Afganistán, tierra de devastaciones y renacimientos. Un lugar donde cada centímetro de tierra lleva inscrito un lamento; sin embargo, cada amanecer sigue despertando con una canción esperanzadora. Los patios, que alguna vez resonaron con risas, ahora esperan en la sombra de la guerra. Las lágrimas caen al suelo más rápido que las bombas, mientras los sueños quedan truncados en cada paso…
Afganistán… tierras donde el dolor y la esperanza se han petrificado. Las montañas se alzan como versos de un poema que toca el cielo; cada cumbre es un verso cargado de historias, cada valle es una melodía melancólica. Al atardecer, el horizonte de Kandahar se tiñe de rojos intensos, como si hubiera sido pintado por la paleta de un artista que ha sido testigo de la guerra…
Cada ciudad resuena con los ecos del pasado. Cada piedra susurra historias desde las columnas de un antiguo monumento, en una esquina del bazar o en el patio de un palacio en ruinas. Cada río fluye a través de Kabul, arrastrando consigo amores perdidos, amistades y una lucha incesante. Los ojos de los niños reflejan simultáneamente esperanza y sufrimiento; buscan en el horizonte el sueño de la paz.
Afganistán, a pesar de haber albergado algunas de las civilizaciones más antiguas de la historia, es hoy uno de los países más pobres del mundo. Diverso tanto política como culturalmente, ha sido durante décadas un territorio marcado por la guerra, la ocupación y los conflictos internos.
Su historia ha estado determinada por la confluencia de distintas culturas y por un proceso complejo de invasiones y resistencias. Debido a su ubicación geopolítica, Afganistán ha sido escenario de disputas entre diferentes potencias, convirtiéndose en una tierra tanto de riqueza cultural como de adversidad histórica. Numerosos pueblos y aldeas fueron severamente bombardeados durante las operaciones militares de EE.UU. y sus aliados. En estos ataques y redadas, la población civil sufrió torturas, detenciones arbitrarias y malos tratos. Durante los enfrentamientos, la infraestructura vial, los puentes, las escuelas, los hospitales y el sistema eléctrico quedaron gravemente dañados. Especialmente en las zonas rurales, el acceso a la educación y la sanidad se tornó prácticamente imposible.
La economía agrícola, pilar fundamental de la subsistencia en Afganistán, sufrió un duro golpe a causa de la guerra. Los campesinos no pudieron trabajar sus tierras, y las operaciones militares estadounidenses destruyeron los medios de vida de muchos agricultores, agravando aún más la inestabilidad económica. Alrededor de 2,5 millones de afganos se vieron obligados a buscar refugio en zonas seguras, migrando hacia Pakistán, Irán y otros países. Las constantes oleadas de desplazados provocaron un crecimiento urbano desordenado. Ciudades como Kabul experimentaron un colapso en sus infraestructuras y servicios públicos, lo que incrementó la pobreza y el desempleo.
Décadas de conflicto, violencia contra civiles y desplazamientos forzados han dejado una profunda huella en la sociedad afgana. Los niños y jóvenes han crecido con la guerra como una constante en sus vidas. La pobreza extrema provocada por el conflicto ha derivado en un aumento significativo del cultivo de amapola y la producción de drogas, convirtiendo a Afganistán en el epicentro global del comercio de heroína.
Estados Unidos ha llevado a cabo operaciones militares en Afganistán durante décadas. Aunque se retiró en 2021, sigue ejerciendo influencia a través de su política exterior. Hoy, Washington continúa ejerciendo presión diplomática sobre el gobierno talibán e impide su reconocimiento internacional.
La infancia afgana ha sido severamente afectada por la guerra, la inestabilidad política, la crisis económica y los desastres naturales. Los niños enfrentan enormes obstáculos para acceder a derechos básicos como la educación, la salud, la alimentación y la seguridad. A lo largo de los 20 años de ocupación, EE.UU. no implementó medidas efectivas en favor de las mujeres y los niños. Miles de menores murieron por desnutrición y muchos fueron privados del derecho a la educación.
A lo largo de estos años, los niños han sido una de las principales víctimas del conflicto, aunque no fueran un objetivo directo. Las agresiones contra escuelas han sido una de las manifestaciones más devastadoras de la violencia en Afganistán. Minas terrestres y explosivos sin detonar, legado de la guerra, siguen representando una amenaza para los más pequeños. Durante los bombardeos y atentados, aproximadamente 30.000 niños han perdido la vida. En 2021, un ataque aéreo estadounidense en Kabul aniquiló familias enteras.
La ocupación obligó a millones de niños afganos a migrar con sus familias, ya sea dentro del país o hacia naciones vecinas. Estos menores han crecido en un entorno de violencia constante, enfrentando un impacto psicológico devastador. La pérdida de familiares, el desarraigo forzado y la exposición continua a la guerra han generado en muchos de ellos trastornos de estrés postraumático, ansiedad y depresión.
El acceso a la educación, la salud y la seguridad infantil en Afganistán sigue siendo extremadamente limitado. Pese a los esfuerzos de diversas ONG y organismos internacionales, la persistencia de los conflictos ha obstaculizado la implementación de programas de asistencia humanitaria.
En la guerra de Siria, aproximadamente 150.000 niños desaparecieron tras migrar a Europa. Hoy, la infancia afgana enfrenta una amenaza similar. Se estima que alrededor de 243.000 personas murieron durante la ocupación. Más de 71.000 eran civiles, mientras que 66.000 pertenecían a las fuerzas de seguridad afganas. Estas cifras han seguido en aumento debido a los efectos colaterales de la guerra.
Esmat y Afifa son dos hermanos afganos que han perdido a sus padres. A sus tres y cuatro años de edad, estos pequeños jugaban en casa de sus familiares cuando un cohete impactó sobre su hogar, arrebatándoles a su madre y a su padre. Sin nadie que los cuidara, fueron trasladados al orfanato Alaaddin de Kabul, gestionado por el Estado con el apoyo de la Presidencia de la Agencia de Cooperación y Coordinación Turca(TİKA).
Ayşe, de cuatro años, es otra de las niñas que han encontrado refugio en este lugar. Los niños mayores del orfanato cuidan a los más pequeños, tratando de suplir la ausencia de una familia. Según los responsables del centro, hay incluso bebés de uno o dos años. La mayoría de estos niños han perdido a toda su familia.
Esmat y Afifa aún no comprenden lo que ha sucedido. Creen que sus padres se han ido lejos y que algún día regresarán. No conocen el significado de la muerte. Aun así, sus ojos reflejan una tristeza profunda. Incluso cuando ríen, una sombra de melancolía se mantiene en su mirada.
¿Acaso esta es la condena obligada de Esmat, Afifa, Ayşe y de todos los niños que han sido testigos del sufrimiento? El mundo guarda silencio…
«En Afganistán hay muchos niños, pero no hay infancia.»
¿No ocurre lo mismo en el mundo? Hay muchas personas, pero… ¿hay humanidad?
(Khaled Hosseini, “Cometas en el cielo”)