Matt Pottinger, exsubasesor de Seguridad Nacional de Donald Trump, describe la autorización para vender semiconductores a China como “una desindustrialización unilateral de Estados Unidos”. Por su parte, el antiguo director para China del Consejo de Seguridad Nacional de Trump resume la situación de este modo: “Mientras nosotros jugamos al ajedrez en dos dimensiones, Pekín lo hace en cuatro”.
Cuando Tucker Carlson publicó su entrevista con el provocador antisemita Nick Fuentes, estallaron disputas internas en el movimiento MAGA.
No era la primera vez que el movimiento se fracturaba en torno al apoyo de Estados Unidos a Israel. En junio, los desacuerdos sobre la política de Trump hacia Oriente Medio lo llevaron a declarar: “Yo soy quien formuló el principio de America First. Y soy yo quien decide qué significa.”
Trump sigue marcando el rumbo de la política conservadora, pero el movimiento ya no es un bloque monolítico. Y el apoyo a Israel no es el único asunto internacional que amenaza la cohesión de MAGA: el próximo punto de ruptura podría ser China.
En el caso de Israel, figuras como Carlson, la representante Marjorie Taylor Greene (R–Ga.) y otros comentaristas de derecha han defendido una presencia estadounidense más limitada en la región. Ahora, sin embargo, aumentan las presiones de quienes quieren una postura más agresiva frente a China.
Según una nueva encuesta que realizamos con mi equipo en el Instituto de Asuntos Globales, la mayoría de los votantes de Trump desaprueba su política hacia China más que cualquier otro aspecto de su agenda exterior.
A pesar de que Trump ha realizado gestos de apertura hacia Pekín, la inmensa mayoría de sus votantes sigue viendo a China como una amenaza moderada o grave (83%), y una proporción considerable cree que China intenta destruir a Estados Unidos (29%) o reconfigurar el orden mundial vigente (33%).
El presidente enfrenta una rebelión interna dentro de su propia base en temas como estudiantes chinos, controles a la exportación y aranceles. Es probable que surjan más disputas dentro del movimiento.
En agosto, el presidente dio marcha atrás respecto a su postura histórica contra China al anunciar que otorgaría 600.000 visas H-1B a estudiantes chinos en los próximos dos años. El miércoles reafirmó esta postura, asegurando que aceptar trabajadores con visa H-1B era “ser MAGA”.
La reacción conservadora fue inmediata. Marjorie Taylor Greene, la activista ultraderechista Laura Loomer, la presentadora de Fox News Laura Ingraham y el asesor veterano de Trump, Steve Bannon, lanzaron duras críticas. Publicaciones como The Federalist y The Washington Post también reprocharon la decisión.
Trump justificó su postura señalando que los estudiantes internacionales aportan ingresos universitarios y beneficios económicos. Pero el mensaje no resonó entre la base MAGA: según nuestra encuesta, una ligera mayoría de votantes de Trump considera que los estudiantes chinos no deberían estudiar en Estados Unidos (53%).
La política de Trump sobre los controles a las exportaciones hacia China también genera controversias.
Los halcones conservadores respaldaron en general la política proteccionista que combinaba los aranceles moderados de Trump 1.0 con las nuevas restricciones tecnológicas impuestas bajo Biden. Pero en la era Trump 2.0 los altos aranceles frenaron el crecimiento económico estadounidense, y el presidente insinuó que estaría abierto a excepciones para permitir la venta de tecnologías avanzadas como semiconductores a China.
Para algunos, esta postura tiene un doble filo: mientras los estadounidenses pagan precios más altos por bienes de consumo, los fabricantes militares chinos acceden con mayor facilidad a tecnología estadounidense.
Matt Pottinger, exsubasesor de Seguridad Nacional de Trump, calificó la autorización para vender semiconductores a China como “una desindustrialización unilateral de Estados Unidos”. El exdirector para China del Consejo de Seguridad Nacional lo expresó así: “Mientras nosotros jugamos ajedrez en dos dimensiones, Pekín lo hace en cuatro.”
El apoyo a la venta de tecnología estadounidense a China proviene sobre todo de sectores empresariales. Jensen Huang, director ejecutivo de Nvidia, sostiene que el desarrollo de la inteligencia artificial china con tecnología estadounidense favorece los intereses económicos de EE. UU.; un argumento que, sin embargo, apenas encuentra eco en la derecha.
Por otro lado, la reacción contra los aranceles empujó a Trump a buscar una relación más pragmática con China. En abril, cuando los aranceles del “Día de la Liberación” de Trump se vieron amenazados, figuras como Joe Rogan, Elon Musk, Ben Shapiro y Bill Ackman se distanciaron del presidente. Rogan calificó la disputa comercial con Canadá de “estúpida”.
Estos críticos podrían tener razón. Según nuestra encuesta, el comercio exterior es la segunda cuestión peor valorada por la base de Trump. El mes pasado, Trump negoció una suspensión de un año en la guerra comercial con China y redujo un 10% los aranceles vigentes.
Aun así, muchos votantes de Trump quieren un desacoplamiento claro y definitivo entre las economías de Estados Unidos y China. Peter Navarro, asesor económico senior de la Casa Blanca, sostiene que la debilidad industrial de EE. UU. invita a la agresión extranjera y que el país debe aplicar aranceles altos para repatriar la producción.
Desde esta perspectiva, Trump puede conceder algunos beneficios a corto plazo para suavizar el dolor inicial del desacoplamiento, pero el objetivo final debe ser la separación total. Como afirma Steve Bannon: “Si no lo haces, vivirás para siempre con una pistola apuntando a tu cabeza.”
A pesar de las crecientes disputas, la valoración de Trump sobre China sigue siendo positiva entre su base: casi el doble de votantes cree que ha mejorado la situación, y no empeorado (balance positivo de 16 puntos).
Cuando se pregunta a los votantes de Trump por amenazas a su seguridad personal, la competencia con China aparece casi al final de la lista, con un 5%, por debajo del cambio climático (11%) y la ciberseguridad (11%).
Trump podría sofocar una rebelión redefiniendo qué significa “America First” y qué no. Pero si los debates actuales dentro de MAGA sirven de indicio, lo peor para el presidente podría estar aún por llegar.
