La Realidad de las Relaciones Indo-Estadounidenses
A largo plazo, es poco probable que se produzca un daño grave, pero a corto plazo, el panorama no es nada alentador.
El miércoles, en el lapso de apenas quince minutos, el presidente Donald Trump anunció la imposición de un arancel del 25 % sobre los productos provenientes de la “amiga” India, mientras que, casi simultáneamente, la NASA y la ISRO lanzaban al espacio un sistema de radar como parte de la primera operación espacial conjunta entre India y Estados Unidos.
Este episodio resume a la perfección la creciente complejidad e interdependencia que caracteriza a las relaciones exteriores entre ambos países. Por un lado, en las redes sociales circulaban imágenes del gigantesco cohete GSLV despegando desde el sur de India, transportando el satélite NISAR, descrito como el “primero de su clase”. Según Karen St. Germain de la NASA, se trata del sistema de radar más avanzado jamás fabricado por Estados Unidos. En el comunicado de prensa se afirmaba: “La ciencia de NISAR, gracias a su tecnología de vanguardia capaz de detectar cambios de apenas centímetros tanto en la superficie terrestre como en las capas de hielo, bajo cualquier condición climática y en todo momento del día, permitirá mejorar nuestra comprensión del sistema terrestre.”
Tan solo unos minutos después, Trump ofreció una declaración en la que acusaba a India de comprar petróleo a Rusia y anunciaba un arancel fijo del 25 % sobre los productos indios, además de imponer ciertas sanciones de naturaleza aún ambigua debido a la dependencia comercial, energética y militar de India respecto a Irán y Rusia. Las negociaciones continúan, pero, como era de esperarse, la reacción de los medios indios no fue favorable.
No existe una “Doctrina Trump”; intentar justificar su inconsistencia estratégica es una empresa fútil. Esta administración actúa cada vez más guiada por impulsos. Algunos de estos impulsos pueden parecer coherentes como la redistribución de cargas en Europa, pero su implementación a nivel político suele ser decepcionantemente deficiente. Aun así, incluso con ese bajo umbral de expectativas, resulta particularmente difícil comprender la lógica detrás del nuevo régimen arancelario.
Los aranceles contra la India: una política contradictoria en el Indo-Pacífico
Los aranceles impuestos a la India pueden parecer una política desconcertante, especialmente si se tiene en cuenta el deseo declarado de Estados Unidos de reorientarse hacia Asia y equilibrar el ascenso de China. Si consideramos que los dos pilares fundamentales del trumpismo son la competencia entre grandes potencias con China y la autonomía productiva, resulta paradójico que Estados Unidos careciendo de mano de obra barata, experiencia técnica o infraestructura industrial suficientes para una relocalización completa de la producción se embarque simultáneamente en guerras arancelarias con India, Japón, Corea del Sur, México y la propia China. Esta estrategia desafía toda lógica económica y geopolítica.
No obstante, más allá de lo superficial, este asunto revela una cuestión más profunda y compleja: India está empezando a convertirse en un problema global. Y parte de esa responsabilidad recae sobre el propio gobierno indio.
Históricamente, la política exterior india ha sido coherente y se ha definido por su autonomía frente a los centros de poder mundial. Esta postura tiene sus raíces, al menos en parte, en el legado histórico del imperialismo británico. Incluso durante ese periodo, India adoptó una posición neutral durante la Guerra Fría. En sus inicios, recibió apoyo material, militar y logístico del Reino Unido. Durante la guerra con China en 1962, el primer ministro Jawaharlal Nehru contactó con el presidente John F. Kennedy, logrando cierto respaldo de Estados Unidos. Sin embargo, más tarde, India se inclinó hacia el bloque soviético, que estaba dispuesto a ofrecer apoyo diplomático durante los conflictos con Pakistán, en un contexto en el que tanto Reino Unido como Estados Unidos depositaban sus expectativas estratégicas en un Pakistán fuerte.
Después del 11 de septiembre, Estados Unidos comenzó a considerar a India como un contrapeso útil frente al terrorismo islamista originado en el sur de Asia y, con el tiempo, como una póliza de seguro geopolítica contra el ascenso de China.
Sin embargo, todas estas delicadas ecuaciones fueron dinamitadas por las reacciones intempestivas de Donald Trump. Hoy por hoy, India difícilmente tomará en serio una alianza con Estados Unidos contra China. Pero del mismo modo, tampoco parece factible que India y China puedan convertirse en aliados naturales.
India prefiere jugar a dos bandas: compra petróleo a Rusia y lo revende a Europa; forja alianzas simultáneas con Irán e Israel; tolera el fraude masivo en visados; y, a la vez, mantiene membresía en bloques tan diversos como los BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y el QUAD. Su sector agrícola, extraordinariamente poderoso y proteccionista, junto con una clase obrera altamente organizada, ejerce una presión casi asfixiante sobre el proceso de formulación de políticas, constituyendo un obstáculo formidable para cualquier intento de reforma estructural.
Tarde o temprano, esta estrategia de ambigüedad calculada tendrá un costo significativo.
La cuestión social y el dilema de la lealtad en la diáspora india
Otro asunto de índole social se refiere a los migrantes indios establecidos en Occidente. Las generaciones anteriores de indios que emigraron a países occidentales fueron consideradas durante mucho tiempo como una de las comunidades más altamente asimiladas del mundo. Los indoestadounidenses al igual que los británicos de origen indio provenían históricamente de clases altas y se encontraban entre los grupos más exitosos y con mayor nivel educativo del extranjero. Este perfil contrasta notablemente con el de los migrantes indios actuales de clase trabajadora que se trasladan a países como Canadá o Nueva Zelanda.
En los últimos años, este equilibrio ha comenzado a cambiar. En la era posterior a Modi, se observa que muchos de los indios que emigran a Occidente pertenecen a la clase trabajadora y arrastran consigo sus rivalidades parroquiales y chauvinismos étnicos. En lugar de optar por la asimilación, estos individuos tienden a replegarse dentro de sus propias comunidades, aferrándose a la cocina del curry y a la cultura de Bollywood, llevando vidas deliberadamente aisladas. Tal como señala Andrew Beck en una de sus recientes publicaciones, esta actitud ha llegado a extremos tan notorios como la construcción de estatuas exageradas, lo cual, lejos de expresar integración, puede ser percibido como un intento de conquista cultural más que como una migración orientada a la adaptación. Naturalmente, ello ha dado lugar a una cadena de hostilidades y acusaciones de doble lealtad.
A medida que los estadounidenses presencian el traslado de puestos de trabajo manufactureros hacia la India, se vuelve cada vez más difícil defender políticas proindias. Porque aunque la India no represente una amenaza tan directa como China, tampoco puede considerarse, en sentido técnico, un aliado genuino. Más aún, no posee ningún interés estratégico concreto en alinearse con Estados Unidos en los grandes asuntos geopolíticos del presente.
Una interpretación optimista sugiere que todo esto no es más que una táctica de negociación, que tarde o temprano se alcanzará un acuerdo, y que el presidente estadounidense declarará al primer ministro indio como su “nuevo mejor amigo”. En un mundo donde nada parece tener consecuencias duraderas, esta perspectiva se presenta casi como una inevitabilidad.
Una lectura más razonable, sin embargo, sería recurrir a la terminología de Stacie Goddard y considerar este fenómeno como un caso de colusión entre grandes potencias (great power collusion). Según esta teoría, el mundo evolucionará inexorablemente hacia un orden bipolar dominado por Estados Unidos y China (el llamado G2), y el comportamiento errático del presidente estadounidense no sería más que un mecanismo para distinguir quiénes son verdaderamente leales a Washington y quiénes, en cambio, actúan como meros oportunistas de ocasión.
No obstante, existe aquí un riesgo considerable: las potencias revolucionarias como la Francia jacobina o la Unión Soviética aquellas que exportaron sus revoluciones y buscaron destruir el orden establecido ya fuera por capricho o por obsesión ideológica nunca fueron realmente apreciadas. A veces, las relaciones internacionales no consisten tanto en estar del lado correcto, sino en elegir un bando y mantener la lealtad, incluso a pesar de sus defectos, porque, al igual que en los patios de colegio, puede llegar el día en que todos los demás se unan contra ti.
Fuente:https://www.theamericanconservative.com/the-truth-about-the-indo-american-relationship/