La Operación Telaraña de Ucrania

La operación demostró que cualquiera que pueda infiltrarse sin ser detectado, ocultarse y utilizar pequeños drones tiene la capacidad de atacar zonas situadas detrás de las líneas enemigas y de sabotear el poder aéreo de un adversario.

La Operación Telaraña de Ucrania: una redefinición de la guerra aérea en el siglo XXI

El 1 de junio de 2025, una serie de explosiones en bases aéreas en lo más profundo del territorio ruso representó una severa advertencia para los estrategas militares del Kremlin. El ataque ucraniano contra la capacidad de bombardeo estratégico de Rusia no solo conmocionó a Moscú, sino que también desafió las convenciones clásicas de la guerra: ofreció a ejércitos más pequeños un modelo viable para contrarrestar ataques aéreos lanzados desde la retaguardia.

La llamada “Operación Telaraña” consistió en 117 ataques con drones de control remoto lanzados durante 18 meses desde territorio ruso, tras una larga infiltración clandestina. Los drones fueron dirigidos hacia aeronaves en tierra por operadores ucranianos ubicados a kilómetros de distancia.

Según fuentes oficiales de Kiev, durante la incursión fueron destruidos o inutilizados más de 40 bombarderos estratégicos de los modelos Tu-95, Tu-160 y Tu-22M3, así como un avión de alerta temprana A-50. Esto representaría cerca de un tercio de la flota de bombardeo estratégico de Rusia y un daño estimado en 7.000 millones de dólares. Aunque las imágenes satelitales podrían reducir esas cifras, la magnitud del daño es difícil de ignorar; más difícil aún es soslayar la lógica táctica detrás del ataque.

Las operaciones militares convencionales modernas se basan en la profundidad estratégica. Los Estados combatientes intentan construir su poderío militar en zonas alejadas del frente, como las bases logísticas donde se despliegan bombarderos de largo alcance. Desde su invasión en 2022, Rusia ha empleado intensamente estas bases situadas hasta 2.000 kilómetros de la línea de combate, combinando este despliegue con oleadas de drones suicidas Shahed de fabricación iraní, que mantienen a las ciudades ucranianas bajo amenaza constante.

La teoría rusa de la victoria es brutalmente simple: una coerción aérea constante. Si los misiles y drones golpean Kiev con suficiente frecuencia, el desgaste moral de los civiles compensará el estancamiento del frente terrestre. Para los planificadores militares ucranianos, destruir las plataformas de lanzamiento resulta mucho más barato que interceptar cada misil con equipos occidentales en declive, que hasta ahora han logrado un 80% de éxito.

La vulnerabilidad de las bases aéreas

Las bases aéreas han sido siempre objetivos estratégicos, ya que los bombarderos en tierra son más vulnerables que en vuelo. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Servicio Aéreo Especial del Reino Unido destruyó 367 aeronaves del Eje en el desierto del norte de África, muchas con explosivos temporizados y ataques relámpago. En Creta, los paracaidistas alemanes tomaron aeropuertos clave e impidieron el avance británico.

Décadas más tarde, en Vietnam, comandos del Viet Cong y el Ejército de Vietnam del Norte se infiltraron en bases estadounidenses como Phan Rang y Bien Hoa, quemando aviones estacionados y obligando a miles de soldados a distraerse de la línea de frente para defender los aeródromos.

Este tipo de ataques sigue siendo eficaz porque genera costos en cadena: cada pista inutilizada y cada bombardero incendiado obliga a redirigir recursos a medidas defensivas como la dispersión de flotas o la construcción de refugios reforzados. Además, obliga a retirar aviones del frente para proteger las retaguardias.

Una nueva era de guerra con drones

Con la Operación Telaraña, Ucrania buscó replicar esa lógica, aprovechando además el factor sorpresa para inducir una conmoción psicológica. Esta operación refleja una dimensión singularmente contemporánea de la guerra: el surgimiento del “litoral aéreo”, una capa atmosférica justo por encima de las tropas terrestres y por debajo de las rutas de vuelo tradicionales.

Los drones operan en este espacio, esquivando defensas guiadas por radar y armas convencionales, pero son capaces de neutralizar aviones estratégicos en tierra o incluso tanques de combustible. Ucrania desplegó pequeños equipos de lanzamiento cerca de las pistas, estableciendo rampas improvisadas en la retaguardia rusa.

El beneficio económico es también elocuente: un dron equipado con batería de litio y una ojiva cuesta menos de 3.000 dólares, frente a los 250 millones que vale un bombardero Tu-160.

El impacto sobre Rusia

Incluso si los daños no fueron tan extensos como asegura Kiev, Rusia enfrentará consecuencias inmediatas. Será necesario reubicar aviones sobrevivientes, construir trincheras, instalar cañones guiados por radar y sistemas de guerra electrónica. Todo esto implica grandes gastos y reestructuración operativa.

Además, la operación afectará la disponibilidad de tropas entrenadas para el frente, pues muchos serán redirigidos a tareas defensivas. Y no menos importante: representa un revés simbólico para la capacidad nuclear rusa, al perder una docena de bombarderos capaces de portar ojivas. Moscú se verá obligado a replantear la frecuencia de sus patrullas estratégicas.

Más allá de lo material, el ataque envía un potente mensaje psicológico: tras más de tres años de ofensiva rusa, Ucrania ha demostrado que puede ejecutar operaciones sofisticadas en lo profundo del territorio enemigo.

Durante 18 meses, el servicio de inteligencia ucraniano introdujo discretamente drones y baterías en cargas inocuas, instaló equipos en secreto y eligió ángulos de cámara que los satélites comerciales no podrían distinguir. Los operadores dirigieron camiones lanzadores a puntos estratégicos y liberaron drones a nivel de la copa de los árboles.

Cada dron, siendo un arma unidireccional, permitió a varios pilotos operar en paralelo, guiando las aeronaves hacia objetivos específicos mediante transmisiones en vivo. Los videos mostraron múltiples impactos simultáneos sobre grandes áreas, anulando cualquier reacción inmediata de las fuerzas de seguridad cercanas.

¿Una nueva línea de frente?

Para Ucrania, esta operación demuestra que es posible repetir ataques contra objetivos bien defendidos dentro de Rusia. La misma táctica podría adaptarse a depósitos de misiles o fábricas de drones Shahed en todo el país.

El desafío era urgente: los drones y misiles balísticos rusos causaban más daño que los misiles de crucero. Según el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), los Shahed son hoy el arma aérea más utilizada y rentable de Rusia.

Pero las implicaciones de la Operación Telaraña van más allá del conflicto actual. Han demolido la suposición de que la retaguardia está a salvo. Drones relativamente baratos, lanzados desde suelo ruso, destruyeron aviones valorados en miles de millones, pilares del poder aéreo y nuclear de Moscú.

Y esta estrategia puede ser fácilmente imitada por otros actores. Cualquiera que se infiltre, se oculte y utilice pequeños drones puede sabotear la capacidad aérea de un enemigo. Las fuerzas aéreas que dependen de grandes bases fijas deberán reforzarlas, dispersarse o aceptar una nueva realidad: las pistas de aterrizaje son ahora la nueva línea de frente.

*Benjamin Jensen es profesor de estudios estratégicos en la Escuela de Estudios Avanzados de Guerra de la Universidad del Cuerpo de Marines y académico visitante en la Escuela de Servicio Internacional de la American University.

Fuente:https://asiatimes.com/2025/06/ukraines-operation-spider-web-redefined-the-front-lines-of-war/