¿Qué esperan realmente las personas de la religión?
Smith reconoce que muchos sociólogos han demostrado que la religión ofrece “beneficios sociales”, pero añade lo siguiente: “intentar sostener la religión tradicional únicamente para preservar esos beneficios es un esfuerzo vano.” Porque “buscar legitimarla con argumentos tan instrumentales es, de hecho, una de las razones que la invalidan desde su origen.” Por eso, una vez más, la pregunta “¿Qué hará que la gente regrese?” es incorrecta. Para las instituciones religiosas y el clero, las preguntas más acertadas podrían ser: “¿En qué nos hemos equivocado?”, “¿Cómo podemos reparar el daño causado?” y “¿Qué es lo que verdaderamente buscan las personas?”
Formular mejores preguntas
En mi libro The Nones Are Alright, publicado en 2015, exploraba el proceso por el cual los estadounidenses se alejaban de la religión organizada. Durante años asistí a conferencias y charlas en iglesias, donde la gente me hacía siempre la misma pregunta: “¿Cómo podemos hacer que regresen?” Nunca tuve una respuesta que satisfaciera a nadie, porque yo tampoco sabía cómo lograrlo. El barco ya había zarpado, pero las personas seguían en la orilla esperando que volviera.
Desde entonces han surgido numerosos libros sobre el mismo tema. Entre ellos, destacan Strange Rites: New Religion for a Godless World de Tara Isabella Burton, centrado en la cultura popular, y The Nones: Where They Came From, Who They Are, and Where They Are Going del sociólogo Ryan P. Burge, una obra repleta de gráficos. Estas publicaciones formulan preguntas similares sobre el futuro de la afiliación religiosa y llegan a conclusiones parecidas: la religión declina, pero la fe y la creencia siguen presentes. El problema es que hoy en día la manera en que las personas definen estos conceptos es tan individualizada como la cultura en la que vivimos. Y las causas de este alejamiento siguen siendo objeto de debate.
El sociólogo Christian Smith aborda el asunto desde su pericia profesional. En el centro de su tesis se halla una idea recogida en el subtítulo de su libro: lo que está en declive no es la creencia en Dios o en una entidad superior, sino la comprensión “tradicional” de la religión. Al analizar la “disfuncionalidad de la religión” y sostener que este proceso comenzó con las generaciones posteriores a los Baby Boomers con énfasis en los millennials Smith señala que las personas no sólo se están alejando de la religión, sino que es la propia religión la que ha brindado múltiples razones para ese alejamiento: “Algo se vuelve disfuncional cuando la mayoría de las personas lo considera inútil, innecesario o superado en funcionalidad, eficacia, valor o interés por otra cosa.” La disfunción de la religión no fue deliberada; fue el resultado natural de las transformaciones sociales y culturales a lo largo del tiempo.
Smith atribuye esta transformación a una compleja red de factores interrelacionados: la expansión del acceso a la educación superior, la incorporación de las mujeres al mundo laboral, el debilitamiento de la estructura institucional del matrimonio y la familia, la cultura de consumo masivo y el auge del individualismo. Según Smith, “ninguna causa por sí sola hubiera sido suficiente.” Fue la interacción de todas ellas la que condujo a las generaciones más jóvenes a distanciarse de la religión.
En el análisis de Smith, los años noventa marcan un punto de inflexión en la historia del declive religioso. Para quienes pertenecemos a la generación X que entonces dábamos nuestros primeros pasos en la vida laboral, las oportunidades sociales que los Baby Boomers habían considerado normales estaban desapareciendo ante nuestros ojos. Carreras estables, la posibilidad real de ser propietarios de una vivienda y la permanencia en una misma comunidad ya no eran garantías. Esto provocó escepticismo respecto a los beneficios de la religión. Además, fue en esa década cuando los escándalos de abuso sexual por parte del clero comenzaron a ocupar titulares en los medios generalistas, acelerando aún más la pérdida de interés religioso. La inestabilidad aumentó entre los millennials; hoy, incluso mis estudiantes de la generación Z, con títulos de Berkeley, son dolorosamente conscientes de que no tienen garantizado ni un empleo seguro ni una vivienda estable.
La religión necesita de la comunidad para cobrar sentido. Pero además de los factores estructurales que señala Smith, la pandemia y las secuelas de las elecciones presidenciales de 2024 han contribuido a que la comunidad sea hoy, para muchos jóvenes estadounidenses, una meta inalcanzable. Los problemas que mencionaban mis entrevistados hace diez años siguen vigentes. Una persona que necesita hacer entregas los fines de semana con DoorDash para sobrevivir difícilmente podrá integrarse en una congregación religiosa. El cambio climático y el panorama político mundial generan dudas entre los jóvenes sobre la idea misma de tener hijos los mismos que las iglesias anhelan formar y educar. Los escándalos de abuso eclesiástico coincidieron con el paso a la adultez de estas generaciones posteriores a los Baby Boomers. Todos estos factores, combinados con la resistencia institucional ante los cambios en las ideas sobre género y sexualidad, han llevado a muchas personas a cuestionar seriamente el sentido de participar en religiones organizadas.
La escasez de tiempo y recursos no es algo nuevo. Como señala Smith, “es normal que en cualquier vida religiosa se den transiciones, entradas y salidas.” La estabilidad es un privilegio, y quienes lo poseen deben entender que “flotar sin rumbo” es en realidad más común que asentarse.
La cultura avanza por oleadas, y el contexto en que surgió esta tendencia de alejamiento en los años noventa guarda numerosos paralelismos con el mundo actual. En el arte de los noventa predominaban el nihilismo y el individualismo. Con el auge de Internet, la gente pasó menos tiempo en los espacios comunitarios que tradicionalmente sustentaban la religión. Hoy, para la generación Z, el panorama no es tan distinto. Pero el punto más subrayado por Smith es hasta qué punto la cultura del consumo ha transformado la relación de las personas con la religión. “Cuanto más moldean las narrativas del consumismo los valores, deseos e identidades de los jóvenes estadounidenses,” escribe Smith, “más ajenos e inadecuados resultan los relatos religiosos tradicionales.”
Esta desconexión se manifiesta de diversas maneras, pero todas convergen en una idea profundamente interiorizada: somos lo que compramos. Aunque esta idea sea problemática, también es una realidad que debemos aceptar: Target no vende sólo un tipo de papel toalla, y Amazon gana miles de millones porque permite encontrar lo que se busca de forma rápida. En contraste, la satisfacción que ofrece la religión es abstracta y requiere tiempo. Quienes entrevisté para The Nones Are Alright afirmaban que la religión no lograba encontrarlos allí donde estaban. Las iglesias no son lugares en los que uno pueda simplemente entrar y empezar a conversar; a veces incluso muestran una hostilidad explícita hacia esa posibilidad. No siempre pueden brindar lo que las personas desean o necesitan, ni contribuir a la construcción de sus identidades.
El consumo está en todas partes
Aunque no nos agrade la manera en que la cultura del consumo nos moldea, nadie puede afirmar de forma convincente que esta cultura no haya influido en su identidad. A comienzos de este año, cuando el Papa Francisco fue hospitalizado, el Vaticano comunicó su estado a través de las redes sociales. Por su propia naturaleza, las redes sociales son espacios de consumo: se consumen productos, información, humor, memes y, en ocasiones, noticias. Pero también se han convertido, desde hace tiempo, en plataformas donde las personas descubren intereses que moldean su identidad. Sin embargo, cuando las iglesias hacen uso de estas redes, suelen parecer demasiado exigentes; como si para encontrar un sentido en la religión fuera necesario aspirar a la santidad.
Existe además el problema del contenido religioso que mis estudiantes describen como cringe: sacerdotes que bailan en TikTok al ritmo de “Not Like Us” de Kendrick Lamar ignorando que la canción contiene expresiones como “pervertido certificado”; pastores juveniles evangélicos luciendo zapatillas de colección de 500 dólares en la cuenta de Instagram PreachersNSneakers; la figura de Fr. Justin, un sacerdote generado por inteligencia artificial en la cuenta Catholic Answers, que afirma poder absolver pecados; o la aplicación de oración Hallow, promocionada por el controvertido Russell Brand, acusado de abuso sexual y aficionado a las teorías conspirativas… Si esto es la religión, no es difícil entender por qué tantos le dan la espalda. La escasez de sacerdotes católicos es sólo un ejemplo; el cierre de iglesias y la drástica reducción de fieles en muchas denominaciones son otros más.
La pérdida de miembros no es exclusiva de las iglesias. Smith recuerda que “en los últimos cincuenta años, los estadounidenses han perdido gradualmente la confianza en casi todas las grandes instituciones sociales.” La hipocresía y la codicia de políticos y líderes empresariales son tan evidentes como las que existen dentro de las propias instituciones religiosas. Los escándalos en la Iglesia Católica, la Convención Bautista del Sur y prácticamente en cada denominación o grupo de fe han alejado a muchos de la religión y con razones de peso. Una institución que promete pureza moral pero ofrece abuso y saqueo difícilmente se gane el tiempo y la lealtad de las personas.
No obstante, como indica Smith y demuestran muchos datos, esta situación no implica que las personas hayan dejado de buscar espiritualidad o fe. El declive de la religión no se debe a una victoria de la secularización, sino al surgimiento de “alternativas culturales que se parecen más a la religión que a la secularidad.” Estas opciones culturales resultan más atractivas para las generaciones posteriores a los Baby Boomers. Los estados costeros ya llevan tiempo observando este cambio: por cada iglesia hay diez estudios de yoga; los psicodélicos legales y la marihuana; la expansión de las prácticas de mindfulness y del movimiento wellness; y personas que prefieren explorar el budismo o la Wicca antes que el presbiterianismo. Las iglesias se quejan de esta transformación, pero rara vez se preguntan por qué ocurre.
La conclusión a la que llegamos quienes estudiamos estos fenómenos como Smith es clara: el declive de la religión no se detendrá. Sin embargo, persiste una cultura de negación en muchas comunidades religiosas. Cada indicio de un posible resurgimiento de la religión tradicional es celebrado con entusiasmo en Internet como el aumento de la participación en los servicios religiosos en línea durante el confinamiento por la pandemia. Pero cuando los templos reabrieron, las bancas volvieron a estar vacías.
La pregunta “¿Qué hará que la gente regrese?” es errónea. Especialmente tras los escándalos de abuso que han sacudido a todas las confesiones cristianas, después de que la pandemia revelara la falta de compasión mutua, en tiempos del desastre político que fue Trump 2.0, y mientras las iglesias se niegan a reconocer su propio declive, seguir afirmando que “si todos siguieran el programa, podríamos regresar a los gloriosos días del pasado” carece de sentido. Para entender por qué la gente acudía en masa a los templos en el pasado, basta recordar que no estar allí significaba ser excluido. Tal vez no queramos admitir que la vergüenza fue el principal instrumento para imponer disciplina espiritual, pero esa fue la realidad de nuestros padres y abuelos. ¿Queremos de verdad volver a eso para salvar la religión tradicional?
Smith reconoce que muchos sociólogos han demostrado que la religión proporciona “beneficios sociales”, pero añade: “intentar sostener la religión tradicional únicamente para preservar esos beneficios es un esfuerzo vano.” Porque “buscar legitimarla con argumentos tan instrumentales es, de hecho, una de las razones que la invalidan desde su origen.” Por ello, una vez más, la pregunta “¿Qué hará que la gente regrese?” no es la correcta. Las instituciones religiosas y el clero harían mejor en plantearse: “¿En qué nos equivocamos?”, “¿Cómo podemos reparar el daño causado?” y “¿Qué buscan verdaderamente las personas?” Porque, como demuestra el libro de Smith, la gente nunca ha dejado de buscar a Dios, la trascendencia, el alma o la comunidad. Lo que sucede es que ya no los encuentra en las iglesias.
Fuente;https://www.commonwealmagazine.org/ask-better-questions