Nuevo Periodo en las Relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudí

La visita del príncipe heredero a Washington no representa una ruptura absoluta con la etapa del “petróleo a cambio de seguridad”, sino más bien la transformación de esa fórmula mediante su adaptación a las nuevas condiciones estratégicas. Ámbitos como la modernización de la defensa, la diversificación económica, las tecnologías de punta y la configuración de un orden regional se han convertido en componentes tan determinantes como el propio petróleo dentro de esta relación.

Por ello, para describir el panorama actual, el concepto de “asociación estratégica multinivel” resulta más inclusivo y analíticamente más adecuado que el tradicional esquema de “petróleo a cambio de seguridad”.

La Transición hacia un Modelo de Asociación Estratégica Multinivel en las Relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudí

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudí han sido sintetizadas en la literatura de las relaciones internacionales mediante una fórmula casi axiomática: “petróleo a cambio de seguridad”. Esta fórmula aludía a una relación de interdependencia en la que Arabia Saudí garantizaba un suministro estable y abundante de petróleo para los mercados energéticos globales, mientras que Estados Unidos otorgaba prioridad a la seguridad del régimen saudí y a la protección de las rutas energéticas en el Golfo. El encuentro entre Roosevelt y el rey Abdulaziz a bordo del USS Quincy en 1945 se interpretó como el momento fundacional simbólico de este modelo; y las crisis de la Guerra Fría y de la Guerra del Golfo no hicieron sino consolidar dicho marco.

Sin embargo, en los últimos años, tanto las transformaciones de la geopolítica energética mundial, como la reconfiguración económica y diplomática del reino saudí, así como la redefinición de las prioridades estratégicas estadounidenses en un contexto de competencia entre grandes potencias, han comenzado a volver insuficiente esta fórmula tradicional. La reciente visita del príncipe heredero Mohammed bin Salman a Washington y los temas destacados en torno a defensa, inversión y alta tecnología puede leerse como un punto de inflexión simbólico de esta transformación. Ya no corresponde hablar únicamente de “petróleo a cambio de seguridad”, sino de un nuevo modelo de asociación estratégica, caracterizado por múltiples capas y una creciente interconexión entre distintos ámbitos.

En este sentido, interpretar dicha visita exclusivamente a partir de la negociación de F-35, la venta de tanques o los paquetes de inversión sería analíticamente limitado. Resulta más pertinente considerarla como un proceso de reencuadre del periodo “posterior al Quincy”, en el que la seguridad energética, la modernización de la defensa, la competencia geoeconómica y los equilibrios de poder regional se comprenden como partes interdependientes de un mismo conjunto. Desde esta óptica, lo que emerge no es la desaparición del viejo modelo, sino su reinterpretación y redefinición bajo nuevas condiciones.

Contexto Histórico y Dinámicas de Cambio Estructural

Para comprender el funcionamiento del modelo clásico, es necesario revisar brevemente su trasfondo histórico. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos percibió a Arabia Saudí como un socio clave para contener la influencia soviética y garantizar la seguridad energética de Occidente. La crisis del petróleo de 1973 hizo visible, de manera dramática, el papel determinante de Arabia Saudí sobre los precios y la oferta. La Revolución Iraní de 1979 y la consiguiente inestabilidad regional reforzaron aún más, desde la perspectiva estadounidense, la necesidad de proteger al régimen saudí. La intervención liderada por Washington durante la Guerra del Golfo (1990-91) y el amplio despliegue militar en territorio saudí demostraron hasta qué punto podía llegar la dimensión securitaria del vínculo bilateral. En aquellos años, tanto en Riad como en Washington, la relación se articulaba bajo un entendimiento muy claro: mientras Arabia Saudí preservara la estabilidad de la producción y los precios, Estados Unidos garantizaría la seguridad del reino y de las principales vías energéticas del Golfo.

La primera gran dinámica estructural que erosionó este marco fue la transformación del perfil energético estadounidense. Gracias a los avances tecnológicos en la producción de petróleo y gas de esquisto, Estados Unidos redujo gradualmente su dependencia del petróleo extranjero desde finales de la década de 2000. Aunque este cambio no eliminó por completo las importaciones desde Oriente Medio, sí redujo el carácter “vital” que se atribuía al petróleo del Golfo para la economía estadounidense. El vínculo directo entre “acceso al petróleo saudí” y “seguridad energética interna de Estados Unidos” se debilitó, dando paso a una ecuación en la que cobran mayor relevancia proveedores alternativos, mercados diversificados y mecanismos regionales complementarios.

La segunda dinámica estructural procede de la propia agenda de transformación interna de Arabia Saudí. El programa de reformas económicas enmarcado en Vision 2030 busca desplazar al país del modelo clásico de Estado rentista basado en la redistribución de ingresos petroleros hacia una estructura más diversificada. El reino aspira a crear nuevos sectores de inversión que van desde el turismo y el entretenimiento hasta la alta tecnología y la industria militar nacional. En el plano internacional, Riad pretende posicionarse no sólo como exportador de petróleo, sino como actor que exporta capital, financia grandes proyectos de infraestructura y establece alianzas tecnológicas de alcance global. En consecuencia, la política exterior saudí se desplaza progresivamente de un enfoque estrictamente energético hacia uno más amplio, geoeconómico y multifacético.

Si se consideran conjuntamente estas dos dinámicas la transformación energética estadounidense y la reconfiguración económica saudí, resulta evidente que la capacidad explicativa de la fórmula “petróleo a cambio de seguridad” se ha debilitado. Estados Unidos ya no depende del petróleo saudí en la misma medida, y Arabia Saudí no desea definirse únicamente a través de dicho recurso. Además, factores como la influencia regional de Irán, las dinámicas de normalización con Israel, la orientación de los vínculos con China y Rusia, así como los desafíos de seguridad en el corredor del mar Rojo y Yemen, situan la relación bilateral en un marco mucho más complejo. En suma, el valor estratégico que ambos países se asignan mutuamente ya no puede reducirse a una sola variable.

La Reciente Visita a Washington y la Reconfiguración del Modelo

La visita del príncipe heredero a Washington puede interpretarse como la plataforma donde se materializa este proceso de transformación. Los temas destacados durante el encuentro conservan ciertos elementos de continuidad con el modelo clásico, pero incorporan también innovaciones significativas en la naturaleza de la relación bilateral.

En primer lugar, es necesario abordar la dimensión de defensa. La elevación de Arabia Saudí al estatus de “principal aliado no perteneciente a la OTAN” implica que el reino pasa a ocupar una categoría que permite una integración estrecha con la Alianza sin ser miembro formal. Este estatus no sólo conlleva ventajas y facilidades en la adquisición de armamento, así como la participación en ejercicios conjuntos y proyectos comunes, sino que además fomenta que el vínculo securitario entre ambos países trascienda las relaciones personales entre los líderes, desplazándose hacia un marco más institucionalizado y previsible. Desde esta perspectiva, la naturaleza de la garantía de seguridad evoluciona de lo “implícito y personal” hacia un proceso de mayor institucionalización.

El segundo elemento relevante corresponde a los paquetes relativos a la industria de defensa. Las adquisiciones previstas de cazas F-35 y unidades blindadas pesadas pueden parecer, a primera vista, simples acuerdos de compraventa de armas. Sin embargo, en el ecosistema de defensa contemporáneo, estos sistemas se conciben no como adquisiciones puntuales, sino como procesos de largo plazo que abarcan mantenimiento, formación, software, piezas de recambio y programas continuos de modernización. En consecuencia, la arquitectura de defensa saudí tiene el potencial de quedar vinculada durante décadas a la tecnología, la cadena logística y la capacidad doctrinal de Estados Unidos. Ello trasciende la lógica de “comprar seguridad” y apunta hacia una integración institucional y técnica de mayor profundidad.

En tercer lugar, los marcos de cooperación anunciados en materia de energía nuclear civil, inteligencia artificial y minerales críticos redefinen las dimensiones energética y tecnológica de la relación. En un contexto de transición energética global, donde cobran mayor protagonismo la energía nuclear, las renovables y las tecnologías de almacenamiento, los minerales críticos y la inteligencia artificial se han convertido en sectores estratégicos tanto para la competencia económica como para la seguridad nacional. La cooperación en estos ámbitos configura nuevos tipos de dependencia y asociación que superan con creces la noción tradicional de “suministro de petróleo”. Para Riad, ello supone una oportunidad de diversificación económica y transferencia tecnológica; para Washington, una vía para ampliar su influencia sobre la transición energética y las cadenas de suministro estratégicas.

Estos nuevos elementos transforman también la naturaleza de la garantía de seguridad estadounidense. En la narrativa posterior al Quincy, el paraguas de seguridad se presentaba a menudo como un compromiso automático y presuponible. En la actualidad, la creciente influencia del Congreso en la política interna estadounidense, junto con las críticas relacionadas con los derechos humanos, la guerra en Yemen, los asesinatos de periodistas y el conflicto israelí-palestino, convierten cada paquete de defensa dirigido a Arabia Saudí en una decisión más condicionada y debatida. Además, las expectativas de Washington abarcan cuestiones que van desde la política saudí hacia Irán hasta la posible normalización con Israel y la delimitación de las relaciones militares y tecnológicas con China y Rusia. Esta condicionalidad sitúa el paraguas de seguridad en un marco de alineamientos políticos demasiado complejo para limitarlo al simple “flujo de petróleo”.

Todos estos desarrollos han provocado asimismo una transformación en el lenguaje de la alianza. Ambas partes han pasado a preferir conceptos como “asociación estratégica”, “cooperación geoeconómica” o “visión compartida para la transición energética” en lugar de los términos clásicos “alianza”, “bloque” o “defensa mutua”. Este cambio discursivo apunta hacia un marco en el que defensa, energía, inversión y tecnología se analizan como un conjunto integrado, donde la seguridad se entrelaza estrechamente con la economía y la innovación tecnológica. Por lo tanto, el modelo de “petróleo a cambio de seguridad” está siendo reemplazado, tanto en contenido como en lenguaje, por una arquitectura de interdependencia mucho más compleja.

Síntesis

La visita del príncipe heredero a Washington no indica una ruptura absoluta con la etapa de “petróleo a cambio de seguridad”, sino más bien la transformación de dicha fórmula mediante su adaptación a las nuevas condiciones estratégicas. El petróleo sigue siendo una variable relevante, pero ya no ocupa por sí solo el centro de la relación bilateral. Ámbitos como la modernización de la defensa, la diversificación económica, las tecnologías de punta y la construcción de un orden regional se han convertido en componentes tan determinantes como el propio petróleo.

Por esta razón, para interpretar adecuadamente el panorama actual, el concepto de “asociación estratégica multinivel” resulta más inclusivo y analíticamente más adecuado que la tradicional fórmula de “petróleo a cambio de seguridad”.