Nosotros, los aniquilados, debemos infiltrarnos desde todas partes: por la grieta de un muro, la ribera de un río, el interior de un caracol marino, hasta el más ínfimo grano de trigo… Debemos filtrarnos por doquier, escribir nuestra propia historia y cantar nuestra propia canción. No hemos de temer ni al magnate que vende la quimera de una ciudad en el planeta rojo, ni al monarca anaranjado que amenaza a todos con su dedo índice, ni a los asesinos que se jactan de cincuenta mil cadáveres. Recordemos que la historia la escriben héroes anónimos, no los bandidos, y que quienes perseveran y no se rinden jamás son derrotados.
El bastón corrupto de Salomón
«Y cuando decretamos su muerte, sólo la bestia de la tierra un ínfimo gusano la dio a conocer, royendo su báculo; y cuando cayó, los genios comprendieron que, si hubieran conocido lo oculto, no habrían permanecido en tan humillante tormento» (Corán, 34:14).
¿Se desplomará nuestro reino ese que podría alzarse con justicia, derecho, honor y moral como cayó el de Salomón?
Lengua Paralizada, Conciencia Herida
El genocidio perpetrado en Gaza (Palestina) ha mermado nuestra lengua casi tanto como nuestras ideas. Tal vez sea esto lo que se siente en un accidente cerebrovascular: al principio, un dolor lacerante; luego, una ira desbordada; ahora, una vergüenza extraña y la tentación de rehuir el sufrimiento. La impotencia de no poder detener semejante injusticia nos agota. Como si fuera poco, un puñado de individuos que se creen dueños del mundo nos hostiga de forma absurda. Lo que vivimos se asemeja a un sueño ininteligible o más bien a una pesadilla imposible de descifrar.
Parece que asistimos a una obra teatral o a un filme surrealista que lleva el grotesco al límite. ¿Están poniendo a prueba nuestra resistencia psicológica? Cuando se trata de lo absurdo y lo onírico, siempre recuerdo el célebre cortometraje del director español Luis Buñuel y del pintor surrealista Salvador Dalí, Un perro andaluz: una mano de la que brotan hormigas, un ojo seccionado con una navaja, un piano que arrastra un burro muerto… Buñuel pretendía suscitar repugnancia. El título procede de un refrán andaluz que, según el cineasta, carece de explicación lógica.
El también surrealista Jean Vigo, al comentar la película, cita un dicho popular andaluz: «Ladra o aúlla un perro andalusí, ¿quién ha muerto?». De ahí deriva la advertencia: «Presten atención al perro: muerde». Se supone que Buñuel eligió el título por su carencia de sentido, por la inquietud que suscita el aullido de un can que anuncia la muerte, por el malestar que emerge al contemplar la cinta.
Nuestra realidad absurda se asemeja a ese aullido.
El «Monarca Anaranjado» y Sus Acólitos
Un hombre de tez naranja amenaza a alguien casi todos los días moviendo el dedo. Promulga decisiones tan tragicómicas como inconsistentes: en un momento declara su intención de anexionarse territorios; al siguiente, divulga un vídeo tan estrafalario como un perro andalusí en el que, merced a imágenes generadas por IA, festeja con bailarinas en un club nocturno… Y todo esto ocurre en Gaza, territorio donde más de cincuenta mil personas han muerto y decenas de miles enfrentan hambruna.
El despropósito no acaba ahí. De vez en cuando, tras él aparece un magnate tecnológico que vende sueños de colonias en Marte, esbozando sonrisas extrañas. El hijo menor del millonario, con no menos excentricidad, se entromete en cada toma.
Un día, el «monarca anaranjado» habla de un arancel aduanero planetario; otro, de suspender impuestos; al siguiente, de imponer un gravamen del 145 % a un país. Luego anuncia la exención de ciertos productos. Con semejantes disparates nos arroja a un abismo de locura que tambalea la salud mental colectiva.
¿Es él el único singular? Las instituciones occidentales que exhibían con orgullo su humanidad y civilización la Unión Europea, la Corte Penal Internacional, la Corte Internacional de Justicia y otros órganos de la ONU se corrompen a la vista, como el bastón de Salomón. El derrumbe del sistema jurídico internacional quedó al desnudo con el genocidio de Gaza: el mecanismo diseñado para impedir atrocidades y proteger el derecho se ha declarado inservible.
El gusano que roe el báculo es Israel, implantado por EE. UU. y el Reino Unido en Oriente Medio. Persuadido de reconstruir el templo de Salomón, Tel Aviv no advierte que, cual la termita, pudre la vara.
Europa, dependiente de Washington en materia de seguridad, ha suspendido igualmente su examen de ética y derechos humanos. Se trataba de una prueba seguida por millones de personas en todo el mundo que aún creen, con sinceridad, en la justicia y la dignidad.
¿Hasta dónde puede corromperse la justicia?
Esta tragedia absurda y colectiva plantea una pregunta acuciante: ¿hasta qué punto puede seguir descomponiéndose la justicia, piedra angular del derecho y de la humanidad?
Las masacres en Gaza y Siria han herido nuestro espíritu. Las víctimas no son sólo los inocentes que han perdido su vida, su tierra, su historia; todos estamos a merced de un puñado de bárbaros armados y financiados. Nos empujan al borde del abismo y nos obligan a contemplar, impotentes, cuerpos destrozados; se burlan de nosotros. Muchos aguardamos la liberación de esta pesadilla.
Pretenden normalizar la perversidad y la impotencia. Por eso abundan el cansancio y la desesperación. Intentan convencernos de que somos débiles, ansían observar nuestro suicidio colectivo esa sensación de desaliento extremo al borde del precipicio.
Unos lo hacen exhibiendo los cadáveres de niños; otros, con tecnología colosal; otros más, con poder político. Durante la pandemia de la covid‑19 sentimos algo parecido: nos confinaron, nos sometieron por el miedo y las prohibiciones. Nadie podía despedir a sus seres queridos ni coger la mano de un hijo. Ahora procuran doblegar a los que se mantuvieron firmes entonces mediante el genocidio de Gaza, mostrando cada día cuerpos calcinados, decapitados, mujeres violadas.
Controlan en masa nuestras emociones, actos, alimentos, vestiduras. El gusano inmundo roe el báculo al que muchos nos aferramos. Resistimos para no caer, y debemos resistir.
La mejor forma de enfrentar a los bárbaros que nos desprecian es no temerles y no perder la esperanza. El miedo y la desesperanza son la delgada línea que nos separa del abismo; cruzarla significaría la derrota frente a quienes guerrean contra la humanidad.
¿Qué podemos hacer los desarmados?
¿Callar? ¿Cómo combatir a quienes simulan ser humanos? Como lo hacen los palestinos que luchan por existir, o los sirios que reconstruyen su país. Debemos filtrarnos por todo resquicio: por la grieta del muro, la orilla del río, el caracol marino, el grano de trigo… Escribir nuestra historia, entonar nuestro canto. No temer al magnate marciano, al monarca anaranjado ni a los asesinos que exaltan sus cincuenta mil cadáveres. Mantener vivo el báculo que nos sostiene nuestra humanidad, fe, esperanza, paciencia, memoria y resistencia. No podemos permitirnos la fragilidad: los verdugos aguardan con las manos ensangrentadas para atraparnos en la ruptura.
Cada cual debe ser creativo para afrontar esta absurda atrocidad. Todos poseemos un talento: unos con la pluma, otros con la música, la protesta, el grito o la oración; lo esencial es hacer sentir nuestra existencia. Para quien desee luchar contra el mal, siempre hay un báculo y un camino.
Una Lección de La Historia
Quizá conozcan la anécdota leyenda o verdad ocurrida durante las devastadoras invasiones mongolas. Un soldado captura a un hombre, lo tiende para decapitarlo, pero debe atender otro asunto y le ordena: «Espera aquí; volveré a matarte». Horas después regresa y, hallándolo aún allí, lo ejecuta. El desdichado esperó su muerte sin buscar escape: las ciudades, horrorizadas por los relatos de saqueos y matanzas, se rendían antes de que los mongoles llegaran.
Pero hubo quienes no temieron. Recuérdese cómo las tropas de Hulagu que se jactaba de ser “el ejército de Dios” y escribió: «Entregadnos vuestra voluntad» fueron derrotadas en Ain Yalut, en Palestina.
Nosotros, también, podemos vencer si conservamos esperanza y coraje. Un perro andalusí aúlla: vigilemos al perro… y mantengamos firme el báculo que nos sostiene.