La limitación del poder y los rituales de humildad reflejan la sabiduría compartida de las civilizaciones. Si bien las prácticas en el mundo islámico pueden parecer similares a la tradición del esclavo recordatorio en Roma y a los rituales europeos, en realidad constituyen la prueba más clara de que la humildad es un valor ético universal en la humanidad.
Los Límites del Poder y la Humildad desde una Perspectiva Histórica
La cuestión del poder y su limitación es uno de los problemas fundamentales en la historia de la humanidad. La célebre afirmación de Lord Acton, «El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente», es una expresión moderna de este dilema ancestral. No obstante, al examinar la historia de las civilizaciones, se observa que las sociedades detectaron este peligro desde tiempos remotos y desarrollaron diversas medidas institucionales y ritualistas para contrarrestarlo. La mayor contradicción que enfrentan las sociedades es la necesidad de un gobierno fuerte, pero al mismo tiempo, la urgencia de controlar ese poder. Este dilema ha llevado al desarrollo de soluciones similares, aunque con particularidades propias, en distintas culturas.
La civilización romana fue una de las que desarrolló el enfoque más sistemático para la limitación del poder. La tradición del «Memento homo» (recuerda que eres humano) no era solo un simple ritual, sino un mecanismo institucional con profundas bases filosóficas. En los desfiles triunfales (triumphus), un esclavo ubicado detrás del general victorioso o del emperador le recordaba constantemente su mortalidad, un gesto simbólico destinado a equilibrar la arrogancia del poder.
El emperador romano Marco Aurelio representa una rara síntesis de poder y sabiduría. Su obra Meditationes (Pensamientos) refleja la introspección de un gobernante en la cumbre de su poder:
En el Libro 7, Sección 17, escribe: «¿Qué estás haciendo, oh imaginación? En nombre de los dioses, apártate de aquí como viniste. Porque no te necesito. Sé que vienes por costumbre, no me enojo contigo, pero déjame en paz.»
Y en el Libro 4, Sección 3: «Una vida breve es el destino común de muchas cosas, pero tú actúa como si fueras a existir eternamente, huyendo de todo o persiguiéndolo todo.»
La filosofía estoica de Aurelio representa la dimensión interna de la limitación del poder.
En la historia europea, también encontramos variantes de estas prácticas romanas. Durante la coronación del Papa, un monje quemaba un pedazo de lino y exclamaba tres veces: «Santo Padre, así pasa la gloria del mundo». En la ceremonia de coronación de la monarquía inglesa, el arzobispo recordaba al rey: «Recuerda que también eres humano». En los funerales reales, el pregonero proclamaba: «El rey ha muerto, ¡viva el rey!», no tanto para anunciar al nuevo monarca, sino para enfatizar la transitoriedad del poder.
El rey Luis XIV de Francia tenía en su palacio una habitación especial de «memento mori» decorada con telas negras, cráneos y relojes de arena, y cada nuevo monarca estaba obligado a visitarla antes de asumir el trono. En Rusia, durante la coronación del zar, un monje le entregaba un puñado de tierra y una piedra extraída de una tumba, simbolizando los límites del poder y la inevitabilidad de la muerte.
Rituales similares existieron en monarquías como Suecia, Venecia y Polonia, recordando a los reyes su origen popular y su deber de servicio a su pueblo. La mayoría de estas tradiciones estuvieron influenciadas por la doctrina cristiana de la vanitas (vacío/transitoriedad), que enfatizaba la fugacidad del poder terrenal. Aunque hoy en día muchas de estas prácticas han desaparecido o se han reducido a símbolos, constituyen la base histórica de los mecanismos modernos de control del poder en los sistemas democráticos. La evolución del concepto de autoridad en Europa refleja este proceso: desde la monarquía absoluta hasta la monarquía constitucional y la democracia moderna, la idea de la limitación del poder se ha institucionalizado progresivamente.
En cuanto al mundo islámico, se destaca la concepción de que el poder es un mandato de Dios, y los líderes deben optar por la humildad en lugar de la arrogancia. La vida del califa Umar ibn al-Jattab (Omar) es un ejemplo paradigmático de cómo un líder puede mantenerse humilde a pesar de su autoridad. A pesar de haber conquistado vastos territorios desde la Península Arábiga hasta Egipto, Siria e Irán, llevó una vida austera y evitó la soberbia. Tras la conquista de Jerusalén, ingresó a la ciudad montado en un camello y descalzo, demostrando su modestia.
El califa omeya Umar ibn Abdulaziz tenía un esclavo que cada mañana le recordaba: «¡Oh Umar, teme a Dios!». Esta práctica derivó en la literatura de Nasihat al-Muluk (Consejos a los Gobernantes). Los califas abasídas, por su parte, mantenían «muzakkirs» (recordatorios), quienes vestían de negro y recitaban sermones recordando la muerte. En el Imperio Otomano, durante la ceremonia de ascensión al trono, se proclamaba: «No te engríe, sultán, pues Dios es más grande que tú». Este principio reflejaba la filosofía política otomana, donde el poder del sultán estaba limitado por la Daire-i Adliye (Círculo de la Justicia) mediante la sharia, la tradición y la costumbre.
El Corán expresa esta idea en la sura de Luqmán (31:18): «No camines por la tierra con arrogancia, pues no podrás partir la tierra ni alcanzar la altura de las montañas.»
Si bien estas prácticas pueden parecer similares a las de Roma y Europa, reflejan un valor ético compartido por la humanidad. Los mecanismos modernos de control del poder en las democracias son, en esencia, una extensión de esta sabiduría histórica, que sigue requiriendo reinterpretación y actualización en la era tecnológica.