A estas alturas, es evidente que ya no vivimos en una etapa unipolar. Estados Unidos actúa casi como si fuese un país mucho más pequeño, mostrando una agresividad desproporcionada. Sus reacciones carecen de sentido. Podemos prever que la división geopolítica basada en “democracia” y “autocracia” se debilitará todavía más. También es probable que se observe cierta regresión en la tendencia hacia la democratización. Sin embargo, la competencia de Estados Unidos y sus rivales por el control de los recursos minerales, las bases militares y las vías comerciales en todo el mundo continuará con la misma intensidad. Nos encaminamos hacia una época en la que no será sencillo delinear un marco general que describa estos conflictos y en la que nada, salvo el poder, ejercerá una fuerza verdaderamente restrictiva.
Trump no ha cumplido aún sus primeros cien días de mandato, pero puede decirse que ha sacudido el panorama político en todos los sentidos. Ha optado por entrar en guerra con cada concepto e institución que se habían ido afianzando en los últimos años. En el plano interno, desacredita por igual los valores y las etiquetas liberales, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Se enfrenta a la ideología LGBT y a todas las corrientes de izquierda. De manera normativa, actúa en oposición a todo el discurso liberal y ha iniciado un enfrentamiento con todas las instituciones del sistema. Quiere cerrar el Departamento de Educación, se retira de cualquier programa que lleve en su título la palabra “igualdad” y les corta la financiación. Desmantela las agencias dedicadas al cambio climático, suprimiendo sus recursos. Elimina fondos y programas de apoyo a la comunidad LGBT, a las perspectivas de género y a la protección de minorías. Está decidido a suspender cualquier gasto destinado a la educación y la salud de estos grupos.
En el exterior, está demoliendo el sistema geopolítico basado en el orden mundial liberal. Hasta hace apenas unos años, Estados Unidos procuraba consolidar un bloque “democrático” Europa, Canadá, Japón, Corea del Sur, Ucrania, Australia y reforzaba alianzas como la OTAN o el QUAD. En Asia, daba importancia a los acuerdos multilaterales con sus aliados, y en Oriente Medio buscaba afianzar la coalición contra Irán a través de los Acuerdos de Abraham. Frente al eje formado por China, Rusia, Irán y Corea del Norte, intentaba trazar una línea de contención con países “conector” como Vietnam, India, Arabia Saudí, Malasia, Hungría. Hasta el año pasado, ese plan parecía funcionar en cierta medida.
No obstante, Trump ha hecho añicos esa estrategia. Putin es ahora el amigo; Zelensky, el dictador. Europa se ha convertido en el enemigo. El gobierno estadounidense aprovecha todas las oportunidades para vaciar de contenido a la OTAN. En Asia, además, se genera un escenario que desbarata los planes de guerra a través de Taiwán. Tal como se anticipaba, los aliados de Estados Unidos están conmocionados. Las instituciones del orden internacional liberal, que ya habían perdido en gran parte su sentido ante el genocidio contra el pueblo palestino, se están desmoronando por completo. El acuerdo climático ha quedado sin efecto. La Corte Internacional de Justicia prácticamente ha dejado de tener relevancia. Incluso las Naciones Unidas parecen quedar reducidas a la mínima expresión.