¿Quién Teme al Sionismo Cristiano?
Los cristianos no solo deben a los judíos su fe monoteísta y gran parte de sus textos sagrados; la propia Iglesia fue, no únicamente en el primer siglo sino también en los posteriores, en gran medida de origen judío. El académico Rodney Stark demuestra en su obra magistral The Rise of Christianity que el factor que mejor explica la expansión de la Iglesia en el Imperio romano fue precisamente la presencia de población judía. En otras palabras, el gran número de judíos helenizados dispersos por el Mediterráneo aceptó la afirmación de que la Iglesia constituía la continuación de Israel, y el judaísmo posterior a la destrucción del Templo se configuró, en buena medida, como una respuesta frente a dicha afirmación.
La respuesta breve es: mucha gente, especialmente en los sectores conservadores. Pero ¿está justificado ese temor?
La respuesta depende, desde luego, de lo que entendamos por el término “sionismo cristiano”, una expresión que puede emplearse de manera excesivamente amplia o peligrosamente estrecha. Incluso la palabra “socialismo” ha sido reivindicada por personajes tan dispares como Lenin, Hitler o el grabador William Morris. (El difunto historiador John Lukacs disfrutaba provocando al llamar “nacionalsocialismo” al Estado de bienestar sueco). Del mismo modo, “sionismo cristiano” debe ser definido antes de ser discutido con serenidad.
El sentido más inquietante que puede adquirir este término es el que Tucker Carlson expresó con desdén para luego matizar levemente en una entrevista: la tesis teológica según la cual la fundación del Estado de Israel en 1948 por socialistas laicos armados con equipos soviéticos constituiría el cumplimiento de las promesas divinas del Antiguo Testamento hechas al pueblo judío y aún vigentes. Según esta lectura, el renacimiento de Israel sería un signo de la inminencia del fin de los tiempos, preludio de la cadena de horrores descrita en el Apocalipsis y del advenimiento de un milenio pacífico la Segunda Venida de Cristo que pondría fin a toda tribulación. En esa fase final, la mayoría del pueblo judío sería aniquilada por sus vecinos idólatras, mientras que los supervivientes se volverían hacia Jesús, cumpliendo así la profecía anunciada siglos atrás por san Pablo.
Se sabe que los partidarios más apasionados y extremos de esta interpretación “dispensacionalista” crían vacas rojas en la localidad texana de Palestine para ofrecerlas como sacrificio en un Tercer Templo que debería erigirse en Jerusalén, justo donde hoy se levanta la mezquita de Al-Aqsa. La demolición de un lugar sagrado musulmán provocaría inevitablemente una represalia inmediata por parte de los vecinos islámicos de Israel y podría desencadenar acontecimientos de dimensión verdaderamente apocalíptica. En este contexto, esta forma radical de sionismo cristiano parece un intento de intervenir en la voluntad de Dios. Aun una lectura superficial de la Escritura basta para advertir que Dios no aprobaría semejante atrevimiento. (Recordemos que Jesús rechazó la tentación de Lucifer cuando este con malicia casi burlona le instó a arrojarse desde el pináculo del Templo. Cuesta creer que Dios desee que empujemos a su pueblo montaña abajo para precipitar una guerra genocida.)
Si el sionismo cristiano no fuese más que esto, entonces sí: quedaría plenamente expuesto al ridículo que los críticos del dispensacionalismo le dirigen. Y dados los previsibles costes humanos que semejante estrategia acarrearía en Israel, constituiría una forma profundamente distorsionada de filosemitismo. Como dice el personaje de Jack Nicholson al evangelista itinerante en As Good As It Gets: “Ve a vender tu locura a otra parte; aquí ya vamos sobrados”.
Dejando a un lado las objeciones teológicas o morales, cabe plantear la cuestión constitucional: ¿cómo podrían los ciudadanos de un país sin Iglesia establecida demandar que su política exterior y su estrategia de defensa se rijan por interpretaciones sumamente controvertidas de la Escritura?
Afortunadamente, casi no existen defensores abiertos y coherentes de lo que llamaré aquí “sionismo de la vaca roja”. No merece, por tanto, que le dediquemos mayor atención.
Sin embargo, “sionismo cristiano” puede definirse también de forma mucho más restringida: la creencia de un cristiano de que Israel tiene derecho a existir igual que Armenia o Irlanda y por razones comparables.
Si uno no sostiene la teología según la cual cada palmo de tierra prometido a los judíos en tiempos del rey David (gran parte del cual se encuentra hoy bajo soberanía de otros Estados) les pertenece todavía, puede, con la misma coherencia, rechazar la idea de que los judíos sean un pueblo maldito y, por ende, indigno de una patria. Este segundo enfoque fue ampliamente aceptado por los Padres de la Iglesia, aunque hoy no estemos obligados a acatar muchas de sus otras convicciones.
La izquierda contemporánea ha resucitado esta antigua postura antijudía, recodificando a los israelíes como otro grupo de “blancos” que como ingleses, suecos o estadounidenses de origen europeo merecerían ser desposeídos de su tierra. Este es el sentido práctico del llamado a “globalizar la intifada”.
Con esta definición más estrecha, yo mismo me considero un sionista cristiano entusiasta. Espero que los israelíes hayan examinado con atención los resultados de la “transición democrática a una sociedad multirracial” en países como Sudáfrica o Rodesia, y hayan extraído las lecciones pertinentes. Ambas naciones se sumieron en el fracaso y la pobreza extrema; los agricultores blancos expulsados de sus tierras como antaño los judíos de casi toda Europa buscan hoy un refugio seguro.
A medida que las calles de Londres, Múnich, París o Mineápolis se ven pobladas por colonos musulmanes, las razones prácticas para sostener un Israel fuerte y seguro resultan cada vez más persuasivas. Seamos francos: Israel actúa como una especie de trampa para yihadistas y, si desapareciera (Dios no lo quiera), los supremacistas islamistas no dudarían en avanzar hacia nuevos objetivos. Una vez que “Palestina” fuese reintegrada sin riesgo alguno en la Dar al-Islam, los islamistas dirigirían su atención hacia cada palmo de territorio que un día gobernaron desde España hasta Grecia y Hungría.
Por otro lado, existe un concepto de sionismo cristiano más amplio y en ciertos aspectos mucho más interesante que el “sionismo de la vaca roja” o que el nacionalismo moderado que defiende Yoram Hazony. Samuel Goldman lo analiza con detalle en un impresionante ensayo publicado en la revista Compact, que evidentemente retoma ideas de su libro académico sobre el tema. El artículo merece una lectura completa, pero aquí citaré solo algunos pasajes clave.
La historia comienza en la Europa del siglo XVI. Cuando se revalorizó la autoridad de las Escrituras incluido el Antiguo Testamento, los teólogos protestantes empezaron a reconsiderar las referencias a “Israel”. ¿Se trataba, como sostenía la teología católica, de meros precursores de la Iglesia, cuyo papel habría terminado con la venida de Cristo? ¿O designaban a un pueblo y una tierra que aún conservaban un lugar en el plan divino?
Más de tres siglos antes de la Biblia de Referencia Scofield, la Biblia de Ginebra de 1560 ya contenía notas marginales que apoyaban esta segunda interpretación. Llaman la atención las observaciones relativas a los profetas. Una nota sobre Isaías menciona un tiempo en el que Israel “deberá reconstruir las ruinas de Jerusalén y Judea”.
Estas ideas llegaron al Nuevo Mundo de la mano de los puritanos, quienes llevaban consigo “nuestra Ginebra”, como llamaban a esta traducción predilecta. Y emplearon el relato bíblico de Israel para comprender su propio “viaje de misión en el desierto”. Algunos líderes de estas comunidades esperaban con anhelo el día en que los judíos serían reunidos bajo dominio otomano por entonces en Palestina y establecerían allí una forma de Estado.
Goldman subraya las palabras de John Adams uno de los Padres Fundadores en una carta al político judío-estadounidense Mordecai Manuel Noah: “Deseo de verdad que los judíos vuelvan a ser una nación independiente en Judea”. Recuérdese que los colonos británicos apoyaron mayoritariamente a los puritanos durante la Guerra Civil inglesa, que culminó con la victoria de Oliver Cromwell, el hombre que permitió el retorno de los judíos a Inglaterra después de su expulsión medieval.
Aquí se abre una capa histórica que merece una reflexión más profunda. Cuando veo a protestantes estadounidenses visitando Israel y rezando en el Muro de los Lamentos en lugar del Santo Sepulcro, que fue el destino del vicepresidente JD Vance no siento incomodidad ni lo interpreto como hostilidad hacia el catolicismo u ortodoxia. Más bien me parece algo conmovedor.
El protestantismo de “iglesia baja” (no anglicano ni luterano) rompió radicalmente con los rituales, imágenes y prácticas devocionales del catolicismo medieval, tratando de restaurar la “pureza” de la Iglesia primitiva, una institución escasamente documentada. Pero al hacerlo, se quedó prácticamente sin lugares sagrados: no tiene un Compostela, ni un Lourdes, ni centros de peregrinación; su única geografía sagrada… son los lugares judíos e israelitas. Los santuarios católicos suelen estar colmados de imágenes de la Virgen o de los santos, y llenos de elementos que Calvino o Wesley habrían tildado de “superstición”. En contraste, las ruinas sobrias y desgastadas de los antiguos sitios judíos se basan íntegramente en la Escritura y ofrecen a comunidades fundadas hace apenas unos siglos o incluso décadas una herencia sólida y antiquísima.
Hay, sin embargo, una cara más oscura del filosemitismo protestante: muchos cristianos estadounidenses muestran una sensibilidad mucho mayor por la vida y la seguridad de los israelíes que por la de los cristianos de Oriente Medio. La conmoción de los cristianos estadounidenses ante la masacre del 7 de octubre de 2023 fue comprensible y legítima. Pero ¿cuántos se han preocupado por la persecución masiva de cristianos en Irak tras 2003, o por los desafíos que enfrentan las comunidades cristianas en Siria? Muchos conservadores apoyaron a los llamados “rebeldes moderados” según John McCain, no según yo que en realidad estaban vinculados directamente a Al Qaeda y atacaron a las antiguas comunidades cristianas sirias. Esos mismos terroristas gobiernan hoy en Damasco, y Donald Trump mantuvo recientemente una reunión amistosa con su líder.
Tras trabajar durante diez años con evangélicos texanos experiencia que recuerdo con gran aprecio conseguí superar el elitismo de mi propio “gueto” católico y aprender a valorar la profunda devoción cristiana y las virtudes sinceras de estas personas. Y debo confesar que la actitud protestante de iglesia baja hacia el pueblo judío me parece mucho más saludable que el desdén medieval que aún conservan algunos tradicionalistas católicos u ortodoxos, un desdén que interpreto como una forma de ingratitud. Me viene a la mente el célebre intercambio verbal entre Daniel O’Connell y Benjamin Disraeli en el Parlamento británico. Cuando O’Connell aludió con desprecio al origen étnico de Disraeli, este replicó: “Sí, soy judío. Cuando los antepasados del señor diputado eran bárbaros salvajes en una isla desconocida, los míos oficiaban como sacerdotes en el Templo de Salomón”.
Durante gran parte de la historia cristiana, la hostilidad mutua entre la Iglesia y los judíos ha llevado el tono acerado y rencoroso de un conflicto familiar. Y existe un buen motivo: los cristianos no solo deben a los judíos su fe monoteísta y gran parte de sus textos sagrados; la Iglesia misma fue, no solo en el primer siglo, sino también en los posteriores, en gran medida de origen judío. Rodney Stark demuestra en su monumental The Rise of Christianity que el factor más determinante para predecir la expansión de la Iglesia en el Imperio romano fue la presencia de población judía. En otras palabras, numerosos judíos helenizados dispersos por el Mediterráneo aceptaron la afirmación de que la Iglesia constituía la continuación de Israel; y el judaísmo posterior al Segundo Templo se configuró, en buena medida, como una respuesta a dicha afirmación.
Este litigio intrafamiliar no puede resolverse en nuestra época ni por obra meramente humana.
Fuente:https://chroniclesmagazine.org/web/whos-afraid-of-christian-zionism/