El resultado más significativo del proceso de disolución esperado para hoy sería la eliminación del mayor «obstáculo y pretexto» que impide que la cuestión kurda se convierta en un componente natural del problema general de democratización de Türkiye. Para confirmar esta observación, basta con notar que aquellos que expresan su fobia a la solución en distintas formas comparten un rasgo común: el «miedo a la democracia» que esconden tras el miedo vigente. El PKK podría eliminar el «obstáculo» disolviéndose, y la política podría eliminar el «pretexto» apropiándose de la solución.
Türkiye está acostumbrada a cargar, durante años, con cargas inútiles que, al llegar a su destino, resultan no tener sentido alguno. Así como existe esta tradición política, también hay una tradición de huida de la política durante las crisis de democracia. La crisis de ausencia de política en Türkiye, cuyos primeros indicios surgieron a finales de 2013, alcanzó una nueva fase con el intento de golpe de Estado de 2016. El efecto centrífugo causado por dos intervenciones en la política, sumado al cambio en el sistema de gobierno, institucionalizó y legalizó dicha crisis. En el sistema parlamentario, las coaliciones, que en caso de necesidad se formaban tras las elecciones mediante un acuerdo transparente de roles y límites de poder para constituir el gobierno durante un tiempo determinado, se transformaron en el Sistema de Gobierno Presidencial en coaliciones que se forman sin un protocolo de consenso anunciado previamente (centradas únicamente en «superar el 50%» y «mantener el poder»), convirtiendo así la ausencia de política en el único y efectivo fundamento.
El hecho de que las coaliciones se hicieran permanentes, que su formación se trasladara al periodo previo a las elecciones y que surgiera la burda tutela de cada pequeño porcentaje necesario para alcanzar el 50%, transformó las alianzas en una condena numérica alejada de un consenso político, convirtiendo la ausencia de política en el software principal de todo el sistema. También se observó que los actores tanto del gobierno como de la oposición no parecían particularmente incómodos con esta transformación radical.
Ello se debe a que, en lugar del arduo camino de la política basado en el trabajo, la visión y la producción de consentimiento legítimo, se ofrecía la opción cómoda de una política sin esfuerzo basada en alianzas numéricas. Desde octubre del año pasado, la intervención política de Bahçeli ha ejercido una presión de cambio serio sobre este período de confort. Desde finales de octubre, más que dudas o enfoques diferentes respecto a este proceso, el temor de salir del mundo de ausencia de política al que se habían acostumbrado durante años ha sido el factor principal tras las actitudes vacilantes y temerosas de diversos actores políticos, incluida la propia organización. Tras seis meses, el hecho de que las crisis, los bloqueos y las supuestas imposibilidades evocadas en torno a la disolución del PKK hayan suscitado más interés que la solución misma también encuentra su raíz en esa misma falta de política.
Algunos cuestionan dónde se encuentra la «victoria» utópica e indefinida para el PKK, mientras otros repiten el dogma deformado de «si no hay democracia, habrá armas», enfatizando el déficit democrático. Es evidente que enfrentamos un profundo paradójico psicopolítico. También es evidente la necesidad de una confrontación más profunda con las dimensiones psicológicas, estructurales y psicoanalíticas del conflicto prolongado y de su resolución.
La mala fortuna es que el desarme del PKK coincide con uno de los períodos más apolíticos de la historia reciente de Türkiye. En una época donde la conspiración, el análisis político, la comunicación, las decisiones políticas valientes y el funcionamiento de la regla de la mayoría del 50% han reemplazado la toma de posición política, no será fácil que surja un enfoque político maduro que gestione de manera competente los problemas de la cuestión kurda y de la democracia en una Türkiye sin el PKK.
Sin embargo, pese a todo, el desarme del PKK sigue siendo el primer escenario. Si este proceso no se interrumpe, las mentalidades que antaño se negaban rotundamente a creer en la salida de Asad y de las fuerzas que lo respaldaban deberán primero serenarse y luego enfrentarse a la realidad. Vale la pena recordar que quienes se resistían a aceptar el cambio existencial en la familiaridad del movimiento nacionalista MHP con el problema son los mismos que encontrarán difícil aceptar una Türkiye sin el PKK.
No es de extrañar que aquellos que aún no se han convencido del cambio de enfoque político del líder del MHP, Devlet Bahçeli un cambio sin precedentes en la historia política turca que se ha producido a plena vista de todos tampoco se convenzan del proceso de disolución declarado por el PKK. Para una mente que tiene dificultades para aceptar y digerir lo que ya ha ocurrido, no será fácil aceptar lo que está por venir.
Entre el Duelo y la Melancolía: La Disolución del PKK
Una gran parte de este colectivo se ha identificado profundamente con el conflicto vivido. Independientemente de la perspectiva desde la cual lo aborden, nos encontramos ante los dolores y dudas de aquellos que han colocado el conflicto en el centro de sus definiciones identitarias. No podría ser más natural que el fin de la confrontación genere el riesgo de un vacío identitario. Sin embargo, si logran mostrar un pragmatismo similar al de Bahçeli, podrían acortar significativamente el tiempo necesario para superar el trauma. Cabe destacar que en el futuro también podríamos ser testigos de una reaparición del trauma. Pues, aunque las condiciones cambien, puede persistir la tendencia inconsciente de reproducir el trauma como mecanismo de defensa frente al riesgo de pérdida de orientación psicológica que trae consigo la paz. Para quienes insisten en mantener una postura escéptica y no logran simplificar el problema, una paz que llega sin una ganancia visible y asegurada puede sentirse como una traición. Por ello, el desarme no se percibe como el desenlace natural de una vida estratégica o política agotada, sino como una rendición impuesta o construida por fuerzas externas.
Cabe señalar que este tipo de estallidos emocionales emergen casi en formas y retóricas similares tanto entre quienes supuestamente se sitúan en el bando opuesto del conflicto. Para aquellos que, a lo largo de los años, han edificado un mundo estructural al punto de transformar el problema en una esfera cerrada del PKK o en una industria de la lucha contra el terrorismo, el verdadero problema no es el desarme, sino la perturbación de su habitual construcción mental.
En este contexto, resulta esperable que muchos actores experimenten la angustia enunciada por la célebre frase: «Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del conflicto». Sin embargo, esta situación alude menos a un análisis frío que a un escepticismo institucionalizado, modelado por el instinto de autoprotección. La única institución capaz de disipar esta duda es la política. Si la política no interviene, resultará difícil sembrar un discurso que otorgue sentido tanto al abandono de las armas como al cambio de sujeto en la lucha contra el terrorismo frente a la retórica provocadora de la “rendición deshonrosa”.
Mientras no se construya un nuevo relato persuasivo, la antigua mitología la creencia de que sólo la violencia puede generar cambio continuará ocupando la imaginación política. La intervención de la política permitiría, a través de un enfoque que otorgue un significado concreto al eje de una Türkiye sin el PKK y de una política sin terrorismo, abrir el camino hacia un proceso de duelo saludable, en lugar de aferrarse melancólicamente al conflicto. Después de un proceso sangriento que costó la vida a decenas de miles de personas, es posible salir sanamente de una “memoria de cuarenta años” sin generar un sentimiento de traición hacia la historia vivida, los sacrificios realizados y las pérdidas sufridas.
De lo contrario, será inevitable que, en el mundo patológico de la melancolía, el proceso vivido se transforme en un objeto perdido, en una historia perdida, en un sentido perdido, generando así odio y resentimiento.
La política, precisamente en este punto, debe intervenir para impedir que se niegue el proceso que ocurre ante nuestros ojos. Es imprescindible exhibir una madurez política capaz de convencer a amplios sectores de que el conflicto no es una necesidad existencial ni la paz una amenaza identitaria. Igualmente, la transformación de las estructuras y discursos surgidos a lo largo de los años requiere de la construcción de un lenguaje común entre diferentes corrientes políticas para evitar que la melancolía colectiva genere resistencia a los resultados de la solución.
La reconstrucción de relatos, clichés y mitologías forjadas a lo largo de los años, la realización de un duelo sano y el regreso a la política, la gestión de la disolución de la organización y el desarrollo de una nueva imaginación política son requisitos ineludibles. La política puede fácilmente abordar estos aspectos del proceso y proporcionar un terreno fértil para su sano desarrollo en diversas plataformas.
En el problema del PKK, no debería resultar tan difícil asumir que todos los actores involucrados han llegado al momento de que “el estado anterior ya no es viable; debe surgir uno nuevo”. En un país heredero del Imperio otomano, imponer una quimera etnocrática o intentar convertir a los kurdos copropietarios naturales de estas tierras en elemento de guerra civil o moneda de cambio geopolítica ya ha tenido costos demasiado elevados. Hundirse en esa historia sólo puede perpetuar el estéril círculo vicioso de intentar cerrar el déficit democrático con armas y sangre.
Por tanto, la pregunta dolorosa no es “¿qué sucederá, ¿qué se ganará, qué ganaremos cuando el PKK se disuelva?”. La verdadera pregunta es: “¿Qué ganarán Türkiye, los kurdos y nuestra región si el PKK no depone las armas?”. No existe una respuesta significativa a esta pregunta, ni dentro del mundo estéril del PKK ni en el ámbito exterior a la organización. Porque la verdad es que el PKK, desde su primer día, no tenía nada que ganar mediante las armas, y esta realidad sigue inmutable después de cuarenta años. Lo que dejan estos cuarenta años son solamente dolor, sangre, lágrimas, odio y enemistad.
Mientras el PKK desempeñaba durante años una función esencial en el mantenimiento del déficit democrático de Türkiye, impedía que la cuestión kurda se integrara naturalmente en el proceso general de democratización del país.
El resultado más importante del proceso de disolución esperado hoy es precisamente la eliminación del mayor “obstáculo y pretexto” que impedía esta integración natural de la cuestión kurda en la problemática democrática de Türkiye. Para confirmar esta afirmación, basta observar que aquellos que expresan su fobia a la solución bajo distintas formas comparten un mismo rasgo: esconden su “miedo a la democracia” tras el miedo actual.
Tanto quienes se exhiben en los diferentes sectores de la industria del PKK como los elementos del eje que ha convertido la lucha contra el terrorismo de un mero instrumento en su función central comparten una misma raíz: el “miedo a la democracia”.
El PKK puede eliminar el “obstáculo” disolviéndose, y la política puede eliminar el “pretexto” asumiendo la solución.
Durante los últimos seis meses, los esfuerzos de quienes, exhaustos por no encontrar trampas, complots ni planes secretos tras la iniciativa y la intervención de Bahçeli, han tratado de construir un discurso sobre la imposibilidad de la disolución del PKK y de la continuidad del proceso se hallan en el mismo campo.
No debería sorprender que, aceptando que la incredulidad hacia el proceso también forma parte de él, se sigan dando pasos adelante. La aparición de dolores de adaptación al mundo sin el PKK debe ser considerada como un fenómeno esperado. Sin embargo, el presente no debe ser capturado por expectativas subjetivas acerca del período posterior al PKK, bajo una lectura mecánica y una lógica de transacción.
Porque ello equivaldría a condenar, mediante los errores cometidos ayer, los esfuerzos democráticos que surgirán hoy y mañana.
Sobre el terreno construido por la profunda transformación que atraviesan Türkiye, nuestra región y el mundo y que muchos de quienes hoy preguntan “¿cómo puede el PKK dejar las armas?” consideraban ayer imposible, una Türkiye sin el PKK y una imaginación democrática son posibles.
Siempre que no se combata lo que sucede, se racionalice e interiorice el cambio vivido y se construya una política fundacional.
¿Una Oportunidad o un Obstáculo en Siria?
Si bien es posible identificar causas psicológicas y determinantes político-económicos comprensibles detrás del temor a la resolución del conflicto, su mera existencia no legitima dicho temor como fundamento racional del statu quo. De hecho, especialmente tras la detención de Abdullah Öcalan y el consecuente desmantelamiento del régimen de tutela militar, la persistencia del PKK ha devenido en una anomalía histórica, carente de justificación política y legitimidad social. Esta anomalía, lejos de constituir un fenómeno pasajero, se ha cronificado, enquistándose como un elemento disfuncional que obstaculiza tanto el proceso de democratización en Türkiye como la emancipación política del pueblo kurdo.
Desde esta perspectiva, la disolución del PKK no puede entenderse únicamente como una opción estratégica, sino como una exigencia estructural que la evolución sociopolítica de Türkiye y de su entorno regional torna ineludible. Esta necesidad posee un doble fundamento: en primer lugar, la imperiosa eliminación de un obstáculo a la democratización; y en segundo lugar, la adaptación a las nuevas matrices de seguridad, geopolítica y dinámica social que configuran el orden internacional contemporáneo, especialmente en la proyección hacia 2025.
Pese a ello, la persistencia del PKK no añade ya sino un coste residual al escenario político, perpetuando disfuncionalidades cuyo mantenimiento resulta oneroso e irracional. En el marco configurado tras el 8 de diciembre, la dinámica de alienación de los kurdos en Siria se profundizará previsiblemente, abriendo la vía a enfrentamientos violentos de magnitud insostenible para la población kurda local, generando además una nueva cadena de desplazamientos y pérdidas irreversibles. Resulta altamente probable que las redes de poder que en su momento promovieron la instrumentalización de los kurdos bajo el paraguas del régimen baasista, opten nuevamente, en momentos críticos, por replegarse y abandonarlos a su suerte, replicando una lógica de alianza circunstancial y utilitarista.
En este contexto, la prolongación de la existencia del PKK sin una dependencia directa de actores externos aparece como inviable. La celebración reciente de una conferencia en Siria, y las demandas allí formuladas, evidencian una incapacidad para superar el reduccionismo identitario, así como una profunda incompetencia para interpretar las dinámicas geopolíticas y económico-políticas del entorno regional.
Resulta evidente que, mientras subsista el peso estructural del PKK, toda tentativa de apertura política en Siria, al igual que en Türkiye, se verá irremediablemente capturada por el triángulo perverso de conflicto, subordinación externa y alienación identitaria.
Cabe señalar, además, que la relación contractual del PKK con Estados Unidos sostenida durante casi una década está en proceso de reconfiguración hacia nuevas modalidades de dependencia, incluyendo posibles alianzas con actores como Israel e Irán. Esta evolución, reconocida explícitamente por ciertos sectores de la dirigencia de la organización, implica la reconversión definitiva del PKK en un actor paramilitar mercenario, cuya función estratégica será instrumental y externalizada.
Esta deriva no constituye una anomalía dentro de la lógica funcional histórica del PKK, caracterizada por su transformación en un “bien de propiedad fraccionada” al servicio de intereses ajenos. No obstante, una opción de este tipo supondría el desmantelamiento de la oportunidad histórica que se abre en Türkiye: el cierre definitivo del ciclo de Öcalan, la imposibilidad de integrar la cuestión kurda en el proceso de consolidación democrática nacional, y la proscripción de toda expresión legítima de representación política kurda no contaminada por la sombra del PKK.
Llegados a este punto, la única forma residual de existencia que le resta al PKK consiste en devenir en una estructura subrogada que, a través de su acción, no hará sino infligir daños profundos a los kurdos, a Türkiye, a Siria y a Irak.
La Agonía de la Democratización
Así pues, hoy en día, quienes formulan con arrogancia preguntas que consideran sumamente inteligentes y significativas, tales como “¿Qué ocurrirá si el PKK depone las armas?”, “¿Por qué debería el PKK abandonar las armas?” o “¿A cambio de qué lo haría?”, deben saber que la respuesta es evidente. Las fracturas geopolíticas globales, la profunda transformación regional, el proceso de cambio que atraviesa Türkiye, la cruda realidad de la política real, la parálisis estructural del movimiento político kurdo, la situación en Siria y, sobre todo, la incapacidad de la organización para superar su confinamiento en el paréntesis del terrorismo incapacidad que ni siquiera su líder fundador logró revertir hacia una politización genuina determinan que el PKK carece de otro espacio de existencia que no sea su relegación como mera estructura de violencia residual.
Aquellos que no logran describir un fundamento realista que justifique la continuación de la existencia del PKK más allá de su perpetuación como una organización en usufructo— no tienen base sólida para cuestionar hoy su disolución. El verdadero debate que corresponde abordar en este momento es cómo superar la fobia a la política y qué acciones deben emprenderse para avanzar en la democratización de Türkiye tras la desaparición del PKK.
En este punto crucial, la política se enfrenta a un dilema de “poco peso y gran valor”. Desde una perspectiva política, no existen riesgos auténticos para asumir y promover este proceso, ni amenazas reales más allá de los miedos infundados. Sin embargo, esta constatación no exime de la necesidad de acometer una serie de tareas ineludibles. De hecho, la mayoría de estas tareas son igualmente esenciales para la democratización y la normalización institucional de Türkiye.
Del mismo modo que el mundo anacrónico del PKK, atrapado en las montañas, ha agotado ya su vigencia histórica, Türkiye debe salir del limbo político en el que permanece desde hace años. En un momento en el que el equilibrio global experimenta convulsiones sísmicas y en que la matriz regional de seguridad y geopolítica se transforma vertiginosamente, el coste de mantener el déficit democrático interno podría generar cargas absolutamente innecesarias.
Asimismo, el proceso de democratización puede actuar como un potente catalizador para superar la tentación de justificar las carencias democráticas de Türkiye mediante analogías con los déficits democráticos que comienzan a evidenciarse en las economías avanzadas. En definitiva, Türkiye debe clausurar su era de “ausencia de política”. La prolongación de esta etapa conllevaría un coste mucho más elevado de lo que se presume. Especialmente en una época de reestructuración radical del orden mundial, Türkiye no dispone de margen para avanzar ni de pólizas de seguro que respalden una estrategia basada en la inacción política.
Por tanto, es imprescindible que, mediante este proceso o a través de un esfuerzo consciente de democratización, Türkiye retorne a la política. Los próximos años serán aquellos en los que únicamente quienes logren realizar dicha transición podrán convertirse en actores relevantes.
Fuente;perspektifonline.com