Catar con la administración Trump los colocan en una posición excepcional para contribuir a resolver cuestiones clave: desde garantizar el “plan del día después” en Gaza, estabilizar Siria y avanzar hacia una solución diplomática respecto al programa nuclear y las intervenciones regionales de Irán. Dada la volatilidad de la región, la coordinación de estas potencias medias constituye una necesidad urgente para la construcción de un futuro más pacífico y equilibrado en Oriente Medio.
* April Longley Alley es investigadora sénior en el Instituto de Política del Cercano Oriente de Washington.
** Abdulkhaleq Abdulla es profesor de Ciencias Políticas de los Emiratos Árabes Unidos y investigador sénior visitante en la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard.
Fuente:https://thehill.com/opinion/international/5560909-gulf-states-israel-threat-response/