¿Por qué América Latina se está desplazando hacia la derecha?
La derecha trumpista promueve la desglobalización, abandona la Organización Mundial de la Salud, niega la crisis climática y ataca la justicia internacional. El modelo de convivencia que emergió con el fin de la Segunda Guerra Mundial, aunque hoy se encuentra en crisis, no ha sido sustituido por otro modelo hegemónico. Por ello, debe ser revitalizado mediante la construcción de un nuevo orden mundial, consolidado en torno a los principios de cohesión social, convivencia pacífica y progreso económico colectivo, tal como lo sostiene China.
Un modelo centrado en el mercado y el aumento de la desigualdad han allanado el camino para el ascenso de la derecha, lo que hace necesaria una nueva solidaridad regional.
La Segunda Guerra Mundial concluyó con el establecimiento del sistema multilateral de las Naciones Unidas y con un acuerdo de convivencia que integró Estado, mercado y democracia en un mismo campo de disputa política. En América Latina, ello se reflejó en el modelo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), que promovía el proteccionismo y abordaba los problemas sociales mediante objetivos fiscales.
Sin embargo, en el último cuarto del siglo XX, esas mismas instituciones de posguerra impusieron un nuevo modelo centrado en el mercado: el valor fue reemplazado por el precio, la liberalización comercial se volvió prioritaria y los problemas sociales fueron subordinados a las leyes del mercado. La concentración del capital y el debilitamiento de la legitimidad democrática deshicieron el antiguo pacto. Aunque surgieron gobiernos progresistas, no lograron detener el ascenso de una nueva derecha autoritaria que contaba con el respaldo de poderes fácticos como los medios de comunicación, la Iglesia, las Fuerzas Armadas y la tecnocracia. La crisis de representación distanció a los partidos políticos de sus bases, abriendo espacio a los «antipolíticos» que encontraron en los medios dominantes su plataforma.
Mientras tanto, el panorama social se deterioró. La desigualdad, estructural de por sí, se profundizó aún más a partir de 2016 y explotó durante la pandemia, alcanzando su punto máximo a finales de 2020, cuando 209 millones de latinoamericanos vivían por debajo del umbral de pobreza. Esta desigualdad socava la legitimidad de la democracia. Al mismo tiempo, los gobiernos progresistas enfocaron sus esfuerzos en reducir las discriminaciones de género, raza u ocupación, dejando en segundo plano la lucha contra la exclusión basada en la clase.
Esta lucha fue atacada por la derecha, que acusa a los progresistas de «wokeismo» y los responsabiliza de fragmentar la sociedad. Sin embargo, en realidad se trata de un compromiso con la solidaridad colectiva: desigualdad y discriminación no se excluyen mutuamente, sino que se complementan.
Estos amplios desplazamientos ideológicos han favorecido el retorno de la derecha en Estados Unidos, Costa Rica, Panamá, Ecuador, Argentina y Paraguay, un fenómeno comprensible en el contexto de proyectos políticos cada vez más radicalizados, polarización en las redes sociales, guerras jurídicas (lawfare), desigualdad persistente y narrativas sobre fraudes electorales.
Los mensajes mediáticos y el surgimiento de silos digitales han llevado la polarización al extremo. Gracias al uso de inteligencia artificial, los mensajes políticos se segmentan de acuerdo con los miedos de los votantes. Las redes sociales bombardean a los ciudadanos con emociones, reemplazando el debate sobre alternativas reales por enfrentamientos ideológicos. Estas burbujas digitales han producido líderes virtuales al servicio de los grandes conglomerados mediáticos de la nueva derecha.
A la invasión digital se suma la judicialización de la política: fiscales y jueces gestionan conflictos que deberían resolverse democráticamente, sin respetar el debido proceso ni la presunción de inocencia. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva fue eliminado mediante el lawfare en el proceso electoral que llevó a Bolsonaro al poder en 2018; hoy, Bolsonaro está siendo investigado por intentar impedir la investidura de Lula en 2023. En Colombia, el presidente Gustavo Petro enfrenta intentos de “golpe blando” que buscan debilitar sus atribuciones.
Con la elección de un «Trump 2.0», la extrema derecha global encontró un eco en Florida y en toda la región, recibiendo el respaldo de líderes políticos de Estados Unidos, El Salvador y Argentina. Durante los primeros días de su segundo mandato, Trump intensificó su hostilidad hacia América Latina, con declaraciones como «no necesitamos América Latina», endureciendo la represión contra los migrantes, suspendiendo programas de ayuda a través de USAID, reforzando las sanciones contra Cuba y Venezuela, y emitiendo reclamos infundados sobre el Canal de Panamá y territorios en Canadá y el Golfo de México. Todo ello evoca el retorno del Tío Sam de los años 50 y de la Operación Cóndor de las décadas de 1970 y 1980.
Frente a esta amenaza, es indispensable construir un nuevo modelo de desarrollo basado en la solidaridad, que combine crecimiento, inclusión y democracia, articulando amplios frentes como el del partido Morena en México o el liderazgo de Yamandú Orsi en Uruguay. América Latina debe reintegrarse regionalmente y presentarse ante el mundo como una sola voz, como parte activa del Sur Global: réspice similia (mira a tus semejantes).
La derecha trumpista promueve la desglobalización, se retira de la Organización Mundial de la Salud, niega la crisis climática y ataca la justicia internacional. El modelo de convivencia surgido tras la Segunda Guerra Mundial, aunque en crisis, no ha sido sustituido por otro hegemónico. Por tanto, debe ser revitalizado mediante la construcción de un nuevo orden global consolidado en torno a los principios de cohesión social, convivencia y progreso económico colectivo, tal como lo sostiene China.
En este nuevo escenario, América Latina debe presentarse ante el mundo de forma integrada y con una voz unificada. La región no necesita campos de internamiento para migrantes para darse cuenta de que se encuentra al borde de un abismo fascista; y para evitar caer en él, la única antitoxina, como siempre, es el progresismo.
- Ernesto Samper Pizano fue presidente de Colombia entre 1994 y 1998.
Fuente; https://www.theguardian.com/commentisfree/2025/jul/09/latin-america-shifting-right