¿Podría dividirse Siria?

Desde la década de 1920, la idea de una nueva partición de Siria ha vuelto a figurar entre los debates más candentes y las proyecciones imposibles de verificar. Ya en aquellos años, Siria se fragmentó en los estados de Damasco, Alepo, alauí, druso y el Gran Líbano; sin embargo, antes de cumplirse veinte años y a excepción de Líbano, esas regiones volvieron a unificarse.
marzo 15, 2025
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Desde la década de 1920, la idea de una nueva partición de Siria ha vuelto a figurar entre los debates más candentes y las proyecciones imposibles de verificar. Ya en aquellos años, Siria se fragmentó en los estados de Damasco, Alepo, alauí, druso y el Gran Líbano; sin embargo, antes de cumplirse veinte años y a excepción de Líbano, esas regiones volvieron a unificarse. Para algunos, resulta llamativo plantear otra vez la “división” de un país con semejante antecedente. Pero si se examina con detenimiento, se advierte que tal proceso refleja, más bien, una “historia de no división” que una verdadera historia de particiones consumadas.

La escisión de un país y la consecución de un estatus definitivo no son procesos tan sencillos como los retratan ciertos análisis geopolíticos precipitados o las teorías de la conspiración. A lo largo de la historia reciente sea en Yemen, Alemania, Vietnam, Taiwán, Siria o Sudán  dividir un territorio por motivos internos o externos ha resultado siempre sumamente complejo. En el siglo pasado, algunos países que se habían separado terminaron reuniéndose; en otros, aún persiste la pugna entre “unificación o división”. Hoy vivimos un periodo en que se discuten libremente, incluso en la prensa y los medios mayoritarios, los posibles escenarios de partición en Estados Unidos, y en que diversos think tanks ilustran con gráficos el fraccionamiento del país. Puede afirmarse que la “división” se ha banalizado. Aun más, en una coyuntura en la que se habla de “balcanización” de la economía global, de la presión por actualizar los mapas de alianzas y de una transformación radical del orden mundial casi centenario, el tema de las divisiones se ha vuelto particularmente popular.

Sin embargo, en el caso de Siria, los planes que se formulan una y otra vez limitados en esencia a una ruptura burda, carente de sentido y difícil de sostener muestran una viabilidad muy baja desde la perspectiva económico-política, geopolítica y de seguridad. La partición emerge como una propuesta provocadora que hace ruido, pero apenas asoma la posibilidad de llevarla a cabo, aflora ante todos un panorama extremadamente complejo y costoso.

En realidad, el fraccionamiento de un país no se refleja tal cual lo muestran los mapas. Conlleva costos considerablemente elevados. Incluso si en algún momento se asume esa carga durante el proceso de división, a posteriori se requiere bien de un prolongado y estable apoyo externo tanto económico como en materia de seguridad o bien de recursos internos suficientemente amplios para solventar ese gasto. Al observar la envergadura de las zonas sirias sobre las que se pretende sostener la idea de “división”, resulta inevitable evocar la experiencia de los Balcanes, proclamada como referencia por la aparente “división de todos contra todos”. La amplia mayoría de aquellos “estados” que hicieron todos los esfuerzos por romper sus lazos se halla hoy sumida en un colapso demográfico, un estancamiento económico y una irrelevancia geopolítica; así, su proyecto actual consiste en “reunificarse” bajo la OTAN y/o la Unión Europea.

Irak: ni divisible ni unificado

Aunque hoy apenas se recuerde, en 2006 el entonces senador y posterior presidente de Estados Unidos, Joe Biden, fue la figura que impulsó el proyecto de dividir Irak. Llegó a presentarlo como un plan en el que, según publicó en The New York Times, se establecería la “unidad a través de la autonomía”. De acuerdo con la información, en Irak según lo que a grandes rasgos describe Wikipedia existían tres componentes principales: chiíes, suníes y kurdos. Por ende, los ejes de la “división flexible” que Biden consideraba una idea ingeniosa quedaban trazados con nitidez: el gran bloque territorial del sur correspondería a los chiíes; la zona central, a los suníes; y el norte, a los kurdos.

Sin embargo, Wikipedia no detallaba que los chiíes pueden ser a la vez árabes y turcomanos; que los suníes pueden ser árabes, turcomanos o kurdos; que las fronteras definidas por motivos confesionales se veían desbaratadas por el mapa de recursos energéticos; que las fronteras étnicas se volvían absurdas al considerar la filiación religiosa y las reservas de energía; y que la delimitación meramente geográfica chocaba con la cuestión étnica, confesional y energética. Así, el plan no llegó a implementarse. Irak siguió su curso como un país que ni logró dividirse ni pudo consolidar su unidad. Con el paso de los años, la “energía” de la división ha ido mermando, pero tampoco puede decirse que haya aumentado la “energía” de la reunificación. En la práctica, terminaron acostumbrándose a un arreglo precario que evita otra guerra civil y consiste en repartirse de manera rudimentaria los recursos energéticos y las cuotas de poder político. Aunque esta “opción menos mala” siga desgastando a Irak, representa un orden preferible frente a la sucesión de dictaduras sangrientas, ocupaciones, embargos y guerras internas que ha sufrido durante medio siglo. Aun con estos precedentes, aquellos que ridiculizan la visión de Biden sobre Irak, pero no abordan la cuestión siria con más seriedad, han retomado con nuevo ímpetu, desde el 8 de diciembre, los “proyectos de partición de Siria” que llevan años pregonando.

Escenarios de división en Siria

La posible nueva fragmentación de Siria, que ya sufrió particiones en la década de 1920, se ha convertido de nuevo en eje central de encendidos debates y proyecciones imposibles de corroborar. Puede considerarse llamativo proponer hoy la “división” de un país que en los años veinte se descompuso en las entidades de Damasco, Alepo, alauí, druso y el Gran Líbano, para reunificarse excepto Líbano antes de que transcurrieran veinte años. Sin embargo, si se observa con más atención, esa historia no es tanto la de un país que se divide, sino la de uno que no consigue dividirse. Además, habría que tener en cuenta que, durante la época del régimen baasista, la supuesta independencia de Líbano con respecto a Siria fue más que cuestionable, lo que añade otra perspectiva para reconsiderar la unidad y la división sirias.

Tras el 8 de diciembre, algunos afirmaron con entusiasmo que Siria se hallaba “al borde de la división a causa de masacres” y se enorgullecían de verse “reivindicados”, pero el anuncio de la “desintegración” de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) los sumió en otra profunda desilusión. Justo cuando parecían a punto de partir Siria, al menos en tres fragmentos, un pacto de unidad frustró sus expectativas y los obligó a enfrentar de nuevo la realidad siria.

¿Significa esto que Siria no puede dividirse? Por supuesto que sí podría. Siria podría fragmentarse si los costos de su permanencia unida superaran con creces los de una posible división y existieran recursos militares y económicos suficientes para sostener esa partición de forma duradera. Esta afirmación no sólo es válida para Siria, sino para cualquier país. En el caso sirio, es evidente que, hoy en día, la carga de seguridad y económica de mantener el país unido no alcanza la magnitud que algunos aseguran. Cualquiera que se niegue a admitir que, tras décadas de represión bajo el régimen baasista, la sociedad siria, desgarrada en múltiples sentidos, se inclina más por la unión que por la separación, y más por la paz que por el conflicto, padece una obsesión tan perjudicial como el fracasado plan de Biden para dividir Irak. Además, suele ser necesaria la intervención de una potencia externa para sostener durante años la seguridad y la financiación que exige cualquier partición. Y, en caso de que esa potencia esté dispuesta a ofrecer tales garantías, las facciones sobre el terreno han de contar con la posición geográfica, el volumen demográfico y el capital sociopolítico que les permita asimilar el apoyo externo. Quien cree que dos de esas facciones podrían recibir el respaldo de Israel y otra el de Irán, y que eso bastaría para hacer fracasar la unidad siria, difícilmente se dejará convencer de la viabilidad de un país unido.

En realidad, ninguna de las partes contempladas en los planes de división posee la fuerza militar, económica o ideológica necesaria para consumar y sostener una secesión. Dicho de otro modo, son actores que no disponen de recursos suficientes para independizarse y proteger esa independencia. El PKK no cuenta con un poderío militar tan contundente, ni con una gran concentración poblacional kurda, ni con un consenso ideológico sólido dentro de la propia comunidad kurda. Del mismo modo, resulta casi imposible suponer que los drusos quienes en 1925 lideraron, incluso bajo bombardeos químicos, la resistencia más férrea contra la ocupación francesa, hoy con poca población y sin una visión compartida, deseen la secesión o un “mandato israelí”. Por su parte, los alauíes parecen limitarse a digerir y racionalizar el nuevo orden sirio, asumiendo el papel de fuerza subsidiaria para Irán y cargando con los crímenes del régimen de Asad, sin que de ello se derive una opción de independencia viable. Ninguna realidad geopolítica, de seguridad o económica sólida permitiría reclamar seriamente la separación a partir de ese escenario. En último término, todas las hipótesis de partición giran en torno a separarse de la Siria centrada en Damasco. No obstante, si se desgajan del eje de Damasco y de otras zonas medulares, no se vislumbra forma realista de pervivencia para tales entidades. Tras el acuerdo de las FDS con Damasco y la inmediata euforia ciudadana en buena parte de las ciudades sirias, se aprecia con claridad cuánta energía existe para quien quiera verla en pos de la unidad nacional.

El problema estadounidense y la geopolítica cambiante

Aun con todo lo anterior, no puede descartarse que, en la etapa posrevolucionaria, Siria atraviese un periodo caótico. Bajo un severo régimen de sanciones (en especial, el embargo estadounidense), la peculiar naturaleza de dichas medidas no sólo afecta directamente a Damasco, sino que también paraliza a posibles aliados dispuestos a ayudar. Ese es uno de los mayores escollos actuales. Sin embargo, con la creciente evidencia de la ruptura entre Estados Unidos y Europa, se abre la posibilidad de superar este obstáculo. Una vez más, en los últimos días se ha puesto de manifiesto la inconsistencia de la política de Washington respecto a la crisis siria: mientras el Mando Central de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos (CENTCOM) preparaba a las FDS para dialogar con Damasco, el secretario de Estado estadounidense ofrecía una lectura de la situación en Siria plagada de populismo y activismo, subrayando el desatino de su enfoque. Basta comparar su postura en línea casi exacta con la retórica de un político fanático del gabinete israelí con la actitud más responsable y positiva de la Unión Europea para advertir una nueva fisura geopolítica.

Mantener indefinidamente el régimen de sanciones contra Siria en este contexto es difícil. O bien Washington hace de dicho asunto un nuevo motivo de tensión con Europa, o la UE, sumida en su crisis de alianzas con Estados Unidos, adopta por su cuenta medidas dirigidas a abrir un margen de maniobra en Siria. Se percibe la continuidad de la política de cambio que ya se anunció cuando la UE empezó a invitar con cierta regularidad a dirigentes sirios a diversas cumbres continentales. De levantarse o quebrarse el embargo estadounidense, podría hablarse de escenarios mucho más prometedores para Siria. Con todo, si persiste la catástrofe económica actual, se mantendrán, sin duda, múltiples conjeturas abiertas en el tablero sirio.

Entre las incógnitas más relevantes figura el destino de la presencia militar de Estados Unidos tras el acuerdo entre las FDS y Damasco. Si los recursos energéticos pasan a manos del régimen sirio, ello tendrá repercusiones concretas en Washington, pues no pocos políticos del Congreso que tratan la cuestión de las FDS con un entusiasmo desmedido mantienen vínculos empresariales con compañías dedicadas a la explotación de estos recursos. En otras palabras, el acuerdo realista de las FDS, fruto de un enfoque militar, puede chocar con el activismo sionista del gobierno estadounidense y con ciertos intereses económicos personales. En este punto, el riesgo principal de la política de Washington hacia Siria es el peso del condicionamiento israelí. La grave crisis que hoy vive la región se sustenta en gran medida en la “cheque en blanco” que Biden extendió a Israel. Difícilmente se podía prever que la aproximación de Donald Trump en buena medida entregada al sionismo estadounidense, a menudo más extremista que el de ciertos sectores de Israel no acarreara serios problemas. Mientras no surja una iniciativa regional que concentre la atención en Gaza o, de manera más amplia, en la cuestión palestina, es perfectamente plausible que Siria siga sufriendo las consecuencias de dicha irresponsabilidad.

¿Cuál será el rumbo del PKK tras el nuevo acuerdo?

Más allá de lo que suceda en Washington, la situación de ayer y el mensaje transmitido por amplios sectores de la población ofrece una lección al PKK. Dos aspectos dinamizan la concreción del acuerdo: por un lado, Damasco acoge a las FDS y las invita a participar en la nueva etapa; por otro, las FDS se disolverán de hecho. Así, la imaginación colectiva kurda que, tras décadas asentada en el corazón de Mesopotamia, parecía desterrada de la historia regional se encuentra ante una nueva realidad luego del pacto de Damasco. Es inaceptable que un pueblo tan antiguo en la región como el kurdo quede sujeto a la buena voluntad de la geopolítica de turno, viéndose reducido a instrumento de los intereses de una familia o un grupo, so pretexto de representarlo. Tal es la situación que a día de hoy viven los kurdos de Irak y, según el anhelo del PKK, vivirían también los de Siria. Lejos de promover su condición de “actor milenario” en la zona, los reducen a mera pieza del oportunismo coyuntural.

Ciertamente, la carencia de sistemas democráticos, la existencia de un nacionalismo radical y la arrogancia histórica de quienes ostentan el poder en la región han estimulado esta alienación. A la vez, la propia comunidad kurda la ha asimilado, apartándose del curso histórico regional. Pero el acuerdo con Damasco abre la posibilidad de superar esa desvinculación “kemalista” del PKK, ofreciendo a sus integrantes la chance de contribuir al gobierno sirio y de compartir las inquietudes de toda la ciudadanía en el plano de la democracia y la condición constitucional. Dicho de otro modo, la disolución del PKK en Siria brindaría a los kurdos, aunque con retraso, la posibilidad de reintegrarse a la “gran Siria”.

Cualquier resistencia del PKK frente a esta disolución se toparía con la respuesta inmediata de quienes salieron a las calles el mismo día de la firma del pacto. Si el proceso de desmovilización no se llevara a cabo a través del acuerdo, podría producirse, por la retirada de las fuerzas árabes, una versión incluso más costosa para el PKK. Es decir, el grupo podría verse atrapado entre las gestiones de Imralı y las de Damasco, quedando sin margen de maniobra.

En este contexto, acelerar la normalización de Siria mediante un enfoque realista, sin permitir que el país viva su propio “momento Biden” de forma absurda, parece la mejor opción. Ignoramos si el universo del PKK estará preparado para una actitud más racional. ¿Persistirán en el “activismo adolescente” que convierte en “proyectos geopolíticos globales” meros contratos carcelarios, en lugar de sumarse al futuro de Siria? ¿O, por el contrario, se percatarán del desastre que encierra la pretensión de un “mandato israelí”, evidenciando un desapego total respecto a Ankara y Damasco? Todo indica que el desenlace deseable es la aparición de una mente capaz de entender tanto la exhortación de Imralı como la realidad de Siria y de Türkiye. Sobre todo, para alegría de la multitud que salió a las calles la tarde anterior.

Fuente: https://www.perspektif.online/suriye-bolunebilir-mi/

Taha Özhan

Taha Özhan es director de investigación en el Instituto de Ankara. Entre 2019 y 2020, trabajó como académico invitado en la Universidad de Oxford. Durante los años 2014-2016, ocupó el cargo de asesor principal del Primer Ministro, además de ser diputado en las 25ª y 26ª legislaturas, y presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Gran Asamblea Nacional de Turquía. En 2005, fue uno de los directores fundadores de SETA, donde presidió la institución entre 2009 y 2014. Özhan, que obtuvo su doctorado en Ciencias Políticas, es autor del libro Turkey and the Crisis of Sykes-Picot Order (Türkiye y la Crisis del Orden Sykes-Picot).
Correo electrónico: [email protected]

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