¿Cómo se derrumba el reinado de los esclavos?

junio 2, 2025
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Las personas sabias jamás cargan con un peso que no pueden soportar. Aquellos con un carácter firme no se interesan por el poder, porque no existe fuerza más poderosa que la de poseer un carácter íntegro, es decir, ser un auténtico ser humano. La virtud, la moral y la fe son los elementos que hacen al ser humano verdaderamente humano, y constituyen el verdadero poder. Todo debe orientarse hacia la multiplicación de las posibilidades y oportunidades que permitan al ser humano liberarse de su destino histórico de esclavitud, de sus hábitos basados en relaciones desiguales, y alcanzar una personalidad íntegra. El mundo, los países, las sociedades y el ser humano se corrompen por quienes detentan el poder con alma de esclavo. Son aquellos que poseen la esencia de Adán quienes los restauran. Esta regla jamás cambia.

El deseo de poder y el sentimiento de impotencia

El primer instrumento que utilizó el ser humano fue otro ser humano. Domesticar animales, seleccionar y cultivar plantas, arar la tierra, trabajar los bosques, los minerales, el agua y el fuego ha requerido desde el primer día del esfuerzo humano. Inspirados por la domesticación de animales y plantas, algunos grupos de personas también comenzaron a domesticar a otros seres humanos para ponerlos a su servicio, dando así inicio a la desigualdad entre los hombres. El hecho de que el hombre pudiera domesticar a la mujer abrió la posibilidad de que también pudiera dominar a otros humanos.

A partir de ahí, la historia humana transcurrió en un proceso de división desigual entre quienes poseen y quienes son poseídos: amos y esclavos (campesinos, obreros, burócratas, empleados), gobernantes y gobernados, fuertes y débiles, superiores e inferiores. La cuestión central ha sido cómo y en qué medida satisfacer las necesidades del esclavo, cómo utilizar su cuerpo, cuáles son las reglas y el destino de esta relación de dependencia. La propiedad, el derecho, el Estado y las religiones institucionalizadas surgieron de la necesidad de organizar, institucionalizar o limitar estas relaciones para hacerlas más justas y equitativas. Las guerras, los conflictos, las ocupaciones y conquistas también tienen su raíz en estas contradicciones históricas.

Sin embargo, el resultado más inquietante de esta tragedia histórica ha sido la interiorización de este sistema por parte del ser humano, su reproducción como una ley universal, y la codificación del deseo de convertirse en amo imitando el arquetipo del dominador como propósito vital, a fin de no quedar en el lado débil, impotente y pasivo de esta dialéctica. Cada niño nace dentro de esta herencia genética y busca fórmulas para liberarse de estas relaciones injustas, normalizadas y aceptadas por la familia, la sociedad y el mundo. La fórmula más conocida es liberarse de la esclavitud convirtiéndose en amo, vivir como tal. El esclavo ya no es sólo esclavo del amo, sino también de la propia relación amo-esclavo. “Eres esclavo de aquello que tu alma anhela” (C. G. Jung).

El deseo de ser amo es una voluntad de poder. Es poseer poder, acumularlo. Cuestionar esta tragedia histórico-universal y diseñar un mundo sin amos ni esclavos es una tarea que ha sido propia sólo de personas excepcionales y disidentes. La invitación monoteísta de la religión Ibrahímica-Hanif a no adorar a nada fuera de Dios no es simplemente una elección teológica o doctrinal, sino una llamada al retorno a la esencia de la descendencia de Adán: libre, igual y digna. La causa y el mensaje de Moisés, Jesús y Mahoma consistieron precisamente en rechazar que el ser humano sirviera a otro ser humano. Mientras los amos temían esta llamada, los esclavos fingían responder a ella, pero con hábitos serviles transformaban incluso la relación con Dios en una forma de servidumbre, tergiversando el sentido revolucionario de este mensaje con expectativas irresponsables propias del alma esclava.

El intento de convertirse en amo para dejar de ser esclavo es la trágica elección de quienes han interiorizado la esclavitud, es decir, de los que poseen un carácter débil. Porque en tales caracteres, la capacidad de elegir y asumir las consecuencias la responsabilidad, en suma es escasa. Las barreras internas en la mente de las personas suelen ser más fuertes que las externas. Por ello, eligen el camino más fácil, el más irresponsable. En los mitos y relatos religiosos, en los cuentos, epopeyas y en las películas inspiradas en ellos, el paraíso, la salvación, la riqueza, la soberanía y el poder suelen representarse como una vida sin esfuerzo ni compromiso, pero llena de placer absoluto. El esclavo cree que así vive el amo y se esfuerza por alcanzar ese esplendor, si no en esta vida, al menos en la otra.

El sistema de castas hindú, la forma más antigua, organizada e institucionalizada de la relación amo-esclavo, alimenta esta ilusión mediante la creencia en la reencarnación: vivir en la siguiente vida como parte de una casta superior. Esta visión también se ha infiltrado en ciertas interpretaciones del cristianismo y del islam, mediante una noción de paraíso influida por el samsara hindú, que promete que, tarde o temprano, la rueda del destino girará a favor del creyente. No obstante, muchos de quienes sostienen esta creencia descubren ejemplos de personas que, con un poco de esfuerzo, ya viven en este mundo como si estuvieran en el paraíso, y dedican su vida entera a alcanzar ese estado.

El sueño humano de vivir en el paraíso ha generado la confusión de considerar que la razón de la expulsión del paraíso es también el camino para regresar a él. Para estas personas, la vida eterna y paradisíaca pasa por el poder. Por eso acumulan poder para superar su debilidad, compensar su carencia y alcanzar sus metas. Esta concepción errónea del poder es engañosa. Quienes se alienan de su esencia, mente y corazón, y buscan satisfacer sus deseos mediante fuerzas externas, terminan debilitándose aún más. Las enseñanzas divinas, que intentan transmitir que todo ocurre en el interior del ser humano en su mente, su corazón y que conocerse a sí mismo es el principio de todo, no logran sostenerse frente a las duras realidades e injusticias del mundo exterior.

Para la mayoría con alma de esclavo, el retorno a la esencia divina, la purificación espiritual, el conocimiento de sí, de Dios y de los propios límites, sólo se convierte en un recurso de emergencia al que acuden cuando lo necesitan. Son muy pocos, a lo largo de la historia, quienes han respondido auténticamente a esta invitación. Y muchos, cansados de la carrera por el poder, han optado por retirarse a su propio mundo, física o espiritualmente.

Purificación y Separación

Las personas virtuosas, al marginarse del caos sin sentido de este vertedero humano, en realidad se purifican de esta desviación histórica inscrita en la genética humana: relaciones desiguales, formas falsas de existencia, paraísos ilusorios de dominación, deseos ficticios y voluntades de poder. La purificación se logra mediante la fe, la virtud y la conciencia moral, es decir, mediante la autodisciplina voluntaria, la educación del alma y su renovación constante.

En cambio, los individuos con alma de esclavo también emprenden un proceso de separación, pero no con el fin de alcanzar una existencia más libre y auténtica, sino para vivir como amos. La mayoría de las personas, en lugar de librarse de los rasgos que detestan, menosprecian o consideran viles, prefieren alejarse de quienes portan tales rasgos. Esto resulta más fácil, menos costoso y profundamente egoísta. Conocerse, reconocerse y transformarse a sí mismo requiere un carácter elevado y una ética profunda. Esa es la verdadera grandeza. Pero separarse para despreciar al otro, creyendo que dicha separación conduce al ascenso, es uno de los errores más trágicos del ser humano. “En este mundo, la gente valora lo que se eleva rápidamente. Pero nada se eleva tan rápido como el polvo o las plumas” (Horace Mann).

El poder como conjunto de instrumentos que libera al ser humano de su dependencia de la naturaleza y de otros factores es percibido por los de carácter débil como una vía para diferenciarse y elevarse. La autoridad, el dinero, la propiedad, las armas, ciertas habilidades, el conocimiento, o incluso un rasgo distintivo, se convierten en fuentes de poder. Más precisamente, en herramientas para elevarse por encima del otro, sentir superioridad y ejercer dominio. Y esto no es una desviación aislada, sino una consecuencia lógica de la concepción demoníaca del poder que rige el mundo actual.

La dialéctica amo-esclavo ha codificado el dominio como posesión de poder y la servidumbre como subordinación a quien lo detenta. Pero, como señala Hegel con su concepto de “conciencia desdichada”, los amos son aún más infelices, pues están condenados a la perpetuación de esta dialéctica. “El bufón es más sabio que el rey porque sabe que interpreta un papel; el rey, en cambio, cree que es real. La sabiduría de la necedad revela la necedad del sabio. El poder del bufón reside en su debilidad; son libres en la medida de sus carencias.” (Terry Eagleton)

Esta concepción del poder la que otorga estatus mediante bienes, riqueza, fama o conocimiento somete a toda personalidad a prueba. La descompone, la revela. Porque ni el poder, ni el cargo, ni el patrimonio son fuerza en sí, sino reactivos que desnudan la esencia del ser humano. Al enfrentarse a una fuerza que no merece ni puede sostener, los espíritus mediocres colapsan, los heridos por el pasado se tornan vengativos, los inseguros se embriagan de poder, y los ambiciosos se vuelven tiranos. Esos nuevos poderosos pierden los elementos que les daban humanidad: su ética, habilidades, valores y, en última instancia, su luz interior. El brillo de sus ojos se apaga, su alma se marchita, su corazón se endurece. Dejan de ver, de oír, de comprender. Como se ha dicho, “el valor que Dios otorga al dinero se mide por aquellos a quienes se lo concede”.

Incapaces de manejar el poder que los desborda, estas personas actúan cada vez más, hasta que sus máscaras se convierten en su rostro. “Gasté mi fuerza luchando contra mi propia debilidad”, dijo Dostoyevski.

Lo más trágico es que, llegado a este punto, no hay retorno. Quienes sustituyen su carácter por poder ya no pueden volver a una existencia auténtica. Solo les queda acumular aún más poder para asegurar la eternidad de lo que han construido. Pero ya no hay equilibrio, ni coherencia, ni sinceridad: se convierten en una gran farsa, un saqueo ambulante.

Un profesor pidió a su alumno:
-Expón la lección.
El alumno comenzó a hablar.
-Ahora sube al estrado, continúa.
El alumno obedeció.
-Coloca una silla sobre el estrado y súbete. Continúa.
Así lo hizo.
-Ahora pon un taburete sobre la silla y súbete. Continúa…
El alumno, esforzándose por mantener el equilibrio, empezó a mostrar incoherencias.
El profesor concluyó: “Cuanto más se eleva el hombre, más incoherente se vuelve, porque su mente ya no prioriza el contenido sino el miedo a caer.”

«Dame un esclavo»

La desmesurada voluntad de poder es, en realidad, la expresión de una carencia, una debilidad, una fractura interior. Es propia de personalidades narcisistas, detrás de las cuales se esconde una infancia sin afecto y una identidad sin confianza. Para ocultar ese vacío, cultivan un narcisismo compensatorio: arrogancia, obsesión por el estatus, autoritarismo, astucia egoísta y una ambición que no busca logros, sino dominio.

Estas ansias desesperadas revelan una debilidad disfrazada de malicia y una religiosidad hipócrita que fabrica falsas grandezas. El deseo de soberanía se regenera hasta la muerte. “Lo que se percibe como idealismo no es más que odio disfrazado, o amor al poder disfrazado”, escribió Bertrand Russell.

El rasgo distintivo del amante del poder es la necesidad de dominar, decidir por otros, aplastarlos, aniquilarlos. Usan el poder no solo para saciar deseos, sino para ejercer control. Porque la mayoría de ellos poseen un alma esclava. Su odio a la esclavitud se manifiesta odiando a los otros esclavos. La humillación es la raíz de toda crueldad. En toda relación que convierte al hombre en siervo de otro hay huellas de una humillación antigua o reciente, de un odio nutrido por la falta de amor, una enemistad hacia el otro… y hacia Dios mismo.

Cuando un esclavo salvó la vida de su amo y este lo liberó diciéndole: “Pide lo que desees”, el esclavo respondió: “Dame un esclavo”. Aun liberado y poderoso, su ignorancia de la libertad lo arrojó a otro abismo. No saber gestionar el poder es consecuencia de no saber vivir en libertad.

La mayoría de los tiranos surgen de estos esclavos devenidos en poderosos. “El poder absoluto enloquece al tirano que lo posee. La razón es su desconocimiento de cómo usarlo. No hay mayor crueldad que la que brota del desequilibrio entre una capacidad de acción ilimitada y una habilidad limitada.”
-Michel Tournier, El Rey de los Alisos

Ni amo ni esclavo

Hoy en día, el orden amo-esclavo se perpetúa tanto por la dominación de los amos como por la servidumbre voluntaria de los esclavos, quienes luchan entre sí aguardando que les llegue su turno de convertirse en amos. Marx, al defender el dominio del proletariado, desoyó las objeciones de los anarquistas. Sin embargo, la igualdad y la libertad no se alcanzan cuando el esclavo se convierte en amo, sino cuando ambas figuras desaparecen. Es decir, primero debe derrumbarse la soberanía de los esclavos y su deseo de reinar; sólo entonces dejarán de existir también los amos.

Para abolir el orden amo-esclavo, debe adoptarse un principio fundamental: no se debe conferir a nadie un poder excesivo. Nadie debe ser cargado con una fuerza que no pueda sostener. Todo el aparato estatal, gubernamental, jurídico, comercial y religioso debe tener como fin evitar esta distribución injusta del poder, y liberar al ser humano no sólo de la esclavitud, sino de la dialéctica misma entre amo y esclavo.

Las personas sensatas jamás cargan con un peso que no pueden sostener. Aquellos con un carácter íntegro no se interesan por el poder, porque no hay fuerza más poderosa que la de ser verdaderamente humano. Virtud, moral e integridad espiritual son los fundamentos que hacen al hombre humano; esa es la verdadera fuerza. Todo debe orientarse a multiplicar las oportunidades para que el ser humano se purifique de su destino histórico de esclavitud, de los hábitos basados en relaciones desiguales, y recupere un carácter sólido.

El mundo, los países, las sociedades y el ser humano son corrompidos por quienes detentan el poder con alma de esclavo. Son aquellos que conservan la esencia de Adán quienes restauran el orden. Esta regla jamás ha cambiado. Sea cual sea el problema, no son primero las fórmulas racionales, las teorías perfectas o las doctrinas religiosas o filosóficas lo que debe priorizarse, sino que deben ser los hombres y mujeres que aún conservan la esencia de Adán quienes estén al frente, como decisores y supervisores.

Todas las normas, ideas, teorías y consejos sólo pueden generar justicia, derecho y libertad si son implementadas por personas con la sustancia de Adán. Y si estos valores se garantizan, entonces la seguridad y la paz también se hacen posibles. De lo contrario, los roles se invierten: los esclavos se vuelven amos, los ignorantes se presentan como sabios, los farsantes como ilustrados, y los opresores propagan odio y enemistad; los hijos del diablo imitan al ser humano. Así, la religión, la ciencia, la filosofía, el derecho y el Estado se convierten en instrumentos para esclavizar, explotar y condenar al ser humano a relaciones degradadas.

Tal es, lamentablemente, la situación actual en el mundo y en nuestro país.

Ahmet Özcan

Ahmet Özcan, cuyo nombre de registro es Seyfettin Mut, se graduó de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Estambul (1984-1993). Ha trabajado en publicación, edición, producción y como escritor. Fundó las editoriales Yarın y el sitio de noticias haber10.com. Ahmet Özcan es el seudónimo del autor.
Sitio web personal: www.ahmetozcan.net - www.ahmetozcan.net/en
Correo electrónico: [email protected]

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