Lo Que Quedó Incompleto en Marx

Como intelectuales que vivimos en un país islámico como Türkiye, debemos comprender profundamente la relación dialéctica entre las prácticas materiales de vida y la cosmovisión. Es precisamente esta comprensión la que puede hacernos captar verdaderamente el papel revolucionario de la moral; protegernos de las opresiones de la vida terrenal; y, al mismo tiempo que aviva nuestra determinación por luchar por el bien y la justicia, evitar que nos convirtamos en puritanos moralistas o conservadores lamentables. Gracias a esta comprensión, se podrá captar la necesidad ineludible de una lucha política contra la injusticia venga de quien venga, y la política podrá convertirse en una herramienta no para el poder, la ambición o el interés, sino para el establecimiento de la justicia en la tierra.

Uno de los fenómenos inevitables que esperan a un ex marxista y yo soy uno de ellos en su recorrido intelectual, es el constante reajuste de cuentas con Marx en cada etapa del desarrollo del pensamiento. Fui marxista desde mi adolescencia hasta mis primeros años de juventud. Posteriormente, abandoné el marxismo, aunque reconozco que es una sistematización del pensamiento que, descendiendo a las prácticas vitales del ser humano, enmarca su vida casi como una religión. Por ello, en cada giro crucial de mi existencia, he intentado evaluar cuánto me he alejado de Marx. En cada oportunidad, he publicado mis reflexiones al respecto. Me gustaría expresarlas una vez más a través de Kritik Bakış. Desde luego, no hace falta aclarar que las evaluaciones contenidas en estos escritos no pretenden ser un análisis exhaustivo de Marx, sino más bien una serie de reflexiones intensas que mi historia personal ha requerido.

Los lectores de Kritik Bakış ya habrán notado que mis artículos hasta ahora constituyen, de forma implícita, una crítica al marxismo.[1] Estos escritos, que procuran dar prioridad al individuo humano, a la razón colectiva, al Estado como manifestación de esa razón colectiva, a la moral y a la justicia como virtud, aunque se inspiran en el marxismo clásico, rechazan su enfoque reduccionista. Con la ayuda de Dios, cuando más adelante aborde los errores de Marx y Engels al establecer la conexión entre la familia, el Estado y la propiedad privada, mis objeciones estarán asentadas sobre bases más sólidas. Por ahora, procuraré hacer una evaluación desde una perspectiva centrada en la psicología, perspectiva que también ha guiado mi trayectoria profesional desde los años de juventud.[2]

Inocular Espiritualidad en Marx

Libertad y solidaridad. Dos utopías de la humanidad. Dos ideales siempre perseguidos, que a veces se creen alcanzados. Dos esencias originadas en fuentes distintas alojadas en el ser humano, imposibles de expresarse con igual intensidad y al mismo tiempo. Son símbolos que nacen del anhelo de estar con el otro sin perder la propia identidad en una misma existencia. La madre y el hijo, el Creador y la criatura, el Estado y el ciudadano, la clase y el obrero, el líder y la masa, el individuo y el grupo: son tensiones milagrosas entre polos que conviven en un mismo eje.

Yo me inclino por una solidaridad que, siendo colectiva y pública, sirva de fundamento para el individuo y su libertad, sin jamás anularlos, sino permitiendo incluso su desarrollo. Pero en cuanto a la libertad, pienso que ya no tengo mucho más que aprender de Marx. Permítanme explicarlo.

Con una mera ojeada a las dimensiones sociales y políticas de las relaciones humanas en el mundo actual, resulta difícil no dar la razón a Marx cuando afirma que “se piensa distinto en una choza campesina que en un palacio”. En efecto, en este mundo donde el dinero se ha convertido en la mercancía universal, este no solo determina las reglas del juego allá donde entra, sino que también define el horizonte vital y la cosmovisión de quienes lo poseen. En nuestro país, especialmente en los últimos años, se ha observado que ciertos sectores periféricos han escalado económicamente gracias al capital acumulado, influenciados por un sentimiento de solidaridad religiosa y por la ausencia de una cultura de consumo moderno. Esta transformación repentina en sus modos de vida y visiones del mundo confirma de manera incuestionable la predicción de Marx. Lo que une, a pesar de todas sus contradicciones y conflictos, a los capitalistas de derecha, izquierda y ahora también a los religiosos, es la verdad abrasadora que Marx percibió con claridad: las prácticas materiales de vida tienen una primacía frente a las concepciones del mundo; dicho de otro modo, la conciencia social del ser humano está determinada por su entorno social.[3]

Pero la verdad no se agota en esta observación inicial de Marx; él solo capta una de las dimensiones de la relación dialéctica entre las prácticas materiales de vida y las visiones del mundo. Existe otra dimensión de esta relación que Marx apenas intuyó, pero que nunca llegó a comprender del todo. Esta dimensión escapa fácilmente al análisis, pues posee una cualidad viscosa que se escurre de entre los dedos de quien pretende atraparla sin delicadeza.

Esa dimensión que Marx ignoró, fue en cierta medida captada por pensadores como Hegel, y aún más por Nietzsche y Heidegger. Se refiere a la primacía del sentido en el mundo vital del ser humano. El ser humano no es solamente un ente cuya conciencia es determinada por su entorno social, sino que más fundamentalmente es un ser que comprende, que vive la tradición en la que nace y tiene el potencial de renovarla. Su capacidad de comprensión le permite adquirir conciencia sobre la realidad, liberarse de las ataduras de las prácticas materiales y determinismos naturales, y transformar su vida mediante un proceso de emancipación. Si no fuera así, no podríamos explicar de manera convincente los cambios individuales y sociales a lo largo de la historia. Por eso, la explicación de Marx sobre el cambio social, centrada únicamente en la tensión entre relaciones de producción y fuerzas productivas, nunca ha sido del todo satisfactoria.

Por ejemplo, hoy en día, la psicoterapia moderna ofrece a las personas posibilidades reales de transformación individual, a pesar de las condiciones materiales en las que viven. El hecho de que una persona tome conciencia de los puntos ciegos de su propia vida puede permitirle modificar su existencia, incluso si esta ha sido hasta entonces dolorosa y frustrante. Del mismo modo, en momentos de iluminación existencial, el descubrimiento de la verdad de la vida puede llevar al ser humano a romper con una existencia monótona, alienante y destructiva.

Asimismo, hay momentos revolucionarios en la historia. En esas coyunturas, una palabra desciende sobre la tierra, liberando a las personas de la oscuridad y de la ignorancia; la luz se esparce, y quienes se han corrompido bajo la dictadura de las prácticas materiales hallan una oportunidad colectiva de purificación y renovación. Esa palabra luminosa no solo trae consigo una nueva ética que transforma las actitudes y las miradas hacia uno mismo y hacia los demás, sino que también transforma el mundo.

Marx inició su camino con fines éticos y revolucionarios puros: buscaba la emancipación humana y el enriquecimiento de la existencia. Reconocía que la racionalidad se fundamenta en el esfuerzo colectivo, pero era reticente a ir más allá del marco de la racionalidad egocéntrica y de la conciencia; carecía de sensibilidad hacia la psicología profunda. Aunque comprendía que esos fines requerían una espiritualidad y una maduración moral, también afirmaba que en categorías como la “justicia divina” o el “derecho natural” residía la alienación. Su ética prescindía de la moral; aspiraba a una “religión sin Dios”. Por eso definía la religión como “el opio del pueblo”, pero también como “el alma de un mundo sin alma”. Podía criticar con dureza a Proudhon por predicar una moral trascendente que dominaba a la sociedad, pero no podía evitar sentir admiración por los inspectores de fábricas británicos, quienes, incluso en tiempos dominados por la codicia monetaria, mostraban coraje moral, energía inagotable y una superioridad espiritual.[4]

Marx solo comprendió una parte de la relación dialéctica entre las prácticas materiales de vida y las visiones del mundo, dejando la otra parte incompleta. Sus discípulos, casi sin excepción, miraron la realidad con una lente parcial que solo captaba lo que Marx había entendido; ignoraron por completo el resto o lo consideraron un vestigio del pasado que debía ser erradicado con urgencia.

Sin embargo, discípulos como E.P. Thompson y R. Williams fueron los primeros en detectar que algo fallaba en esa comprensión marxista. Por ello, reinterpretaron los conceptos de cultura y clase incorporando luchas históricas y tradiciones religiosas. El esfuerzo por dotar a Marx de una dimensión espiritual fue continuado por los defensores de una teología de la liberación que hoy ha perdido gran parte de su fuerza. No obstante, esta vertiente sigue viva aunque no siempre confesada explícitamente como marxista en los partidos obreros europeos actuales.

«Al ser humano no le pertenece sino el fruto de su esfuerzo»

Este subtítulo corresponde al versículo 39 de la sura An-Naym (La Estrella). La palabra “sa‘y” utilizada en el versículo no equivale exactamente, en el sentido actual, a los conceptos de “trabajo” o “trabajador”. Además de su significado literal de “marcha” o “desplazamiento”, también implica “acción” o “acto”. Podríamos definir “amal” como la suma de todas las actividades corporales, psicológicas y espirituales dirigidas hacia un fin es decir, praxis. Todos nuestros actos como seres humanos, todos los esfuerzos, empeños y aspiraciones, corresponden a ese concepto de obra. En el sentido moderno, el “trabajo” no es más que una fracción del obra. Sin comprender este sentido amplio del trabajo humano es decir, sin conocer el obra, parece difícil construir un mundo nuevo.

Para comprender esta dimensión, es necesario superar la visión que restringe el trabajo humano únicamente a la fuerza física o, con algo más de generosidad, también a la actividad mental. Se debe comprender la influencia abarcadora y determinante de la espiritualidad por encima de esas formas de trabajo. Una vez que se sitúa la espiritualidad por encima del esfuerzo físico e intelectual, también cambia nuestra concepción del trabajo. El trabajo adquiere un significado más amplio, integrando también el más allá, los actos de culto y el comportamiento ético, transformándose así en obra.

El ser humano no es únicamente un ente cuya conciencia es determinada por su entorno social. Más profundamente, es un ser que otorga sentido, que comprende y cree. El hecho de que el ser humano pueda dar sentido y adquirir conciencia sobre la realidad lo libera del cerco de las prácticas materiales y de los determinismos naturales. Le ofrece una oportunidad para emanciparse y lo dota de la potencialidad para transformar radicalmente sus prácticas de vida. Si no fuera así, no podríamos explicar de forma convincente los cambios individuales y sociales a lo largo de la historia. Por ello, la explicación que Marx ofrece del cambio social, centrada en la tensión entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas, resulta insatisfactoria para muchos.

La religión, en última instancia, es una conciencia que nos lleva primero a observar detenidamente la vida terrenal, nuestros miedos internos y externos, nuestra existencia, y luego a realizar los cambios necesarios. Es a la vez aceptación del destino (de lo que acontece) y esfuerzo por superar lo existente; resignación ante lo dado, pero también resistencia inquebrantable a toda forma de servidumbre ante otro ser humano.

Los musulmanes que comprenden el trabajo como obra y que creen que la entrega y la lucha son elementos complementarios, se consideran representantes de una civilización que mantiene viva la aspiración permanente de construir un mundo nuevo. Son conscientes del valor y la sacralidad del trabajo físico e intelectual. Pero no se conforman con ello. Tal como se expresa en la sura An-Nahl (La Abeja), que lleva el nombre del símbolo del trabajo, creen que el sustento puede distribuirse de manera justa:
«Dios ha favorecido a unos por encima de otros en cuanto a provisiones. Pero los que han sido favorecidos no están dispuestos a compartir con aquellos que están bajo su autoridad, para igualarse en esa bendición. ¿Acaso van a negar, a sabiendas, la gracia de Dios?» (16:71)

Es cierto que, al igual que las vidas de los ricos tienden a parecerse entre sí, las de los pobres también lo hacen. Pero según el Islam, la inclinación del ser humano no nace exclusivamente de sus prácticas materiales. Por ejemplo, los musulmanes llaman “Regaib” a la primera noche de viernes del mes de Rayab. Este nombre proviene de la palabra árabe rağabe, que significa “desear intensamente, inclinarse hacia algo, aspirar con esfuerzo a alcanzarlo”. A partir de esta inclinación espiritual positiva, actúan es decir, hacen obra en nombre de una civilización que busca convertir el mundo en una tierra de paz, fraternidad y bienestar para todos los seres humanos, independientemente de sus ganancias materiales.

El versículo “Al ser humano no le pertenece sino el fruto de su esfuerzo” continúa así: “Y que su esfuerzo será visto. Luego se le recompensará con la más justa de las recompensas.”

Como intelectuales que vivimos en un país islámico como Türkiye, debemos comprender profundamente la relación dialéctica entre las prácticas materiales de vida y las concepciones del mundo. Esta es la comprensión que puede revelarnos el papel revolucionario de la moral; que puede protegernos de las imposiciones del mundo terrenal; que puede avivar nuestra determinación por luchar por el bien y la justicia, sin permitir que nos convirtamos en puritanos moralistas o en miserables conservadores. Gracias a esta comprensión, se podrá percibir la necesidad ineludible de una lucha política contra la injusticia, venga de donde venga; y la política podrá convertirse en una herramienta no para el poder, la ambición o el interés, sino para la realización de la justicia sobre la tierra. Esta misma comprensión también impedirá oponer ciencia y fe, despojando a la teología de su carácter mistificador, y fundiéndola con la libertad.

[1] No me limité únicamente a criticar; también intenté demostrar que, en el mundo actual, una de las ramas del marxismo ha sido arrastrada hacia un punto completamente opuesto a su objetivo original, y que su enemistad con la tradición ha llevado a ciertos marxistas contemporáneos a ponerse al servicio de los más poderosos.

[2] Para un análisis más detallado sobre mi perspectiva particular en torno a la psicología, véase mi obra Psicología, Existencia y Espiritualidad, publicada por Kapı Yayınları.

[3] A mi juicio, las siguientes palabras de Alí ibn Abi Tálib en el Nahŷu’l-Balâgha expresan con mayor claridad la realidad de que “la conciencia social está determinada por las relaciones sociales”: “Lo que creemos no determina cómo vivimos. Más bien, cómo vivimos determina en qué creemos”. Esta afirmación de Alí nos permite comprender mejor los mapas mentales que, desde la vida cotidiana, definen las estrategias de vida de las personas, legitiman sus relaciones y experiencias en el mundo y presentan dichas condiciones como la mejor de las posibilidades.

[4] La admiración de Marx por estas personas espiritualmente elevadas recuerda a los sentimientos que Sigmund Freud albergaba hacia Oskar Pfister, el sacerdote y psicoanalista suizo.