Una Mano Empuja al Mundo hacia China; la “Alternativa Imperial”
La cuenca de Mesopotamia-Mediterráneo, como modelo ejemplar del proceso de integración continental de todos los pueblos oprimidos del mundo, tarde o temprano habrá de organizarse como un único país y un solo Estado. Este objetivo no es tarea de las mentes racistas, obtusas, tribalistas, sectarias o occidentalizadas. Ellos ya han agotado su tiempo; durante doscientos años no han ofrecido a estas tierras más que sangre, lágrimas, guerras civiles, traiciones, colaboracionismo, esclavitud, dependencia y un complejo de inferioridad.
Ahora ha llegado el turno de la voluntad orgánica que porta el espíritu genuino de esta geografía. Esa voluntad es, en palabras de un texto sapiencial, “el alma del fuego extinguido en el agua”. La brasa del ave Fénix que renacerá de sus cenizas es el ojo del Símurg que alcanzará inevitablemente la meta. Ese horizonte representa el renacimiento del pueblo de Abraham, de la fe hanif, de la tradición auténtica, es decir, del nuevo nacimiento de Adán.
El siguiente artículo es un resumen actualizado de los textos que el autor publicó en los años 2004-2005 en la revista Yarın y que posteriormente incorporó a su libro titulado La geopolítica de la teología: Dios-Patria
El Nuevo Mesías hacia China frente al Caos Global
El ala financiero-capitalista de la coalición global considera a las fuerzas convencionales como su principal enemigo. Los Estados-nación, las religiones institucionalizadas, las “grandes narrativas”, es decir, todos los posibles dinamismos de resistencia frente al orden del capital, son objeto del odio del capital financiero. Este, en lugar de tales instituciones y doctrinas tradicionales, avanza mediante la creación de sus propias herramientas: en vez de las organizaciones interestatales (ENGO), las organizaciones no gubernamentales (ONG); en vez de los tratados entre Estados, el derecho entre corporaciones; en lugar de la cultura nacional, la cultura de la imagen capitalista global; en vez de la economía nacional, una economía transnacional centrada en flujos líquidos de capital; y en lugar de la esencia trascendente de la religión (el tawḥīd), el diálogo interreligioso de raíz pagana-humanista. Bancos, bolsas, medios de comunicación y ONG constituyen los instrumentos fundamentales del capital global.
Este poder busca asentarse de manera llamativa en India y en China. Carece de lealtad a la tierra, a la tradición o a los pueblos; por ello actúa como si estuviera en busca de un nuevo continente por descubrir. Sus contradicciones internas con el ala convencional de Estados Unidos parecen ser la verdadera razón de esta búsqueda. La cuestión de quién ostentará la última instancia de decisión entre las élites superiores que gobiernan la totalidad de la estructura estadounidense ha forzado al capital global a buscar una base de reserva. Si el nuevo orden mundial se construye sobre la base de los Estados nacionales y regionales siguiendo el método del ala convencional, el capital financiero se verá sometido a nuevas restricciones. Por ello, parece prepararse para un nuevo nacimiento centrado en China.
China se asemeja, en este sentido, a la América del siglo XV: un continente aislado del mundo, a la espera de ser descubierto. Con el maoísmo, su élite dirigente de tradición de contacto con Occidente-Inglaterra y su carácter político-económico, constituye casi una caja cerrada. Desde la perspectiva de la tradición del capital global que ha dirigido el comercio mundial en contradicción con las potencias convencionales Fenicia, Cartago, Venecia, la Compañía de las Indias Orientales en el siglo XVIII, China es el espacio más propicio para abrir una nueva página tras abandonar el continente americano y desplazar el eje global hacia el Pacífico. Las fuerzas financieras-capitalistas concentran discretamente allí sus recursos. Las inversiones, la producción de alta tecnología y las relaciones opacas establecidas con el capital financiero global sugieren la construcción de un nuevo superimperio, de apariencia china (e india), pero en realidad gobernado por los barones financieros internacionales.
En este contexto, resulta significativo que la imagen misma de Estados Unidos sea erosionada por instrumentos controlados por el capital financiero. Los mecanismos que difundieron al mundo la brutalidad en Irak estaban bajo su control. Como si el capital financiero llevara a cabo una suerte de guerra fría dentro de Estados Unidos, utilizando el chantaje contra el ala rival.
El sistema de chantaje global, en el que un lobby judío presentado como el “FETÖ estadounidense” controla a las élites dirigentes de todos los países con métodos similares a los de Epstein, se prolonga sin obstáculos. En este escenario de caos, la violencia desatada en Gaza por el sionismo israelí masacrando a niños y sembrando un terror comparable al de las invasiones mongolas pretende transmitir al mundo entero el mensaje: “a ustedes les haremos lo mismo”. Así, la humanidad, exhausta y atemorizada, se ve impulsada hacia la búsqueda de un nuevo salvador-mesías. La estrategia del “partido judío”, que libra una guerra contra los valores ancestrales de la humanidad mediante Israel y mediante chantajes de toda índole, agrava la demonización de Estados Unidos y alimenta la expectativa de una alternativa redentora.
Así como, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como supuesto salvador ofreciendo libertad, democracia y desarrollo a un mundo agotado por los imperialismos inglés, francés y alemán, ahora China aparece en escena, en silencio y con paciencia, como la potencia capaz de redimir a una humanidad asfixiada por la violencia estadounidense-israelí. Con nuevas tecnologías, un modelo económico alternativo y una sociabilidad distinta, se proyecta como el candidato a instaurar un nuevo orden mundial. El demonio, tras haber adoptado las máscaras inglesa, americana, judía, alemana, francesa y rusa, se prepara ahora para desempeñar el papel de mesías bajo el disfraz chino.
Es evidente que el fascismo ario global no tolera bajo ningún concepto una voluntad unitaria en el mundo islámico. Los informes estratégicos que plantean la fragmentación de Türkiye, Irán, Irak, Arabia Saudí, Egipto o Siria tienen como verdadero propietario al capital global. Este busca sabotear toda posibilidad de un “neo-otomanismo” o, en su defecto, convertirlo en un “Gran Israel”. El caos sectario promovido por el “creciente chií” de Irán y el posterior relevo asumido por la coalición Estados Unidos-Israel con matanzas en Siria, Irak, Líbano y Yemen, culmina en la actual devastación de Gaza. Todo ello apunta a destruir el germen de una posible Roma/Otomano musulmana en el espacio Mesopotamia-Mediterráneo. La liquidación del islam como religión también forma parte de su programa: el único foco de resistencia, aunque disperso y sin proyecto, es todavía el mundo islámico.
La consecuencia última de estas operaciones diabólicas es que numerosas víctimas países, Estados, sociedades u organizaciones se inclinen hacia China, mientras que los demás se someten y se convierten en instrumentos del poder agresor. Al igual que en la Guerra Fría, se prepara un falso abrazo alternativo, de aparente antiimperialismo y socialismo comunitario, para quienes no se sometan al eje anglosajón-judío. Rusia representó esta farsa durante sesenta años; ahora China parece dispuesta a asumir el papel. “Lo peor es el abuso de lo mejor”: bajo consignas de antiimperialismo, antioccidentalismo, libertad de los pueblos o liberación nacional, se destruyeron las tradiciones y memorias, se secularizaron sociedades y se expandió voluntariamente la hegemonía capitalista hacia Oriente.
Hoy, ese orden ario demoníaco adopta el disfraz de los semi-humanos chinos, aún incompletos en su evolución. Tecnologías ultramodernas, ciudades deslumbrantes, instrumentos de comunicación, transporte y vida alternativos a los occidentales, armas desafiantes al poder atlántico… Lo único que falta es una ideología atractiva, un repertorio cultural y espiritual que sustituya el viejo socialismo ruso. Quizás, como en los últimos quinientos años, ideologías, filosofías de vida, códigos culturales y religiosos renovados estén ya preparados y simplemente no se hayan revelado aún, esperando su irrupción en la década de 2030.
Contra el Nuevo Imperialismo: la Alternativa Imperial (Universal)
La alternativa más real frente al imperialismo globalista no consiste únicamente en el antiimperialismo, sino en el desarrollo de alternativas imperiales. La noción de imperial se entiende aquí como grandes unidades multinacionales y multirreligiosas. En cada continente del mundo, las sociedades hermanas que han sido divididas y fragmentadas por el imperialismo deberán orientarse hacia procesos de integración continental o regional; de allí nacerán las alternativas imperiales. América Latina, Centroamérica, la cuenca Mesopotamia-Mediterráneo, el subcontinente indio, Asia Central, África y Asia Oriental constituyen espacios geográficos donde tales alternativas podrían consolidarse. En estas regiones, los Estados nacionales podrían unirse en modelos de Estados regionales superiores.
El único modo de impedir que el mundo se convierta en territorio de un solo Estado global o en hacienda compartida de unas cuantas grandes potencias occidentales es que el mundo no occidental genere sus propias aproximaciones, integraciones y uniones. Un sistema de Estados imperiales continentales constituirá la infraestructura de un orden multipolar y será también garantía de la paz mundial.
En este marco, Türkiye podría asumir un papel pionero en la integración de la cuenca Mesopotamia-Mediterráneo. Esa política imperial debería constituir el fundamento y la finalidad de todas las demás políticas; cada decisión interna y externa podría entonces interpretarse como desarrollo o aplicación de dicho horizonte. El proceso de adhesión a la Unión Europea representa en este sentido una pérdida de tiempo. Türkiye no es, en términos geoculturales, un país europeo; de hecho, en muchas ocasiones la europeidad ha funcionado como un apelativo peyorativo y humillante. Desde la Conferencia de París de 1856, en la que Inglaterra y Francia registraron al Imperio Otomano como un Estado europeo, Türkiye ha sido reducida irónicamente de una entidad imperial alternativa a un Estado europeo común, iniciándose así el proceso que culminó en el “hombre enfermo”.
La orientación hacia Occidente desde época otomana respondía al esfuerzo de no quedar rezagado frente a la modernización tecnológica y social. Sin embargo, el Tanzimat interpretó la modernización como occidentalización, imponiendo un cambio de piel basado en el complejo de inferioridad. Lo que en realidad se necesitaba era una modernización original capaz de producir los supuestos beneficios civilizatorios atribuidos a Occidente. Hoy, dos siglos después, Türkiye como muchos otros pueblos no occidentales ya recoge los frutos de sus propias políticas de modernización: población educada, capacidad de desarrollar tecnología, urbanización y modelos sociales que incluso superan a los occidentales.
En este contexto, confundir dependencia de Occidente con relaciones o alianzas con Occidente es un error. Liberarse de la dependencia no significa aislarse del mundo, sino al contrario, reencontrarse con él y participar en él desde una posición auténtica. Türkiye, atrapada por la política de occidentalización, ha dejado de conocer el mundo no occidental; incluso sus vecinos inmediatos, que hace menos de un siglo compartían con ella un mismo marco estatal, son percibidos hoy a través del prisma de los medios occidentales. La adhesión a la UE no añade nada más que la consolidación de esa dependencia. Por ello, la congelación o redefinición del proceso de adhesión con un estatus especial responde mejor a los intereses reales del país.
La cuenca Mesopotamia-Mediterráneo, que en su momento constituyó las fronteras más amplias de Roma oriental y del Imperio otomano, podría actualizarse y expandirse como espacio de integración. Recursos energéticos, recursos humanos, conocimiento, potencial tecnológico, dinámicas civilizatorias y valores humanos: todo ello está presente en esta geografía. El imperialismo global se mueve precisamente para apoderarse de estas riquezas, mientras ofrece espejismos de prosperidad. El problema esencial es la pérdida de confianza en sí mismos de los pueblos de la región, el complejo de inferioridad ante Occidente que los paraliza. Esa parálisis solo podrá superarse con la organización de un Estado común que represente su voluntad colectiva.
En este sentido, el llamado Gran Oriente Medio ha explotado precisamente estas potencialidades, disfrazando como proyectos propios de la región aquello que en realidad es manipulación imperialista. Lo cierto es que todos los diagnósticos sobre la necesidad de cambio, la fuerza del islam, el papel de Turquía como modelo o la democratización de la región han sido, desde hace décadas, parte de las demandas internas de sus pueblos. El error radica en permitir que el imperialismo se apropie de esas aspiraciones para implantarse en la región con sus élites delegadas.
La formación de una gran unidad en Oriente Medio expulsaría inevitablemente al imperialismo estadounidense. Pues esta geografía está amasada con la levadura del islam y del cristianismo oriental monoteísta, y esa levadura no sirve a la dominación imperial. Aunque existan hoy elementos musulmanes o cristianos colaboracionistas, mañana serán absorbidos por las dinámicas propias de la región. El factor miedo, que ha generado parálisis frente a proyectos como el del Gran Oriente Medio, debe ser superado mediante confianza e iniciativa. La creación de un poder imperial regional, con Türkiye a la vanguardia, constituye un proceso inevitable y profundamente nacional.
Türkiye no tiene obligación de elegir entre potencias imperialistas; pero debe estar abierta a toda cooperación que sirva al proyecto de construir un poder regional imperial. En lugar de perder tiempo con la adhesión a la UE, debe desarrollar relaciones especiales y limitadas con Europa (por ejemplo, una Unión Mediterránea). Del mismo modo, las relaciones con Estados Unidos deben reconfigurarse en términos de igualdad y de impulso hacia su retirada de la región, explorando incluso la salida de la OTAN o su transformación en una fuerza policial mundial bajo supervisión de la ONU. En la misma lógica, Turquía podría reclamar el derecho de veto en nombre del mundo islámico en la ONU y utilizar la Organización de Cooperación Islámica para movilizar a la umma. También las relaciones con Rusia deben situarse en este marco. Lo esencial es que Türkiye cuente con un proyecto propio.
Una visión imperial solo puede desarrollarse superando el miedo. Türkiye debe liberarse de las paranoias de derrota y de los complejos de atraso para dar pasos decididos hacia el futuro.
Cada vez que proyectos grandiosos como el crecimiento de Türkiye, el neo-otomanismo o la integración con los pueblos vecinos aparecen en el horizonte, surgen voces internas que, bajo el discurso del nacionalismo o del Estado-nación, difunden la idea de que “Türkiye será dividida, primero encogida y luego fragmentada”. Estas narrativas, que reproducen el discurso colonial, han funcionado como guardianes de las fronteras de Sykes-Picot, alimentando divisiones entre turcos, kurdos, árabes y demás pueblos hermanos. Han vomitado arabofobia en nombre de un supuesto nacionalismo, han agitado restos mongoles o conversos greco-judíos bajo la bandera de una falsa turquidad, produciendo núcleos fascistas. Estos elementos, incrustados también en el Estado, han continuado castrando la misión histórica del turquismo genuino, aliándose con potencias externas hostiles para impedir que Turquía crezca, fortalezca su paz interna y se convierta en alternativa global.
El arte de gobernar mediante el miedo “si no estamos nosotros, el país se dividirá, retrocederá, se convertirá en Irán, Arabia Saudí o Afganistán” no es sino un recurso aprendido de sus amos coloniales. Türkiye deberá afrontar tanto sus problemas de existencia como sus horizontes de futuro con la razón orgánica y la conciencia de su propio pueblo, sin conceder jamás crédito a los discursos falsificados de estos agentes.
En este marco, debe iniciarse en la política interna un proceso de retorno a sí mismo en paralelo con esta visión imperial.
El primer paso de este proceso será la apropiación del Estado por parte del pueblo. Ha de ponerse fin al desarrollo de una democracia lumpen frente a la democracia tutelada y hacer emerger las posibilidades de una democracia real; es decir, establecer la soberanía incondicional del pueblo. Su medida es sencilla: en todos los asuntos críticos, la primera y la última palabra la dirá el pueblo, y todos sin excepción acatarán su decisión. Ninguna institución ni foco de poder puede situar su palabra por encima de la del pueblo. Cuestiones y controversias como el uso del velo, la laicidad, la cuestión kurda, los debates sobre minorías y las opciones duraderas de política exterior deben resolverse sometiéndolas, de manera sostenida y por vías diversas, a la aprobación, decisión, inclinación y fiscalización del pueblo. Esta es la regla básica sobre la que debe existir consenso en el juego democrático.
La oligarquía apoyada por Occidente, producida por el sistema, debe ser desmantelada confiscando todo su poder económico y burocrático. El Estado ha de reformatearse como escenario de manifestación de la integración imperial y democratizarse por completo como poder representativo del pueblo. El único propietario del Estado es, sin distinción, la totalidad del pueblo.
Para el proceso de integración imperial, Türkiye debe completar su revolución democrática; en este sentido, debe culminar su integración interna, es decir, su unificación su nacionalización en torno a este objetivo. Esta reconstrucción imperial puede incorporar, como primera experiencia hacia el exterior, la puesta en la agenda de una fórmula de tipo federativo como paso de integración con Siria e Irak. También podrían generarse modelos variables de alianzas y uniones, equilibrados mediante fórmulas simultáneas: alianza táctica con Irán, y integraciones federativas con Bulgaria, Azerbaiyán, Armenia, Albania, Macedonia, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Egipto, Jordania y Georgia; así como cooperaciones con Turquestán Oriental y el Turquestán Caspio, y diferentes alianzas y procesos de integración con África, el Magreb y los países mediterráneos, además de colaboraciones no territoriales con Asia y América Latina. Podrían establecerse vínculos especiales con algunos Estados de EE. UU. y con ciertos países europeos. El camino para asegurar y, a la vez, profundizar y fortalecer la unidad nacional y la existencia del Estado-nación es la fortificación interna y externa. Sobre la suma de los reflejos interiorizados de la tradición presentadas como si fueran alternativas Roma oriental, Selyúcidas, Otomanos, junto con el acervo democrático de la experiencia del Estado-nación moderno, debe erigirse ahora una sistemática de existencia y pervivencia más avanzada y desarrollada.
Esto constituye objetivos más realistas y dignos que la alianza de hecho paralizada con EE. UU.–OTAN supuesta alianza o el sueño de ingresar en la UE. Son, cuando menos, metas ensayadas y logradas, propias, capaces de asegurar la paz, probadas, y basadas en la unidad y la fraternidad. El único obstáculo para su realización es que la corriente occidentalista, que considera ilusorios estos objetivos y realista la relación de dependencia con la UE y EE. UU., sigue dominando como instancia y magistratura de decisión en nombre del pueblo. La revolución democrática es, al mismo tiempo, una revolución contra el Estado de esa oligarquía occidentalista. El Estado del pueblo es decir, el Estado que representa la fraternidad de los pueblos de la región, el verdadero garante de la libertad e independencia del país aguarda el día en que se manifieste como una voluntad latente en el arado de un campesino de una aldea de Anatolia, en la flauta de un pastor en lo alto de una montaña, en la tienda de un anciano en el bazar de una provincia, en las páginas del Corán que lee una abuela en un barrio popular, en una canción popular, en un proverbio, en un cuento o en un chascarrillo. (En los últimos años, sin conceder jamás crédito a la propaganda enemiga del pueblo-nación-sociedad que, de manera deliberada, ha exagerado todo lo degradado, corrompido e inmoral de esta geografía para inocular odio y repugnancia hacia sí mismo hacia el propio pueblo y que siempre muestra lo peor ocultando lo bueno, lo justo y lo bello, debe protegerse y preservarse con prioridad una voluntad que destaque siempre la sabiduría de Anatolia, la raíz espiritual del pueblo y la levadura abrahámica de estas tierras.)
El turco, kurdo, árabe, circasiano, georgiano, albanés, bosnio, armenio, griego, yazidí, siríaco, búlgaro, macedonio, romaní, tártaro de Crimea, uzbeko, uigur, azerí, turcomano, kirguís, kazajo, tayiko, negro y blanco, aleví y suní, de izquierda y de derecha, e incluso el no musulmán que no sea islamófobo: todos somos “nosotros”, y “este cielo y este infierno son nuestros”. La visión imperial mira al ser humano con la conciencia de los “hijos de Adán”, el “pueblo de Abraham”, la “comunidad de Mahoma”, y exige que, frente a los demonios y satanes, en lugar de que cada cual apedree a su propio demonio, apedreemos juntos al demonio común. Frente al fascismo ario y a las criaturas chino-hindúes semi-simias en las que ahora invierte que pretenden invadir el mundo, establecer lazos con todo elemento de Occidente que aún conserve humanidad, y, según el caso, sobre la base de ser hijos de Adán, del Pueblo del Libro o de valores monoteístas, forjar una conciencia común de la humanidad, debe ser el esfuerzo intelectual más importante.
La cuenca de Mesopotamia-Mediterráneo, como modelo ejemplar del proceso de integración continental de todos los pueblos oprimidos del mundo, tarde o temprano habrá de organizarse como un único país y un solo Estado. Este objetivo no es tarea de las mentes racistas, obtusas, tribalistas, sectarias o occidentalizadas. Ellos ya han agotado su tiempo; desde hace doscientos años no han ofrecido a estas tierras más que sangre, lágrimas, guerras civiles, traiciones, colaboracionismo, esclavitud, dependencia y un complejo de inferioridad.
Ahora ha llegado el turno de la voluntad orgánica que porta el espíritu genuino de esta geografía. Esa voluntad es, en palabras de un texto sapiencial, “el alma del fuego extinguido en el agua”. La brasa del ave Fénix que renacerá de sus cenizas es el ojo del Símurg que alcanzará inevitablemente la meta. Este horizonte representa el renacimiento del pueblo de Abraham, de la fe hanif, de la tradición auténtica, es decir, del nuevo nacimiento de Adán.
La hora de nuestro destino, detenida en el pasado, podrá a partir de ahora avanzar únicamente con este espíritu.
*Qué lejos estábamos del Tigris
aun habiendo nacido tan cerca,
el Tigris que allá abajo, de sus espumas,
engendró una ciudad:
Bagdad es tu país,
Bagdad es, hermano, tu país.*
*La luna cayendo en el Tigris
y elevándose de nuevo hacia la tierra,
arrancando espejos sin cesar,
espejos arrancados del sol,
del sol abierto y claro, hendiendo con espada de conquista.
Tu ciudad, mi ciudad,
y la ciudad de todos nosotros:
una ciudad de río que nos lavó cuerpo y alma,
que corrió por dentro de nosotros,
sin distinguir noche o día,
cargando en su cuerpo huellas y manchas
de la fortaleza negra de Amid.*
Heridas que adornan como cristal
la piel de tigre cicatrizada,
heridas del alma,
del más allá de lo físico.
Y una ciudad que anuncia
el cielo de antes del cielo creado.
No vi Bagdad, por mucho que quise verla,
nos privaron los unos de los otros,
nosotros mismos nos privamos,
nos negamos a nosotros mismos.
*Bagdad, cuyo mortero está hecho
con la sangre de los mártires de Karbalá,
capital de la civilización islámica,
la paz de Harún al-Rashid,
la justicia del Imam del tiempo,
los ojos de Junayd,
el corazón de al-Yilani,
y la invocación de Jalid;
país de mil y una noches,
realidad de mil y un días,
el día de Fuzûlî,
el aliento de Layla y Majnún,
y nutrida con la sangre de Hallaj al-Mansur.*
*Un pueblo parte de aquí hacia un lugar desconocido,
esparciendo sus recuerdos
en las cenizas de un viento ardiente.
Y el mensajero pregunta: ¿qué fue de Bagdad?
¿Dónde está la muralla que la guardaba,
el velo que la protegía?
El hombre vive en la obra,
pero ¿dónde está el hombre, y dónde la obra?*
*Cada piedra derrumbada es mi piedra,
cada casa caída es mía,
de mí se derrumba todo,
yo me derrumbo,
yo soy lo derrumbado.
Y el mensajero dice: yo soy lo derrumbado,
en la piedra, en el agua, en la palma,
en la garganta del ave,
en la rueda del automóvil, en la gota de petróleo,
en cada partícula soy yo el que muere,
muere Bagdad, y Bagdad soy yo.*
Y dice el mensajero:
yo soy la luna que arde, el sol que se apaga,
la tarde que se derrumba, la noche que llega.
¿Por qué no entendiste todo esto,
tú que convertiste en ceniza
la llave de oro de Bagdad?
Sezai Karakoç (Alınyazısı Saati –La hora del Destino)
Fuente: Teolojinin Jeopolitiği: Allah-vatan-Özgürlük, Yarın yayınları, 2007/La Geopolítica de la Teología: Dios-Patria-Libertad, Editorial Yarın, 2007