El PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) enfrenta una importante oportunidad para romper el círculo vicioso en el que se encuentra atrapado, incapaz de definir claramente lo que podría obtener mediante las armas e igualmente incapaz siquiera de plantear una lucha política pacífica y desarmada. Sin embargo, mientras la mentalidad del PKK siga interpretando cualquier sugerencia en esta dirección como una «amenaza insidiosa» o una «gran conspiración» en lugar de una propuesta auténtica, no logrará salir de dicho círculo vicioso.
Türkiye experimenta una profunda crisis en torno a su democratización, generando así un persistente círculo vicioso. Desde la creación de una administración pública eficiente e imparcial hasta la consolidación plena del Estado de Derecho, desde un funcionamiento aceptable del libre mercado hasta una distribución justa de los ingresos, desde un sistema educativo basado en un culto hasta una sociedad civil genuina, todas estas problemáticas confluyen en el corazón de la cuestión democrática. La política, único medio para resolver estas cuestiones, se ha acostumbrado a coexistir con los problemas y con los tabúes centenarios, mostrando preferencia por adaptarse en lugar de impulsar un verdadero cambio. La comunicación sobre problemas o incluso la crítica política, a menudo inconsciente, reemplaza cada vez más la acción política directa. Este fenómeno ha dado lugar a una creciente fobia política, llevando a la mayoría a preferir la cómoda sombra de ese miedo y tabú, dejando así la acción política huérfana. Incluso existe la percepción de que mantener la política en segundo plano es una muestra de inteligencia o astucia. No obstante, en esta atmósfera apolítica, la oposición social y política continúa creciendo de manera desorganizada y sin liderazgo claro. Uno de los instrumentos más notorios de esta apatía política es precisamente el «problema del PKK».
El llamado «mundo del PKK» ha evolucionado parcialmente con el tiempo, pero al mismo tiempo conserva obstinadamente una postura fetal frente al tiempo, la historia y la vida misma, generando su propio círculo vicioso. Desde el 22 de octubre, el PKK ha vuelto a resurgir como una cuestión política importante. La gran incógnita es si, después de tantos años, aprovechará o no la oportunidad que se le presenta. En el fondo, para el PKK y todas sus estructuras asociadas, el desafío central es decidir si desean o no salir de ese círculo vicioso. Mientras permanezcan en él, será difícil que avancen hacia nuevos escenarios.
El Maximalismo Antipolítico
Una de las características más visibles del círculo vicioso del PKK es un maximalismo profundamente apolítico. Este maximalismo, desconectado de la realidad cotidiana y de la práctica política, suele estar adornado con alusiones históricas imprecisas y sustentado en una dialéctica errónea, construida sobre narrativas ahistóricas y centradas en sí mismas. Lidiar con este maximalismo implica aceptar el desafío de persuadir a alguien que, desde el principio, está decidido a hacerse daño a sí mismo. En efecto, el contexto político y los cambios experimentados carecen prácticamente de significado ante esta postura extrema. Este maximalismo proviene de una visión del mundo basada en una profecía autocumplida, indiferente a cualquier costo moral o material que pueda surgir.
Aunque difícil, es posible que ciertos catalizadores contribuyan a liberar al PKK de este maximalismo para llevarlo hacia un proceso de racionalización política. Se considera que Abdullah Öcalan podría ser uno de estos catalizadores clave. El fundador original del movimiento, todavía con vida, podría tener el potencial para romper con este círculo cerrado. Que pueda o no transformar esta posibilidad en una voluntad y perspectiva política dependerá de cuánto quiera él mismo escapar de la prisión ideológica en la que voluntariamente se encuentra dentro del PKK.
Nihilismo Y Teología
Otro elemento fundamental que contribuye al círculo vicioso del PKK es el nihilismo provocado por el miedo inicial a la política. Desde su creación, el PKK no surgió como resultado de una lucha política con tradición histórica ni con un pensamiento claramente definido, ni tampoco como producto de un liderazgo con una trayectoria suficientemente seria o destacable. La guerra o la lucha armada solo pueden evitar la generación de nihilismo cuando son instrumentos al servicio de objetivos políticos concretos. Sin embargo, el PKK abrazó las armas sumergido ya en este nihilismo. Nunca se ha realizado seriamente un análisis que permita determinar si las armas llegaron al PKK por su propia iniciativa o fueron entregadas por «otras manos» en el contexto de la Guerra Fría. Dentro del nihilismo característico del PKK, esta interrogante jamás tuvo relevancia real. Hoy en día, la organización posee exactamente la misma falta de claridad acerca de lo que puede obtener a través de la lucha armada que cuando comenzó hace cuarenta años.
La actual dirigencia del PKK tenía poco más de veinte años cuando comenzó a formarse la organización a mediados de los años 70. Su madurez política, nivel de ingenuidad, experiencia vital y capacidad de comprensión del contexto turco e internacional eran tan limitados como cabría esperar a esa edad. Es precisamente este grupo el que ahora, retrospectivamente y con cierta estilización, es presentado bajo un velo de significación intelectual y relevancia histórica fabricada. Tanto las armas que empuñaban como las ideas y el lenguaje que usaban eran tan originales y auténticos como podían ser en tales circunstancias. En las décadas de 1970 y 1980, en medio del ambiente mediocre de la sofisticación política turca y la dinámica simplista de la Guerra Fría, la mentalidad del PKK quedó atrapada en una adolescencia política, incapaz de madurar intelectualmente. Casi medio siglo después, esa misma mentalidad quedó perdida en el flujo del tiempo y la historia. Sin embargo, el nihilismo del PKK les permitió resistir todas las presiones hacia el cambio y la politización, fortaleciendo al máximo los muros de su círculo vicioso. El tercer elemento del círculo vicioso del PKK es la teología que ha inventado e instaurado imitando al kemalismo. Tanto esta teología como los demás factores que han contribuido a su círculo vicioso han contado con la ayuda del régimen tutelar. Este régimen, que impuso un primitivo proyecto de ingeniería social racista a toda la sociedad, proporcionó siempre al PKK el entorno propicio para su supervivencia. Logrando construir su propia teología, el PKK también emprendió el intento de reinventar a los kurdos y la identidad kurda dentro de esta cosmovisión. A través de ideas importadas, traducidas y forzadas por dinámicas sectarias encubiertas, la organización intentó implementar su versión del «kemalismo kurdo» bajo el disfraz de una lucha contra la feudalidad, contribuyendo así significativamente al fenómeno de la alienación kurda.
La teología del PKK, con su narrativa histórica fabricada, abstracciones y dialéctica, ha creado un marco extremadamente cómodo, capaz de justificar cualquier brecha de legitimidad mediante diversas excusas y argumentos. Además, la redacción selectiva y funcional de la historia del PKK permitió que la organización consolidara una narrativa impoluta de su pasado. Así, mientras se generó una vasta literatura en torno a la tragedia de Roboski, se logró deliberadamente borrar de la memoria colectiva el significado de los «60 kg» en Dürümlü, hasta el punto de que la mayoría de los lectores de estas líneas probablemente no lo recuerden.
Gracias a esta teología, que lo convierte en infalible, impecable y víctima perpetua, el PKK ha hipotecado la voluntad de la oposición social kurda a lo largo de los años, garantizando prácticamente su total desconexión con la política. De hecho, si se observa la historia escrita e impuesta por esta teología, se puede notar cómo la conocida idea de «sin nosotros, ustedes no existirían» ha sido utilizada como un mecanismo de control sobre los kurdos durante décadas. Dicho de otro modo, la historia y la identidad kurda, que abarcan miles de años, han sido reducidas a un paréntesis dentro del PKK, negando y anulando cualquier elemento o enfoque que se mantuviera fuera de su sombra.
Para que estas políticas de negación y exclusión pudieran implementarse sin resistencia, el PKK contó con el respaldo de actores externos que intentaban dialogar con la región desde otras capitales, así como con el apoyo del ala izquierdista turca y el liberalismo, que desempeñaron un papel clave en esta estrategia. De hecho, incluso dieron un paso más allá al desarrollar la estrategia de «turquificación» como una solución a la crisis de politización, lo que resultó en la primera ola de intervención administrativa sobre los votantes kurdos. En última instancia, mientras la teología del PKK continúe vigente, su círculo vicioso seguirá prolongando su existencia. El último, aunque no menos importante, elemento del círculo vicioso del PKK es su mentalidad de alianzas fluidas. En su afán por mantenerse a flote, el PKK, liberado del peso de la política real, ha operado como una entidad transitoria, abierta a cualquier tipo de cooperación cambiante. Es prácticamente imposible rastrear cuántas capitales ha visitado, con cuántos servicios de inteligencia ha interactuado y cuántas alianzas simultáneas ha intentado forjar. En el universo de las alianzas fluidas, cada nuevo ajuste estratégico y cada nuevo contrato sirven para resetear un pasado bien conocido por todos, ocultar la falta de objetivos claros y, sobre todo, aliviar el costo de su negativa a politizarse.
Hoy, el PKK ha asumido una misión imposible en Siria, una tierra en la que, hasta hace unas décadas, prácticamente ningún kurdo residía. Ahora, bajo la sombra del régimen de Damasco y en las ruinas del colapsado gobierno de Assad, se ha convertido en un actor subordinado. Su rol en Siria ha quedado reducido al de un mercenario, o más precisamente, al de un guardián contratado con un contrato temporal. La evidente exposición de esta estrategia de alianzas fluidas dice mucho sobre la naturaleza de la organización.
Además, el PKK ha convertido en una de sus funciones principales la gestión de campos de prisioneros y centros de detención de ISIS en Siria, actuando en nombre de Estados Unidos y en violación del derecho internacional. Amnistía Internacional y otras organizaciones han documentado la comisión de crímenes de guerra en estas instalaciones, que carecen de cualquier base legal. Estamos hablando de una estructura que, durante años, ha rechazado devolver a sus países de origen a ciudadanos extranjeros detenidos en estos campos, limitándose a operar lo que se ha denominado el «Guantánamo de Siria».
Esta estrategia de instrumentalización de ISIS como un activo político ha corrompido el proceso en Siria, sumiendo a los kurdos en un callejón sin salida que nunca merecieron. No hay ninguna posibilidad de que esta situación sea sostenible. Pretender disfrazar una posición vergonzosa como un «logro geopolítico» o una «causa del pueblo kurdo» no tiene futuro. El PKK ha preferido, una y otra vez, mantenerse dentro de la comodidad de su círculo vicioso antes que enfrentar el hecho de que, al final, su única función ha sido siempre la misma: responder con violencia a cualquier demanda, sin importar su origen o propósito.
¿Se puede romper el círculo vicioso del PKK?
En estos días, debatimos si el PKK, atrapado en estas dinámicas, sin poder definir ni el propósito inicial ni el desenlace de su existencia, será capaz de dar un salto político. Después de cuarenta años, esperamos que el PKK haga hoy lo que no debía haber hecho en su primer día. Eso es, en esencia, lo que se entiende por «proceso». En la teología del PKK, la pregunta «¿Cuándo debemos dejar las armas?» se ha reducido a una mera retórica vacía, con una única respuesta inmutable: en el momento estratégicamente más adecuado. Sin embargo, la verdadera respuesta no se encuentra en teorías grandiosas, utopías, conspiraciones o mitologías, sino en la simple afirmación de que «deberían haberlas abandonado ayer».
El PKK se encuentra ante una oportunidad crucial para romper su círculo vicioso, en el que no ha logrado definir ningún objetivo alcanzable por la vía armada ni ha sido capaz de articular un discurso político desarmado. No obstante, mientras siga interpretando cualquier propuesta en esta dirección como una «amenaza insidiosa» o una «gran conspiración», no podrá salir de su estancamiento.
Esta misma lógica se aplica también a Abdullah Öcalan. En lugar de reconocer que este es su último margen de maniobra, podría optar por aferrarse a su control sobre el PKK y perseguir utopías regionales. Veremos si Öcalan también cae en la trampa en la que ha caído la mentalidad del PKK, que se ha visto arrastrada por la idea de construir un eje geopolítico a partir de una anomalía temporal en el norte de Siria, bajo la tutela de un coronel estadounidense.
Sin embargo, el destino de Öcalan no está en manos de quienes tienen el coraje de expresar esta realidad ni de los actores externos al PKK que intentan avanzar en el proceso. Su futuro está, en gran medida, en manos de la propia organización. No hay una situación complicada ni una ecuación política sofisticada. La complejidad histórica de la cuestión kurda, la incapacidad de los actores para politizarse, la dinámica geopolítica y el difícil legado democrático de Türkiye no tienen un valor práctico en este contexto. Tampoco lo tienen las ilusiones activistas o la confusión entre la crítica política y la verdadera acción política.
En términos simples: si el PKK deja las armas, habrá un proceso; si no las deja, no lo habrá. Dicho de otro modo, el PKK decidirá el destino de su líder fundador.
Existen múltiples razones por las que la situación se ha vuelto tan mecánica. La fragilidad del nivel democrático en Türkiye, las interrupciones constantes en los procesos de democratización, el costo del miedo del PKK a la politización desde 2008, la incapacidad del movimiento político kurdo para generar un partido auténtico, las frustraciones del último proceso de solución, el caos y reconfiguración de la región, son solo algunas de ellas.
En definitiva, después de la tragedia de cavar trincheras en las calles para declarar administraciones autónomas y de intentar extender este modelo a un tercio del territorio de Siria aprovechando el vacío geopolítico y el caos, es necesario que el PKK experimente, al fin, un salto racional.
¿Cuál será la decisión del PKK sobre Öcalan?
Sin embargo, dentro de su propio mundo, el círculo vicioso del PKK no percibe la situación de esta manera. Precisamente por esta razón, vemos a un PKK que, en la reunión de Damasco, intentó entrar a negociar con Ahmad Al-Sharaa acompañado de su patrocinador estadounidense. Según lo filtrado en los medios, la organización no ha sido capaz de dar una respuesta positiva a ninguna de las propuestas presentadas: el reconocimiento constitucional de los derechos culturales de los kurdos, un sistema descentralizado que transfiera poder a las administraciones locales, y la integración de los elementos de las FDS/YPG (Unidades de Protección Popular) en el ejército. En lugar de ello, han insistido en el reconocimiento del statu quo de facto: el mantenimiento de la YPG como una fuerza independiente, el control continuo sobre los territorios que actualmente dominan y el acceso sin restricciones a los recursos energéticos. Conciliar estas dos posturas parece altamente improbable, ya que una vez más, el maximalismo del PKK ha entrado en escena.
No hay razón para esperar confusión sobre el desenlace de esta tensión. Si la postura del PKK se mantiene, el conflicto será inevitable. Además, podemos prever lo que sucederá si el PKK, envalentonado, decide enfrentarse simultáneamente a Damasco y a Türkiye. Pero, ¿lo entiende el PKK? Hasta ahora, la historia ha demostrado que no. Mientras el PKK siempre tenga una «montaña» a la que regresar, nunca asumirá la responsabilidad de actuar como un actor con compromisos. Por ello, así como nunca ha asumido las consecuencias de los costos que ha impuesto a los kurdos y a Türkiye, tampoco dudará en actuar irresponsablemente en Siria. De hecho, quienes durante años se organizaron en Damasco bajo la supervisión de los servicios de inteligencia sirios nunca se preocuparon por los kurdos ni por los sirios que sufrieron la represión de ese mismo régimen. Si algo puede evitar que sigan repitiendo los mismos errores, ese factor es İmralı. La cuestión es si Öcalan tendrá la valentía y la visión para actuar.
Si Öcalan no aprovecha su última oportunidad, habrá dos consecuencias inevitables. Primero, el PKK habrá abandonado a su líder a su destino. Segundo, Öcalan habrá asegurado que el círculo vicioso del PKK sea irreversible.
Un actor que debería evitar este desenlace es el Partido DEM. Este partido debe decidir si será simplemente un intermediario entre Öcalan, Kandil, la opinión pública, los partidos políticos y los medios, o si asumirá un papel político real en el proceso. Hasta ahora, han descuidado este papel y han llenado ese vacío con activismo y maximalismo PKK, estrategias que en el nuevo escenario ya no tienen utilidad. Si el Partido DEM logra comprender esto, podrá producir una política funcional. También deben reconocer que interpretar y reinterpretar a Öcalan no aporta nada nuevo. La retórica que lo presenta como el «arquitecto de la región», el «liberador de Türkiye», el «mediador entre Bahceli y el aparato estatal», el «protector de los derechos de las mujeres y los trabajadores», es un culto personal sin impacto real en este proceso. En este sentido, el enfoque más pragmático y democrático de Demirtas podría ser más útil.
Para convertirse en un verdadero partido político, el Partido DEM debe liberarse del círculo vicioso del PKK y de su tutela armada. No hay otro camino fuera de la democracia. Después de todo, el PKK no nació como resultado de una grave crisis democrática en Türkiye hace 40 o 45 años. Por el contrario, el PKK tomó las armas precisamente porque no tuvo el coraje de entrar en una lucha democrática. Hoy se enfrenta a una decisión crucial: abandonar unas armas que nunca fueron suyas y comenzar de nuevo. El éxito de este proceso dependerá tanto de si el PKK logra romper su círculo vicioso como de si Öcalan realmente desea dar ese salto.
El primer paso para romper este ciclo debe venir de Öcalan. Si él no muestra la valentía necesaria, no hay razón para esperar que otros actores dentro del PKK lo hagan. De hecho, en comparación con el resto de los dirigentes, el único que no está bajo tutela ni en el exilio es el propio Öcalan, quien, paradójicamente, sigue encarcelado.