La Propuesta de “Alto el Fuego” de Trump: ¿Paz o Maniobra de Prestigio?
El plan de Trump para Gaza ofrece, en el corto plazo, algunos logros tangibles: el cese de las hostilidades, el intercambio de prisioneros, la reanudación de la ayuda humanitaria y la promesa de un supuesto “desarrollo” económico. Sin embargo, a largo plazo, su efecto principal podría ser posponer indefinidamente las reivindicaciones de soberanía palestina, excluir por completo a Hamás y consolidar la legitimidad de Estados Unidos en la región.
Este panorama suscita una interrogante crucial: ¿se trata realmente de un camino hacia la paz, o de una nueva trampa destinada a perpetuar el control de EE.UU. e Israel sobre Gaza?
El Genocidio Israelí en Gaza y el Plan de Alto el Fuego de Trump
El genocidio que Israel ha sostenido en Gaza durante casi dos años no solo ha reducido la región a escombros físicos, sino que también ha devastado su tejido político y social. Según cifras oficiales, unas 60.000 personas han sido asesinadas por Israel; de acuerdo con fuentes no oficiales, la cifra rondaría los 400.000. La infraestructura de Gaza se ha derrumbado y la impotencia de la comunidad internacional se ha hecho cada vez más evidente. Precisamente en este contexto, el 29 de septiembre de 2025, el presidente estadounidense Donald Trump anunció un plan de alto el fuego compuesto por 20 puntos. El plan contempla el cese inmediato de la guerra, la liberación de prisioneros, la reanudación de la ayuda humanitaria y la instauración de una administración transitoria de carácter tecnocrático en Gaza. No obstante, más allá de los beneficios inmediatos que promete, el texto plantea serias dudas en torno a las relaciones de poder a largo plazo y al debate sobre la soberanía.
La maniobra de Trump no debe interpretarse únicamente como un intento de llevar auxilio a Gaza, sino también como una estrategia para reposicionarse en la diplomacia global y proyectarse como un fuerte candidato al Premio Nobel de la Paz. Tras no haber logrado en Ucrania la fractura que esperaba, busca ahora construir con rapidez, a través de Gaza, una imagen de “arquitecto de la paz”. Sin embargo, la cuestión de cómo y en beneficio de quién se edificará esa “paz” sigue siendo profundamente incierta.
Los Aspectos Positivos del Plan
El elemento más atractivo del plan radica, en primer lugar, en la promesa de poner fin de inmediato a la guerra genocida. El ejército israelí se retiraría a las líneas establecidas, cesarían los bombardeos y los frentes quedarían congelados. Para el pueblo de Gaza, esto significaría un respiro vital a corto plazo. No obstante, permanece la incógnita de quién controlará, y de qué manera, el cumplimiento de la retirada en tres fases por parte de Israel. La experiencia previa de violaciones a los altos el fuego, sin sanción alguna, hace dudar de la seriedad con que Israel acataría esta cláusula.
El plan contempla, además, un mecanismo detallado para el intercambio de prisioneros. La liberación de cientos de palestinos detenidos en Israel (no como “criminales”, sino como prisioneros políticos) se vincula a la devolución de los israelíes retenidos en Gaza. Esta disposición posee una fuerte carga humanitaria y simbólica, capaz de resonar en ambas sociedades. El apartado relativo a la ayuda humanitaria también constituye un aspecto central: el plan prevé la reconstrucción de la infraestructura destruida por el apoyo occidental y los ataques israelíes, la reapertura de hospitales y panaderías, así como el inicio inmediato de labores de remoción de escombros. Se especifica que la asistencia se canalizará a través de organismos internacionales como Naciones Unidas y la Cruz Roja, lo cual ofrece la apariencia de un mecanismo independiente de las partes y podría satisfacer parcialmente a la opinión pública mundial.
Otro punto positivo es la prohibición explícita del desplazamiento forzado y la garantía de que Gaza no será anexionada por Israel. Esto puede leerse como una salvaguarda mínima de la existencia demográfica y física de la población gazatí. De hecho, este apartado constituye una evidencia de que la política israelí de despalestinización de Gaza ha fracasado, y de que la firmeza de los gazatíes en no abandonar su tierra ha alcanzado un éxito palpable.
En el plano económico, el plan plantea reconstruir Gaza como un “moderno centro regional”, establecer zonas económicas especiales y atraer inversiones internacionales. En teoría, ello podría generar empleo y ofrecer esperanza y perspectivas de futuro a la población. Sin embargo, el propio lenguaje de la propuesta al sugerir que Gaza carece de modernidad y que esta debe ser traída por Estados Unidos e Israel revela la impronta colonial que atraviesa el texto.
Puntos Problemáticos y Contradictorios
A pesar de los aspectos positivos mencionados, la estructura interna del plan está plagada de serios problemas. En primer lugar, la cuestión del Estado palestino independiente queda en la indefinición. El plan solo alude a la posibilidad de un Estado palestino en el futuro, condicionado a que la Autoridad Palestina lleve a cabo ciertas reformas. Esto demuestra que la demanda más fundamental del pueblo palestino se posterga hacia un porvenir incierto. El hecho de que en el plan persista la misma lógica que históricamente ha aplazado asuntos como el Estado palestino, el destino de los refugiados, el estatuto de Jerusalén o la cuestión de los colonos, pone de relieve una vez más que Estados Unidos e Israel no están dispuestos a favorecer una paz en beneficio de Palestina.
El segundo problema es el modelo de gobernanza propuesto para Gaza. Se plantea que la Franja sea administrada por un comité tecnocrático, supervisado por un “Consejo de Paz” encabezado por actores externos como Trump y Tony Blair. Este esquema puede interpretarse como un “régimen de tutela” que debilita el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación. Un mecanismo de gobierno en el que sus líderes electos son apartados difícilmente podrá generar legitimidad local a largo plazo. En consecuencia, se perfila un liderazgo en Gaza no elegido por los palestinos, sino aprobado por Estados Unidos e Israel, y posiblemente integrado por el régimen de Abbas, con un perfil distante de la resistencia.
El tercer punto crítico es la neutralización de Hamás. El plan pretende eliminar el papel político y militar del movimiento, exigiendo su desarme, su retirada total de la administración y la reubicación de quienes lo deseen en terceros países. Ello equivaldría a la liquidación de Hamás, que actores como Turquía consideran una “línea de defensa adelantada”. Aceptar tal condición significaría negar su propia razón de ser, lo que hace probable que el plan sea rechazado. Se espera que Hamás exija la revisión de los apartados que le conciernen, mientras que Estados Unidos e Israel podrían utilizar dicho rechazo como prueba de que Hamás no busca la paz.
En cuarto lugar, el aspecto de seguridad constituye la parte más controvertida del plan. La retirada del ejército israelí se supedita a la “desmilitarización completa” de Gaza. No obstante, no se especifica cómo ni cuándo se alcanzará esa condición. Así, Israel podría posponer indefinidamente su retirada invocando la “amenaza terrorista”, lo que equivaldría, en la práctica, a la continuidad de la ocupación. Además, bajo gobiernos radicales como el de Netanyahu, Israel podría atacar nuevamente Gaza por cualquier motivo y esas ofensivas, de aceptarse el acuerdo, podrían considerarse legítimas en virtud del propio texto.
El quinto punto problemático es la ambigüedad respecto al modo en que se proveerá ayuda e inversiones. Aunque el plan ofrece una gran “visión de desarrollo”, carece de un modelo claro de financiación, de mecanismos de control y de un calendario de aplicación definido. Asimismo, el hecho de que Israel mantenga el control fronterizo podría seguir restringiendo el flujo de la ayuda humanitaria.
Trasfondo Estratégico y Político
El plan de Trump para Gaza no es únicamente una propuesta humanitaria, sino también una maniobra geopolítica. Tras no haber logrado en Ucrania el éxito pacificador que esperaba, Trump busca en Gaza un desenlace rápido que le permita ganar prestigio tanto en la política interna como en la arena internacional. En este contexto surge incluso la expectativa de un Premio Nobel de la Paz, aunque ello comprometa abiertamente la neutralidad del plan.
Otro aspecto fundamental es el reposicionamiento de Estados Unidos como una potencia legítima e indispensable en Oriente Medio. El hecho de que el Consejo de Paz sea dirigido por Trump significa que Washington no se limita a actuar como mediador, sino que se erige como instancia decisoria. Esto puede leerse como una estrategia orientada a la consolidación de la presencia estadounidense en la región.
El plan también otorga a Israel un margen estratégico considerable. Ante un previsible rechazo por parte de Hamás, Israel podría continuar sus ataques y legitimarlos bajo el argumento de que la organización se opone a la paz. En otras palabras, el plan parece anticipar dicho rechazo y convertirlo en un instrumento que fortalezca la posición israelí.
Conclusión
El plan de Trump para Gaza ofrece, a corto plazo, ciertos logros tangibles: el cese de la guerra, el intercambio de prisioneros, la reanudación de la ayuda humanitaria y la promesa de un supuesto “desarrollo” económico. Sin embargo, a largo plazo, su efecto principal podría ser postergar indefinidamente las demandas de soberanía palestina, excluir por completo a Hamás y consolidar la legitimidad de Estados Unidos en la región. Esta situación plantea una pregunta fundamental: ¿es realmente este plan un camino hacia la paz, o constituye más bien una nueva trampa destinada a prolongar el control de EE.UU. e Israel sobre Gaza?
Si Trump aspira a una paz justa y duradera en Gaza, en primer lugar debe poner fin a su apoyo a Israel, responsable del genocidio, y garantizar la entrada incondicional de ayuda humanitaria. En segundo término, debe asegurar la retirada israelí de los territorios ocupados y respetar el gobierno que el propio pueblo palestino elija en las urnas. Todo plan que no coloque en el centro estas dos premisas podrá aportar un respiro momentáneo, pero a la larga solo preparará el terreno para crisis aún más graves. El objetivo de Israel, en realidad, no es resolver el problema, sino aplazarlo.
Por ello, la propuesta de paz de Trump no ofrece ninguna solución concreta a los problemas estructurales que se hallan en el núcleo del conflicto: la ocupación, la limpieza étnica y el genocidio, elementos esenciales del proyecto sionista. En consecuencia, aunque el plan active mecanismos de ayuda humanitaria, en términos políticos constituye sobre todo una maniobra de prestigio que preserva los intereses de Israel y otorga a Estados Unidos un nuevo estatus de “interlocutor legítimo”.
La verdadera necesidad del pueblo de Gaza no es presenciar competencias de liderazgo entre actores externos, sino el fin de la ocupación israelí, la consecución de la libertad, la justicia y el pleno derecho a la autodeterminación.