Europa y Ucrania: La derrota de Moscú sería como el error de cálculo de Napoleón

agosto 25, 2025
January 17, 2023, Katowice, Poland. Dominoes with the Russian flag fall on Ukraine, defense of NATO, the EU and the USA. The Russian-Ukrainian War. Russia's invasion of Ukraine. 3d render.
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Alaska quizá no sea el lugar donde nazca un nuevo orden mundial; sin embargo, podría ofrecer una pausa capaz de detener la masacre y, al mismo tiempo, constituir el primer paso hacia la recomposición de una Europa fragmentada. Los líderes europeos, si desean escapar al desprecio de la historia, deberán hallar el coraje necesario para abandonar los sueños de victoria y asumir la oscura aritmética de la conciliación. Pues, en última instancia, como nos enseña el Diálogo de Melos de Tucídides, no son la justicia ni el derecho quienes redactan los tratados y las lápidas, sino el poder.

La historia siempre encuentra la manera de burlarse de quienes ignoran sus lecciones. Mientras Donald Trump y Vladímir Putin se preparan para reunirse en Alaska, los responsables europeos proclaman que no aceptarán “una segunda Yalta”. Los fantasmas de 1945 deambulan: Roosevelt, Churchill y Stalin fuman sus puros mientras se reparten el mundo sobre los mapas. Sin embargo, el espectro más pertinente es el de Neville Chamberlain, agitando en 1938 aquel papel con la frase “paz en nuestro tiempo”, ajeno al infierno que se avecinaba. Hoy, las élites europeas parecen atrapadas entre el deseo de asegurarse un asiento en la mesa de Alaska y la ira que les provoca el hecho de que esa misma mesa exponga sus fracasos estratégicos.

Dejemos a un lado las ilusiones. A pesar de las inflamadas comparaciones de quienes ven esvásticas en cada sombra del Kremlin, Rusia no es el Tercer Reich. Putin, con todo su autoritarismo, no es Hitler, y la guerra en Ucrania no constituye una reedición de las ofensivas relámpago de la Wehrmacht. Las fuerzas rusas, heridas pero persistentes, avanzan metro a metro en el sangriento terreno del Donbás, mientras un ejército ucraniano heroico pero exhausto se halla al borde del colapso. Entretanto, la grandilocuente retórica europea sobre “derrotar a Rusia” suena cada vez más vacía. La política de la Unión Europea, basada en la suposición de que sanciones y envíos masivos de armas podrían doblegar a una potencia nuclear, se enfrenta ahora a un brusco despertar.

La cumbre de Alaska no será una mera oportunidad para una fotografía diplomática, sino un punto de inflexión. Trump, el negociador icónico, y Putin, el maestro del desgaste, no se sentarán como amigos ni como enemigos, sino como pragmáticos conscientes de que el mundo obedece no a las palabras vacías, sino al poder. Mientras tanto, los líderes europeos se limitan a gritar a través de sus megáfonos morales sobre soberanía y orden basado en normas, al tiempo que las sanciones que imponen asfixian sus propias economías. En Bruselas, algunos admiten en privado que, de haber sido invitados, habrían celebrado un nuevo Yalta que congelase las líneas de frente y lo llamase paz. Pero ¿por qué habrían de ser invitados? Yalta fue un acuerdo reservado a los vencedores y a los gigantes, no a los espectadores que se frotan las manos desde la grada.

Hablemos con la franqueza que exige la historia. La paz, si llega, no será fruto de la victoria de la justicia, sino del producto de concesiones. Rusia no se retirará de los territorios que controla Crimea, Donbás, los corredores desgarrados de Lugansk. Y si sus tropas se repliegan de alguna zona, lo harán solo para intercambiarla por otra. Esperar lo contrario es desconocer el cálculo abierto del Kremlin: lo conquistado con sangre se preserva con acero. Así, si ondea la bandera rusa en el este de Ucrania cuando se alcance la paz, el sueño europeo de una Moscú derrotada se revelará como un error de cálculo tan grave como el de Napoleón. La ironía es amarga: la Europa que en otro tiempo fundó imperios observa ahora cómo otros trazan las fronteras sobre los mapas.

La historia, una vez más, hace gala de su ironía. En 1815, el Congreso de Viena redibujó Europa tras la caída de Napoleón y estableció un equilibrio de poder mediante un frío compromiso. En 1919, Versalles desempeñó su papel vengativo y fracasó. Yalta, en cambio, pese a todo su cinismo, logró preservar durante décadas la paz o, al menos, una tensa estabilidad. La Europa actual, enamorada de su propia retórica, no se arriesga ni a obtener la victoria ni a asegurar el equilibrio; lo que corre es el riesgo de volverse irrelevante. Si surge un nuevo Yalta, no será la ingenua política de apaciguamiento de Chamberlain, sino la aceptación de que las guerras no terminan con el triunfo de los ideales, sino cuando el cansancio y los intereses finales fuerzan a estrecharse las manos.

La verdad es tan dura como los bombardeos de artillería en Bajmut: el camino hacia la paz no es la conquista, sino la conciliación. Una Ucrania exhausta y desangrada, pero no rendida, no puede luchar eternamente. Una Europa debilitada, privada del gas y del comercio rusos, tampoco puede predicar sin límite. Y una Rusia que avanza paso a paso sabe bien que esta guerra no puede prolongarse para siempre. Afganistán y Chechenia resuenan en la mente de Putin: cada vez que Rusia se adentró en un conflicto prolongado, terminó produciéndose un cambio en el liderazgo del Kremlin. Si Trump, u otro actor, lograra forzar a Zelenski a aceptar la realidad sobre el terreno, Moscú no tendría razones para rechazarlo.

Alaska quizá no sea la cuna de un nuevo orden mundial; pero puede ofrecer una tregua que detenga la matanza y constituir el primer paso para recomponer los fragmentos de un continente desgarrado. Los dirigentes europeos, si desean escapar al desprecio de la historia, deberán encontrar el valor para abandonar los sueños de victoria y asumir la oscura aritmética de la conciliación. Porque, en definitiva, como nos enseñó Tucídides en el Diálogo de Melos, los tratados y las lápidas no los escribe la justicia, sino el poder.

Fuente:https://brusselssignal.eu/2025/08/europe-and-ukraine-defeat-of-moscow-a-miscalculation-of-napoleonic-proportions/