Reconocimiento de Palestina por parte de Occidente
Es evidente que las decisiones de reconocimiento de Palestina, por sí solas, no bastarán para resolver el problema israelí. En efecto, no se trata de un Estado palestino plenamente constituido que aguarde ser reconocido, sino de territorios fragmentados y de un pueblo sometido a asedio. Mientras Israel no renuncie a sus políticas de expansión en Cisjordania y en Jerusalén Oriental, y no ponga fin al bloqueo y a la agresión en Gaza, el reconocimiento meramente formal corre el riesgo de no aportar un beneficio tangible a los palestinos.
Los ataques de Israel contra Gaza desde octubre de 2023, documentados por organismos internacionales como actos de genocidio, provocaron un profundo despertar moral en la opinión pública occidental. En numerosos países especialmente europeos la ciudadanía tomó las calles exigiendo a sus gobiernos que pusieran fin al apoyo a Israel. En ciudades como Londres, París y Berlín, las protestas congregaron a centenares de miles de personas y obligaron a los gobiernos a replantearse sus políticas.
Los dirigentes europeos, atrapados entre la presión de poderosos lobbies sionistas y de Estados Unidos que los empujaban a mantener un respaldo incondicional a Israel y el temor a ser percibidos por sus propias sociedades como “cómplices de genocidio”, experimentaron una notable tensión política. Este dilema generó un bloqueo en la política occidental: las capitales se encontraron divididas entre las demandas de las masas que invocaban valores morales y humanitarios y la continuidad de una línea históricamente favorable a Israel. Las diferencias ideológicas se hicieron también evidentes: los gobiernos situados en la izquierda política, más dispuestos a actuar con independencia respecto a Washington, comenzaron progresivamente a “bajarse del tren de apoyo al genocidio en Gaza” y a criticar abiertamente a Israel. Por el contrario, países como Alemania persistieron en su postura tradicional, manteniendo el respaldo a Israel y cargando así con el estigma de participar en el genocidio.
Iniciativas de Reconocimiento de Palestina
Como resultado de esta presión social y de la creciente reacción internacional, a mediados de 2025 algunos países occidentales anunciaron pasos concretos hacia el reconocimiento del Estado palestino. El presidente francés, Emmanuel Macron, declaró que en septiembre de 2025, durante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Francia reconocerá oficialmente a Palestina. Con ello, Francia se convirtió en una excepción dentro del núcleo occidental europeo que hasta entonces había rehusado el reconocimiento, ejerciendo al mismo tiempo presión sobre países como Alemania.
Poco después, el primer ministro británico, Keir Starmer, realizó un anuncio similar: advirtió que si Israel no ponía fin a sus ataques contra Gaza antes de septiembre, el Reino Unido reconocería al Estado palestino. Starmer justificó su postura señalando la gravedad de la crisis humanitaria en Gaza y la creciente fragilidad de la solución de los dos Estados. Subrayó que esta visión estaba “más lejana que nunca” y proclamó que había llegado “el momento de actuar”.
El gobierno británico, sin embargo, condicionó el reconocimiento a una serie de exigencias concretas. Tras una reunión de emergencia del gabinete en Londres, se informó que el Reino Unido podría aplazar el reconocimiento si Israel adoptaba medidas tangibles para poner fin a la crisis humanitaria en Gaza, aceptaba un alto el fuego permanente, se acercaba a la solución de dos Estados y a la paz, permitía la entrada de ayuda humanitaria de la ONU a Gaza y renunciaba a la política de anexión en Cisjordania. Asimismo, Starmer planteó condiciones a Hamás, incluyendo la liberación de rehenes y el desarme. Esta lista de requisitos evidenciaba que la decisión británica de reconocer a Palestina estaba, en realidad, subordinada al consentimiento y a un cambio de conducta por parte de Israel. No es casual que la prensa británica resumiera el planteamiento de Starmer en los siguientes términos: “Reconocerá a Palestina en septiembre salvo que Israel cumpla ciertas condiciones que lo hagan desistir”.
Una Coyuntura de Inflexión en la Política Occidental
Las iniciativas de Francia y posteriormente del Reino Unido pueden considerarse un punto de inflexión en la política occidental hacia Palestina. Desde un ángulo diplomático, era la primera vez que un país del G7 (Francia) expresaba la voluntad de reconocer a Palestina, mientras que el Reino Unido daba señales de apartarse de la línea que había compartido durante décadas con Estados Unidos. Estos movimientos podrían simbolizar un cambio significativo para los gobiernos occidentales que, pese a que más del 80% de los Estados del mundo ya reconocían a Palestina, se habían negado durante años a hacerlo y se limitaban a repetir la retórica de la “solución de dos Estados”.
Durante décadas, la mayor parte de Europa Occidental evitó reconocer a Palestina y actuó en sintonía con Washington, aunque en el discurso defendiera la creación de dos Estados. Esta contradicción llegó a ser objeto de análisis académicos, donde se ironizaba que “cuando se trata de Israel, el principio rector de Occidente no es la coherencia, sino la contradicción”. Ahora, los pasos de Macron y de Starmer se presentaban, al menos sobre el papel, como un intento de poner fin a esa incoherencia.
La cuestión de fondo, sin embargo, persiste: ¿hasta qué punto son estos gestos sinceros y capaces de generar un cambio de verdadero peso en la política internacional hacia Palestina?
La Naturaleza de la Decisión
Aunque los anuncios de reconocimiento de Palestina hayan sido presentados como un histórico cambio de rumbo político, pronto surgieron dudas acerca de su contenido y de su oportunidad. Para amplios sectores, se trata más bien de una maniobra simbólica y tardía de líderes occidentales que actúan bajo la presión de sus sociedades. De hecho, políticos como Keir Starmer y Emmanuel Macron siguen respaldando de facto la guerra en Gaza; en consecuencia, el reconocimiento de Palestina aparece como una mera retórica, y la sinceridad de los dirigentes occidentales continúa siendo abiertamente cuestionada. En realidad, los gobiernos de Francia y del Reino Unido protegieron diplomáticamente a Israel durante las masacres en Gaza y mantuvieron el apoyo económico y militar. Por ello, pasar del respaldo activo al genocidio a un discurso de reconocimiento de Palestina puede interpretarse como un intento de “expiación” o de lavado de imagen.
Otra crítica apunta a la falta de contenido sustantivo en dichas decisiones. Ni Macron ni Starmer han ofrecido un marco claro respecto a los límites y condiciones bajo los cuales reconocerán al Estado palestino. ¿Será un Estado reducido al 10% de Cisjordania, o bien uno soberano que abarque los territorios ocupados en 1967 Jerusalén Oriental, Cisjordania y Gaza? La ausencia de respuestas refuerza la sospecha de que el reconocimiento no implique una soberanía real, sino un gesto simbólico. En este sentido, las promesas occidentales pueden verse como la presentación de “un ente fantasmal maquillado de Estado” y ofrecido como si fuese libertad. Lo que se propone a los palestinos no es un Estado con ejército, control de fronteras, recursos o libertad de movimiento, sino una administración fragmentada y subordinada a Israel: en suma, una suerte de “municipalidad glorificada”. Así, el discurso del reconocimiento parece orientado menos a modificar la realidad sobre el terreno que a tranquilizar la conciencia occidental frente a la limpieza étnica en Gaza y la anexión en Cisjordania.
Las dudas sobre la sinceridad de Occidente se intensifican al observar la ausencia de la herramienta sancionadora. Durante décadas, tanto Europa como Estados Unidos evitaron imponer costes reales a las políticas ilegales de Israel. Mientras este implantaba miles de colonos en Cisjordania, haciendo inviable la solución de dos Estados, la Unión Europea lo criticaba de palabra pero mantenía el comercio y la venta de armas. De igual modo, los gobiernos europeos se declaraban horrorizados ante las matanzas de niños en Gaza, pero rehuían cualquier sanción capaz de disuadir a Israel. Hoy, incluso en medio de declaraciones de reconocimiento, no están sobre la mesa medidas como un embargo de armas, sanciones económicas o procesos serios ante la Corte Penal Internacional. El flujo de bombas y municiones hacia Israel persiste, lo que convierte las promesas de reconocimiento de Palestina en una evidente paradoja: se defiende con fervor el “derecho a existir” de un Estado que priva sistemáticamente a otro pueblo de su derecho a vivir.
Las discusiones en torno al reconocimiento de Palestina reflejan una dinámica de transformación en la política occidental. Europa ha presenciado un nivel de movilización social inusitado, cuyas repercusiones se dejan sentir en el ámbito institucional. Partidos de orientación progresista y con énfasis en los derechos humanos, así como una opinión pública cada vez más activa, han intensificado su postura favorable a Palestina. En 2024, España, Irlanda y Noruega reconocieron al Estado palestino; en países como Bélgica o Luxemburgo se fortalecieron voces dentro de las coaliciones que exigían sanciones contra Israel. El caso español resulta paradigmático: el presidente Pedro Sánchez acusó abiertamente a Israel de genocidio, prohibió la entrada en puertos españoles de barcos con armas destinadas a Israel y promovió la suspensión del Acuerdo de Asociación UE-Israel. Finalmente, Madrid, junto con Oslo y Dublín, reconoció oficialmente a Palestina en mayo de 2024. Irlanda, fiel a su histórica posición propalestina, dio un paso más al sumarse a la demanda contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia. Estas posturas estuvieron claramente influenciadas por la presión popular, hasta el punto de que Israel cerró su embajada en Dublín como represalia.
En contraste, Alemania, Italia, Países Bajos o Grecia mantienen su negativa a reconocer a Palestina, reproduciendo así políticas contradictorias. Alemania, en particular, ofrece un ejemplo llamativo: aunque la clase política suele considerar un deber ético apoyar incondicionalmente a Israel por la responsabilidad histórica del Holocausto, han emergido fisuras. Mientras el gobierno conservador alemán continúa proporcionando apoyo diplomático, económico y militar asumiendo la corresponsabilidad en las masacres de Gaza como política de Estado, amplios sectores sociales y políticos reclaman que Alemania también tiene responsabilidades frente al derecho internacional y los derechos humanos. La represión policial contra las manifestaciones propalestinas ha generado indignación, y gestos simbólicos como arrojar desde el aire unos pocos paquetes de ayuda no logran ocultar la complicidad. En julio de 2025, la negativa alemana a suscribir una declaración de condena a Israel, firmada por 25 países occidentales bajo el liderazgo de Francia y Reino Unido, provocó fuertes críticas. Hoy, la decisión francesa de reconocer a Palestina ha incrementado la presión sobre Berlín, donde incluso dentro de la coalición de gobierno se multiplican las voces que exigen detener la venta de armas a Israel y abandonar la política de veto en la UE a medidas más firmes.
Este panorama evidencia una reconfiguración de las fallas políticas en Occidente en torno al problema israelí. Por un lado, se consolida un bloque que reivindica una diplomacia más ética, vinculando la defensa de los derechos palestinos a sus principios de política exterior. Por otro, persiste la resistencia de los sectores acostumbrados a sostener a Israel en cualquier circunstancia. Las iniciativas de Macron y de Starmer pueden leerse como reflejo de este nuevo equilibrio: decisiones que probablemente no habrían sido adoptadas sin la presión ciudadana, pero que al menos indican que las conciencias en Occidente no han sido silenciadas del todo.
En definitiva, las declaraciones de Francia y del Reino Unido (y, previsiblemente, de otros países como Canadá) de reconocer a Palestina constituyen una ruptura simbólica en la larga trayectoria de parcialidad occidental a favor de Israel. La virulenta reacción del gobierno israelí con Netanyahu acusando a Macron de “premiar al terrorismo” y el ministro de Asuntos Exteriores Israel Katz calificando la medida de “escándalo” revela la inquietud en Tel Aviv. Israel ha sustentado su política de anexión y bloqueo en el apoyo incondicional de Occidente; cualquier fisura en ese muro representa una amenaza estratégica de gran magnitud. Si la legitimidad internacional comienza a resquebrajarse, el sistema de ocupación y apartheid corre el riesgo de volverse insostenible.
No obstante, también es evidente que el reconocimiento de Palestina por sí solo no resolverá el problema. No existe un Estado palestino consolidado que aguarde reconocimiento, sino un pueblo sitiado en territorios fragmentados. Mientras Israel no renuncie a sus políticas expansionistas en Cisjordania y Jerusalén Oriental, ni ponga fin al bloqueo y a la agresión en Gaza, el reconocimiento quedará reducido a un acto meramente nominal, con escasa capacidad de traducirse en beneficios concretos para los palestinos.