Mientras se abre el Corredor de Zangezur

Resulta evidente que la normalización entre Türkiye y Armenia otorgará a Türkiye una flexibilidad diplomática y una capacidad de influencia cuyo valor supera con creces los riesgos inherentes al acuerdo. Sin embargo, desde la perspectiva turca, el verdadero riesgo que debe ser considerado en el marco de dicho proceso radica en la orientación geopolítica de Israel. En efecto, la política israelí, articulada en torno al discurso del “Gran Israel”, busca redibujar las fronteras de Oriente Medio mediante una estrategia de guerra ilimitada, tal como lo han manifestado abiertamente sus más altos responsables políticos.

La apertura del Corredor de Zangezur una vía de tránsito que atraviesa la frontera de Armenia con Irán y que conectará directamente a Türkiye con el espacio turquestano, garantizando además la integridad territorial de Azerbaiyán ha entrado en una nueva fase tras la firma de un memorando de entendimiento entre el presidente azerbaiyano Ilham Aliyev, el presidente armenio Nikol Paşinyan y el presidente estadounidense Donald Trump. El texto prevé que la parte armenia del corredor sea abierta bajo la supervisión de compañías militares privadas estadounidenses, lo que constituye, sin duda, no solo un punto de inflexión en la geopolítica del Cáucaso, sino también un paso significativo en la estrategia de Estados Unidos por preservar su superioridad frente a los poderes internos de Eurasia en el tablero geopolítico euroasiático. La apertura del corredor requiere, en este sentido, un análisis desde las agendas estratégicas de Türkiye y Azerbaiyán, pero también de Estados Unidos, Rusia, Irán, China e Israel.

El Cáucaso, donde se ubica el Corredor de Zangezur, puede clasificarse desde un punto de vista geopolítico como un “estrecho terrestre”. Se entiende por estrechos a los pasos acuáticos que surgen allí donde se estrechan los continentes; los estrechos terrestres, en cambio, son los corredores y pasos montañosos que permiten la comunicación entre mares y cuencas de gran importancia. El Cáucaso, situado entre el mar Caspio y el mar Negro, con sus abruptos pasos montañosos, constituye precisamente uno de estos estrechos terrestres. Su límite septentrional es la península de Tamán, en el mar de Azov; al sur y al este lo enmarca el mar Caspio; al oeste, el mar Negro (incluyendo Artvin y Rize) y la cadena montañosa que une la meseta Erzurum,Kars con Erzincan. En este sentido, el Cáucaso, con sus sistemas montañosos y pasos estratégicos, constituye un corredor natural entre el mar Negro al norte, Anatolia al oeste a partir del curso superior del Éufrates y la Mesopotamia al sur, también delimitada por este río.

Así, al igual que Anatolia, otro “estrecho terrestre” entre el mar Negro y el Mediterráneo, el Cáucaso ha sido históricamente un verdadero umbral geográfico y cultural entre Asia y Europa esta última en realidad una península del continente asiático. Por ello, las grandes potencias, desde la Antigüedad, al avanzar en dirección norte-sur u oeste-este, sintieron la necesidad de dominar, según su rumbo, el estrecho terrestre de Anatolia o el del Cáucaso. Desde la expansión escita hacia Occidente, pasando por las guerras greco-persas y romano-sasánidas, hasta la llegada de los turcos a Anatolia, las campañas rusas hacia los mares cálidos, o los enfrentamientos entre otomanos y safávidas, todos estos episodios se inscriben en este marco geopolítico.

La importancia estratégica de la región se confirmó con los tratados de Gulistán y de Turkmenchay, mediante los cuales Rusia desgajó del dominio persa el Cáucaso septentrional y meridional, así como los territorios azerbaiyanos, estableciendo el río Aras como frontera. Posteriormente, la delimitación soviético-turca también fijó sus límites en esta área. En este contexto geopolítico, Irán y Armenia fueron concebidos por Inglaterra y Rusia como un “muro” destinado a separar Anatolia de Turquestán.

La toma de Karabaj, con sus pasos montañosos decisivos entre el Cáucaso norte y sur, y la consiguiente apertura del Corredor de Zangezur, significan la perforación de ese muro con un boquete profundo, irreversible y de enorme magnitud.

La estrategia principal de los Estados Unidos y del bloque anglosajón, representantes de la geopolítica marítima, desde el final de la Guerra Fría, ha sido impedir el ascenso y la eventual alianza de los poderes dominantes de la geopolítica terrestre en Eurasia. Con el progresivo ascenso de China, que en numerosos ámbitos ha alcanzado a Estados Unidos, y con la puesta en marcha de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, cuyo objetivo es asegurar rutas terrestres y marítimas estables a escala global, Washington complementó su estrategia con un nuevo componente: promover conflictos armados en dichas rutas con el fin de inutilizarlas y establecer allí sus propias fuerzas militares.

La invasión rusa de Ucrania constituye un ejemplo paradigmático de la aplicación conjunta de estas dos estrategias. Con la ofensiva rusa, Estados Unidos y sus aliados no solo desbarataron la incipiente alianza entre China, Rusia y Alemania que avanzaba con rapidez en consonancia con la doctrina de Brzezinski de impedir la cooperación entre potencias eurasiáticas, sino que además bloquearon la salida terrestre de China hacia el puerto de Hamburgo y el mar Báltico a través de Rusia. Al mismo tiempo, Estados Unidos consiguió devolver a Alemania a su órbita de dependencia, tras un periodo iniciado con Gerhard Schröder y prolongado con Angela Merkel, caracterizado por un desarrollo económico basado en el suministro de energía barata rusa y en relaciones comerciales que acercaban a Berlín tanto a Moscú como a Pekín. La apropiación de derechos de explotación de valiosos recursos minerales en Ucrania y la presencia de compañías militares privadas para garantizar su control constituyen ejemplos significativos de esta nueva forma de neocolonialismo en acción.

Los recientes desarrollos en torno al Corredor de Zangezur pueden entenderse como una reedición de este mismo manual aplicado ahora al Cáucaso. El acuerdo alcanzado significa, en primer lugar, el establecimiento de compañías militares privadas estadounidenses en un “estrecho terrestre” de la histórica Ruta de la Seda la única vía terrestre que conecta a China con Europa tras el bloqueo de la ruta ucraniana. Si se añade a ello la presencia militar estadounidense en Georgia, se evidencia que Washington busca consolidar un control estratégico sobre el paso caucásico. Este movimiento no solo apunta a contener a China, sino también a equilibrar las pretensiones de dominio en la región de las tres potencias históricamente activas en el Cáucaso: Türkiye, Rusia e Irán.

Las consecuencias potenciales del acuerdo son múltiples. En primer lugar, inaugura un proceso que busca la expulsión progresiva de Rusia del sur del Cáucaso. Aunque sobre el papel se presenta como la apertura de un simple corredor logístico, en la práctica implica la resolución de las disputas territoriales de Armenia con Türkiye bajo la égida de Estados Unidos y Francia, y la incorporación de Armenia al bloque occidental. Esto supone el inicio de una etapa en la que Armenia contará como principales aliados políticos y económicos a Estados Unidos, Francia, Türkiye, Azerbaiyán, Georgia, Irán e India.

En segundo lugar, para Azerbaiyán, este desarrollo simboliza el desenlace de un proceso iniciado en 1918 con la creación de la República Democrática de Azerbaiyán gracias a la acción militar del Ejército Islámico del Cáucaso, y que en 1922 fue revertido con la integración forzosa de su territorio en la República Federativa Socialista Soviética de Transcaucasia bajo el liderazgo de la Rusia soviética. A pesar de ser heredero de tradiciones estatales como los selyúcidas, los aq qoyunlu y los safávidas, Azerbaiyán carecía de una base histórica sólida en sus fronteras actuales, definidas tras la partición del territorio histórico azerbaiyano entre Rusia e Irán en virtud de los tratados de Gulistán y Turkmenchay. La Guerra de Karabaj representó, en este sentido, una auténtica guerra de independencia: la victoria azerbaiyana abrió el camino a una independencia efectiva tanto para Bakú como para Ereván. Hoy, Azerbaiyán y Armenia, a través de su acercamiento mutuo, están consolidando su desvinculación de Rusia. La creciente tensión de los últimos meses en las relaciones entre Bakú y Moscú, así como el inicio del proceso de salida de Azerbaiyán de la CEI, son pruebas de ello. Todo apunta a que, tras la normalización diplomática con Türkiye y la apertura de fronteras, Armenia seguirá el mismo camino, abandonando la CEI y alineándose con el bloque occidental.

De este modo, Rusia perderá progresivamente su influencia sobre Azerbaiyán, Armenia y Georgia, debilitando drásticamente su control en el sur del Cáucaso. El hecho de que esta pérdida de hegemonía se deba en gran parte al fracaso estratégico de su intervención en Ucrania un intento fallido de resucitar el poder de la antigua Unión Soviética quedará registrado como una derrota histórica para Moscú.

El intento de Estados Unidos por establecer control sobre el Corredor de Zangezur tiene, sin duda, consecuencias significativas también para Türkiye. El acuerdo, en primer lugar, resuelve de manera sustancial uno de los problemas geopolíticos históricos más relevantes que heredó Turquía, como Estado sucesor del Imperio otomano: la desconexión con Turkestán. La imposibilidad de mantener este vínculo, rota con el ascenso simultáneo de Rusia y de Irán (Safavíes), fue una de las principales causas del declive otomano. Tras la Primera Guerra Mundial, tanto Rusia como el Reino Unido concibieron a Armenia e Irán como Estados tapón precisamente con este propósito. En este sentido, el acuerdo actual permite a Türkiye liberarse en gran medida de un obstáculo geopolítico de larga data.

En segundo lugar, el acuerdo abre la posibilidad de que la histórica enemistad entre Türkiye y Armenia se transforme en una relación diplomática pragmática, basada en beneficios mutuos, lo cual ayudaría a Ankara a liberarse de un persistente problema de política exterior. Asimismo, refuerza los esfuerzos turcos por consolidarse como un nodo logístico y un centro energético, respaldando así su aspiración de convertirse en un poder regional y global. Además, obligará a Rusia e Irán a adoptar políticas más moderadas frente a Türkiye.

Entre los riesgos que plantea el acuerdo para Ankara, el más destacado es que la ruta en cuestión quede bajo el control de contratistas militares estadounidenses. Sin embargo, si se recuerda que en la versión inicial del acuerdo se contemplaba que el Servicio Federal de Seguridad (FSB) de Rusia supervisara el corredor, lo ocurrido no representa tanto un aumento del riesgo como un cambio en la ecuación estratégica. La normalización de las relaciones entre Türkiye y Armenia aportará a Ankara una flexibilidad diplomática y un margen de influencia que, sin duda, superan a los riesgos inherentes del acuerdo.

El verdadero desafío para Türkiye reside en la orientación geopolítica de Israel. Bajo el discurso del “Gran Israel”, las élites israelíes han defendido abiertamente una política de guerra ilimitada en Oriente Medio con el objetivo de redibujar las fronteras de la región. Menos evidente, pero igualmente relevante, es su estrategia de proyección sobre el Mediterráneo oriental considerado el corazón geográfico de la historia a través de Chipre y las islas del Egeo. Esta expansión conecta el eje del canal de Suez, Palestina, Jordania, Siria oriental, el norte de Irak, Azerbaiyán, Georgia, Ucrania y Polonia con la histórica cuenca del Caspio y el mar Báltico, en un intento de imponer control sobre el rimland definido por Spykman. Tal proyecto constituye, en última instancia, el “Lebensraum” que el sionismo de origen centro y este-europeo busca crear para sí mismo.