Las doctrinas de Arrio encontraron una amplia acogida, especialmente en Anatolia y en el norte de África. Estas comunidades continuaban considerando a Jesús como siervo y mensajero de Dios. Tal concepción mostraba una notable proximidad con la idea islámica del Tawḥīd, la unidad absoluta de Dios. No obstante, la autoridad eclesiástica fue consolidando progresivamente la doctrina de la Trinidad, declarando “heréticas” las posiciones de Arrio y de quienes compartían su visión. Como consecuencia, el mundo cristiano se vio sacudido durante siglos por divisiones religiosas.
Con motivo del 1700.º aniversario del Concilio de Nicea (Nicomedia), cabe recordar que la corriente unitaria (muwahhid), impulsada por el clérigo libio Arrio, continuó ejerciendo influencia incluso después de su fallecimiento en el año 336. La cuestión de si Constantino (Constantinus), fundador de Constantinopla (Estambul), quien durante el concilio aún permanecía vinculado a las creencias paganas, llegó efectivamente a abrazar el cristianismo y, en caso afirmativo, a qué corriente se adhirió ha sido objeto de debate durante siglos.
Constantino no fue ni un erudito ni un hombre especialmente piadoso; su vida transcurrió fundamentalmente en el ámbito militar. Sin embargo, dejó una huella indeleble en la historia como uno de los emperadores más célebres de Roma. Logró unificar el Imperio bajo un único centro de poder, restableciendo la autoridad romana en vastos territorios que se extendían desde las islas británicas hasta Irak, el Magreb y Germania. Fue el verdadero refundador del Imperio. Fundó una capital que llevaría su nombre, Constantinopolis (Estambul), la cual se convertiría en el núcleo tanto del Imperio romano de Oriente como del de Occidente. En la historiografía, una figura de tal magnitud solo ha sido comparada con César y Napoleón.
La impronta de Constantino no se limita a sus éxitos militares y políticos; sus decisiones en materia religiosa marcaron igualmente su papel histórico. Durante el Concilio de Nicea, convocado con el propósito de reunir a las diversas corrientes cristianas, el emperador aún adepto del paganismo se inclinó a apoyar la doctrina trinitaria, más cercana a su cosmovisión pagana. Con ello abrió el camino a un proceso que habría de constituir un punto de inflexión en la historia del cristianismo. Hasta ese momento, la fe cristiana había estado representada por una sencilla concepción unitaria de Dios. Fue entonces cuando la historia tomó un rumbo distinto.
Los cronistas musulmanes mencionan la existencia de comunidades cristianas cuyas creencias se aproximaban al islam. Dichos grupos veían en Jesús no a una divinidad, sino al siervo y mensajero de Dios. En la época de la expansión islámica, los musulmanes encontraron en Anatolia, el Magreb y al-Ándalus numerosos cristianos vinculados a la tradición arriana. Pronto percibieron su afinidad con la doctrina islámica. Su mensaje era diáfano: «Jesús es siervo de Dios y Su Mensajero; es la Palabra y el Espíritu creados por Él, pero no es Su hijo».
Tras el Concilio de Nicea, Constantino comenzó a mostrarse más cercano a las ideas de Arrio. Llamó de nuevo del exilio a Arrio y a sus seguidores, brindándoles espacio para difundir su pensamiento. Este giro suscitó la enemistad de los jerarcas eclesiásticos partidarios de la Trinidad. Según diversos historiadores, su madre, Helena, también contribuyó a mantenerlo próximo a los arrianos, cuya doctrina parecía más acorde con la razón y la verdad.
De este modo se inició una pugna que habría de prolongarse durante siglos en el seno del cristianismo. El enfrentamiento entre los defensores de la Trinidad y los partidarios de Arrio se convirtió en un eje fundamental de la historia eclesiástica. Las decisiones del Concilio de Nicea de 328 marcaron el inicio de dicha transformación. Tres años más tarde falleció Helena, mientras Constantino permanecía aún en el trono.
Tras la muerte de Helena, los poderosos presbíteros de la Iglesia lograron imponerse. Los seguidores de Arrio quedaron relegados a un segundo plano, aunque sus ideas continuaban ejerciendo influencia entre el pueblo. Esta situación obligó a los líderes eclesiásticos a adoptar nuevas resoluciones. El célebre historiador Mark Nixon afirma: «Constantino y sus sucesores dejaron los adornos y el esplendor de la vida en manos de los jefes de la Iglesia. Estos, a su vez, se excedieron en engañar al pueblo y en difundir la doctrina de la Trinidad».
Constantino no fue considerado oficialmente cristiano hasta recibir el bautismo en los últimos momentos de su vida. Por ello, los historiadores discrepan acerca de si fue un cristiano sincero. Algunos sostienen que abrazó la fe por razones políticas; otros, en cambio, afirman que, bajo la influencia de su madre Helena, terminó adoptando la visión unitaria y creyendo en ella.
Mediante el Edicto de Milán, Constantino se convirtió en el primer emperador que concedió libertad de culto a los cristianos. Aquellos que hasta entonces habían sufrido persecuciones, gozaron en su época de libertad religiosa. Este acontecimiento se considera un punto de inflexión en la historia del cristianismo. Sin embargo, en sus opciones religiosas pesaron sobremanera las motivaciones políticas: su propósito era armonizar el cristianismo con los intereses imperiales. Como escribió el filósofo Nietzsche: «Occidente convirtió en Roma en Dios al mismo Jesús que había crucificado en Jerusalén».
De esta manera, Constantino marcó la historia del Imperio tanto con sus victorias militares como con sus decisiones religiosas. No erradicó por completo la cultura pagana; trató de mantener unidos a los diversos credos. Su legado puede resumirse en dos aspectos fundamentales:
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La fundación de Constantinopla (Estambul): al trasladar allí la capital del Imperio romano, alteró el curso de la historia. La ciudad se convirtió, durante siglos, en uno de los centros más importantes del mundo.
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El Concilio de Nicea: convocado por su iniciativa, representó un hito en la historia del cristianismo. La doctrina trinitaria fue institucionalizada, pero al mismo tiempo desató hondas divisiones.
Al final de su vida, Constantino llamó de nuevo del destierro a Arrio, acercándose así a los cristianos unitarios. El gran erudito andalusí Ibn Ḥazm, en su obra Al-Faṣl – Historia de las religiones y sectas, escribe: «Arrio sostenía que Jesús no era sino siervo y Mensajero de Dios, Su Palabra y el espíritu creado por Él. Constantino fue el primer fundador de Constantinopla. Entre los reyes de Roma, fue el primero en aceptar el cristianismo. Él pertenecía a la corriente de Arrio».
El historiador Timothy E. Gregory, en su libro Historia de Bizancio, señala: «Constantino no comprendía por qué, a pesar de haber sido condenado en el 325, el arrianismo se difundía con tanta rapidez. Comenzó a pensar que las decisiones del Concilio de Nicea habían sido erróneas y se inclinó hacia las enseñanzas de Arrio. Reunió a consejeros cercanos al arrianismo, como Eusebio de Nicomedia, y fue bautizado por este último».
Asimismo, el renombrado historiador Alexander A. Vasiliev, en su extensa obra Historia del Imperio Bizantino, observa: «En los últimos años del reinado de Constantino, el arrianismo había penetrado hasta los círculos palaciegos y comenzaba a arraigar con creciente fuerza en la parte oriental del Imperio. Muchos defensores del Credo de Nicea fueron apartados de sus cargos, privados de sus dignidades e incluso desterrados. Sin embargo, los datos históricos de los que disponemos acerca de la supremacía arriana en este período carecen de certeza, debido a la escasa fiabilidad de las fuentes y a la ambigüedad de las circunstancias».
Por su parte, el historiador Georg Ostrogorsky, en su Historia del Estado Bizantino, añade: «Pocas cuestiones han sido objeto de tantos y tan intensos debates en la ciencia histórica, ni han recibido respuestas tan diversas, como el problema de la relación de Constantino con la fe cristiana».
En el año 337, mientras se dirigía a una campaña contra los sasánidas, Constantino cayó enfermo y murió en Nicomedia. Siguiendo su voluntad, fue sepultado en la Iglesia de los Santos Apóstoles. Las controversias, no obstante, no concluyeron con su muerte: sus sucesores apoyaron en ocasiones a los trinitarios y en otras a los seguidores de Arrio.
Las doctrinas de Arrio hallaron un amplio respaldo, particularmente en Anatolia y en el norte de África. Estas comunidades continuaban considerando a Jesús como siervo y mensajero de Dios. Tal convicción mostraba una profunda afinidad con la concepción islámica del tawḥīd. No obstante, la autoridad eclesiástica reforzó de manera creciente la doctrina trinitaria y declaró «heréticas» las ideas de Arrio y de quienes las compartían. Por esta razón, el mundo cristiano sufrió durante siglos continuas divisiones religiosas. Las iglesias trinitarias, además, redactaron numerosas cartas con el fin de demostrar que Constantino, en los últimos años de su vida, no había adoptado la fe arriana.