Hace ciento cincuenta años, Occidente concibió el sionismo como una solución para deshacerse de su propio “problema judío”. Hoy, somos testigos de cómo ese proyecto, junto con sus oscuros designios, ha ido apoderándose paso a paso del mundo entero, transformando la vida en un objeto robótico, insípido, sin alma ni sentido. Así como ellos no reconocen límite moral alguno, nosotros también abrazamos la causa palestina con la misma intensidad con la que una mujer palestina se aferra a su olivo: con todo nuestro ser, sin soltarla jamás.
El genocidio y los desplazamientos en Gaza y Cisjordania continúan a toda velocidad y de manera vergonzosa, a pesar de las protestas globales.
A pesar de las protestas globales, el genocidio y los desplazamientos forzados continúan en Gaza y Cisjordania con una crudeza y desvergüenza que desafían todo límite moral. La humanidad, junto con los niños asesinados, presencia el colapso de los valores transmitidos desde los tiempos de Adán, en un escenario donde las normas jurídicas se vuelven inoperantes y el discurso de la civilización es abandonado. Frente al trípode de poder armas, finanzas y medios surge una resistencia tenaz e inesperada que Occidente jamás anticipó. Y esta resistencia ya ha demostrado su eficacia.
Pese a los mecanismos de exterminio, a los traidores y espías infiltrados, el pueblo palestino resiste sin renunciar ni a su dignidad ni a su humanidad. En medio de pérdidas humanas y del bloqueo infame a la ayuda alimentaria y médica, continúa alimentando a sus hijos con un trozo de pan, aún a costa de la muerte.
Durante los últimos tres meses, 1.8 millones de personas han sido condenadas al hambre además de los bombardeos. Como el hacha que hiere al árbol con su propio mango, el pueblo palestino ha sido traicionado por aquellos que deberían protegerlo: una Autoridad Palestina cómplice, y los regímenes de Egipto y Jordania que lo han cercado con su abierta colaboración con el opresor. En Gaza, bajo la apariencia de “ayuda humanitaria” estadounidense, las personas son asesinadas por tratar de llevar harina a sus hijos. Recientemente, fueron enterradas vivas en fosas comunes, sin distinguir entre muertos y heridos, sepultadas bajo tierra mientras las bombas les caían encima.
En Cisjordania, el despojo continúa. No se trata sólo de Gaza, sino de la expulsión sistemática del pueblo palestino de todas las tierras ocupadas.
Esta situación empuja progresivamente a la humanidad a salir a las calles y a experimentar nuevas formas de acción y expresión. Aquellos que participan de estas experiencias enfrentan, al igual que los palestinos, amenazas y represión. Miles de personas de todas las creencias marcharon en caravanas de dignidad hacia Gaza desde Egipto para romper el cerco del hambre y movilizar una conciencia global. Sin embargo, muchos activistas fueron abandonados en los desiertos bajo control de Haftar en Libia o secuestrados. El régimen egipcio de Sisi fruto de un golpe de Estado confiscó pasaportes, irrumpió en hoteles, arrestó a los manifestantes y los sometió al maltrato, al hambre y a la represión, valiéndose de sus tropas, la policía y las milicias callejeras conocidas como baltagiya. Todo esto, ignorado por los líderes y medios de comunicación occidentales.
A pesar de las amenazas, los despidos, las acusaciones de antisemitismo, el acoso policial y las detenciones, los manifestantes siguen creando nuevas formas de protesta, tanto individuales como colectivas.
Mientras los palestinos sufren todas las formas de exterminio, el resto de la humanidad es empujado a la pasividad. Cada día somos testigos de una barbarie inconcebible, y luchamos con una pregunta existencial: ¿qué decir cuando las palabras han perdido su poder? Aun así, sentimos la necesidad de gritar para no cargar con el peso de la indiferencia, para no caer en el infierno de la apatía.
Esto ya no es sólo por Gaza o Palestina, sino por la defensa de nuestra propia humanidad. Se ha convertido en un manifiesto global.
La dignidad humana, a pesar de las armas y la propaganda, nos impulsa a aferrarnos a nuestros hogares, hijos y valores con valentía. Día a día renovamos nuestra determinación, resistimos con espíritu renovado, oscilando entre la tristeza y la esperanza, aferrándonos obstinadamente a la verdad.
Este proceso ha desmantelado muchos mitos:
La civilización occidental ha quedado desacreditada, el Tribunal de Justicia ha perdido legitimidad, la “ayuda” estadounidense está teñida de sangre, y el orgullo imperial ha mostrado su fragilidad. Las campañas de relaciones públicas y los discursos oficiales se han desvanecido como polvo al viento. La fraternidad religiosa hipócrita, vencida por sus ambiciones mundanas, ha demostrado ser un engaño.
Este es un examen moral:
¿Hasta qué punto seguimos siendo humanos?
Con los valores que abrazamos, estamos asistiendo entre dolores de parto al nacimiento de una nueva humanidad y de una nueva civilización. Por difícil que parezca, existen indicios de que es posible… incluso necesario.
Hace 150 años, Occidente creó el sionismo como una “solución” para deshacerse de sus propios judíos. Hoy vemos cómo esa invención, con sus oscuros designios, ha ido esclavizando al mundo, transformando la vida en un objeto sin alma, insípido, robótico. Así como ellos no reconocen líneas rojas, nosotros nos aferramos con todo el ser a la causa palestina, como la mujer palestina que abraza su olivo. Y no la soltamos.
Aunque intenten nublar nuestra conciencia con falsas agendas, películas ilusorias, sobornos o confrontaciones simuladas, seguimos remitiéndonos una y otra vez a lo esencial.
Occidente, pese a todo su poder y agresividad, cada día se aleja más del resultado que había previsto. Hoy le queda un solo argumento: “Estamos con Israel”. Ha devorado todos sus discursos e instituciones, dejando vacío el suelo bajo sus pies. Pese a millones de dólares y grandes campañas, ha quedado reducido a una figura grotesca, un bufón, y esa imagen le acompañará para siempre. Mientras tanto, los israelíes genocidas son expulsados, maldecidos y humillados en todo el mundo.
Esta es la mayor bofetada que Dios le ha dado a ese Occidente sionista. Los faraones jamás podrán ser portavoces del bien ni de la verdad. Sus engaños acabarán envolviéndolos, y caerán incluso ante la palabra de un simple niño.
Ha llegado el momento de pronunciar esa palabra.